Política sanitaria argentina
Política sanitaria argentina
Ramón Carrillo
Carrillo, Ramón
Política sanitaria Argentina / Ramón Carrillo. - la ed. - Remedios de Escalada : De la UNLa -
Universidad Nacional de Lanús, 2018.
CD-ROM, EPUB
ISBN 978-987-4937-03-2
1. Salud Pública. 2. Política de Salud. I. Título.
CDD 613.6
Colección Cuadernos del ISCo
Serie Pensar en Salud
Director: Hugo Spinelli
Editoras ejecutivas: Jescy Montoya, Viviana Martinovich
Coordinadores editoriales de esta obra: Jorge Arakaki, Juan Pablo Zabala
Corrección de estilo: Ludmila Báez
Diseño de cubierta: Viviana Martinovich
Fotografías de cubierta e interiores: Archivo General de la Nación
© 1949, Ministerio de Salud de la Nación
© 2018, EDUNLa Cooperativa
ISBN 978-987-4937-03-2 (EPUB)
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Impreso en Argentina - Printed in Argentina
PRÓLOGO DE ESTA EDICIÓN
Ramón Carrillo y el problema de la
salud: historia, sociología, educación y
política
Ana Jaramillo 1
¿En qué consiste la misión social? En ponerse al servicio del país. [...] Esta
debe responder a las necesidades, requerimientos y aspiraciones de la
comunidad, factores todos cambiantes. [...] el principio general se mantiene:
contribuir al desarrollo de la comunidad. Para ello la universidad tiene que
saber auscultar las necesidades del medio y, en algunos casos, anticiparse
a ellas [...] Aquí no se trata de capacidad técnica, sino de conciencia social
[...] Debe también esclarecer los problemas de índole político y cultural y
convertirse en la conciencia moral de la nación [...] Su aporte es de esclare¬
cimiento, estudio, planeamiento preciso de los problemas y análisis de las
posibles soluciones. Risieri Frondizi (2005)
Solo sirven las conquistas científicas sobre la salud si estas son accesibles al
pueblo... La medicina no es solo un oficio, es una ciencia social, una ciencia
política y una ciencia económica y, finalmente, es también una forma de la
cultura y la expresión más concreta del grado de adelanto de una nación.
Ramón Carrillo
No es por casualidad que la Universidad Nacional de Lanús sea la que se propuso
editar esta obra de Ramón Carrillo. Desde su creación, sostuvimos que, para que
la universidad sirviera al país y a la comunidad toda, debería salir de las disciplinas
y estructurarse en torno a campos problemáticos que construyan su curricula y su
epistemología en torno a problemas y no a disciplinas.
El desafío fue, y sigue siendo, entender que hay que seguir investigando en forma
transdisciplinaria como única solución de cualquier problema social ya que, como
sostenía Carrillo: “no se pueden enfrentar los problemas de la medicina sin un criterio de jus¬
ticia social” puesto que, si la medicina pretende dedicarse solo al desarrollo científico
tecnológico y a la medicalización de la vida, no resolverá el problema de la salud de
la población, como pilar de la grandeza de la nación.
Ya en 1946, el sanitarista y primer ministro de Salud Pública repetía que “la salud
del pueblo depende de diversos factores indirectos”, y sostenía que “con otra uni¬
versidad, los médicos hubieran sido la avanzada de la política económico social
'Rectora de la Universidad Nacional de Lanús.
Ramón Carrillo y el problema de la salud ■ VII
del excelentísimo señor presidente de la nación, porque ellos —mejor que nadie—
conocen el dolor y el sufrimiento de los humildes” (Carrillo, 1974).
Hablándole a “los hombres del ejército de la salud ”, como los llamó a los médicos,
explicaba su posición y la necesidad de formar médicos sanitarios, ya que el ver¬
dadero problema no es el de la enfermedad individual sino el del colectivo de
la salud, que es el que preocupa a los estadistas, porque es la base de la felicidad
popular, ya que se define como bienestar físico, mental, moral y social del individuo
como resultado del medio ambiente social.
Carrillo concibe la medicina como el “arte de preservar, conservar y restaurar la
salud de la comunidad”, que “configura un nuevo aspecto de la civilización contem¬
poránea y su evolución y su historia traduce el grado de cultura de un pueblo” (1974).
Nos alerta sobre la necesidad de educar a todos los habitantes para que comprendan
cuál es el problema de la salud, que si bien depende de factores económico-sociales,
de la educación sanitaria y de los servicios médicos, sus grandes enemigos son la
pobreza y la ignorancia.
Cuando en la década de 1940, la medicina se volvía cada vez más técnica, más
difícil y costosa, el llamado médico del pueblo consideraba que la salud exigía el
esfuerzo combinado del gobierno, del pueblo y de los médicos, especialistas y auxi¬
liares, y planteaba la necesidad de construir clínicas, hospitales e institutos para los
cuales no había que retacear recursos. A su vez, sostenía que la sanidad pública no se
podría desarrollar si no se dieran dos condiciones: “1) un estándar de vida alto de los
trabajadores y 2) una elevada educación sanitaria del pueblo” (1974).
Nos planteaba que las plagas existentes ya no eran un problema médico, sino del
gobierno, ya que si no se erradicaban demostraría que el “Estado no ha organizado
sus recursos para defender lo único permanente de la nación, su caudal humano que
es el potencial biológico y el futuro de todas las patrias del mundo” (1974).
Muchas veces hemos sostenido que la relación entre la academia, la ciencia y la
política debe fortalecerse a fin de mejorar las políticas públicas, ampliar y fortalecer
la democracia y, en definitiva, ampliar los derechos ciudadanos y la calidad de vida
de la sociedad argentina.
¿De qué universidad nos habla Ramón Carrillo? ¿Cuál era la misión de la
universidad en esos tiempos? ¿Continúan las universidades con la misma misión?
Creemos que muchas veces la misión del político fue buscar permanentemente el
cómo y el académico y el científico buscaban esencialmente el por qué. Sin embargo,
debemos intentar poner a la academia a buscar, investigar y estudiar el cómo, o sea,
las soluciones que la sociedad y el Estado necesitan y requieren de mayores conoci¬
mientos científicos y tecnológicos, dada la progresiva tecnificación y cientifización
de la resolución de problemas sociales.
En 2003, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) publicó varios
textos dedicados justamente a las Fronteras del conocimiento y convergencias discipli¬
nares de los cuales nos referiremos a varios de ellos.
Gilberto Giménez Montiel, en su capítulo llamado “Límites del conocimiento
y convergencia de las disciplinas en el campo de las ciencias sociales” sostiene que:
VIII ■ Política sanitaria argentina
...hablar de los límites del conocimiento y de las convergencias disciplinarias
en el ámbito de las ciencias sociales equivale a plantear un problema epis¬
temológico que no puede ser afrontado sistemáticamente por ninguna de
las disciplinas consideradas aisladamente, sino por una metateoría que las
trascienda y a la vez las abarque en su conjunto.... en un medio académico
como el nuestro...cada quien se encierra en su propia disciplina y rehúsa
confrontarse con las disciplinas de al lado y, con mayor razón, con las del
“otro lado”. (Giménez Montiel, 2003)
A su vez, Gilda Waldman Mitnick también cuestiona las fronteras disciplinarias y la
compartamentalización del saber y sostiene que:
...nuevas perspectivas analíticas [...] desarman los marcos del saber discipli¬
nario y plantean una nueva modalidad de estudio de lo social que favorece
la inclusión de saberes hasta ahora desvalorizados por la cultura académica
canónica [y destaca] lo que se ha denominado estudios culturales los cuales,
de hecho modifican las fronteras disciplinarias para producir un saber más
plural y flexible que desarme los discursos unívocos insuficientes para expli¬
car la profundidad de las transformaciones sociales operadas en la sociedad
contemporánea. (Waldman Mitnick, 2003)
La autora concluye que este tipo de análisis “se coloca en el filo de las disciplinas
académicas, desordena el mapa de los saberes institucionales, abarca campos antes
marginados de la investigación social, deconstruye los discursos eurocéntricos”
(Waldman Mitnick, 2003).
Claudette Dudet Lions, por su parte, analiza “La dimensión colectiva de los cono¬
cimientos sociales” como ámbito del saber sin límites disciplinarios y allí sostiene
que, a partir de la decadencia de la Ilustración, el conocimiento ha servido “solo para
administrar el poder” y como consecuencia de la crisis del positivismo se acentúa,
en el contexto de las universidades, la separación de las áreas de conocimientos aca¬
démicos y la separación administrativa en facultades, divisiones, coordinaciones,
departamentos e institutos para luego proliferar las subdivisiones, la intersección
entre disciplinas y como consecuencia se produce el debate sobre la permisibilidad
de esta pluralidad y de los límites entre las diversas disciplinas y áreas de cono¬
cimiento (Dudet Lions, 2003). Al respecto, Popper, a pesar de ser un ejemplo del
positivismo, sostiene que:
Las disciplinas se diferencian en parte por razones históricas y por razones
de conveniencia administrativa [...] y en parte porque las teorías que cons¬
truimos para resolver nuestros problemas tienen una tendencia a construir
sistemas unificados. Pero todas estas clasificaciones y distinciones son rela¬
tivamente poco importantes y superficiales. No estudiamos temas sino pro¬
blemas, y los problemas pueden atravesar los límites de cualquier objeto de
estudio o disciplina. (Popper, 1991)
El predominio de los conocimientos científicos y la división académico adminis¬
trativa excluyó la validez de los conocimientos legos, del sentido común, de los
Ramón Carrillo y el problema de la salud ■ IX
conocimientos colectivos, creencias o mitos que quedaron devaluados. Al relativizar
los límites de las disciplinas se ha generado la transdisciplinariedad en la construcción
de conocimientos y la pluralidad teórica. “Los procesos de intersección teórica entre
dos o más disciplinas son los que Giménez ha nombrado hibridación y que, según
este mismo autor, es lo que permitirá la innovación en las ciencias sociales” (Dudet
Lions, 2003). Para esta autora, al abordar el estudio de las sociedades a través de la
construcción de los conocimientos societales y de los procesos de comunicación y
lenguaje, se estaría hablando de otra concepción del ser humano en la que la co¬
municación, la estética, la ética y la afectividad colectiva son partes constitutivas del
pensamiento social y, por lo tanto, la racionalidad ya no sería el punto medular.
Hemos visto que el reconocimiento de la necesidad de un enfoque transdisci¬
plinario se enfrenta no solo con la tradición académica y con las tensiones intra e
interuniversitarias, sino también con las prácticas rutinarias de las divisiones admi¬
nistrativas, de los estudios que se oponen a los cambios tanto de denominación
como de encuadramiento de los distintos saberes que son transversales a múltiples
disciplinas, cuando no cualitativamente distintos.
Por otra parte, la creciente medicalización de la vida, el positivismo médico y los
factores de poder económico y de los laboratorios, así como la colonización cultural
del mundo anglosajón, no tuvieron en cuenta la diversidad cultural, social, política y
organizativa de los diversos países con su propia historia.
Por otra parte, el racionalismo cartesiano para el cual la certeza proviene del
“pienso, luego existo”, así como el positivismo cientificista desconocen que la exis¬
tencia humana no surge del racionalismo y menos aún se circunscribe a la razón. Por
el contrario, la razón y las ideas surgen desde nuestra existencia en un momento y en
un lugar determinados, la razón está situada e históricamente preñada de pasiones,
emociones, ideología y política que determinarán los caminos del devenir.
La sociología de la salud debe superar la aproximación epistemológica de la
sociología médica, yendo más allá del binomio salud-enfermedad derivado del
paradigma funcionalista como perspectiva gerencia!, corporativa e instrumental. La
sociología de la salud implica la necesidad de la participación ciudadana en defensa
de un derecho a la salud más equitativo, que promueva la integración efectiva entre
servicios sociales y sanitarios. La sociología de la salud, entonces, implica la humani¬
zación de los servicios, su ética, su historicidad social y su equidad, para comprender
y establecer una política sanitaria en el marco de una política nacional que tienda a
un Estado de bienestar o welfare State.
Para ello, habría que transformar el paradigma de la medicina en un paradigma
de la salud. Todo ello es lo que comprendía Ramón Carrillo como primer sani-
tarista argentino, sociólogo, educador y político que, como secretario de Salud,
ya sostenía que “frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la
angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son
unas pobres causas”.
Medio siglo después de las políticas sanitarias de Carrillo, a fines del siglo XX,
Pierpaolo Donati sostenía que:
X ■ Política sanitaria argentina
...la crisis del sistema sanitario debería ser gestionada de forma que la salud
sea entendida no como sinónimo de un aparato médico más eficaz, sino
como producción de un ambiente sano; considerando la enfermedad no
como efecto de un insuficiente control social, sino como insatisfacción de
las necesidades del mundo vital [...] como modificación activa del sistema
social en términos de comunicación auténtica entre instituciones sociales y
mundo vital. (Donati, 1994)
Sin embargo, los argentinos sabemos que cada vez que se quiso democratizar la
sociedad, o ampliar derechos sociales, hubo un golpe de Estado tras otro, que no
solo suprimieron derechos, denostaron, calumniaron o criminalizaron las políticas
públicas, sino que proscribieron tanto las políticas como a los políticos que imple-
mentaron hace más de medio siglo políticas de distribución de recursos y bienes so¬
ciales imprescindibles para una verdadera democracia. Dichas políticas de censura,
persecución y criminalización poco tienen que ver con el racionalismo y/o el posi¬
tivismo científico que pretende estudiar la academia. Es ideología, ética, intereses
políticos y económicos y pasiones con perspectivas antagónicas sobre el significado
de la democracia y del país que queremos y pretendemos construir.
Nuestra obligación como académicos y científicos es poner en cuestión lo
dado, lo existente, lo que construyeron los hombres y mujeres que no son fruto
de la naturaleza ni del racionalismo puro y, por lo tanto, puede ser reversible, o sea
que debemos utilizar la razón crítica. La ciencia no es neutral, ya que no se pueden
separar los descubrimientos científicos del uso que de ellos se hace. Como sostiene
el Papa Francisco: “El antropocentrismo moderno, paradójicamente, ha terminado
colocando la razón técnica sobre la realidad”.
Como planteaba Norbert Wiener, el creador de la cibernética en su libro Dios y
el Golem, S.A., la creación tecnológica puede ser utilizada para la paz y la humanidad
o para la guerra y la destrucción. Puede también servir para democratizar o para
sembrar aún más injusticias, para los poderosos o para el pueblo todo. El primer uso
de la cibernética fue utilizado para el primer lanzamiento de la bomba atómica. No
podemos separar la ciencia y la tecnología del uso social que se hace de ella. Si lo
hacemos podemos terminar como el aprendiz de brujo.
Vimos cómo se ocultó, hasta principios del siglo XXI, que fue Perón quien
eliminó por decreto los aranceles universitarios el 22 de noviembre de 1949, a fin de
que toda la población tuviera y ejerciera el derecho a los estudios superiores, pero no
faltaron iniciativas para volver a arancelar las universidades.
Todos los integrantes del gobierno de Perón fueron perseguidos y/o encarce¬
lados. El propio Perón estuvo exiliado y proscripto durante dieciocho años y quedó
prohibido hasta mencionar su nombre o recordar sus obras.
Arturo Frondizi, otro presidente que se alió al peronismo, tanto en 1958 como
en los años setenta (cuando el pueblo eligió por tercera vez a Perón), derrocado por
otro golpe militar, explica cómo se utilizó la calumnia en forma permanente para
derrocar a los políticos y a los gobiernos populares. En su libro Estrategia y táctica
del movimiento nacional, Arturo Frondizi, desde la prisión en la isla Martín García,
plantea que la corrupción es el pretexto para derribar gobiernos populares:
Ramón Carrillo y el problema de la salud ■ XI
No ha habido hazaña militar, política, económica, cultural de trascenden¬
cia para el afianzamiento de nuestra nacionalidad y el acrecentamiento de
su patrimonio material y espiritual que no haya sido objeto de las más
irresponsables campañas de difamación tendientes a invalidarlas, menos¬
preciarlas o postergarlas [...] no perseguía la reparación de la moral o la ley
perdida, sino que se conformaba con lograr su objetivo político [...] antes
se lanzaron contra los proceres de nuestra independencia y organización
nacional, desde San Martín hasta Rosas y Urquiza [...] siempre con el mis¬
mo propósito denunciado por Berutti “acarrearles el odio público, que su
partido y amigos no pudiesen revivir y el gobierno que reemplazaba al
caído se pudiese sostener sin temor de que los caídos pudiesen voltearlo”.
(Frondizi, 1964)
Posteriormente, el expresidente Frondizi sostuvo que ello sucedía cada vez que
desde el gobierno se ponían en peligro las posiciones y los privilegios de la minoría,
o sea, los factores de poder que hasta nuestros días siguen calumniando o crimina¬
lizando las políticas públicas democratizadoras en lo económico, lo social o cultural
que amplían derechos. Así pasó con Lisandro de la Torre o con Hipólito Yrigoyen.
En realidad, sabemos que la calumnia empezó con la Primera Junta de Gobierno,
cuando, en 1813, se enjuició a Mariano Moreno o a Juan José Castelli.
Ramón Carrillo, un eminente neurocirujano que se dedicó a la salud pública,
que fue tanto un sanitarista como historiador, sociólogo, educador y político, murió
calumniado, en la mayor pobreza, exiliado y sus textos proscriptos. Quizás es pre¬
cisamente por haber producido medicamentos desde el Estado, enfrentándose con
los laboratorios, por haber combatido exitosamente plagas como la fiebre amarilla,
la viruela, la difteria, la disentería, la epidemia tifoidea, o la peste bubónica. Quizás
por haber multiplicado la construcción de hospitales, clínicas e institutos y servicios
médicos, al mismo tiempo que decía que quería hospitales sin enfermos.
Una nueva universidad para servir a la nación en el
siglo XXI
Se nos desordenaron los saberes, debemos cambiar el enfoque y dejar la comodidad
académica de los ámbitos estancos definidos, la comodidad intelectual y adminis¬
trativa encajonada ya sea en centros, institutos, facultades, áreas, divisiones, depar¬
tamentos, etc.
Es importante convocar para resolver la necesidad de transformar la adminis¬
tración establecida de los saberes, para reordenar los cajones o para crear nuevos
ámbitos dialógicos que permitan administrar nuevos saberes y enfoques que tienen
vasos comunicantes permanentes entre sí. Y de este modo organizamos nuestra ins¬
titución en departamentos transdisciplinarios y definimos el Departamento de Salud
Comunitaria, el Departamento de Planificación y Políticas Públicas, el Departamento
XII ■ Política sanitaria argentina
de Desarrollo Productivo y Tecnológico y el Departamento de Humanidades y Artes.
En materia de investigación hemos creado el Instituto de Problemas Nacionales,
el de Cultura y Comunicación, el de Economía y Empleo, el de Justicia y Derechos
Humanos y el de Salud Colectiva.
Queremos enseñar, como quería Carrillo, a vivir en salud y con optimismo para
que la vida sea digna de ser vivida para toda la población. Pero no hay posibilidad de
enseñar si no se investigan en forma permanente las mutaciones que, voluntarias o
no, suceden en el país y en el mundo, y que cambian cada vez más aceleradamente la
morfología social. Tampoco se deberían realizar investigaciones para obtener galar¬
dones individuales, sino para formar hombres y mujeres para la Patria, al decir de
Arturo Jauretche, y contribuir al bienestar de la población.
Cuando sostenemos que el problema es la justicia y no la abogacía, y que no es
un problema solo ni exclusivamente de los abogados, muchos de los profesionales se
molestan puesto que parecen ser los propietarios de un valor o de una virtud, como
sostuvieron los antiguos filósofos. Sin embargo, los caminos procedimentales de los
conocedores del lenguaje y vericuetos del poder judicial pueden derivar en injusticias,
así como la falta de acceso o las tardanzas. Mientras tanto, la especialización del pro¬
fesional es difícilmente accesible a la comunidad que debe someterse a sentencias
inexplicables e incomprensibles que ignoran sus derechos.
Así como los abogados no se explican ni se comunican con los que deben aceptar
sus fallos o decisiones, usando muchas veces una lengua muerta como el latín,
muchos médicos utilizan términos incomprensibles para quienes no conocemos su
terminología y debemos aceptar sus decisiones u opciones sin entender los bene¬
ficios o perjuicios de cada una. Debemos defender nuestra salud como nos enseñó
Carrillo “con el mismo ahínco que cuidamos la libertad. La libertad en todas las
formas es un derecho del pueblo; la salud, en todos sus aspectos, es también un
derecho del pueblo, aunque menos conocido” (Carrillo, 1974).
Para Carrillo la educación sanitaria de las masas, la difusión, la educación y la pro¬
paganda a través de todos los medios de difusión debía ser auténticamente popular,
con un lenguaje llano y al alcance de todos. Sin embargo, los sistemas judiciales, así
como los sistemas de salud enclaustrados, amurallados y especializados —en los que
el vulgo no opina pero debe aceptar una sentencia judicial o médica— tienen un
mediador “experto” que los representa. Esos sistemas, a su vez, necesitan paramédicos
y parajurídicos o empleados judiciales para sostenerse.
En realidad, el neurólogo Ramón Carrillo entendía justamente que la salud del
pueblo es la mejor garantía y fortaleza de la patria y, por lo tanto, el especialista debía
ser, al mismo tiempo, un sociólogo, un educador y un estadista.
Cuando entendemos que la salud pública así como la justicia deben divulgarse
y para ello debemos educar, comunicar y culturalizar, entendemos también que
debemos tener estadistas que planifiquen la democratización de la salud, de la jus¬
ticia y de la educación para llegar a un Estado de bienestar y, para ello, necesitamos
políticas de Estado que busquen la seguridad social de la mano de la ampliación de
derechos. Así, la Constitución Nacional de 1949, emanada solo tres meses después
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, fue la
Ramón Carrillo y el problema de la salud ■ XIII
primera en ir aún más allá de los derechos establecidos por dicha declaración y buscar
un Estado de bienestar (Honorable Convención Nacional Constituyente, 1949).
Capítulo III. Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad, y de
la educación y la cultura.
I. Del Trabajador
1. Derecho de trabajar - El trabajo es el medio indispensable para satisfacer
las necesidades espirituales y materiales del individuo y de la comunidad,
la causa de todas las conquistas de la civilización y el fundamento de la
prosperidad general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido
por la sociedad, considerándolo con la dignidad que merece y proveyendo
ocupación a quien lo necesite. [...]
5. Derecho a la preservación de la salud - El cuidado de la salud física y moral
de los individuos debe ser una preocupación primordial y constante de la
sociedad, a la que corresponde velar para que el régimen de trabajo reú¬
na requisitos adecuados de higiene y seguridad, no exceda las posibilidades
normales del esfuerzo y posibilite la debida oportunidad de recuperación
por el reposo.
En diciembre de 1945, ya se había establecido el aguinaldo que significa un treceavo
sueldo para todos los trabajadores, y las vacaciones pagas ya existían desde 1943.
6. Derecho al bienestar - El derecho de los trabajadores al bienestar, cuya ex¬
presión mínima se concreta en la posibilidad de disponer de vivienda, indu¬
mentaria y alimentación adecuadas, de satisfacer sus necesidades y las de su
familia en forma que les permita trabajar con satisfacción, descansar libre de
preocupaciones y gozar mesuradamente de expansiones espirituales y mate¬
riales, impone la necesidad social de elevar el nivel de vida y de trabajo con los
recursos directos e indirectos que permita el desenvolvimiento económico.
7. Derecho a la seguridad social - El derecho de los individuos a ser amparados
en los casos de disminución, suspensión o pérdida de su capacidad para el
trabajo promueve la obligación de la sociedad a tomar unilateralmente a su
cargo las prestaciones correspondientes o de promover regímenes de ayu¬
da mutua obligatoria destinados, unos y otros a cubrir o complementar las
insuficiencias o inaptitudes propias de ciertos periodos de la vida o las que
resulten de infortunios provenientes de riesgos eventuales. [...]
10. Derecho a la defensa de los intereses profesionales - El derecho de agremiarse
libremente y de participar en otras actividades lícitas tendientes a la defen¬
sa de los intereses profesionales, constituyen atribuciones esenciales de los
trabajadores, que la sociedad debe respetar y proteger, asegurando su libre
ejercicio y reprimiendo todo acto que pueda dificultarle o impedirlo.
III. De la ancianidad
1. Derecho a la asistencia - Todo anciano tiene derecho a su protección integral,
por cuenta y cargo de su familia. En caso de desamparo, corresponde al Es¬
tado proveer a dicha protección, ya sea en forma directa o por intermedio de
los institutos y fundaciones creados, o que se crearen con ese fin, sin perjuicio
de la subrogación del Estado o de dichos institutos, para demandar a los
familiares remisos y solventes los aportes correspondientes.
XIV ■ Política sanitaria argentina
2. Derecho a la vivienda - El derecho a un albergue higiénico, con un mínimo
de comodidades hogareñas es inherente a la condición humana.
3. Derecho a la alimentación - La alimentación sana, y adecuada a la edad y
estado físico de cada uno, debe ser contemplada en forma particular.
4. Derecho al vestido - El vestido decoroso y apropiado al clima complementa
el derecho anterior.
5. Derecho al cuidado de la salud física - El cuidado de la salud física de los an¬
cianos ha de ser preocupación especialísima y permanente.
6. Derecho al cuidado de la salud moral - Debe asegurarse el libre ejercicio de las
expansiones espirituales, concordes con la moral y el culto.
7. Derecho al esparcimiento - Ha de reconocerse a la ancianidad el derecho de
gozar mesuradamente de un mínimo de entretenimientos para que pueda
sobrellevar con satisfacción sus horas de espera.
8. Derecho al trabajo - Cuando el estado y condiciones lo permitan, la ocupa¬
ción por medio de la laborterapia productiva ha de ser facilitada. Se evitará
así la disminución de la personalidad.
9. Derecho a la tranquilidad - Gozar de tranquilidad, libre de angustias y pre¬
ocupaciones, en los años últimos de existencia, es patrimonio del anciano.
10. Derecho al respeto - La ancianidad tiene derecho al respeto y consideración
de sus semejantes.
IV. De la educación y la cultura
La educación y la instrucción corresponden a la familia y a los estableci¬
mientos particulares y oficiales que colaboren con ella, conforme a lo que
establezcan las leyes. Para ese fin, el Estado creará escuelas de primera ense¬
ñanza, secundaria, técnico-profesionales, universidades y academias
1. La enseñanza tenderá al desarrollo del vigor físico de los jóvenes, al per¬
feccionamiento de sus facultades intelectuales y de sus potencias sociales, a
su capacitación profesional, así como a la formación del carácter y el cultivo
integral de todas las virtudes personales, familiares y cívicas.
2. La enseñanza primaria elemental es obligatoria y será gratuita en las es¬
cuelas del Estado [...]
4. El Estado encomienda a las universidades la enseñanza en el grado supe¬
rior, que prepare a la juventud para el cultivo de las ciencias al servicio de los
fines espirituales y del engrandecimiento de la Nación y para el ejercicio de
las profesiones y de las artes técnicas en función del bien de la colectividad.
Las universidades tienen el derecho de gobernarse con autonomía, dentro
de los límites establecidos por una ley especial que reglamentará su organi¬
zación y funcionamiento.
El 22 de noviembre de 1949, el presidente Perón eliminó todos los aranceles uni¬
versitarios. Desde ese momento, la universidad argentina es gratuita. Como dicha
Constitución promovía un Estado de bienestar y defendía los derechos a la segu¬
ridad, a la salud y a la educación, entre otros, fue derogada por los que se instalaron
nuevamente en el poder a través de un golpe de Estado en 1955. Ya las minorías en el
Ramón Carrillo y el problema de la salud m XV
poder, no solo proscribieron al peronismo y sus líderes, sino que decidieron volver
casi un siglo atrás a la Constitución de 1853.
Seguiremos sosteniendo que los derechos sociales son derechos de justicia y,
al haber vivido muchas veces la pérdida de derechos que acompañaron tanto los
golpes de Estado como los gobiernos en manos de los poderosos, defenderemos con
ahínco tanto la libertad como la salud, como nos enseñó Ramón Carrillo. Para ello,
continuaremos poniendo nuestro esfuerzo en educar al único soberano que es el
pueblo en un lenguaje claro y llano al alcance de todos.
Fue precisamente Ramón Carrillo quien entendió que la salud solo existirá
si se entiende como bienestar físico, mental, moral y social del individuo, como
resultado del medio ambiente social. Todos los derechos plasmados en la Consti¬
tución de 1949, los derechos de la ancianidad a la asistencia y protección del Estado,
a la vivienda, a la alimentación, al vestido, al cuidado de la salud física y moral, al
esparcimiento, al trabajo, a la tranquilidad y al respeto; los derechos del trabajador a
la seguridad social, a la defensa de los intereses profesionales, al bienestar, a la edu¬
cación y la cultura son los derechos a la salud de la población con justicia y dignidad,
como corresponde a un Estado de bienestar democrático, como lo entendía Ramón
Carrillo y el gobierno peronista.
Por todo lo expuesto, nuestro mejor homenaje a Ramón Carrillo será difundir
su pensamiento, educar para la salud, formar ese ejército de hombres y mujeres de
la salud pública que no son solo médicos, son también economistas, trabajadores
sociales, ambientalistas, políticos y a todos aquellos que trabajen para la grandeza de
la nación y para ampliar y ejercer los derechos democráticos con justicia y dignidad.
Bibliografía
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XVI ■ Política sanitaria argentina
NOTA DEL EDITOR
La relevancia de la obra sanitaria de
Carrillo en clave norte-sur
Hugo Spinelli 1
La Universidad Nacional de Lanús, para reconstruir la memoria, rescata del dominio
del olvido la obra Política Sanitaria, publicada por primera vez en 1949. Allí, en las
primeras páginas, Ramón Carrillo escribe:
He tratado de interpretar el pensamiento orientador del general Perón,
quien tiene los ojos y el corazón aplicados a todos los aspectos del problema
social. Uno de esos aspectos es la medicina. En el curso de los distintos ca¬
pítulos hago mención especial de cómo procuramos “tecnificar” la doctrina
del señor presidente de la nación. Me anima el propósito de presentar un
conjunto doctrinario, pues es evidente que, a pesar de la diversidad de los
temas, existen ciertas ideas o principios orientadores, que son nexos reite¬
rados en todos los asuntos que fortuitamente he ido tratando en el curso de
tres años (Carrillo, 1949)
Para dimensionar la trascendencia de Carrillo, trataremos de comparar su obra con
lo que ocurría en ese momento a nivel sanitario en EEUU a través de dos hechos: por
un lado, la construcción de hospitales y, por lo tanto, el número de camas totales en
el país; y, por el otro, la situación de una enfermedad que azotaba principalmente el
norte argentino: la malaria.
Los hospitales
En noviembre de 1945, en EEUU, en un contexto político caracterizado por un con¬
servadurismo social y un keynesianismo económico, el presidente Harry Truman
envió una carta al Congreso de ese país en el que describía un programa para me¬
jorar la salud y la atención médica de los estadounidenses. La Ley de Estudios y
Construcción de Hospitales respondió a la primera parte de dicho programa. Esa
ley fue redactada por los senadores Lister Hill y Harold Burton y promulgada por
'Doctor en Salud Colectiva. Director del Instituto de Salud Colectiva, Universidad Nacional de Lanús.
Director de la colección Cuadernos del ISCo.
La relevancia de la obra sanitaria de Carrillo en clave norte-sur m XVII
el presidente Traman el 13 de agosto de 1946 (Cronin, Reed & Hollingsworth, 1950;
Lochner, 1987; Hoge, 1946; Peristadt, 1995; Feshbach, 1979).
El programa Hill-Burton (como se conoció la ley) fue el principal agente finan-
ciador para la construcción de instalaciones de salud (básicamente hospitales). Las
estimaciones hechas en ese momento indicaban que se necesitaban unas 195.473
camas, lo que requería una inversión de 1.600 millones de dólares para construirlas
y otros 1.800 millones de dólares para equiparlas. El objetivo era alcanzar una
dotación hospitalaria de 4,5 camas por cada 1.000 personas (Feshbach, 1979).
El programa Hill-Burton tenía la intención de dar prioridad a las poblaciones
rurales y minoritarias que carecían de un servicio hospitalario adecuado. Según los
proyectos prometidos por el Servicio de Salud Pública, los hospitales debían crear un
entorno “humano” y para ello se obligaba a todos los hospitales que recibían fondos
del programa a proporcionar un “volumen razonable” de atención gratuita, tanto
a indigentes como a personas que no pudieran pagar el costo total de la atención
necesaria. No se permitía discriminar en función del color de piel, la nacionalidad o
el credo. Todas estas disposiciones del Programa Hill Burton fueron ignoradas, tanto
por los hospitales, como por la burocracia federal, y la idea de cobertura universal
desapareció, porque se la consideró demasiado costosa. El requisito de la ley no se
cumplió y no hubo ninguna regulación para definir lo que constituía un “volumen
razonable” de atención gratuita para asegurar que los hospitales la proporcionaran
(Cronin, Reed & Hollingsworth, 1950; Lochner, 1987; Hoge, 1946; Peristadt, 1995;
Feshbach, 1979).
En tanto en el norte se debatía si la atención debía ser gratuita o no, en el sur, el
General Juan Domingo Perón en su primer gobierno afirmaba (Perón, 1973):
...hasta 1946 no existía en la República Argentina un organismo estatal en¬
cargado de velar por la salud de su población. Existía en cambio un Minis¬
terio de Agricultura que tenía una Dirección de Sanidad Vegetal y Animal.
Interesaba más la salud de los animales porque estos tenían buen precio, en
cambio un hombre no se cotizaba ni en ferias ni en mercados. Esta era la
Argentina que nosotros encontramos.
Ramón Carrillo —secretario de Salud Pública entre 1946 y 1949 y luego, a partir de
1949, ministro de Salud Pública— reconocía que al momento de asumir como secre¬
tario de Salud Pública había en el país 60.000 camas, de las cuales 15.425 pertenecían
a establecimientos nacionales, para una población total de casi 16 millones de per¬
sonas, lo cual arrojaba una relación de 4,1 camas por cada 1.000 habitantes. Pero el
país necesitaba 150.000 camas, es decir, más del doble de las existentes, y se propuso
como meta alcanzar la relación de 10 camas por cada 1.000 habitantes:
Si se tienen en cuenta que son necesarias de 10 a 13 camas por cada mil habitan¬
tes (1,3%) para atender a nuestros enfermos, deberíamos contar, como mínimo,
con 150.000 camas en todo el país, y solo disponemos actualmente de 70.000,
es decir menos de la mitad. He aquí el primer problema: construir nuevos esta¬
blecimientos y darles el acento social que propugnamos. (Carrillo, 1949)
XVIII ■ Política sanitaria argentina
En 1951 se alcanzaba la casi duplicación de las camas, con un total de 66.300
nuevas camas, de las cuales un 80% pertenecía al sector público. Ya para 1954 se
había conseguido un número de 132.000 camas (Veronelli & Testa, 2002). Mientras
Carrillo se había planteado metas que consiguió en menos de 10 años, en EEUU, tras
10 años de ejecución del Programa Hill-Burton se habían creado solo 70.000 nuevas
camas, el mismo número que se habían construido en Argentina, pero la mitad de
las que se necesitaban en EEUU (Abbe, 1955).
Es necesario recordar, además, que la atención hospitalaria en Argentina era gra¬
tuita para toda la población, sin ningún tipo de restricción de sexo, edad, o país de
procedencia.
La situación de la malaria
No solo podemos comparar la situación hospitalaria de la época con EEUU, sino
también podemos analizar un problema social de significancia como lo fue la ma¬
laria, la cual se consiguió prácticamente erradicar en los primeros años de la década
de 1950 (Tabla 1), por un colaborador de Carrillo, el Dr. Carlos Alberto Alvarado
Tabla 1. Casos registrados de malaria. Argentina y
EEUU, 1946-1960.
Año
Argentina
EEUU
1946
122.168
48.610
1947
41.250
15.116
1948
15.667
9.606
1949
4.304
4.151
1950
1.954
2.184
1951
1.829
5.600
1952
1.040
7.023
1953
648
1.310
1954
618
715
1955
240
522
1956
707
234
1957
791
132
1958
1.096
85
1959
5.351
72
1960
1.975
72
Fuente: Elaboración propia con base en Los orígenes institucionales de
la Salud Pública en la Argentina (Veronelli & Veronelli Correch, 2004)
y La 0PS en Argentina: crónica de una relación centenaria (Veronelli &
Testa, 2002).
La relevancia de la obra sanitaria de Carrillo en clave norte-sur ■ XIX
quien, al asumir el gobierno de la autodenominada Revolución Libertadora, fue
dejado cesante y tuvo que emigrar. No obstante, no tardó mucho en conseguir
trabajo en función del reconocimiento de su tarea, y se transformó así en jefe del
Programa Mundial de Erradicación del Paludismo de la Organización Mundial
de Salud entre 1959 y 1964 (Jauretche, 2012). En el mismo cuadro, también puede
observarse cómo, durante el gobierno de “la Revolución Libertadora”, los casos de
malaria volvieron a aumentar, período durante el cual EEUU recién vuelve a tener
menos casos registrados que Argentina.
Con relación a las enfermedades de la pobreza, el entonces presidente Perón
señalaba lo siguiente (Perón, 1973):
Se combatía la garrapata y la langosta en el norte, pero el paludismo, que
diezmaba su población no había llamado la atención de los poderes públicos.
La lepra, en el litoral, era un problema serio. La tuberculosis y la sífilis eran
verdaderos flagelos nacionales ayudados por la incuria de las autoridades.
El tifus exantemático, la brucelosis, el quiste hidatídico y numerosas enfer¬
medades iban tomando formas crónicas en sectores de población regional.
El informe Pedroso
Luego del golpe militar de la autodenominada Revolución Libertadora —y a soli¬
citud del gobierno militar—, llegó al país Odair Pedroso, un consultor en adminis¬
tración de hospitales de la Organización Panamericana de la Salud. Su misión era
analizar las políticas sanitarias del gobierno peronista (Pedroso, 1968). Este médico
brasileño tenía como antecedentes haber estudiado organización de hospitales en
EEUU, y ser el primer superintendente del Hospital de Clínicas de Sao Paulo, inau¬
gurado en 1944 (Organización Panamericana de la Salud, 1982).
En la introducción de su informe publicado originalmente en 1956, Pedroso
explícita el objetivo de su misión:
Mi tarea inicial en la Argentina era hacer una investigación sobre los méto¬
dos de administración hospitalaria en el país y aconsejar y hacer recomen¬
daciones al gobierno para el mejoramiento de los servicios. Posteriormente,
me correspondió realizar una verdadera investigación sobre las condiciones
de asistencia hospitalaria, comprendiendo todos sus aspectos. Debería ma¬
nifestar también mi opinión sobre cómo podría ésta mejorar y desenvol¬
verse de acuerdo con los principios fundamentales de la técnica moderna.
(Pedroso, 1968)
Durante el informe, el consultor reconoce que la relación camas/habitantes que
tiene el país se corresponde con los estándares internacionales, pero critica la con¬
centración de camas en áreas urbanas en detrimento de las áreas rurales, situación
también existente en EEUU y señalada en la bibliografía de la época (Pedroso, 1968;
XX ■ Política sanitaria argentina
Starr, 1991). Las críticas que realiza el informe a la situación hospitalaria en Argentina
no se diferencian de las que se encontraban en EEUU y que pueden extrapolarse
en la actualidad a ambos países, lo cual demuestra que no son organizaciones dó¬
ciles a las políticas de los gobiernos y que cuentan con márgenes importantes de
autonomía, producto del juego de corporaciones profesionales que las transforman
en organizaciones muy complejas (Perrow, 1961; Mintzberg, 2003; Testa, 1997). Al
abordar el tema de la administración hospitalaria y la organización del personal,
Pedroso reconoce la complejidad y afirma:
Así conceptualizada la administración hospitalaria, fácil será concluir que en
la República Argentina esa especialidad se encuentra en su infancia, por la
carencia de conocimientos básicos necesarios. Le falta tecnicismo científico
y es inexistente la diferenciación científica; confunden la medicina con el
hospital y el médico con un director o administrador. Se mezcla la técnica
con la política, y se subvierte el orden de las cosas, anulando la mayoría de
las veces la primera en beneficio de lo último. De esta suerte, fallan, en la
mayoría de los casos, los principios fundamentales capaces de orientar cual¬
quier administración. Derribados estos, claudica la organización, fallan los
sistemas, se malgastan los recursos, resultan inoperantes los servicios, distri¬
buyen mal los elementos de trabajo, disminuye el rendimiento del personal
y se reúnen datos imprecisos. (Pedroso, 1968)
Las críticas a las cuestiones administrativas que realiza Pedroso señalan una con¬
cepción del hospital asociada a la idea de una fábrica, o de una empresa, a la cual
le caben los grandes lincamientos del mundo de la administración. Su sesgo tecno-
crático se explicita al alarmarse por la existencia de dimensiones políticas, al suponer
que existen problemas técnicos y problemas políticos puros en vez de problemas
tecno-políticos o político-técnicos (Matus, 2007). La fuerte dimensión política del
informe Pedroso, que se oculta tras la presunta neutralidad técnica, lo transforma
en objeto de estas notas. Pero no hay que recorrer mucho el informe para ver cómo
se derrumba esa presunta asepsia, y encontrar las dimensiones ideológicas de lo
técnico:
En los últimos años, el Gobierno Federal y los provinciales, reclamaron para
sí la responsabilidad íntegra de la administración y mantenimiento de las
instituciones antes financiadas por la filantropía. De esta suerte se creó en
ese país una nueva mentalidad que es la de la obligación integral por parte
del Estado de asistir gratuitamente a toda la población. No incumbe al Con¬
sultor la crítica de esa concepción, más a su modo de ver, el resultado de esa
política, debidamente analizada, no será favorable. En primer lugar, la co¬
munidad dejó de participar en sus programas de salud, existiendo aún cierta
indiferencia por parte de la población, que considera que el Gobierno es el
único responsable de su salud y de la asistencia. [...] El consultor sustenta el
criterio de que los establecimientos de asistencia hospitalaria general deben
pertenecer predominantemente a entidades particulares, y ser administra¬
dos por aquellos, correspondiendo al gobierno intervenir subsidiariamente
en la concesión de medios materiales y en el ofrecimiento de recursos téc¬
nicos, siempre que sea posible y que le solicite a este efecto. (Pedroso, 1968)
La relevancia de la obra sanitaria de Carrillo en clave norte-sur m XXI
La lectura del informe de Pedroso tiene relevancia ya que contiene de manera
explícita o germinal las ideas privatizadoras que trataron de marcar las políticas de
salud de Argentina, desde entonces hasta la actualidad, a través de distintas agencias
internacionales.
La obra de Carrillo proyectada en el tiempo
Si bien en décadas posteriores el hospital perdió la centralidad que se le había asignado
a mitad del siglo XX, las observaciones con relación a lo que Carrillo denominaba
medicina social continúan teniendo total vigencia ante la persistencia en nuestros días
de problemas sociales —más que enfermedades— como la tuberculosis, la sífilis con-
génita, la enfermedad de Chagas y la hidatidosis, entre otras (Carrillo, 1949).
En la última carta a su hermano Arturo, Ramón Carrillo le escribía: “Esa obra
debe ser reconocida; yo no puedo pasar a la historia como malversador y ladrón de
nafta” (Carrillo, 2005), calificación que había recibido por parte de la Revolución
Libertadora.
En función de destacar la relevancia de su obra, desde el Instituto de Salud
Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús publicamos, como primera obra de la
colección de libros electrónicos “Cuadernos del ISCo” esta nueva edición de Política
sanitaria que reúne en un solo libro los dos tomos de discursos oficiales, conferencias
y artículos publicados originalmente en 1949, los que han sido enriquecidos, en esta
edición, con una selección de fotografías de la época que hemos recuperado del
acervo del Archivo General de la Nación. Vaya así nuestro pequeño pero sentido
homenaje a Ramón Carrillo, en pos de que tanto su figura como su labor como
sanitarista superen el olvido tal como él lo solicitara en la carta a su hermano Arturo.
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XXII ■ Política sanitaria argentina
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La relevancia de la obra sanitaria de Carrillo en clave norte-sur m XXIII
En otros tiempos la cultura y la salud fueron como la rique¬
za, patrimonio de sectas y castas privilegiadas; sólo ellas eran
capaces de producir y gozar de un poema, de un cuadro o de
una página musical. Solo ellas podían vivir limpias y sanas en
medio de la miseria y la enfermedad de las masas. Hoy, la cul¬
tura, por la imprenta, la radio, el cine y la televisión, y por la
socialización de las actividades inherentes a la comunidad,
—tales como la salud pública — se ha transferido al pueblo y es
del pueblo.
Así como ahora dominan las tareas vinculadas a la física y a la
química, a la economía y al comercio, a la industria y a la pro¬
ducción, en una sociedad debidamente planificada en beneficio
de todos, tendrán gran trascendencia la biología, la sociología
y toda la ciencia del hombre y el consejo de los médicos, de los
higienistas, de los dietólogos, de los arquitectos, de los juristas y
sociólogos y de los auténticos economistas.
Perón
(De la Conferencia inaugural del Curso sobre Política Alimenta¬
ria Argentina, pronunciada por el general Juan D. Perón el 29 de
abril de 1949, en el Teatro Colón de Buenos Aires)
Proemio
José Arce
Los hombres inteligentes y laboriosos, aun cuando se especialicen, tarde o temprano
concluyen por ampliar sus actividades. Especialmente en los países jóvenes, donde
la inmadurez y las circunstancias crean ambientes especiales y ofrecen ocasiones
imprevistas.
Tal es el caso de Ramón Carrillo, actual ministro de Salud Pública. Alumno bri¬
llante, graduado cum laude, se consagró, inmediatamente, al estudio de las enfer¬
medades del sistema nervioso. Y a la edad en que otros comienzan a adquirir nom¬
bradla, ya había conquistado la cátedra y un lugar de primera fila entre los mejores
cirujanos de la especialidad en el mundo.
Es cierto que se trata de la más excelsa y amplia de las especialidades médicas,
pero, en definitiva, sus límites son reducidos. Un espíritu como el de Carrillo no
podía encuadrarse en ellos y era natural que, en la primera oportunidad, buscase
mayor radio de acción.
Con frecuencia, hombres sesudos no aprueban una actitud semejante. Creen que
el especialista se debe a su especialidad y, más que a esta, al egoísmo de quienes
necesiten de sus servicios. Olvidan que no ha renunciado a su libertad y que, antes
que una máquina de trabajo, obligado a rendir el cien por ciento en beneficio de
la colectividad, es un hombre libre con derecho a ampliar su horizonte y aun a
cambiar de orientación. Y que es el único responsable del éxito o del fracaso de esa
ampliación o de ese cambio.
Viene a los puntos de la pluma una anécdota relacionada con esta materia. Un
hombre público conversaba con un profesional que gustaba más de la investigación
científica y del progreso de su universidad, que de ganar dinero. En una de sus incur¬
siones políticas acababa de obtener un éxito parlamentario. “Usted sería el hombre
más rico de la república si se hubiese consagrado por entero al ejercicio de su pro¬
fesión”, le dijo el hombre público, mientras comentaba el referido éxito. “Tal vez,
respondió el profesional, pero no sería quien actualmente soy”.
Es que existe una tendencia marcada a “encasillar” a los hombres como si sus acti¬
vidades debieran limitarse a la primera vocación. Y eso no es aceptable, ni respetuoso
de la libertad individual, aun en países más desarrollados y poblados que el nuestro.
Harvey Cushing, uno de los grandes cirujanos del mundo y el más famoso de los
especialistas en sistema nervioso en EEUU, terminó sus días estudiando y enseñando
ciencias sociales y políticas en Yale después de haber dejado el Peter Bent Brigham
Hospital, donde había brillado como astro de primera magnitud de la Universidad
de Harvard.
Proemio m 3
Pero volvamos a Carrillo. Tiene la energía, la inteligencia y la capacidad para ser
útil a su país, fuera de sus actividades quirúrgicas. Y está en plena tarea. Los diversos
capítulos de este libro lo demuestran.
Ha preparado un plan y ensaya su desarrollo. Pero sabe que para ir adelante, es
necesario adaptarse a las circunstancias y no ignora que una revolución social —pre¬
cisamente por haberse operado sin convulsiones ni derramamientos de sangre—
exige tenacidad y tiempo para imponerse. Posiblemente por eso no se apura, pero
trabaja y no pierde la dirección del objetivo final.
Si consigue disponer del tiempo necesario —esto no depende exclusivamente
de él— tendrá éxito y realizará su plan de organizar e imponer una buena política
sanitaria.
Desgraciadamente hay un fenómeno que dificulta su tarea; la congestión profe¬
sional en el gran Buenos Aires, congestionado a su vez por una enorme afluencia de
población. Pero esto viene de más atrás. Él no la ha provocado y es muy difícil luchar
con los factores sociales que la favorecen. El fenómeno es grave, no solo para la salud
pública; lo es, también, para el porvenir económico de la nación.
Pero yo me pregunto, ¿llegado el caso de tener que adoptar algún remedio para
corregir esta “macrocefalia”, no será un neurocirujano el hombre más adecuado para
aplicarlo?
En cualquier caso sus afanes no habrán sido inútiles, la organización del minis¬
terio que ha de cuidar de la salud pública argentina, es una necesidad.
Hay que ayudarlo. Es cierto que el país es joven, pero ha abandonado las muletas
de la adolescencia y marcha, vigorosamente, hacia su destino. Y de ese ministerio
depende que se reduzcan la morbilidad y la mortalidad, elementos indispensables,
al lado de la inmigración, para preparar nuestra grandeza. La profecía de Sarmiento
en su oración a la bandera debe ser la estrella que nos guíe.
Buenos Aires, 10 de julio de 1949
4 ■ Política sanitaria argentina
Advertencia del autor
Reúno en este volumen artículos dispersos, conferencias, discursos oficiales, etc.,
muchos de ellos simples versiones taquigráficas arregladas. He tratado de interpretar
el pensamiento orientador del general Perón, quien tiene los ojos y el corazón apli¬
cados a todos los aspectos del problema social. Uno de esos aspectos es la medicina.
En el curso de los distintos capítulos hago mención especial de cómo procuramos
“tecnificar” la doctrina del señor presidente de la nación.
Me anima el propósito de presentar un conjunto doctrinario, pues es evidente
que a pesar de la diversidad de los temas, existen ciertas ideas o principios orien¬
tadores, que son nexos reiterados en todos los asuntos que fortuitamente he ido
tratando en el curso de tres años.
No obstante el carácter oficial de los discursos, he procurado siempre ser lo
menos formalista posible; evité intencionalmente las frases huecas, esas que se dicen
para salir del paso, para reemplazarlas —en lo posible— por directas referencias a
hechos, ideas o puntos de vista del titular de la Secretaría de Salud Pública —hoy
Ministerio—, es decir, el pensamiento oficial y técnico sobre cada materia. Porque
no puedo olvidar que además soy profesor universitario, y esto supone un com¬
promiso que no puede ser igual para todos.
En ningún momento he ocultado mis opiniones, dispuesto a no eludir polé¬
micas y a afrontar en cualquier terreno la discusión de los principios generales que
orientan nuestra política sanitaria argentina, política que tratamos de armonizar en
un conjunto de enunciados básicos a fin de descubrir el camino más simple, directo
y económico de las soluciones concordantes con nuestros medios, necesidades y
características nacionales. Ningún hombre puede actuar en la vida pública o privada,
sin ordenar sus actos dentro de una doctrina, buena o mala, discutible o no, pero
doctrina al fin.
Cuando hablamos de política sanitaria, empleamos el término “sanitario” como
sinónimo de salud pública, aunque según mis propias definiciones, el concepto de
“sanitario” es mucho más restringido. Pero mantenemos el término un poco por
respeto a la costumbre y si se quiere a la tradición.
Las ideas generales que deben inferirse de la lectura de este volumen se plantean
germinalmente en el discurso que pronuncié al hacerme cargo de la Secretaría de
Salud Pública el 30 de mayo de 1946, y tienen luego un amplio desarrollo técnico
en los cuatro tomos del Plan Analítico de Salud Pública, que forma parte del plan de
gobierno del general Perón.
Los artículos y conferencias que integran este volumen fueron escritos apre¬
suradamente, “calamus currendi”, en medio del intenso requerimiento diario, alter¬
nando nuestras obligaciones del cargo, tan absorbentes, con algunas cuartillas para
Advertencia del autor ■ 5
el próximo tema sanitario, a tratar perentoriamente en congresos, reuniones o inau¬
guraciones. Muchas conferencias no han sido registradas taquigráficamente, por lo
cual la dilucidación de problemas como los que plantean la alienación, la tubercu¬
losis, la lepra, se ha perdido. No desearía que se pierdan estas, que por lo menos han
sido registradas. Desde nuestra posición en el Gobierno, solo es posible la creación
intelectual y episódica, e insisto sobre este punto para hacerme perdonar todas las
deficiencias. Un despacho ministerial no es por cierto lo más apropiado para escribir
un tratado orgánico sobre esta nueva rama de la medicina que es la salud pública
en la Argentina, abordada con nuevos fines y nuevos métodos, como lo estamos
haciendo.
Al publicar este volumen solo pretendemos ser útiles a los médicos en general
y a los médicos sanitarios e higienistas en particular, y, con los medios a nuestro
alcance, contribuir a ordenar las ideas de todos ellos, concretando los fines inme¬
diatos y el espíritu de la actual política sanitaria argentina, que es también la primera
que tenemos. Hasta ahora no la tuvimos; comencemos, pues, con algo, aunque sea
esto, bien modesto, por cierto.
No he querido que este libro fuera una mera recopilación de discursos más o
menos ordenada; he preferido darle así cierta organicidad a la presentación de
los temas. Como el libro se ha ido formando en circunstancias muy diversas, no
tiene estructura propiamente dicha; es heterogéneo, además de incompleto; tiene
lesiones congénitas contra las cuales no hay ortopedia que valga, ni tipografía, ni
composición que las oculte.
En cuanto al aspecto literario, este tiene o puede tener atenuantes. Para pasar por
alto los errores, basta tener en cuenta que son cosas escritas por un médico; ante¬
cedente que de hecho nos exime de mayores justificaciones y nos permite desde ya
sentirnos disculpados. ¡Es tan seria la fama de nuestra terapéutica cuando se aplica
a la sintaxis!
Seríamos muy felices —y habría cumplido su misión este sencillo trabajo— si
otro médico —algún idealista— descubriera su misión en nuestros párrafos, mal
dibujados si se quiere, pero que anhelan transformarse en un mensaje de nuestro
tiempo, traducir la tónica de una época y de un sentimiento argentino, creador,
audaz, decidido, que va al encuentro de su destino y de la realidad con ideas y
pasiones tan grandes como son el amor a la patria y el incontenible propósito de
conquistar la felicidad del pueblo argentino, de ese pueblo argentino que formarán
nuestros hijos y nietos para ejemplo del mundo, fuertes por su salud física, pero más
fuertes aun por su vigor moral, su valentía y su honradez.
Otro de los motivos que me han decidido a efectuar esta publicación es que,
contrariamente a lo que me había imaginado, mis colegas médicos han leído mis
trabajos, y lo que es más admirable —¡admirable poder del Espíritu Santo!— los han
asimilado, llevando las ideas a la aplicación práctica. Nunca he tenido una emoción
más honda y fraternal que cuando en mis visitas al interior, me he encontrado con
colegas entusiastas que repetían frases e ideas extraídas de mis palabras, quizás, sin
darse cuenta de ello. A esos colegas les envío desde este prólogo un abrazo, porque
me han tributado el más honroso homenaje a que pueda aspirar un apasionado de
6 ■ Política sanitaria argentina
sus ideas y de su tarea con esa identificación, pues en esos momentos se siente latir
cerca el corazón argentino y el corazón de nuestros maestros, de aquellos que nos
enseñaron medicina y nos pusieron en el camino del espíritu médico. A todos ellos
—a mis maestros— que en los inciertos años de la iniciación me brindaron su consejo
y me tendieron su mano amiga, les dedico también estas líneas y este recuerdo.
Junio de 1949
Advertencia del autor ■ 7
Creación de la Secretaría de Salud
Pública y definiciones iniciales para su
orientación 1
Ramón Carrillo se hace cargo de la Secretaria de Salud Pública. 7 de junio de 1946.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Al asumir el cargo de secretario de Salud Pública, con el rango de ministro de Estado,
debo expresar mi profunda gratitud al excelentísimo señor presidente de la nación,
por haberme honrado con tal designación.
Mi agradecimiento, en este sentido personalísimo, alcanza también por supuesto
a todos los señores ministros, porque todos han concurrido con su acuerdo a hacerme
objeto de una distinción tan alta como desproporcionada con mis merecimientos.
Pero hay aún otro concepto de orden general, que me obliga, asumiendo cir¬
cunstancialmente la representación de la medicina argentina y de todas sus ramas,
a referirme al excelentísimo señor presidente electo, coronel don Juan D. Perón, a
'Discurso del doctor Ramón Carrillo al asumir el cargo de secretario de Salud Pública, el 1 de junio de
1946.
Creación de la Secretaría de Salud Pública m 9
quien le corresponde, en inspiración, la paternidad de esta creación que es la Secre¬
taría de Salud Pública, jerarquizada en Ministerio de Estado, con lo cual ha venido
a cumplirse un unánime anhelo de la clase médica, ya alentado en los tiempos del
primer presidente del Departamento Nacional de Higiene, doctor Pedro Pardo, de
Penna, de Rawson, de Ayerza, de Pirovano y de Güemes, para no hablar sino de los
grandes precursores desaparecidos.
De ahí que toda la clase médica y desde luego también el pueblo de la nación, que
será el beneficiario directo de esta innovación institucional, quedamos obligados
para con el líder de la revolución del 4 de junio de 1943, coronel Perón, por haber
recogido e impulsado a su realización aquel antiguo anhelo, que también hallara eco
en Hipólito Irigoyen, quien, con su gran sensibilidad para las necesidades populares,
durante su primera presidencia, había encomendado al doctor Agudo Ávila la plani¬
ficación del Ministerio de Salud Pública.
Factores indirectos de la salud
La idea fracasó entonces por miramientos formales derivados del enunciado limi¬
tativo de ministerios en el texto constitucional con determinación de sus respectivos
ramos, frustrándose así, paradojalmente, una iniciativa que venía impuesta por el
mismo preámbulo de la Constitución en cuanto declara propósito esencial de la
organización estatal el velar por el bienestar colectivo.
El Poder Ejecutivo de la Nación ha atendido, pues, esa postulación constitucional,
al resolver, en acuerdo general de ministros, que la Secretaría de Salud Pública tenga
el poder y las atribuciones suficientes para estructurar la defensa de la salud pública
y propender a la formación de un pueblo fuerte, sano y útil.
No podemos estar atentos, únicamente, a reponer la salud de los enfermos o a
compensar la de los débiles, lo cual es, en efecto, un deber del Estado y de la sociedad,
pero tanto o más imperioso es aún dedicarse a los sanos, para su preservación y para
favorecer su normal desarrollo.
La Secretaría de Trabajo y Previsión ha producido ya, de su parte, el saludable
efecto de levantar el estándar de vida y de mejorar la situación de los trabajadores,
que constituyen la masa más numerosa y la más necesitada de protección oficial.
Trabajo, vivienda y alimento sanos son los componentes indirectos de la salud y
de la felicidad del pueblo, y es en ese terreno social donde la medicina está llamada a
cumplir su papel más importante, secundando al Estado en sus previsiones protec¬
toras del trabajo humano.
La enfermedad niveladora social
Ningún habitante de la nación puede estar desamparado por el solo hecho de ca¬
recer de recursos. El dolor y la enfermedad son niveladores sociales; por eso no
existirá verdadera justicia social si el pobre no dispone de idénticas posibilidades de
10 ■ Política sanitaria argentina
curarse que el rico, si no cuenta con los mismos elementos e igual asistencia médica
que este. La urgencia de vigilar el caudal humano de la nación, no es un problema
sentimental, ni es una mera cuestión de filantropía, es un imperativo que resulta de
la igualdad de derecho a la vida y a la salud. La medicina, dentro de esta concepción,
adquiere su verdadero aspecto y un nuevo sentido la acción del médico, que debe
posesionarse profundamente de esta valoración de la existencia humana, en función
de la colectividad. Cada enfermo, cada deficiencia física o mental, cada muerte pre¬
matura es un perjuicio para todos.
No expondré en esta oportunidad el programa de la secretaría, pero no puedo
menos que indicar someramente los problemas de la salud pública que solo ahora
será posible encarar, en condiciones con las que no ha contado mi predecesor, el
doctor Viera, que tanto ha hecho, sin embargo, entre tantas dificultades, desde el
cargo de director general de Salud Pública.
Medicina individual frente a la medicina social
Mantenemos todavía el régimen individualista de la medicina que contempla la po¬
sibilidad de resolver el caso aislado, dentro del binomio contractual que configuran
al enfermo por un lado y el médico por otro. Las grandes transformaciones sociales
del mundo —y el mismo progreso de la medicina— han impuesto la participación
de un tercer componente, la sociedad, la sociedad tan comprometida en la reali¬
zación del individuo como el mismo individuo.
La desigual distribución en individuos y zonas geográficas, de la riqueza, ha
influido para que los profesionales de la medicina se distribuyan en forma igual¬
mente desigual, concentrándose allí donde es mayor el porcentaje de habitantes
capaces de pagar asistencia médica libremente convenida, lo que origina una plétora
profesional en la Capital Federal, por ejemplo, donde existe un médico cada 381
habitantes contra un médico cada 4.350 en el interior de la República.
La medicina curativa de las clases no pudientes, en virtud de ese régimen indivi¬
dualista tradicional, se funda principalmente en el principio de la caridad cristiana,
base sentimental que resulta ya anacrónica, socialmente insuficiente y moralmente
diminutiva de la personalidad humana. La caridad es una virtud cristiana admirable,
pero no puede ser la base de una doctrina para el gobierno de la salud pública.
En cuanto a la medicina preventiva ella solo beneficia hoy por hoy a muy
pequeños núcleos de población, siendo así que debe dirigirse a las grandes masas
humanas y actuar permanentemente en su mismo medio. La solución de estos
problemas requiere un plan racional y la acción exclusiva de un organismo estatal
poderoso.
Así lo han entendido los países más adelantados de Europa y América, que
cuentan con Ministerios de Salud Pública desde hace mucho tiempo: Inglaterra
y Canadá desde 1919, Francia desde 1920, Chile desde 1924, Ecuador desde 1930,
Colombia desde 1931, Alemania, Brasil y México desde 1934, Costa Rica desde 1936,
y poco más tarde Paraguay, Perú, Turquía, Uruguay, Venezuela, etc.
Creación de la Secretaría de Salud Pública ■ 11
Estas referencias bastan, por sí mismas, para justificar de sobra la medida que ha
tomado el Gobierno de la nación y en virtud de la cual la Argentina se ha puesto a la
par de los demás países cultos del mundo.
Hacia un régimen jurídico de la Salud Pública
Mediante la sanción de una ley orgánica de Salud Pública y de un Código Sanitario,
daremos oportunamente el primer paso importante hacia la unificación de los ser¬
vicios médicos, que tiene que ser una obra forzosamente lenta, paulatina y llevada
adelante sin apresuramientos y sin improvisaciones.
Entiendo que el personal técnico debe escalafonarse en forma tal de obtener su
dedicación total a las tareas especializadas que son específicas de esta repartición. El
personal auxiliar y obrero —que por la índole de su trabajo está expuesto a riesgos
muy serios— debe también escalafonarse con un criterio amplio y generoso, pues
su colaboración tiene un valor inapreciable para los servicios.
La revolución argentina ha venido en esta, como en otras materias, a poner por
obra el pensamiento de los constituyentes de 1853, tan pródigo en previsiones que
durante largos años fueron una vana promesa para sus destinatarios.
He ahí una continuidad ideal, que la historia destacará cuando se escriba la página
de estos días apasionados; apasionados, porque una gran pasión ha encarnado en un
hombre que quiere servir abnegadamente a su pueblo.
12 ■ Política sanitaria argentina
Mensaje al personal de la Secretaría de
Salud Pública de la Nación 1
Al asumir el cargo de secretario de Salud Pública de la Nación, hago llegar a
ustedes mi saludo cordial. Anhelo ejecutar la obra constructiva que el pueblo espera
de la nueva organización de la Secretaría de Salud Pública.
Identificado con el programa de justicia social, en cuya realización se encuentra
empeñado el superior Gobierno de la nación, considero que es de primordial impor¬
tancia intensificar la acción conducente a velar por la salud física y mental del pueblo.
He dicho ya otra vez que la enfermedad y el dolor nivelan a los hombres, y hacen
desaparecer las diferencias entre pobres y ricos. Si frente a la desgracia que implica un
padecimiento, unos disponen de recursos para curarse y otros no, estaríamos —como
ahora— frente a un caso de injusticia social. Y será obra de esta secretaría reparar
esa injusticia. Todos los habitantes del suelo argentino deben tener el mismo derecho
para preservar su salud y atender sus males. En eso no puede haber diferencias.
Debemos afrontar problemas urgentes, estructurar paulatinamente el departa¬
mento a mi cargo, de acuerdo con su nueva jerarquía y transformarlo en un orga¬
nismo eficiente. Eficiencia, eso es lo que pido a mis colaboradores de toda la secre¬
taría, ya que, como médico, descuento de antemano su espíritu de abnegación y
sacrificio, por la naturaleza misma de las tareas a que se encuentran vinculados.
Nunca he creído que los servicios médicos deban ser, simplemente, la resul¬
tante de impulsos de carácter sentimental. La caridad es una virtud cristiana a cuya
perfección debemos aspirar, pero tratándose de los fundamentos biológicos de la
nación, las funciones de la Secretaría de Salud Pública son eminentemente estatales
técnicas y de gran responsabilidad. La medicina concebida desde el punto de vista
social, no es solo una disciplina científica, sino también una ciencia moral y política,
puesto que —además de sus funciones específicas— debe enseñar al pueblo a vivir y
a trabajar sanamente y con alegría.
La salud pública debe responder a una técnica propia que no es solo medicina. Es
también economía, administración, sociología, biología, ingeniería y derecho. Quizá
la medicina, desde el punto de vista del Estado, no sea lo más importante para la
preparación y ejecución, precisamente, de los planes médicos.
La Secretaría de Salud Pública debe ocupar un puesto de avanzada en la marcha
hacia la perfección humana del país. La patria necesita un pueblo útil y fuerte, moral
y físicamente. Apelo al concurso de todos ustedes y los invito a continuar en su labor
con mayor ahínco y con el único deseo de servir mejor al pueblo de la nación.
'Comunicación dirigida el 19 de junio de 1946.
Mensaje al personal de la Secretaría de Salud Pública de la Nación m 13
La medicina preventiva 1
Ramón Carrillo; Ramón Cereijo, ministro de Hacienda; José M. Freyre, secretario de Trabajo y Previsión Social; Vicente Sierra, secretario
de Salud Pública de la Municipalidad y otros funcionarios en el acto de constitución de la comisión mixta a cargo de organizar y aplicar
los decretos leyes sobre medicina preventiva. 3 de agosto de 1946.
Fuente: Archivo General de la Nación.
La biología nos enseña que el proceso circular de la vida se cumple por muta¬
ciones bruscas o por desarrollos lentos, es decir, por revolución o por evolución.
Los cambios en la estructura social no escapan a esta gran ley biológica. El derecho
romano necesitó siglos para configurar el sistema jurídico sobre el cual se asientan
las milenarias instituciones de occidente. Es un ejemplo de evolución. Contraria¬
mente, a semejanza de los cataclismos geológicos, se desencadenan las revoluciones,
Exposición hecha al constituir la comisión mixta encargada de organizar la aplicación de los decretos
leyes sobre medicina preventiva, el 3 de agosto de 1946.
La medicina preventiva • 15
que comienzan en las ideas y terminan en los hechos, transformando súbitamente
la vida política y social de los pueblos.
El desenlace revolucionario es por cierto lo excepcional, pero no tiene nada de
anormal. Es tan fatal como la evolución y responde al mismo impulso creador de la
vida. La diferencia es meramente de manifestación. Una evolución detenida termina
necesariamente en un estallido revolucionario.
Estos son tiempos de revolución. Es evidente, en efecto, que estamos viviendo
una revolución, no solo en la Argentina, sino en todo el mundo y que esta revolución
abarca totalmente la actividad humana; y, desde luego, también a la medicina en
su proyección moral y política, en sus objetivos, en sus métodos y procedimientos.
Este acto dentro de su sencillez, es un acto de valoración revolucionaria. Señala
una nueva dirección de la medicina argentina. La Secretaría de Trabajo y Previsión y
la Secretaría de Salud Pública, se reúnen solidariamente en una comisión mixta para
organizar la medicina preventiva del país.
Guerra sin armisticios
La guerra sanitaria no tiene armisticios ni treguas. En una primera etapa que co¬
menzara en remotos tiempos del mundo, la lucha se entabló contra las enferme¬
dades pestilenciales: cólera, peste bubónica, viruela, en fin, toda la serie de las en¬
fermedades infectocontagiosas; luego, en una segunda etapa, se libró la campaña
contra las endemias, es decir, aquellas afecciones que permanente o solapadamente
atacan a grandes masas humanas, como el paludismo, la anquilostomiasis, etc.
Es innecesario describir el cuadro sombrío de las poblaciones diezmadas, en
otros años, por las pestes. No se bombardeaba a las poblaciones civiles desde aviones
de guerra, pero pueblos y ciudades enteros eran abandonados por sus habitantes,
huyendo del cólera o de la viruela negra; lo mismo que ahora lo hace de las bombas
incendiarias. Han quedado, de ese tiempo, telas célebres, de éxodo, de pánico, de
hecatombe.
Las tablas de mortalidad por enfermedades infecciosas documentan uno de los
más grandes triunfos de la medicina. A principios de este siglo, el 70% de las muertes
eran determinadas por afecciones infectocontagiosas, porcentaje que en la actua¬
lidad se ha reducido a un 15% incluyendo la tuberculosis. Dicho en otras palabras, de
cada 100 personas, hay 55 que viven gracias a la medicina.
Sé demasiado que ninguna de las personas que me escuchan se incluirán en este
55% de sobrevivientes; yo también las excluyo por amistosa consideración, pero sin
recordarles esta deuda que todos tenemos con el pasado. Me refiero, naturalmente,
a los médicos que tuvieron la responsabilidad de superar la primera etapa de las
plagas pestilenciales, hoy desaparecidas, casi en su totalidad.
Eliminadas las epidemias, un nuevo enemigo nos sale al paso: las dolencias cró¬
nicas de tipo degenerativo, que no tienen la espectacularidad de las epidemias y
endemias, ni son producidas por un agente específico como ellas, pero que destruyen
al hombre o lo invalidan, con invalideces que son peores que la muerte misma. Las
16 ■ Política sanitaria argentina
pérdidas de potencial humano de la nación por incapacidades sobrevinientes para
el trabajo, son el grave problema social de nuestra hora, y su solución es de índole
especialmente higiénica y médica.
El drama de los crónicos
Los decretos leyes cuya ejecución se inicia, tienden a resolver el drama del enfermo
crónico que ha sido abandonado por nuestro régimen asistencial y —hasta diría—
que se encuentra olvidado hasta por los textos oficiales de medicina. El cáncer, las
cardiopatías, el reumatismo, la hemorragia cerebral, la senectud precoz, la diabetes y
las enfermedades de la nutrición, para no citar sino las más importantes, constituyen
en este momento una cuestión médica, técnica y social. El planteo revolucionario
estriba precisamente en organizar una campaña de profilaxis de estas tremendas
causas de invalidez y de muerte.
Prevención de los factores de invalidez
El Instituto Nacional de Previsión Social, con la colaboración directa de la Secretaría
de Salud Pública, se dispone a abordar la prevención de los factores de invalidez
entre los afiliados a la caja —casi tres millones de personas— pertenecientes a grupos
sociales vinculados al trabajo que, consideradas en conjunto, con sus respectivas fa¬
milias, integran la mitad de los hogares modestos que elaboran la grandeza de la
patria. No existe en nuestro país el seguro social, pero se han colocado ya sus bases,
aunque, naturalmente, en un sentido restringido, puesto que no cumple sino la
función de subsidio, que es primaria. Subsidiar la invalidez precoz, la invalidez senil,
la viudez o la orfandad, no es una solución biológica, ni social, desde que el remedio
no va contra la causa, que es lo que busca la medicina preventiva. El subsidio brinda
un pedazo de pan, pero no la salud para ganarlo con el propio esfuerzo.
Una estadística de veinte años prueba que un 10% de los afiliados pasan a la pasiva
por causas diversas de incapacitación. Si se mantuviera esa proporción, dentro de
dos décadas tendríamos 280.000 obreros y empleados vegetando como inválidos
y subsistiendo a expensas de los compañeros, a quienes la vida les dio más salud,
situación que supone un dispendio de valores, perfectamente evitable con los
recursos de la medicina preventiva.
El excelentísimo señor presidente la nación es el autor de la iniciativa de luchar
contra la invalidez. Cuando estuvo al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión,
proyectó el decreto ley por el cual se crea el instrumento legal y financiero que hoy
nos permite iniciar esta cruzada higiénica y médica en bien de la clase más modesta
y necesitada.
La medicina preventiva ■ 17
La salud es un valor positivo y un derecho
La salud no es un valor negativo que se defina por la mera ausencia de enfermedad.
En sentido positivo, la salud importa nada menos que la vida plena, abierta a todas
las posibilidades del trabajo y del bienestar físico, espiritual y social. La salud es el
derecho más respetable, entre los derechos del hombre, y el más olvidado por los
hombres. Hace, como ningún otro, a la dignidad del ser humano y por eso mismo
excede fronteras, religiones, razas, ideologías políticas, estratos económicos.
La medicina preventiva tiene por objeto descubrir en la población, aparente¬
mente sana, todos aquellos individuos que están potencialmente enfermos, a fin de
substraerlos al avance del mal y evitar la cronicidad y la invalidez que tarde o tem¬
prano los inutilizará para el trabajo o los llevará a la muerte.
La medicina preventiva tiene méritos de cenicienta. El símil del parapeto que
resguarda del precipicio es del todo atinente nadie se descalabra y nadie atribuye
su seguridad al parapeto. Es como si el precipicio no existiera. El parapeto es la
medicina preventiva; el precipicio, la enfermedad.
Debemos a la medicina del seguro la comprobación de que un 7% de la población
normal es técnicamente no asegurable porque su riesgo mortal es demasiado
elevado y que existe un 8% de estados de salud subnormales que están preparándose
para entrar en el primer grupo a medida que la muerte abre esos claros. Esta com¬
probación estadística permite adelantar que entre los afiliados del Instituto de Pre¬
visión, existen 196.000 obreros y empleados que están enfermos y que ignoran su
situación; que existe otro tanto en estado subnormal y que podrán pasar al primer
grupo en cualquier momento. Enunciar el problema es señalar ya las soluciones.
No se me oculta que lo más difícil en este nuevo esfuerzo sanitario no será tanto
el descubrir los males latentes y aislar a los marcados por el destino, sino poder
substraerlos a su actividad y someterlos a un tratamiento oportuno, dentro de un
régimen asistencial adecuado, para el cual el país no está suficientemente preparado
en estos momentos.
La higiene ha avanzado hasta un nuevo frente de lucha. Sin abandonar la
campaña contra las endemias, rastrea con los nuevos instrumentos técnicos de la
medicina preventiva todas las causas y factores de la invalidez precoz.
La salud en función social
Sigue siendo problema de su incumbencia el agua potable, el urbanismo, los ali¬
mentos y mil otras cuestiones de higiene pública, que tanto preocupaban a nuestros
antecesores. En nuestros días y dentro del ambiente revolucionario del mundo,
interesa lo mismo la salud del individuo, pero con otro concepto, en función social,
como célula útil a la colectividad.
El punto de vista aparece interesado, utilitario, pero así tiene que ser mirado
el problema desde el Estado. Nuestra obra revolucionaria afirma que la salud es
un derecho inalienable del hombre. Pero un derecho. Ningún derecho existe en la
18 ■ Política sanitaria argentina
realidad de los hechos, si no existe contra alguien. Ese alguien, tratándose de la salud
del pueblo, es el Estado y el Estado es una concreción social, útil y utilitaria.
No nos quejemos de una concepción tal del Estado, que nos reporta un derecho
y no una dádiva cohonestada por razones sentimentales de falso humanitarismo. Lo
cierto es que ahora el pueblo cuenta con todos los recursos del Estado para llevar
adelante una gran cruzada contra los flagelos de la salud. Tenemos que alcanzar al
mal en su origen, ir hasta sus ocultas causas y extirparlas de raíz y para siempre.
El estudio de la tuberculosis fue precisamente lo que permitió el actual planteo
sanitario, con proyección sobre toda la medicina. La tuberculosis fue, hasta hace
poco, una enfermedad de tipo epidémico y después de tipo social. Cuando la higiene
pudo localizar sus dos factores, el microbiano y el social, se llegó también a la con¬
clusión desoladora de que aun reduciendo el factor microbiano y el social no se
lograría detener el mal. Se descubrió que en la tuberculosis basal, sobre la cual no
gravitan las medidas de higiene, ni la legislación social —puesto que en las clases
pudientes no pesan los factores adicionales del alimento, del trabajo o de la vivienda
y, sin embargo, se tuberculizan—, pesa únicamente la ecuación individual. El catastro
radiográfico de grandes masas de individuos normales ha permitido descubrir que
la tuberculosis es una verdadera endemia y que no valen para ella las medidas de
orden puramente médico-sociales; vale tan solo lo que es eficaz en toda endemia, es
decir, la policía de focos.
Salud Pública hermanada con Trabajo y Previsión
He señalado, al hacerme cargo de la Secretaría de Salud Pública, nuestra her¬
mandad con la de Trabajo y Previsión. Este acto de hoy demuestra que esto debe
ser siempre así, y espero que nuestra recíproca colaboración pueda extenderse a
otros aspectos de la previsión. Me refiero al seguro de maternidad y al seguro de
accidentes del trabajo, previsiones estas que sin una acción médica integral serán
siempre incompletas.
Necesitamos dotar al país de centros de maternidad para atender a los 220.000
partos anuales de los hogares obreros, y necesitamos también extender a todos los
núcleos importantes de población los centros de traumatología para rehabilitar a los
150.000 traumatizados, con secuelas que cuestan tanto en dinero como en sufrimiento.
Agradezco a las autoridades del Instituto Nacional de Previsión Social la hospita¬
lidad que nos brinda, y declaro que he preferido para el acto este lugar, y no la sede
de Salud Pública, porque quiero señalar a la opinión del país que sin el organismo
fiscal y financiero del Instituto de Previsión, poco se puede hacer técnicamente en
beneficio de la gran masa social. Me permito señalar a las generaciones médicas
del porvenir, que el paso que damos hoy, lo ha dado en realidad el general Perón, y
lamento que no todos los médicos argentinos hayan querido comprender el hondo
sentido verdaderamente revolucionario del movimiento encabezado por el jefe del
Estado, estando, como están, capacitados especialmente para interpretarlo, ya que
conocen como nadie la miseria, la angustia y el dolor de los humildes.
La medicina preventiva • 19
Un famoso biólogo inglés —refiriéndose al movimiento revolucionario que se
percibe en el mundo— comienza por compadecer a aquellos que lo resistan. “En el
mejor de los casos —continúa Huxley— están retrasando lo inevitable; en el peor,
provocando violencias; en cualquiera, añadiendo dolores y desdichas inútiles. Des¬
dichados también aquellos que aceptan las cosas pasivamente y que se imaginan que
las fuerzas ciegas harán todo el trabajo”.
Los médicos deben prepararse a remozar todos sus esquemas mentales: en caso
contrario, serán superados por los hechos. Vivir una revolución es un privilegio
dudoso, pero esta que vive el mundo tiene una compensación y es que el conoci¬
miento científico y la regulación consciente son capaces de representar un papel. La
historia está haciéndose a más velocidad que en cualquier otra época y si estamos
dispuestos a realizar el esfuerzo, nos corresponderá a nosotros, que vivimos esta
revolución, el honor de haber ayudado a la historia.
20 ■ Política sanitaria argentina
Hacia una mayor precisión en los fines
del hospital y de la asistencia médica 1
Traigo a este acto la representación del excelentísimo señor presidente de la
nación, general donjuán D. Perón —quien no pudo concurrir personalmente, como
era su deseo—, pero os puedo asegurar que con su afecto está presente ante el pueblo
de Río Cuarto, el cual después de tantos años de espera ha convertido su sueño en la
magnífica realidad del hospital que inauguramos el día de hoy.
Los médicos, por nuestra mentalidad profesional, asistimos en cierto modo con
regocijo a la inauguración de un recinto como este, destinado a albergar el sufrimiento
humano, aunque como hombres sensibles desearíamos que no fueran más necesarios
los hospitales ni los mismos médicos, puesto que así se habría consumado el triunfo
de la medicina, el triunfo del espíritu sobre la materia; del bien sobre el mal.
Pensamos que ese triunfo será posible algún día al contemplar las admirables ins¬
talaciones de este hospital que relega en un ominoso pasado, que ahora nos parece
todavía más remoto, aquellos lazaretos inhumanos, miserables rezagos del templo
de Asclepios en Grecia, de los “valetudinarios” de la antigua Roma, de las “casas sin
puertas” del Imperio, donde se hacinaban siniestras multitudes de enfermos y de
donde bastaba salir con vida para ser proclamado ciudadano libre.
La asistencia médica es un derecho
La transformación de concepto y de método de acción por obra de la Iglesia du¬
rante ese período oscuro y fecundo de la historia humana que se llama la Edad
Media, permite organizar la asistencia de los desventurados en las casas llamadas
de Dios. Prelados, obispos y concilios toman a su cargo y reglamentan la atención
de los enfermos y desvalidos, y con abnegación —que nunca será suficientemente
reconocida— imponen la caridad como criterio médico, hasta que la Revolución
francesa penetra en los establecimientos eclesiásticos y los transforma en servicio
público. Desde entonces los hospitales van resultando de un esfuerzo de sentido
social, en virtud del cual la asistencia que reclama el necesitado es un derecho que
refluye socialmente como un deber, no como una concesión graciosa.
'El 22 de septiembre de 1946 fue inaugurado el hospital “17 de Octubre”, de Río Cuarto, con esta
conferencia.
Hacia una mayor precisión en los fines del hospital y de la asistencia médica m 21
La organización hospitalaria
Nosotros estamos en mora, como que aun sigue atendiéndose a los enfermos en
criterios de caridad, criterio suficiente en otra época, pero no en la que vivimos, que
es la época de las mayores transformaciones sociales; no obstante lo cual, una gran
mayoría de nuestros hospitales están ya a cargo del Estado y el Estado ha organizado
su servicio, con el concepto administrativo de realizar un servicio público. Pero esta
etapa debe ser también superada, y dentro de los conceptos de justicia social co¬
rresponde llegar al ideal contemporáneo, en virtud del cual, la caridad que en el
Medioevo exigía la Iglesia, y en la actualidad la ejerce el Estado, en gran escala, bajo
la concepción de servicio público, debe fundarse en lo único que es compatible con
la dignidad humana: en la previsión social.
A mi juicio, estamos viviendo un período de transición; estamos viviendo en
algunos aspectos en la Edad Media; en otros, apenas hemos superado la Revolución
francesa, y solo en muy pequeña escala se ha iniciado la asistencia médica fundada
en la previsión, como es el ensayo magnífico de la Asistencia Médica de los Ferro¬
viarios, y de las cajas del Instituto de Previsión, adopción práctica, concreta y eje¬
cutiva de las nuevas direcciones médico-sociales que se debe al excelentísimo señor
presidente de la nación, quien, desde la Secretaría de Trabajo y Previsión, impuso
el principio de la previsión como base de la asistencia médica, lo que supone para
el futuro no solo la solución integral y moderna de los problemas del enfermo, sino
también una reorganización de la profesión médica, que no tiene más remedio que
cambiar sus esquemas mentales para servir al pueblo de la nación, contando para
ello con recursos económicos suficientes y con planes justos y humanos. El médico
encontrará, por ese camino, su propia solución y, en ese sentido, transcurridos no
muchos años, nadie podrá dejar de agradecer al general Perón el mérito de esta
avanzada y humanitaria iniciativa social, por la que tanto bregaron aquellos grandes
médicos que vieron algo más allá de la simple técnica profesional.
En los albores de este siglo, sobre todo en el interior del país —y aun actualmente—
el hospital estaba rodeado de cierto temor popular, no del todo injustificado, y solo
recurrían a sus servicios los desvalidos sin hogar o los aquejados de dolencias muy
graves. Está fresco en la mente de todos ciertos episodios y se sabe que aún perdura
en algunos ambientes la idea de que al hospital se va solo a morir, a esperar la muerte.
Casas de salud
Frente a exponentes de la arquitectura hospitalaria, como este hospital de Río
Cuarto, el pueblo terminará por olvidar esas reminiscencias para comprender que
el hospital es un establecimiento indispensable para curarse y del cual no pueden
prescindir ni las clases pudientes, ni aun cuando estas llamen a sus curatorios con el
nombre más pomposo y tranquilizador de sanatorios.
Personalmente aspiro a algo más para el hospital. Estoy decidido a que, Dios
mediante, los hospitales argentinos no sean solo casas de enfermedad, sino casas de
22 ■ Política sanitaria argentina
salud, de acuerdo a la nueva orientación de la medicina, que tiende a evitar que el
sano se enferme, o a vigilar til sano para tomarlo al comienzo de cualquier padeci¬
miento cuando este es fácilmente curable. En otros términos, trataremos primero
de transformar los hospitales —que actualmente son centros de cura, en “centros de
medicina preventiva”— y luego, en una segunda etapa, cuando se organicen las obras
complementarias de higiene, de asistencia y recuperación social, sean verdaderos
centros de salud.
Anhelamos esta transformación, porque ella es inseparable de los propósitos for¬
mulados por la revolución y porque si pretendemos señalar una época en la historia,
debemos intensificar con inteligencia y perseverancia todo aquello que sea servir al
pueblo, constituido en su 65% por los no pudientes, los más necesitados del apoyo de
la nación. En esta materia, cuanta más alta es la inspiración moral que nos decide a
obrar, menos mundana resulta la obra.
Ayudar al prójimo como a sí mismo
El cuerpo médico y nuestros hospitales han procurado siempre compensar sus de¬
ficiencias técnicas y la pobreza en que todavía se debaten, sirviendo a la población
según el precepto divino de ayudar al prójimo como a sí mismo. Valga esta elevada
norma cristiana como excusa de nuestras propias deficiencias y valga también el
hecho de que, en nuestra patria, se presta asistencia médica sin negársela a nadie, sin
hacer de ello un artículo de comercio, concepto este que no domina en otros países,
que exponen con orgullo sus grandes nosocomios, pero exhibiendo en la puerta las
leyes de asistencia que la cierran para el extranjero y que obligan a que todo benefi¬
ciario pague su asistencia médica.
Pero tenemos mucho que hacer. Nos espera una inmensa tarea, que aun no
hemos comenzado y que no comenzará hasta no tener terminados nuestros planes.
Por lo mismo, no miremos tanto al pasado, haciendo balances fríos de los hechos;
demos por bueno lo existente y pongamos todo nuestro empeño para hacer algo
mejor.
Deseo que estas palabras sirvan de homenaje a mis antecesores, quienes con
su esfuerzo, contribuyeron a perfeccionar el sistema asistencial de nuestro país, y
deseo testimoniar también mi devoción a todos aquellos, que sin distinción de par¬
tidos políticos han contribuido a la honrosa tarea de poner en funcionamiento este
hospital de Río Cuarto, que es la síntesis, en el tiempo, de un esfuerzo colectivo y
espiritual.
150.000 camas en el país
Si se tienen en cuenta que son necesarias de 10 a 13 camas por cada mil habitantes
(1,3%) para atender a nuestros enfermos, deberíamos contar, como mínimo, con
150.000 camas en todo el país, y solo disponemos actualmente de 70.000, es decir
Hacia una mayor precisión en los fines del hospital y de la asistencia médica ■ 23
menos de la mitad. He aquí el primer problema: construir nuevos establecimientos
y darles el acento social que propugnamos.
En lo que con hospitales se relaciona no solo tenemos el déficit cuantitativo que
acabo de señalar, sino que existe, paralelamente, un déficit cualitativo.
En materia de asistencia al crónico, al convaleciente y al anciano, estamos, apenas,
en los rudimentos; con este destino no contamos ni siquiera un millar de camas para
resolver aquello problemas que por su naturaleza son muy penosos y escapan a toda
ayuda y a todo contralor del médico y de la sociedad. ¿A qué hablar de la falta de
camas para los tuberculosos y los alienados? Es un tema trillado; desde cincuenta
años a esta parte, los gobiernos lo han afrontado con emoción, pero superficial¬
mente, con paliativos, sin acertar con las verdaderas soluciones de fondo, que son de
índole económica y social, y no del resorte exclusivo de la ciencia médica. Lo mismo
diré de los 1.700 muertos por año en accidentes de trabajo y de los 140.000 trauma¬
tizados, como del abandono por el Estado de la rehabilitación y recuperación de los
mutilados, verdaderos parias de nuestras cajas de seguro; de las fecundas madres,
sobre todo en las llamadas provincias pobres, sobre quienes no se sabe cómo se asis¬
tirán en el parto y cómo atenderán luego al hijo.
La obra de asistencia social de las maternidades, iniciadas hace dos décadas, ha
quedado relegada a los centros urbanos, a los núcleos importantes de población
con desamparo de los medios rurales que es, justamente, por donde debía haberse
iniciado y como si esto fuera poco, cabe señalar el funcionamiento inorgánico de
nuestros hospitales, consecuencia natural de la forma también inorgánica en que
se han desarrollado. Los conceptos modernos de unificación en el estilo de las
construcciones, en el ajuar, en los costos, en su contabilidad y administración, en
su nomenclatura y estadística, son totalmente desconocidos. No hay dos hospitales
iguales; no hay dos cocinas de hospital que trabajen de igual manera; no hay dos
distribuciones de personal hechas de igual manera.
Las realizaciones del general Perón
No señalaría estas y otras deficiencias si no abrigara el firme propósito de repararlas,
aparte de que esperamos completar a la cadena asistencial con los eslabones que
faltan. Si no se realizara esa obra, habría defraudado al pueblo en la acción que tanto
espera del Gobierno, por lo mismo que sabe que el general Perón es un gran reali¬
zador y un conductor identificado con sus necesidades y sus anhelos.
Y debemos iniciarla por los rincones más humildes de la nación, sin dejarnos
acaparar por la ciudad con el incentivo del prestigio y de los aplausos que allí se
recogen más rápida y fácilmente. Hemos de actuar principalmente, en los pueblos
apartados y pobres, aunque ello sea menos lucido, porque entiendo que la patria es
una y única y no puede aceptar diferencias entre sus hijos o entre sus provincias.
Pero no es posible que todo sea obra del Estado nacional; corresponde a las pro¬
vincias, a los municipios y a los vecindarios identificarse con las necesidades y los
grandes problemas de la salud pública, del mismo modo que en las horas iniciales de
24 ■ Política sanitaria argentina
nuestra emancipación, esos vecindarios supieron afrontar con eficacia la tremenda
responsabilidad de contribuir a asegurar y a organizar la nación, la educación común
y la formación espiritual del pueblo.
Estadísticas impresionantes
Los catorce millones de habitantes de nuestro suelo pagan un tributo a la muerte
que puede estimarse en 12 fallecimientos por cada mil personas. Esto significa que,
anualmente, tenemos 168.000 bajas por muerte. En los países más adelantados han
logrado reducir esas pérdidas a una cifra que no pasa de 9 fallecimientos por cada
mil habitantes. Si nos colocáramos al mismo nivel de esos pueblos, podríamos evitar
esos tres muertos de cada mil, lo que significa un ahorro de potencial humano de
42.000 seres salvados en el año, con solo valorizar y organizar debidamente nuestra
asistencia médica y nuestra sanidad nacional. Evitando esas muertes, que significan,
por otra parte, un capital de inversión de 210 millones de pesos por año, salvaríamos
un equivalente de factores de consumo y producción.
Esas 42.000 muertes ahorradas implicarían, de acuerdo a los índices proporcio¬
nales, una cifra de enfermedades evitadas que resulta de multiplicar aquella por 10,
es decir 420.000, así como también un triple de inválidos prevenibles, 126.000 per¬
sonas, a quienes libraríamos de una existencia al margen del trabajo y de la sociedad,
todo esto sin contar las derivaciones sociales de la incapacidad, la orfandad y la viudez.
Si solamente en muertes evitables pero que no se evitan se pierden 200 millones
de pesos por año, ¿por qué no podríamos, por lo menos, invertir esa cantidad en
beneficio de la salud pública? Cualquier suma que se invierta en el cuidado de la
salud del pueblo, será siempre devuelta por ese mismo pueblo con creces, por los
valores económicos que dejaren de perderse, ya que las cifras demuestran que la
salud es el bien existente más productivo.
Pero no todo ha de ser camas y hospitales. Un hospital bien organizado puede
atender cinco veces más enfermos “verticales” que internados. Todo depende de una
eximia organización de los consultorios externos, fundada en la asistencia en equipo
dentro de los mismos y en forma seriada; de ese modo, un peso invertido en el con¬
sultorio externo rinde 5 veces más que igual suma invertida en camas de asistencia.
Llamo la atención del señor director y de los señores médicos sobre este concepto
y deseo que comiencen a aplicarlo inmediatamente en el Hospital de Río Cuarto.
Sistema abierto de la asistencia médica
La aplicación de esta idea nos permitirá desarrollar la otra complementaria, la del
sistema abierto que consiste en llevar la asistencia médica al mismo domicilio, idea
que ya germinó en San Vicente de Paul, hace tres siglos, muchos antes de que apa¬
recieran las modernas orientaciones de la Seguridad Social, que la han adoptado y
actualizado como una reacción defensiva del sentido del hogar y del núcleo familiar,
Hacia una mayor precisión en los fines del hospital y de la asistencia médica ■ 25
en horas en que las masas tienden a descargar sobre la sociedad y sobre el Estado
todos sus problemas y necesidades.
Un escritor argentino expresó, en cierta oportunidad, “que la muerte de un
hombre representa una tragedia y la muerte de mil hombres una estadística”. No era
esa por supuesto, más que una forma de expresar sintéticamente un pensamiento
político. Con ese mismo criterio cuando yo he hablado con cifras y he supuesto
equivalencias económicas de la vida de un hombre, no he querido otra cosa que
hacerme entender por el lenguaje simple y popular de los números.
Sé, demasiado, señores, que la vida humana no cuenta en las estadísticas y sé
que la salud del pueblo es la mejor fortaleza de la patria y la más segura garantía
de alcanzar, en la posteridad, los grandes destinos que nos están reservados como
nación. Sé, sobre todo, que la vida y la salud no nos pertenecen a nosotros, sino a
Dios que nos manda cuidarlos como los bienes más preciados. Respetemos sus man¬
damientos. Los anales de la humanidad están llenos de formidables señales de la
justicia omnipotente marcadas sobre los pueblos que se corrompieron en el descrei¬
miento y en el materialismo, y cayeron por eso, sin la piedad de Dios y deshonrados
ante la historia.
Invoquemos a Dios al inaugurar esta obra que ponemos bajo su protección, para
que pueda cumplir los fines sociales a que está destinada.
En nombre del excelentísimo señor presidente de la nación, general Perón,
declaro, pues, abiertas al pueblo las puertas del Hospital “17 de Octubre”, esa fecha
que marca para la nación, el comienzo de una nueva etapa histórica y que desde
el frontispicio de esta casa marcará también el comienzo de una nueva etapa de la
medicina social en la Argentina.
26 ■ Política sanitaria argentina
Higiene de la vivienda obrera 1
A mediados del siglo pasado el movimiento obrero de Australia sintetizó sus as¬
piraciones en la cuarteta llamada de los cuatro ochos: ocho horas de trabajo; ocho
horas de distracción; ocho horas de reposo, y ocho chelines de sueldo. En idioma
inglés la cuarteta es eufónica y agradable al oído, por lo cual fue entonada —desde
entonces— en todos los movimientos populares de aquel país.
Si evoco este recuerdo es porque —en virtud del episodio que acabo de relatar—
nunca estuvieron más acordes los sentimientos obreros con los postulados de la
higiene. Las ocho horas de trabajo deben cumplirse en un ambiente salubre, que
defienda el rendimiento obrero, evitando el desgaste prematuro de la máquina
humana de tanto más valor cuanto más adiestrado y experto es el obrero. Las ocho
horas de distracción deben sujetarse a un ritmo intermedio entre el trabajo y el
reposo, empleándoselas en actividades que eduquen el carácter, den instrucción
amena y permitan un moderado deportismo. Las ocho horas de reposo requieren
un lecho y una vivienda sana, amplia, ventilada y bien iluminada, para que el
proceso fisiológico de la recuperación de las fuerzas se produzca en las mejores
condiciones.
Ha transcurrido ya casi un siglo de la cuarteta australiana, pero el tercer pos¬
tulado, el de la vivienda higiénica, sigue siendo aún una mera aspiración del prole¬
tariado del mundo, y por lo mismo es entre los problemas sociales el que espera la
amplia e inmediata solución en nuestro país, en donde ya han sido resueltos otros
problemas de la clase obrera que eran previos al de la vivienda higiénica.
Hacinamiento de la masa obrera
Los médicos han señalado los perjuicios del hacinamiento de la masa obrera. Si
la permanencia de toda una familia durante gran parte del día en una sola habi¬
tación, es perjudicial para los adultos; ello es peor para sus hijos. El obrero que
no tiene en su casa el ambiente necesario para el reposo y la distracción, lo busca
en derivaciones antisociales como los despachos de alcohol y las tabernas o las
pulperías.
El derecho a la vivienda obrera no se discute, y ella debe ser sana y cómoda tanto
para el jefe como para su familia. Diría más; es un derecho irrenunciable, incluso
porque de él depende su mayor o menor rendimiento laboral, así como la seguridad,
el bienestar y la orientación moral de sus hijos.
'Discurso pronunciado el 24 de septiembre de 1946, al inaugurar viviendas para obreros en Río Cuarto.
Higiene de la vivienda obrera m 27
La felicidad de un pueblo se condiciona con la satisfacción de las necesidades
primarias: trabajo, alimento, ropa, vivienda, medicinas y cuidado médico cuando es
necesario; y agregaremos a esto, un esparcimiento apropiado.
La decoración del hogar obrero
La higiene entiende que toda vivienda obrera debe tener un mínimo de condiciones
que la hagan confortable: debe resguardar de las inclemencias del tiempo en todas
las épocas. Debe tener un costo apropiado al salario mínimo vital de cada región del
país. Y debe ser habilitada de acuerdo a ciertos principios de estética y de buen gusto,
esfuerzo este que realizan muchas organizaciones de servicio social en Europa, y espe¬
cialmente de Bélgica, donde se crean organismos para vender muebles, cuadros, flo¬
reros, etc., vale decir, elementos que decoran agradablemente el hogar, a fin de que se
tenga el gusto de sentirlo como algo superior. Del tugurio, donde todo es miseria y des¬
orden, no pueden salir hombres con pensamiento elevado y ya, en su tiempo, lo dijo
Lloyd George refiriéndose a Inglaterra, “que no podría crearse un imperio de primera
clase con un pueblo de tercera”. Si ello es verdad para un imperio, cuanto más verdad
no debe serlo para una República, en que el progreso de sus instituciones reside por
esencia en el voto de las masas populares. La forma como fue encarado el problema de
la vivienda, en otros tiempos, deja la amarga impresión de que se quiso organizar un
movimiento obrero sin jerarquía, para elaborar sobre su incapacidad, el poder de los
que usufructúan de la ignorancia para perpetuarse en los comandos obreros.
“La moral, cuestión de metros cuadrados”
La vivienda no es solo un sitio para reparar las fuerzas físicas; es también el recinto
donde se forman y renuevan las ideas morales y espirituales de una época, sobre las
cuales asienta la calidad de una nación. Por ello con razón dijera un higienista, alcalde
de la ciudad de Birmingham, “que la moral era una cuestión de metros cuadrados”. Y
lo afirmaba cuando veía que, a medida que la mejora de la vivienda se establecía en
aquella ciudad, la delincuencia disminuía en la misma proporción. Siempre se dijo
en nuestro ambiente que el patio del conventillo fue la mejor escuela del delito en el
pasado: y entiéndase que aun quedan muchas casas obreras planeadas sobre ese tipo
antisocial por excelencia.
Es de tal magnitud el problema de la vivienda y su influencia sobre la salud física
y moral de los habitantes que, me permito afirmar, su solución no será posible
solo con el esfuerzo del Estado. Es un problema social que debe ser resuelto por la
armónica combinación de todos los elementos que integran una colectividad, vale
decir, Estado, individuo, uniones sociales, cooperativas, mutualidades, empresas
industriales, y aun entidades de carácter espiritual y religioso.
28 ■ Política sanitaria argentina
Incuria obrera y gremial
Nuestro país, desgraciadamente, aún acusa un gran retardo en la solución de esta
cuestión médico-social, pero de ello, repito, no hay que culpar solamente a los go¬
biernos, sino también a la incuria de los obreros y de sus mismas organizaciones
gremiales que pocas veces, por no decir nunca, lo han reclamado. No recuerdo
haber leído nunca un pliego de condiciones obreras en que estuviera incluido este
pedido, lo cual muestra que no se lo ha situado en sus verdaderos términos. Y si de
los ambientes urbanos nos dirigimos a los rurales, entristece frecuentemente ver
los ranchos miserables que aún se levantan por todas partes y en los cuales se aloja
una familia campesina que no puede sentir la felicidad porque su vivienda depara
tristeza y no alegría.
Fácil nos sería demostrar con estadísticas la relación directa que existe entre la
enfermedad, la invalidez, la muerte y las condiciones de la vivienda. La tasa de mor¬
talidad en los medios pobres se duplica, cuadruplica y decuplica por el solo hecho de
vivir la familia en tres, en dos, o en una habitación. El bacteriólogo Robert Koch, des¬
cubridor del bacilo de la tuberculosis no dijo que esta enfermedad era una cuestión
de bacteriología, sino dijo, “que la tuberculosis, es un problema de vivienda”. El haci¬
namiento aumenta la posibilidad del contagio, y con ello las causas de enfermedad
y muerte. Bastaría agregar a ello la experiencia verificada por los higienistas de la
Rusia Soviética quienes han demostrado, últimamente, el papel del microclima en
el desarrollo del reumatismo, probando con cifras cómo ha disminuido la invalidez
por esa enfermedad, por el solo hecho de haber construido viviendas obreras.
Naturalmente estas cifras no son producto exclusivo del hacinamiento. Se suman
todos los factores de la miseria, tales como la falta de alimentos, la mala calidad de
los mismos, y aun la incapacidad para administrarlos con normas de higiene ali¬
mentaria. El 16% de los presupuestos obreros de alimentos se invierte en vino, el cual
es, para la higiene, malo en su valor económico y pésimo como factor de acostum-
bramiento: la decrepitud precoz de los peones y obreros de bajo salario no obedece a
otra causa que esta, la de una mala selección de alimentos, tanto en su calidad, como
en su cantidad. La mala vivienda es su complemento.
Centros cívicos en los barrios
La provisión de viviendas económicas por el Estado o entidades sociales, obedece
hoy a principios que debemos repetir continuamente hasta que penetren en la sen¬
sibilidad popular. No basta darle al obrero una vivienda espaciosa, barata y con¬
fortable. Debe reunir también un conjunto de otras condiciones que entran dentro
de lo que se llama el centro cívico de un barrio obrero. Debe complementarse con
comercios cooperativos colocados en la vecindad; plazas de juegos para los niños;
escuelas para los mismos; dispensarios maternales e infantiles; salas cuna y jardines
de infantes en la vecindad, donde la madre obrera pueda dejar sus hijos en horas de
obligaciones; lavaderos y baños colectivos; piscinas de natación; bibliotecas; salón
Higiene de la vivienda obrera ■ 29
para conferencias y actos sociales. Y, en las casas de tipo colectivo, se ha llegado hasta
la instalación de lugares de venta de alimentos preparados, porque es ilógico que,
a la misma hora y dentro de un radio limitado, existan 500 madres, prendiendo
500 fuegos y haciendo 500 comidas, cuando todo este esfuerzo puede simplificarse
con un mínimo de organización. La guerra del 14 al 18 fue ejemplar en este sentido
dentro de Alemania, en la cual las ciudades tenían centrales de alimentación y a una
hora determinada, se utilizaban las vías tranviarias para llevar alimentos en grandes
“tanques-termos”, a sitios de concentración popular, con lo cual solucionaban los
dos principales problemas de las clases obreras: vivienda y su alimento. Los últimos
veinte años no hicieron otra cosa que extender este servicio a los grandes núcleos
populares. Un centro cívico obrero es hoy en todos los países más adelantados no solo
un sitio donde hay viviendas obreras, sino también, una organización del servicio
social, que ofrece todas las prestaciones antes mencionadas.
Estos problemas son de orden médico en primer término. En nada adelantamos
los médicos instalando sanatorios para tuberculosos y tratándolos con inyecciones,
si al mismo tiempo no se soluciona la vivienda insalubre, que es el foco principal
de la tuberculosis. Invito a los médicos a emprender una campaña en favor de la
vivienda higiénica y contra la habitación insalubre.
Grande es, pues, mi satisfacción al traer mi palabra a esta barriada obrera, en
un centro laborioso como el de Río Cuarto, y vaya nuestro homenaje al higienista y
médico de Córdoba, doctor Juan Caíferata, a quien el país le debe la Ley 9 677 por la
cual se creó en su tiempo la Comisión Nacional de Casas Baratas. Córdoba recoge
hoy los frutos de esa fecunda semilla que un cordobés eminente arrojó a todos los
ámbitos de la República.
La Administración Nacional de la Vivienda
Largo sería examinar los complejos aspectos de la solución de la vivienda popular,
sobre lo cual tanto se ha dicho y tan poco se ha hecho. No negamos los esfuerzos par¬
ciales de instituciones como el Hogar Ferroviario, YPF, municipios e instituciones
benéficas. Son tantas las necesidades, que esos esfuerzos son apenas una gota de agua
en la inmensidad marina. Pero sin duda, la historia señalará el Decreto Ley 11157 del
6 de junio de 1945, por el cual se crea la Administración Nacional de la Vivienda y se le
encarga la tarea de levantar 20.000 viviendas al año en la República e invertir, en 20
años, cuatro mil millones de pesos. Tócale a este Gobierno luchar con dificultades
de todo orden y, en especial, con la falta de materiales de construcción y su enca¬
recimiento. Pero, por la magnitud del esfuerzo y por el propósito, las generaciones
del porvenir tendrán que agregar a la obra del general Perón la solución integral del
problema. El plan elaborado por la Secretaría de Trabajo y Previsión permitirá, en un
futuro no lejano, que todos los obreros argentinos cuenten con su casa propia. Así lo
quiere el excelentísimo señor presidente de la República.
Como secretario de Salud Pública, debo advertir que la mayoría de las llamadas
viviendas económicas, que han sido edificadas hasta ahora en nuestro suelo, lo han
30 ■ Política sanitaria argentina
sido sin respetar en lo más mínimo los postulados fundamentales que toda obra de
esta naturaleza debe respetar, ya sea en lo que se refiere al costo, como a su cons¬
trucción, de acuerdo a normas higiénicas y sociales, pues lo que se desea es formar
hogares y adecuarlos a los ambientes regionales y locales.
Sean estas palabras un motivo para reiterar una vez más los propósitos en que
está empeñado el Gobierno nacional; y al dejar inaugurada la obra, en nombre del
excelentísimo señor presidente de la nación, hago votos por la felicidad de los que
van a habitarlas, y porque, otras casas como estas, se levanten cuanto antes en todas
partes del país, para dar albergue a la innumerable familia obrera argentina.
Higiene de la vivienda obrera m 31
El problema del inválido 1
Sean mis palabras iniciales para felicitar a los organizadores del II Congreso del
Bienestar del Inválido, y en particular al profesor y académico, doctor José María
Jorge y al doctor Marcelo Gamboa, quienes con este nuevo esfuerzo nos brindan una
magnífica contribución a la asistencia social en nuestro país.
Todos los médicos, en el ejercicio de nuestra profesión, hemos enfrentado alguna
vez el problema del inválido, pero en pocas oportunidades percibimos, en verdad,
su magnitud y trascendencia social. Ante un anciano valetudinario o frente a un
adulto que ha cumplido su ciclo, y que se encuentra incapacitado por enfermedad
o por accidente, se impone siempre un sentimiento de resignación; pero ese sen¬
timiento no surge con igual espontaneidad cuando el inválido es un niño, un niño
ciego, paralítico, sordomudo, oligofrénico, epiléptico, o lisiado por traumatismos
o enfermedades congénitas; en esos casos se toca profundamente la sensibilidad
humana y se presenta de inmediato la necesidad espiritual de hacer algo, de no dejar
pasar la injusticia biológica.
Los médicos olvidamos que muchos de esos estados de invalidez son producto
de la ignorancia de los padres y hasta no pocas veces, de la incuria de las organiza¬
ciones médicas, que suelen descuidar una afección incipiente que, andando los años,
se transforma en una grave deformación. Por eso todo lo que se haga en favor de una
organización de la enseñanza médica con sentido social será poco para crear una
conciencia de los nuevos objetivos de la medicina.
El congreso que inauguramos, se inicia bajo los auspicios y el recuerdo de la
primera reunión realizada en 1944 y debo declarar, que ayer, al hojear el tomo donde
se recopilaron las ponencias de ese año, no he podido ocultar un gesto de gratitud
para los esforzados médicos que, adelantándose a su tiempo enriquecieron la lite¬
ratura médica argentina, con valiosas contribuciones al problema social que hoy nos
congrega de nuevo con el apoyo oficial del Gobierno de la nación.
El tema de la invalidez presenta aspectos que, a nuestro juicio, se pueden resumir
en cinco puntos.
Los inválidos menores
El 6 de mayo de 1920, Alemania dictó la Ley de Denuncias y Asistencia compulsiva
de Menores Inválidos. Hemos adaptado el mismo principio jurídico-social en el
discurso pronunciado al inaugurar el II Congreso del Bienestar del Inválido, el día 8 de octubre de
1946, en el aula magna de la Facultad de Medicina de Buenos Aires.
El problema del inválido ■ 33
proyecto del Código Sanitario de la Secretaría de Salud Pública. Luego por secre¬
taría solicitaré se de lectura a los artículos pertinentes donde se crea un sistema de
prevención, asistencia y rehabilitación social de los menores de 18 años, sobre la
base de la declaración y asistencia obligatoria. Se crea también el Registro Nacional
de Menores Lisiados para asegurarles una educación física, intelectual y técnico-
profesional, dentro de un régimen de internados o de ambulatorios, es decir de asis¬
tencia cerrada o abierta, según lo que convenga en cada caso.
La invalidez obrera
El 10% de nuestros obreros sufren de una invalidez precoz y entran, por desgracia,
demasiado prematuramente en la pasividad. Se puede calcular que dentro de la clase
obrera, tenemos 280.000 inválidos por afecciones clínicas y que tendrán que acogerse
a los beneficios de la jubilación. Felizmente —y por iniciativa del excelentísimo señor
presidente de la nación, cuando él se hallaba al frente de la Secretaría de Trabajo y
Previsión— se desarrollaron dos instrumentos de asistencia de inválidos: uno social,
las cajas de invalidez, y otro sanitario, la medicina preventiva. Las cajas de invalidez
comprendían hasta hace dos años solo a 600.000 obreros y empleados, pero con la
creación de las Cajas de Empleados de Comercio y de la Industria, se ha elevado el
número de beneficiarios a la enorme cifra de 2.800.000. El Decreto Ley de la Me¬
dicina Preventiva y Curativa, dictado el 15 de noviembre de 1944, permitirá crear en el
país centros de catastro y de asistencia a los inválidos potenciales, que son aquellos que
llevan una enfermedad activa, pero oculta. El sistema de diagnóstico precoz y de tra¬
tamiento correlativo beneficiará a 600.000 obreros, sin que tengan que abandonar su
trabajo, porque reciben un subsidio muy importante, que equivale al sueldo íntegro
durante seis meses, a fin de que el enfermo se someta a la hospitalización adecuada. Ya
hemos iniciado, de común acuerdo con el Instituto Nacional de Previsión, la inversión
de una partida anual procedente del 5% de las entradas de las cajas de ese instituto, lo
cual representa no menos de 50.000.000 de pesos al año, que se invertirán en me¬
dicina preventiva y asistencia médica correlativa. Destaco estas cifras porque ellas tra¬
ducen los resultados de un principio que se enunció en la T Conferencia del Bienestar
del Inválido hace dos años, cuando este desiderátum parecía imposible de alcanzar.
Los accidentes de trabajo
El tercer aspecto de la invalidez es el que deriva de los accidentes de trabajo, los cuales
originan mil quinientos muertos al año (1.500), doscientos mil (200.000) heridos
que reclaman indemnización y un millar (1.000) de inválidos totales. Tal es el saldo
de dolor que nos dejan la industria y el trabajo amparado por la Ley 9688.
La Ley 9688, dictada en 1915, ha envejecido. Desgraciadamente, solo subsidia
e indemniza al inválido y, en cambio, no subsidia la invalidez que deja con vida,
ni subsidia las viudas y los huérfanos del accidentado y lo que es peor, ni siquiera
34 ■ Política sanitaria argentina
esboza los principios más elementales de la profilaxis del accidente. En el plan de
Salud Pública, figura el Instituto de Traumatología con sus respectivos centros sub¬
sidiarios que se extenderán por todo el país para abordar de una vez por todas, la
asistencia integral del traumatizado. La Cámara Gremial del Instituto de Previsión
Social, por otra parte, está preparando ya el proyecto de ampliación de las presta¬
ciones de la Ley 9688 y puedo adelantar que antes de fin de año será elevada esa
reforma a la consideración del Honorable Congreso de la Nación.
Las causas fortuitas
Nos queda el cuarto aspecto de la invalidez que, para denominarlo de alguna manera,
lo llamaremos la invalidez por causa fortuita. Nos referimos a las 10.000 muertes
violentas y a los 150.000 heridos que se producen fuera del medio industrial y del
trabajo, es decir en el tráfico, en los lugares públicos o en el hogar. Este capítulo
demográfico tiene tanta importancia que ocupa el sexto lugar entre las causas de
muerte, invalidez o enfermedad. Mata, enferma o invalida diez veces más que la
apendicitis y representa la cuarta parte del valor demográfico de las cardiopatías, que
son las que ocupan el primer término en las estadísticas.
Quedaría un quinto grupo de inválidos que no están adscriptos a ninguno de
nuestros sistemas de seguro. Nos referimos a las enfermedades crónicas que inca¬
pacitan poco a poco a las esposas, ancianos y niños de nuestra población en general.
Para tener una idea aproximada de lo que significa este problema, me remitiré a un
cálculo sobre la base de índices obtenidos en EEUU en el año 1937. En este momento
tenemos las siguientes cantidades de enfermos crónicos que fatalmente gravitan
sobre la capacidad de producción de nuestro país: 685.000 reumáticos; 370.000 car¬
diópatas; 370.000 arterioescleróticos e hipertensos; 345.000 afectados de bronquitis
crónicas, asma o estados alérgicos; 210.000 afectados de hernia; 200.000 hemorroi-
darios; 175.000 con venas en estado varicoso; 155.000 renales o con albuminuria;
145.000 enfermos mentales y neurópatas; 120.000 con trastornos tiroideos; 115.000
afectados de sinusitis y afecciones de garganta, nariz y oído; 93.000 afectados de
cáncer y otros tumores; 72.000 mujeres con enfermedades crónicas propias de su
sexo; 68.000 tuberculosos con lesiones comprobables radiológicamente; 66.000
diabéticos; 64.000 afectados del hígado y vías biliares; 33.000 ulcerosos de estómago
y duodeno; 27.000 enfermos graves de la piel; 24.000 con francos estados anémicos;
17.000 con apendicitis crónica; 15.000 con afecciones de los ojos y 10.000 con afec¬
ciones crónicas y progresivas del oído.
Estas cifras demuestran que dentro de la población que consideramos sana existen
miles de enfermos crónicos, que soportan su enfermedad en aparente estado de salud,
y que constituye una caudalosa fuente de incapacidades y de futuras invalideces. Por
otra parte, solo por excepción, estos enfermos crónicos permanecen en un hospital
general que se reserva para agudos o para enfermos graves. En todo el país solo dispo¬
nemos de un hospital para crónicos. Me refiero a las mil camas que, dependientes de la
Municipalidad, se encuentran en el Hospital Colonia Martín Rodríguez, de Ituzaingó.
El problema del inválido ■ 35
Con estas cifras quiero destacar el nuevo planteo de la ciencia médica, cuyo
centro de gravedad fue, hace cuarenta años, la lucha contra las enfermedades infec¬
ciosas y contagiosas, pero que, en el momento actual, se desplaza hacia el problema
de las enfermedades crónicas, portables en salud y que incapacitan e invalidan a
individuos aun útiles a su familia y a la sociedad.
Causales de la descapitalización del capital humano
La consideración del problema del inválido, tomado el concepto en su más amplio
aspecto jurídico y social y desde el punto de vista médico —no solo en el restrictivo
sentido de la incapacidad somática o de locomoción, sino también en la inaparente
o visceral—, nos brinda la oportunidad de reiterar una vez más ante los colegas,
que es necesario que la medicina replantee sus objetivos, dejando al margen el
caso individual, para examinar los grandes grupos de afecciones que descapitalizan
nuestro potencial humano. No olvidemos que el enfermo es un ser humano, no un
caso clínico ni una curiosidad científica, ni un problema exclusivamente médico.
La enfermedad es una abstracción, un concepto más o menos esquemático que en
virtud de nuestra formación cientificista, suele confundirse con el enfermo mismo.
Cuando se piensa demasiado en la enfermedad se subestima al enfermo, se trata a
la primera y se descuida al segundo. Los médicos nos aferramos a la historia clínica,
somos demasiado técnicos, enfrascados en la investigación de alteraciones anató¬
micas o funcionales, olvidando a menudo que el enfermo es un complejo no solo
somático, sino también psicológico y social.
La enfermedad y el mundo interior
El hombre sano o enfermo en función de la sociedad, es el objetivo trascendente de
la medicina contemporánea. Ese hombre es un ser que vive en familia, que tiene mal
o bien una vivienda y un hogar, que concurre a sitios de distracción, que trabaja y
produce o desea producir más, que configura en su espíritu aspiraciones justas, am¬
biciones, pequeñas o desmedidas, que anhela recibir el fruto compensatorio de su
trabajo, que siente, sufre y goza de alegrías sencillas, estados de ánimo que en con¬
junto crean un ambiente psicológico y social, que no es otro que el propio mundo
interior. Cuando llega la enfermedad, esta no solo perturba el funcionamiento de
los órganos, sino también todo ese conjunto de esfuerzos acumulados y de sacrificio,
que por lo general se viene abajo estrepitosamente. Los médicos si solo vemos la
enfermedad, si solo indagamos el órgano enfermo, corremos el riesgo de pasar por
alto ese mundo, ese pequeño mundo que envuelve al individuo como algo impon¬
derable, como una delicada red tejida de sueños y esperanzas. Mientras los médicos
sigamos viendo enfermedades y olvidemos al enfermo como unidad psicológica y
social, seremos simples zapateros remendones de la personalidad humana.
36 ■ Política sanitaria argentina
Cuerpos y espíritus lisiados
Establecido este principio general, se advierte que al individuo no solo hay que pro¬
porcionarle elementos de curación, sino también ese cúmulo de hechos y circuns¬
tancias que integran la vida de un hombre; todo ese complejo psicológico y social sin
el cual no sería un ser humano, sino un ente convencional y muerto para su familia
y para la sociedad que lo acoge en su seno. Podremos restituirle la salud, hasta la
lozanía si se quiere, pero, sin lo otro, además de un lisiado del cuerpo, tendríamos
un inválido del espíritu.
La ortopedia social
No puede lucharse contra la invalidez con instrumentos médicos y ortopédicos ex¬
clusivamente. Hay que desarrollar en el inválido una voluntad consciente, capaz de
superar los impedimentos físicos y morales. Sin esa orientación profunda, la orto¬
pedia y la cirugía no tendrían más valor que el de un arte limitado e intrascendente.
Porque hay una ortopedia social que va mucho más allá en la profilaxis de la incapa¬
cidad y en el reajuste de los inválidos y que tiene un sentido hondamente cristiano
de fe, esperanza y caridad.
Existió en nuestro país un gran precursor que vio en los lisiados más a los hombres,
que a los enfermos. Me refiero al malogrado profesor Guillermo Bosch Arana, cuyas
concepciones quirúrgicas de las prótesis cineplásticas son ya adquisiciones clásicas
del arte y de la ciencia médica. Desgraciadamente, la cirugía de Bosch Arana es muy
cara y no puede costearla el enfermo pobre; por eso, un filántropo argentino donó
a Francia el Hospital Santa Elizabeth, que costó 10 millones de francos, para que se
aplicaran allí los principios y técnicas de Bosch Arana. Esperamos aún al argentino
que, con idéntico gesto, regale a los inválidos argentinos un hospital como el Santa
Elizabeth de París.
Asistencia paliativa y restitutiva
El sentimiento caritativo, como punto de partida de la asistencia médica, se dirigió
al principio a atender a las necesidades vitales del asistido, es decir a organizar una
asistencia paliativa, sin remontarse a investigar las causas de cada situación. Al intro¬
ducirse el concepto y las leyes de la atención de los enfermos, como servicio pú¬
blico, desde la Revolución francesa el mundo conoció la asistencia restitutiva, es decir
aquella que se propone retrotraer el organismo a su situación inicial antes de la en¬
fermedad, sin pretender hacer del necesitado otra cosa que lo que era cuando entró
en estado de necesidad.
Pero esta doctrina es, en la hora actual, insuficiente. Por ejemplo, si curamos
un tuberculoso y lo devolvemos a su oficio y al medio social donde se enfermó, es
como si lo volviéramos a entregar a las garras del mal del que escapó por milagro,
El problema del inválido m 37
pues al poco tiempo lo tendremos de vuelta. De ese modo, los mejores sanatorios y
hospitales y los más costosos tratamientos son casi superfluos. Está probado que un
50% de los tuberculosos curados y que vuelven a su medio original, retornan al cabo
de un tiempo con una recaída. Con este ejemplo se comprende por qué la asistencia
restitutiva fracasa, ya que al resolver un problema se plantea otro tan grave como el
primero, lo que podría expresarse gráficamente con el refrán inglés de que “preten¬
demos alimentar al perro con su propia cola”.
La asistencia recuperativa
Llegamos así, al nuevo concepto, a la nueva doctrina integral, que es el de la asistencia
recuperativa o reconstructiva. No se trata solamente de sacar a flote al inválido, sino de
arrimarlo también a la orilla, para ponerlo a salvo de una recaída. La asistencia recu¬
perativa atiende los dos factores: el hombre y el medio. Al hombre lo cura y le brinda
los recursos para que pueda transformarse en un nuevo ser. Al lisiado le ofrece una
prótesis para que recupere sus posibilidades de trabajo, lo reeduca o le enseña un
nuevo oficio, pero al mismo tiempo le crea un mercado para su trabajo. Ofrecerle un
medio de trabajo no es difícil; lo difícil es darle la posibilidad de que pueda emplear
su trabajo.
Por este motivo la asistencia integral del inválido solo es posible estableciendo
una protección jurídica —como se ha hecho en otros países— en virtud de la cual,
por ley especial, se obliga a que el 2% de las plazas de la administración pública y de
las industrias privadas sean ocupadas por inválidos recuperados.
Grande es, pues, la tarea que os espera, señores congresales, y os puedo ase¬
gurar que el Gobierno de la nación desea conocer vuestras sugestiones. Entendemos
que es urgente la creación de los “Talleres Nacionales de Educación Integral de los
Lisiados”, en donde a la par que se recapacitan y rehabilitan a los hombres, se los cura
del complejo de inferioridad que sigue al inválido como la sombra al cuerpo. En ese
taller se evocarán como estímulo y esperanza, a los grandes lisiados de la historia y
del arte. Al matemático Lichtenberg, al filósofo Moses Mendelssohn, al poeta Byron,
a Walter Scott, a Víctor Hugo, al Manco de Lepanto y a Hernán Cortés. Se recordará
al pintor Ducorneta, quien no tenía brazos y que, sin embargo, pintaba con los pies,
superando las terribles deformaciones que los afectaban, y a la gran pintora japonesa
Yoneko Yamaghui, que manejaba el pincel con los dientes y a tantos otros inválidos
y lisiados que son símbolos de la humanidad, expresiones supremas de voluntad,
perseverancia y abnegación y prueba terminante de cómo el espíritu es santo y se
cierne siempre por las más altas cumbres de la desgracia y de la miseria humanas.
38 ■ Política sanitaria argentina
¿Desaparecerían las enfermedades
venéreas por obra de la higiene social
bien organizada ? 1
En mi carácter de secretario de Salud Pública de la Nación y como asesor técnico
del Poder Ejecutivo en el decreto reglamentario de la Ley 12331, que lleva la firma
del general Perón, y el 9863/46 de este año, asumo la responsabilidad de desarrollar
ante esta reunión de especialistas las ideas generales que informan su redacción,
y que orientarán en el futuro el desenvolvimiento de nuestro Plan Quinquenal de
profilaxis e higiene sociales.
Política sanitaria de ideas concretas
Entiendo que el Gobierno de la nación debe formular una política sanitaria precisa,
con ideas concretas sobre cada uno de los problemas de salud del pueblo, y aún
más, dichas ideas deben ser expuestas, primero ante los técnicos, y luego transfe¬
ridas a la conciencia popular, porque abrigo la certeza de que el pueblo será nuestro
mejor aliado, y si lo ayudamos señalándole los peligros, con honradez y seriedad, él
sabrá respondernos de modo tal que, médicos y enfermos, formaremos en el mismo
ejército, frente al enemigo común, en este caso los tremendos males que debilitan el
caudal biológico de la nación.
No tengo ningún reparo en opinar libremente frente a ustedes y lo haré con
la mayor claridad y extensión posibles, en forma de que todo el mundo conozca
nuestro pensamiento y nuestros propósitos, para que los apruebe, los discuta o los
critique, porque así lo dispone la más elemental norma democrática y porque sin el
asesoramiento de los expertos y sin la colaboración del pueblo, las mejores ideas de
gobierno soportan el acento de la indiferencia popular, y mueren en el vacío de las
conciencias. Por otra parte, soy un convencido de que antes de redactar las leyes hay
que configurar las costumbres.
Valga este exordio para hacerme perdonar algunos conceptos que expondré,
los cuales sobran para el médico culto, pero que son indispensables para ilustrar la
opinión pública.
'Discurso pronunciado al inaugurar el Congreso de Profilaxis Social, el día 9 de noviembre de 1946, en
el anfiteatro de la Facultad de Ciencias Médicas.
¿Desaparecerían las enfermedades venéreas por obra de la higiene social bien organizada? m 39
El tratamiento específico
Se producen anualmente en nuestro país 47.400 “casos nuevos” de infección por
lúes y 30.200 por blenorragia. Basta enunciar estas cifras para hacernos cargo de
la importancia del problema que plantean esos 80.000 enfermos nuevos por año,
y la honda preocupación que debe dominar al Estado y a la sociedad. Por eso las
autoridades aplauden la iniciativa de reunir a los médicos especialistas, sobre todo a
aquellos que vienen del interior del país, encallecidos por la batalla diaria, no contra
la enfermedad, sino contra la incuria, la despreocupación, la falta de materiales sani¬
tarios y de los más indispensables instrumentos de trabajo.
Una estadística del Servicio de Higiene Pública de EEUU, realizada en el año
1927, demostró que, de cada mil habitantes, existían 4,3 que recibían tratamiento
específico. Si tomamos ese índice del 4% para aplicarlo por analogía a nuestro país
—ya que así debemos proceder dada nuestra carencia de estadísticas—, se deduce
que existen 68.000 personas en la Argentina sometidas a tratamiento específico.
La reacción de Wassermann practicada en gran escala en colectividades aparente¬
mente sanas, sobre personas sospechosas, demuestra que existe un 5% de resultados
positivos.
Un elemento de juicio que nos brinda un panorama más o menos exacto sobre
la difusión de la enfermedad es el número de nuevas infecciones. El coeficiente
marca 3,46 por mil y por año; en otros términos, de cada mil habitantes, tres por
lo menos contraen una lúes en el curso del año. Este índice seriamente establecido,
nos permite afirmar, de un modo deductivo, que en la Argentina se producen 40 mil
casos nuevos de lúes primaria por año.
Es difícil elaborar una estadística exacta de la morbilidad venérea, porque gra¬
vitan factores que, por razones obvias, escapan a los intentos mejor organizados; en
cambio, sería mucho más fácil y seguro obtener datos precisos sobre la mortalidad,
tomando como base el porcentaje de muertes producidas por la lúes.
Las estadísticas y los certificados de defunción
Actualmente se consigna en el certificado de defunción la causa final del deceso sin
especificar la etiología. Esto trae un grave inconveniente para la estadística, que se
salvará, como en otros países, estableciendo en forma obligatoria para el médico
la especificación concreta de los tres factores que concurren a una defunción, es
decir la causa inmediata, la causa etiológica y las causas complicantes. De ese modo
tendríamos convergiendo hacia la estadística el dato clínico, la etiología cierta o pro¬
bable y los factores complicantes que anteceden al óbito; de ese modo evitaríamos
la anarquía estadística y la confusión entre los efectos aparentes y la causa verdadera
de una muerte.
Así, por ejemplo, en los certificados actuales la causa de muerte consignada es
hemorragia cerebral, síncope, cardiopatía, arterioesclerosis, etc., cuando en realidad
en un alto porcentaje de esos casos se trata de lúes.
40 ■ Política sanitaria argentina
La Secretaría de Salud Pública de la Nación está preparando ya el nuevo modelo
de certificado de defunción, con vistas a la estadística, el que irá acompañado del
certificado confidencial para toda la República, tal como se aplica en Suiza, Australia,
Canadá, EEUU, etc., y que permite desglosar los datos civiles, útiles e indispensables
a la acción legal, de los datos puramente científicos y de interés médico-social y
estadístico.
Lo que interesa a la autoridad sanitaria es conocer la causa real de la muerte y ello
solo lo averiguaremos por el nuevo sistema que propiciamos, que se adoptará por
ley o se incorporará al Código Sanitario que tenemos en preparación.
Es importante destacar que la enfermedad específica es uno de los riesgos de
muerte que más preocupa a la medicina del seguro. La Compañía Metropolitana
de Nueva York registra 44.480 muertes por lúes, entendiendo por tales las formas
terciarias, tabes y parálisis general. De la estadística, por cierto minuciosa de esa
Compañía, resulta que la mortalidad anual por lúes es de 13,7 por 100.000 de la
población asegurada.
A pesar de que los coeficientes de mortalidad por lúes son menores de lo que
deben ser en realidad, la enfermedad ocupa el lugar N° 11 en las tablas de mortalidad.
Un luético por cada diez adultos
De las estadísticas de las compañías de seguro de vida y de sus índices aplicados a
la Argentina resulta que en nuestro país debemos tener unos 700.000 luéticos entre
la población aparentemente normal, lo cual representa un luético por cada diez
adultos, y ya dijimos que el número de casos nuevos que aumenta anualmente esa
cifra llega a los 40.000. Nuestra situación es muy parecida a la de EEUU; por eso los
datos estadísticos son hasta cierto punto superponibles, de ahí que los menciono
repetidamente.
No me aventuro al afirmar que, el día en que podamos “sincerar” nuestras esta¬
dísticas, mediante el certificado etiológico, tendremos la demostración objetiva y
terminante de la magnitud del problema que significa la lúes para nuestro país.
En las cifras de los seguros de vida, se advierte que el índice de morbilidad por
lúes es mayor en las edades media y adulta, a pesar de que la infección primaria se
adquiere casi siempre en plena juventud. Esta enfermedad produce una invalidez
precoz alrededor de los 30 años por lesiones cardiovasculares y el índice de morta¬
lidad crece progresivamente a medida que avanzamos en el curso de la vida, sobre
todo por localizaciones en el sistema nervioso.
Las enfermedades venéreas y su posible eliminación
La guerra de 1918 permitió inesperadamente a EEUU realizar un experimento profi¬
láctico en gran escala con sus tropas, pues se desarrollaron contralores, tratamientos
y educación sanitaria antivenérea entre los combatientes en forma tan intensiva que
¿Desaparecerían las enfermedades venéreas por obra de la higiene social bien organizada ? m 41
al final de la guerra, se habían obtenido resultados sorprendentes, que nos permiten
asegurar que las enfermedades venéreas pueden eliminarse totalmente reduciendo
la morbilidad a cifras despreciables. Por eso no es una utopía afirmar que, con un
plan sanitario completo bien aplicado, en nuestro país las enfermedades venéreas
deben desaparecer como desapareció la viruela.
La Compañía Metropolitana de Seguros de Vida de Nueva York, —que reúne 18
millones de asegurados— desde 1911a 1935 ha logrado bajar el índice de mortalidad del
21 al 11 por 100.000 para los hombres y del 7 al 4 por 100.000 para las mujeres, es decir
un descenso de alrededor de un 50% para el sexo masculino y 45% para el femenino.
Toda esa obra admirable se realizó mediante una campaña constante de educación
sanitaria, tendiente a orientar correctamente el tratamiento médico de los asegurados.
Este dato demuestra la eficacia del procedimiento, sobre todo si recordamos que la ley
de profilaxis de EEUU fue votada recién en 1938, después de la nuestra que es de 1936,
es decir con posterioridad a la acción de las compañías de seguros.
El examen de las curvas biométricas, correspondiente a las edades de infección,
pone en evidencia el hecho de que la mayor parte de las nuevas infecciones corres¬
ponde a los hombres de 24 años y a las mujeres de 22, con lo que se demuestra que
el componente principal en el contagio es la inexperiencia juvenil, de donde la gran
importancia de la enseñanza en la pubertad para advertirles de este peligro que hace
caer en sus garras a 6 muchachos de cada mil entre los 20 y 24 años y a 3 niñas entre
los 15 y 19 años. Aun cuando las curvas demuestran que el peligro se mantiene en el
curso de la vida de ambos sexos —en las mujeres hasta los 50, en los hombres hasta
los 60— es evidente que, después de los 25 años, el número de víctimas desciende en
forma vertical, debido, no por cierto a la menor exposición al riesgo, sino a la mayor
sabiduría con que se lo afronta.
Los enfermos sin antecedentes de contagio
Para la higiene es un problema de gran significación aquel grupo de enfermos sin
antecedentes de contagio, que jamás han tenido una lesión primaria y que, sin em¬
bargo, presentan manifestaciones tardías de la enfermedad. El hecho es muy común,
casi perogrullesco para los médicos generales, pero está probado que en el 50% de
los casos, en los hombres, y en el 30% de las mujeres con lúes comprobadas seroló-
gicamente, no recuerdan el antecedente de la primo infección. Estas “lúes acéfalas”
imponen el contralor serológico permanente de las colectividades.
A mi juicio los médicos debemos propiciar el catastro del líquido cefalorra¬
quídeo en forma sistemática, al menor padecimiento rebelde del sistema nervioso.
Sobre 200 casos con reacción positiva en el líquido cefalorraquídeo, 53 niegan haber
tenido una lesión primaria, es decir estamos frente a una situación especial que para
llamarla de alguna manera la calificamos de “lúes acéfalas”.
Las formas latentes de la enfermedad comprenden alrededor del 35% de los casos,
es decir que de 100 específicos, 30 llevan en su entraña un mal oculto e ignorado por
el mismo enfermo y que lo arrastrará fatalmente a la invalidez, por vía de las lesiones
42 ■ Política sanitaria argentina
del corazón y arterias (10%), afecciones del sistema nervioso a forma parética (5%),
tabes (5%), lesiones meningomedulares difusas (15%).
El catastro serológico en los grupos sociales prueba que de cada mil personas
aparecen los siguientes casos de positividad (Tabla 2).
Tabla 2. Distribución de casos seropositivos de lúes,
según grupos sociales.
Grupos sociales
%0
Estudios universitarios
1
Obreros industriales
6
Bancos de sangre
8
Exámenes prenupciales
12
Peones rurales
23
Mendigos callejeros
110
Empleados ferroviarios
117
Presos
240
Prostitutas
600
Higiene social y medicina preventiva
A menudo se confunden los alcances y fines de la higiene propiamente dicha con
los propósitos objetivos de la medicina preventiva. Precisamente el caso particular
de la lúes nos ofrece la oportunidad de precisar ambos conceptos, insistiendo en el
objetivo social de la higiene y en los fines individuales de la medicina preventiva.
Mientras un luético puede contagiar su caso, pertenece a la higiene; cuando deja de
ser contagioso, deja de ser un caso de higiene para entrar en el dominio de la me¬
dicina preventiva.
Todo caso de higiene lleva implícito un problema de medicina preventiva,
porque no es posible, sino por un esfuerzo dialéctico —y, por ende, artificioso—,
separar las enfermedades, como concepto, del hecho material del enfermo.
Aun cuando el enfermo latente o ignorado deja de ser una fuente de contagio
para sus semejantes, implica para la víctima un tremendo riesgo, porque este al no
asignarle importancia o ignorarlo se descuida lo que es más grave en sus conse¬
cuencias, y resulta ello tanto más grave cuanto más engañoso es su aparente estado
de salud.
La medicina preventiva es solo una parte de la higiene; es una forma de la higiene
individual, puesto que su tarea se organiza sobre resortes y situaciones vitales del
hombre como unidad, mientras que la higiene latu sensu se dirige a la sociedad
tomada en conjunto. Ambos, individuos y sociedad, son problemas del higienista,
pero el factor individual es problema exclusivo de la medicina preventiva.
La lúes, a pesar de ser una enfermedad infecciosa, no siempre es contagiosa y
todas las enfermedades que tienen esta modalidad plantean dos problemas para la
¿Desaparecerían las enfermedades venéreas por obra de la higiene social bien organizada ? m 43
higiene: uno, la acción sobre los individuos y otro, la acción sobre la colectividad. La
enfermedad específica dura en su evolución muchos años, pero no es contagiosa,
como es sabido, sino til comienzo, que es cuando debe actuarse con el mayor criterio
de defensa de la sociedad. De allí la importancia de que los consultorios externos
cuenten con médicos capaces de pensar socialmente y extender su acción hacia el
núcleo familiar, tomando con energía y eficacia todas las medidas para que nadie
que sea capaz de contagiar, pueda transmitir su mal a otras personas.
La eliminación de la lúes en el mundo
Toda medida de profilaxis social, por enérgica que parezca está justificada porque,
son los menos los que están en condiciones de perjudicar a los demás. En nombre de la co¬
lectividad es indispensable que la lúes —enfermedad universal— sea totalmente ex¬
tirpada como plaga del género humano. Ello es posible si los países más adelantados
disponen de las organizaciones técnicas, puesto que los médicos sabemos, perfecta¬
mente, cómo tenemos que actuar.
La lúes debe y puede desaparecer, como desapareció la lepra en la Edad Media
con solo imponer el aislamiento obligatorio en aquellos 15.000 leprosarios que
organizó la Orden de San Lázaro. Con los recursos actuales, que nos brinda la civili¬
zación y el progreso, la lucha contra el “morbus venéreo” es mucho más fácil que la
afrontada en la maravillosa Edad Media, por los abnegados sacerdotes de San Lázaro.
No creo que la responsabilidad que han tomado a su cargo los especialistas de la
piel, al anexarse como cosa propia el estudio y tratamiento de la lúes, sea inconve¬
niente desde el punto de vista de la higiene; la considero una ventaja, puesto que el
conocimiento perfecto de las formas externas y floridas es el instrumento de lucha,
ya que descubre a la lúes en su periodo de máxima contagiosidad.
Este criterio no es incompatible con la Venereología, nueva especialidad en
la que convergen los conocimientos más diversos de la Dermatología, Urología,
Clínica, Neurología, Medicina Legal, Higiene y hasta de Psiquiatría, abriéndose así
un horizonte nuevo dentro de la medicina social, que no puede ser afrontado exclu¬
sivamente por los dermatólogos, dada la índole tan circunscripta de sus estudios y
métodos de trabajo.
Los efectos de la Ley 12331
La Ley 12331 promulgada el 30 de diciembre de 1936, dentro de pocos días cum¬
plirá diez años de aplicación y experiencia. Las publicaciones de los más avezados
especialistas de nuestro país, demuestran terminantemente que la ley fue eficaz y
cumplió su objetivo hasta el año 1944. En 16 dispensarios, que atendían 3.048 casos
nuevos de sífilis en 1932, se comprobó que en 1943, atendieron solo 739 casos. La
gonorrea bajó, en esos mismos establecimientos, de 8.927 a 4.536 casos. Idénticos
resultados se obtuvieron en otros grupos de dispensarios bien controlados.
44 ■ Política sanitaria argentina
Con motivo de la guerra y por factores que ustedes tratarán de dilucidar, se
advierte en el país un ascenso de los índices de morbilidad, tanto que, en algunos
dispensarios, es alarmante el número de enfermos casi como antes de la sanción de
la Ley 12331. Uno de los factores ha sido la guerra, que ha limitado nuestro aprovi¬
sionamiento de agentes terapéuticos esterilizantes. Este aumento de las venéreas ha
originado críticas injustificadas a la ley —que será perfectible— pero en el fondo,
el problema no reside en la ley misma. La ley ha demostrado, en su primera expe¬
riencia, sus grandes ventajas, lo cual basta, por ahora, para mantenerla dentro de sus
provisiones generales, por otra parte coincidentes con la experiencia universal, que
no ha cambiado en esta materia. Sus fallas pueden remediarse con medidas sociales
como las ordenadas por el Decreto 9863/46 del general Perón, y con cumplir y hacer
cumplir la ley, en lo que se refiere al tratamiento obligatorio y ello solo se consigue
disponiendo de dinero suficiente.
El certificado prenupcial
Con la implantación del certificado prenupcial se han discutido varios problemas,
unos de higiene, otros de derecho y otros morales. El certificado prenupcial no
asegura en absoluto la posibilidad de evitar la lúes en la descendencia, pero con el test
serológico bien aplicado, se evitan los casos potencialmente graves para los futuros
hijos, y en ese sentido la serología adquiere una enorme trascendencia eugenética.
Al eximir del examen prenupcial al sexo femenino, se deja de lado una buena
parte del problema; pero pueden subsanarse las razones de índole moral exigiendo
solamente el certificado serológico prenupcial, también a las mujeres. No hay razón
para no hacerlo. El certificado prenupcial tiene un sentido psicológico y educativo
muy importante. Frente a un acto trascendental como es el matrimonio, los con¬
trayentes perciben por primera vez su responsabilidad física ante la sociedad. Es
conveniente —con medidas oportunas— acentuar esa responsabilidad sanitaria de
los futuros cónyuges con el propósito de crear una conciencia eugenética en bien de
la raza, es decir en bien de la patria.
El ejemplo de Dinamarca
Entre todos los países de la tierra, Dinamarca es un ejemplo de eficacia en la lucha
antivenérea. En el año 1874 se dispuso que las enfermedades venéreas debían ser de¬
claradas obligatoriamente y se estableció también el tratamiento compulsivo por el
poder público. En la Argentina, recién este año por el Decreto 9863/46 se implantó
la denuncia obligatoria, completando así el principio de la Ley 12331 del tratamiento
obligatorio. En 1919 se registraron en Dinamarca 2.889 casos de lúes; se extremaron
las medidas y en el año 1933, el número de casos nuevos se redujo a la ínfima can¬
tidad de 181 enfermos. Al comenzar la guerra, la lúes había desaparecido por com¬
pleto en Dinamarca, registrándose solo casos esporádicos.
¿Desaparecerían las enfermedades venéreas por obra de la higiene social bien organizada ? m 45
Tanto nosotros, como EEUU, tenemos todavía 300 casos por cada 100.000 habi¬
tantes, y es muy probable que si no procedemos como en Dinamarca, con una gran
campaña de profilaxis social, el problema seguirá latente y sin solución. Natural¬
mente, Dinamarca tiene una población de gran nivel cultural, homogénea y dis¬
ciplinada, lo que facilita enormemente la tarea y no podemos compararnos total¬
mente con ellos en este aspecto.
En Suecia y otros países
En Suecia, la legislación remonta al año 1817, época en que se impuso la denuncia y
tratamiento libre de los luéticos. En 1918 la legislación sueca se perfeccionó haciéndola
más compulsiva y punitiva; se extendió su acción sobre el tratamiento obligatorio de
las embarazadas y de los presos, sancionándose penas severísimas para el contagio
venéreo; al mismo tiempo se organizó la enseñanza y educación de los médicos y de la
población. Estas disposiciones hicieron descender en Suecia en un 50% los casos de in¬
fecciones y hoy puede, Suecia, presentarse como otro ejemplo, pues solo tiene 7 casos
de lúes por cada 100.000 habitantes, contra 300 que tienen EEUU o la Argentina.
Lo mismo puede decirse de Noruega, que tenía 360 casos de lúes por 100.000
de población en 1919 y lo redujo a 30 en 1933. Las leyes dictadas en Gran Bretaña
en 1919 han permitido, en 1934, descender en un 50% el número de enfermos. Rusia
tenía un índice de 388 por 10.000 de población, es decir 3.887 por 100.000, en el
año 1914, y lo redujo a 75 casos por 10.000 en el año 1934. En el censo de Alemania
en 1927 se señaló un índice de 131 casos por 100.000 de población; en virtud de las
medidas profilácticas estos índices se redujeron en un 35% en el año 1934.
No hemos de señalar las características de las organizaciones de lucha antivenérea
porque en todas partes del mundo son en más o en menos las mismas. El balance de
los resultados obtenidos es suficiente para prestigiar los esfuerzos médicos; funda¬
remos en esa experiencia la profilaxis antivenérea de nuestro país.
El tratamiento y los nuevos aportes de la terapéutica
Muchos son los esquemas del tratamiento y cambian continuamente con los nuevos
aportes de la terapéutica. Todas las normas están destinadas a actuar sobre el factor
enfermo que, a menudo, ignora la gravedad de su mal, más o menos latente. Los
tratamientos realizados sin discernimiento, en su calidad o en su cantidad, aplicados
por médicos de buena voluntad que no tienen otra guía que su intuición o el neuro-
sismo de sus pacientes, son sumamente peligrosos.
Es importante convencer al médico general de que los tratamientos intensivos sin
un control serológico periódico, son de mayor gravedad que la enfermedad misma,
por el traumatismo químico que produce en los emuntorios. Este hecho lo tienen bien
vigilado las compañías de seguros de vida porque han comprobado sobre un total de
44.000 casos (Medical Impairment Study) que quienes han hecho un mal tratamiento
46 ■ Política sanitaria argentina
tienen un riesgo mayor que las personas normales que excede del 140%. En cambio,
los que han hecho un tratamiento excesivo su riesgo mortal es de 150%. En estos casos
es peor el remedio que la enfermedad. Como principio general debe decirse que todo
tratamiento antivenéreo hecho sin discernimiento, es, a la larga, contrario a la salud.
En los países en los cuales el contralor de la prostitución es muy severo, la esta¬
dística demuestra que la prostitución es la fuente más común del contagio. Sobre
un total de 971 casos primarios investigados por el Departamento de Higiene de la
Ciudad de Nueva York, el 68% reconocían ese origen, y en el 22% procedían de “amis¬
tades ocasionales” que por su naturaleza pueden ser asimiladas a la causa anterior.
Si este concepto se pudiera difundir entre la masa popular, sería fácil dominar las
causas primarias de contagio en el 89% de los casos; el 11% de causas ocasionales o
de ignorancia que son los restantes, se pueden clasificar como verdaderos riesgos,
hasta cierto punto inevitables. Desde el punto de vista epidemiológico no existe una
enfermedad más benigna que la venérea, desde el momento que nos brinda una
chance contra nueve para eludir el contagio.
La obra actual y la de generaciones anteriores
Es conveniente efectuar periódicamente, un balance de los elementos sanitarios de
que disponemos a fin de que nuestra continua demanda a la nación de elementos sa¬
nitarios no sea interpretada, fuera de los ambientes científicos como una mentalidad
derrotista y dispuesta a criticar la obra de las generaciones anteriores.
Contamos con 11.807 médicos en ejercicio activo de la profesión; tenemos 66.979
camas hospitalarias de las cuales 43.371 corresponden a servicios generales y 23.608 a
servicios especializados. En el total de servicios sanitarios, existen 709 consultorios y
dispensarios especialmente destinados a la lucha contra las enfermedades venéreas.
Por mucho que sea nuestro déficit, es evidente que contamos con una buena can¬
tidad que, si las dotamos ampliamente y les imprimimos un ritmo de trabajo uni¬
forme en cuanto a los procedimientos, podemos emprender con éxito una acción
inmediata, sin perjuicio de las ampliaciones proyectadas en el Plan Quinquenal,
como es, por ejemplo, el Instituto de Higiene Social con carácter de venereocomio.
La frecuencia de lesiones mucosas en aparente estado de salud, obliga a difundir
en nuestro pueblo algunos conceptos de profilaxis que pueden explicarnos muchas
de esas lúes acéfalas tan comunes en nuestro país y que, a menudo, es cargada a
cuenta de brotes hereditarios tardíos no existentes. Por simples que sean algunos de
estos conceptos se impone enunciarlos en esta calificada reunión de médicos para
que ellos trasciendan a la opinión pública.
El peligro del mate en común
Por ejemplo, es una costumbre peligrosísima la de convidar con mate al primer
llegado —tan común en nuestros ambientes modestos— y que, si bien es nuestra
¿Desaparecerían las enfermedades venéreas por obra de la higiene social bien organizada ? m 47
expresión de amistad y cortesía, desde el punto de vista de la higiene, debe ser se¬
riamente censurada. Otro peligro reside en aceptar los servicios de una nodriza sin
conocer sus antecedentes médicos o viceversa, amamantar un infante sin que un
médico intervenga previamente para reconocer al niño y a los padres.
La transmisión de la sífilis de un enfermo a un sano puede ser prevenida de tres
maneras:
1. Evitando los riesgos del contagio.
2. Si se ha tenido un contacto sospechoso, neutralizando la infección en las
primeras horas.
3. Convirtiendo al enfermo en no infeccioso.
La más antigua y en cierta manera, la medida más eficaz de profilaxis venérea es
el control de los contactos extramaritales. Las medidas de orden educativo, y en
especial la continencia moral, así como el desarrollo de altos ideales en materia de
conducta sexual, es suficiente para prevenir un alto porcentaje de contagios.
El concepto moral en los infectados
El mayor reconocimiento de las fuentes de infección y de su mecanismo psicosexual
permite abordar la profilaxis entre la juventud en la cual no hay aun el discerni¬
miento necesario para distinguir lo bueno de lo malo. Es eficaz también inculcar a
los infectados el concepto moral de no difundir el contagio, y si ello no entrara en la
población no hay más remedio que aplicar las leyes penales en la materia. Sobre un
grupo de 300 hombres infectados, a los cuales se les hizo una encuesta, se encontró
que muy pocos tenían la conciencia exacta del peligro que entrañaba para sus seme¬
jantes y aun para su propia familia. Debemos transformar nuestros dispensarios en
centros de conciencia sanitaria y de educación sanitaria a fin de que a los enfermos
no solo se les den inyecciones de bismuto de mercurio, sino también inyecciones de
buena fe, conciencia y optimismo.
El peligro está siempre en acecho
La higiene enseña que ninguno de los procedimientos que el pueblo utiliza como medidas
de seguridad para preservarse del contagio, representan un 100 por 100 de eficacia-, en los
medios militares, que es donde estos controles han podido ser mejor aplicados, no
se obtiene un resultado constante. El problema no reside en valorar en un tanto por
ciento los resultados de cada método de profilaxis. Lo mejor es enseñar que con todos
esos procedimientos, el peligro no queda de lado y difundir el concepto de la restricción
moral.
No excluimos de esta crítica los métodos llamados de profilaxis química, cuyo
peligro estriba en la seguridad con que los fundamentan sus propiciadores, pues
48 ■ Política sanitaria argentina
es bien sabido que los mejores preparados son ineficaces si se aplican después de la
sexta hora del contacto.
Para la sanidad, en cambio es de gran importancia la rápida esterilización de los
contagiosos, y en este sentido la civilización debe a los preparados arsenicales el
milagro de reducir un caso de Higiene, en un simple caso de Medicina Preventiva. La
lúes deja así de ser un problema sanitario y social, para transformarse en un problema
médico e individual. Si en algún período de la enfermedad corresponde dictar normas
tipificadas es en el tratamiento del período de infección, es decir en el primario.
Hasta la reciente era de la penicilina, el 93% de los casos dejaban de ser contagiosos
con la sola aplicación de unas dosis de arsenicales y de bismuto.
Actualmente, con el arsenal terapéutico moderno, solo nos queda por realizar
la policía de focos y aplicar el principio de que la lucha contra la enfermedad no debe
degenerar en la lucha contra el enfermo, sino contra el enfermante. Todos los sistemas de
control que tiendan a coartar la libertad individual más allá del punto que conviene
al interés público, convierten a la sanidad en un elemento de odio en lugar de ser un
amable consejero del bien público.
Vivimos un momento revolucionario en cuanto a los procedimientos de profi¬
laxis social y aun no podemos prever las consecuencias de la aparición de la peni¬
cilina como arma de extraordinario poder.
Terapéutica esterilizadora en forma compulsiva
Hasta hace poco la cuarentena del Salvarsán que consistía en esterilizar al portador
de una lesión primaria en el período infectante, era la última palabra en la materia.
Son muy recientes las experiencias del Mount Sinai Hospital de Nueva York, sobre
300 casos internados durante 6 días para inyectarles gota a gota un compuesto ar-
senical con lo cual obtenían de entrada una esterilización magna que se mantenía
meses y aun varios años después. La posibilidad de que la penicilina y las sulfa-
midas permiten esterilizar con menos tiempo y riesgo, debe movernos a difundir
en toda la República los medios médicos y farmacéuticos necesarios para que la
terapéutica esterilizadora se haga a cuenta del Estado y en forma compulsiva. Será
siempre más económico evitar los 40.000 casos nuevos que se producen anual¬
mente en nuestro país, que esperar a que las normas de la Medicina Preventiva
anulen los efectos destructivos del mal en los distintos órganos de la economía
humana. Enuncio este programa sanitario como uno de los primeros que pon¬
dremos en práctica y cuya trascendencia social queda dicho con la sola presen¬
tación demográfica de la lúes.
Propósitos del plan sanitario antivenéreo
Todo progreso en el control de las enfermedades venéreas y en especial de la lúes
debe fundarse sobre la base de una buena preparación de los médicos que van a
¿Desaparecerían las enfermedades venéreas por obra de la higiene social bien organizada ? m 49
actuar como técnicos sanitarios. Se ha dicho, y con razón, que el porvenir del es¬
pecífico depende de la sabiduría del primer médico que lo ha examinado. Por eso
la Secretaría de Salud Pública de la Nación propiciará los cursos de Venereología,
obligación que por otra parte impone el Decreto 9863/46.
Os pido disculpas por haberme extendido en ideas que serán familiares a muchos
de ustedes, pero como anuncié al principio, deseaba dejar perfectamente aclarada
mi posición y el espíritu o el alma del Plan Quinquenal, como dice el general Perón.
En este caso he querido referirme a las ideas fundamentales en materia de profilaxis
social y de exprofeso eludo la consideración de ciertos aspectos del problema que
solo deben ser por ahora de incumbencia de los especialistas.
El delegado de la Secretaría de Salud Pública os informará sobre los detalles
técnicos del Plan Quinquenal de venereología, pero os adelanto que la Secretaría
a mi cargo adoptará complacida las observaciones y contribuciones de los señores
congresales, puesto que como seres humanos podemos equivocarnos, pero como
hombres de Gobierno tenemos la obligación de reconocer los errores y agradecer
las críticas constructivas.
Pero puedo adelantar que nuestro propósito, nuestro Plan Quinquenal de
Salud Pública tiene la pretensión de reducir las enfermedades venéreas a índices
tales de insignificancia que dentro de cinco años podamos anunciar al país, que los
males venéreos no son en nuestra patria sino un vago recuerdo, un amargo y triste
recuerdo. De un índice de 65 enfermos venéreos por cada 10.000 habitantes pen¬
samos llegar a un índice de 10 por 10.000.
Que Dios y la patria nos ayuden en esta legítima ambición de médicos y de
argentinos, para demostrar a los escépticos y descreídos que las venéreas pueden y
deben desaparecer con una buena organización de la higiene social.
50 ■ Política sanitaria argentina
La salud del pueblo depende de
diversos factores indirectos del pueblo 1
El personal sanitario por la naturaleza especial de sus tareas, por los riesgos comunes
que afronta, por su actitud permanente de ayuda al prójimo, por su simpatía hacia el
desvalido y el enfermo, por el sacrificio sin horas que impone todo esfuerzo altruista
constituye una organización que debería poseer —pero no posee— gran espíritu de
cuerpo y hondo sentido de la camaradería y del compañerismo. Hemos tratado en los
seis meses transcurridos, de infundir este espíritu, actuando impersonalmente, para
colocar el prestigio de la institución por encima de la persona que la dirige, pues lo
individual es lo único transitorio y efímero, en el gran movimiento del mundo y en la
marcha ascendente de la nación. Tratamos de conciliar a los colegas, con un elevado
sentido de la tolerancia y prescindiendo de las actitudes personales; hemos tratado
de respetarlos y hacerlos respetar, ante la sola consideración de su capacidad y dedi¬
cación al trabajo, olvidando errores cometidos, en la convicción de que la patria está
por encima de las circunstancias humanas y de que existe un ideal común que debe
unirnos a todos, en estos momentos, en que el Gobierno realiza el esfuerzo más or¬
gánico que se haya concebido en América para bien y grandeza de la nación argentina.
Con otra universidad, los médicos hubieran sido la avanzada de la política eco¬
nómico social del excelentísimo señor presidente de la nación, porque ellos —mejor
que nadie— conocen el dolor y el sufrimiento de los humildes. Alternan su visita al
palacio del rico, con su visita a la vivienda del pobre y son testigos cotidianos de los
oscuros dramas de la miseria. Si muchos colegas no comprendieron en su hora, ni
vieron, ni escucharon, ni quisieron ver y escuchar, es porque ciertas cosas andaban
mal en el país, pero felizmente la crisis ha sido superada.
Preocupación del general Perón por el gremio médico
Aun dejando de lado las proyecciones de la doctrina del general Perón, en el campo
de la medicina social, debemos reconocer que gracias a él se llegó al estatuto de las
Profesiones del Arte de Curar y se dispensó al gremio una deferencia que jamás le
fue concedida por ningún otro Gobierno, jerarquizándonos, con la creación de la
Secretaría de Salud Pública de la Nación que, en el orden institucional, representa
una conquista revolucionaria.
Como si eso no fuera bastante, tenemos que agradecer al excelentísimo señor
presidente de la nación, el Decreto 7631/46 del 21 de agosto, por el que se asigna el
'Discurso en la comida de camaradería de la Sanidad Nacional, el 27 de diciembre de 1946.
La salud del pueblo depende de diversos factores indirectos del pueblo ■ 51
sueldo mínimo de 375 pesos a todos los médicos nacionales, cuyos haberes se abonan
estos días con antigüedad al I o de julio, más el aguinaldo; el Decreto 22038 del 13 de
diciembre de 1946, por el cual desaparece el absurdo sistema de los médicos subsi¬
diados y pasan a ganar estos 375 pesos, creándose además la carrera del médico sani¬
tario, con lo que se abre un nuevo horizonte para los jóvenes de las nuevas promo¬
ciones. Han resultado, con uno y otro decreto, beneficiados y equiparados, un total
de 5.200 profesionales; el Decreto 11055 del 17 de septiembre de 1946, por el que se
implanta, en Salud Pública, el escalafón sanitario, gracias al cual no tendremos más
directores de hospitales del interior jornalizados, y ganando sueldos de peón; no
tendremos más obreros especializados con 25 años de servicio y con jornales de 3
pesos diarios, ni técnicos con 160 pesos mensuales.
El esfuerzo común por la preservación de la salud
Nadie puede considerarse en un papel secundario en esta lucha por la preservación
de la salud y atención de los enfermos. En la inmensa tarea, hasta el colaborador
más modesto tiene su gran papel, una función que exige un sacrificio, tanto más
abnegado cuanto más oscuro. Puede que nadie conozca ni reconozca el sacrificio
de uno de ustedes, que nadie sepa cómo cada uno y todos ustedes han contribuido
al gran movimiento en contra de la desvitalización del país; quizás sus nombres no
trasciendan jamás, pero sus esfuerzos quedarán perdurables en la obra cumplida de
preservar la salud de la comunidad y prolongar la vida útil del hombre.
El problema individual y el colectivo
En Medicina Social, entendida como materia de gobierno, no interesa tanto el pro¬
blema individual de la enfermedad, como el problema colectivo de la salud. Por eso
hablo de los problemas de la salud y no de los problemas de la enfermedad, pues la
enfermedad es un proceso episódico y evitable en gran parte, si los estadistas y los
hombres que dirigen la salud pública piensan más en los sanos que en los enfermos,
en la convicción de que es más barato prevenir que curar.
La enfermedad es el conjunto de reacciones anormales del hombre frente a estí¬
mulos anormales por su intensidad o duración, y resulta de la inadaptación del ser
humano a las modificaciones de su medio externo. Por eso mismo consideramos la
enfermedad como un hecho transitorio o excepcional en la evolución biológica, en
tanto que la salud y el desgaste natural es el hecho permanente, el que interesa a la
mayoría y, por consiguiente, el que preocupa a los estadistas. La salud es la base de
la felicidad popular, y se define como el bienestar físico, mental, moral y social del
individuo, pues este es una resultancia del medio ambiente social, como el enfermo
lo es del medio ambiente físico. El medio social físico, de cuya armonía depende
la salud del pueblo, cuando se modifica, cuando se altera o cuando se desequilibra,
produce todas las enfermedades posibles y es el principal factor en el proceso de la
52 ■ Política sanitaria argentina
desintegración orgánica de los individuos y de las naciones. Por eso, cuando desde
la Secretaría de Trabajo y Previsión se combatieron todos aquellos componentes
económicos y sociales, que gravitaban negativamente en la vida de la población;
cuando se luchó contra los bajos salarios y la desocupación para levantar el estándar
de vida de la clase trabajadora, se desarrolló una acción concurrente con las autori¬
dades sanitarias.
La medicina, ciencia económico-político-social
La medicina, como arte de preservar, conservar y restaurar la salud de la comu¬
nidad, configura un nuevo aspecto de la civilización contemporánea, y su evolución
y su historia traduce el grado de cultura de un pueblo, porque conforme el pueblo
avanza en su progreso, el hombre, el Estado y la colectividad saben luchar mejor
contra las enfermedades y cada vez con mayor éxito. La medicina no es solo un
oficio, es una ciencia social, una ciencia política y una ciencia económica, y, final¬
mente, es también una forma de la cultura y la expresión más concreta del grado de
adelanto de una nación.
La civilización y la cultura son fenómenos muy complejos porque ambos con¬
cretan los dos aspectos de la convivencia humana; uno el material, la civilización, y
el otro, el espiritual, la cultura. Pero una nación no podrá ser considerada ni culta
ni civilizada, si la unidad común que determina la cultura y la civilización, es decir
el hombre, no logra realizarse plenamente, en lo material y en lo espiritual. Una
nación podrá producir grandes pintores, poetas, filósofos y hombres de ciencia
que revolucionen la técnica; podrá ser el primer país industrial del mundo, o el
más grande granero de la tierra o el primer productor de carnes o de petróleo,
pero no podrá considerarse nación civilizada y culta mientras sus niños mueran
por millares y la mayoría de su población se debata en medio del hambre y de
la pobreza que es la madre de la desnutrición, del niño desnudo y de la vivienda
antihigiénica.
Sueros y vacunas ante la pobreza y la miseria
Si bien la medicina ha conseguido que la vida, en este siglo de la biología sea menos
peligrosa que en la antigüedad, todavía tenemos ejemplos, como el que ofrece
nuestro país, en que cerca de la mitad de la población vive en condiciones sani¬
tarias deficientes sin recibir, directamente, los beneficios del progreso médico y de
la ciencia en general. Hemos considerado siempre que no puede haber pueblo sano
mientras su nivel de vida se mantenga bajo y que era un lamentable procedimiento,
una caricatura de la medicina el inyectar a ese pueblo sueros y vacunas, darle me¬
dicamentos contra las enfermedades, por un lado, si por el otro era explotado y
mantenido en la pobreza y el abandono sanitario. Por eso la libertad económica
es la etapa previa al nuevo esfuerzo del Gobierno, que consiste en completar las
La salud del pueblo depende de diversos factores indirectos del pueblo m 53
conquistas de las clases trabajadoras con los beneficios fecundos de la salud. La sa¬
nidad pública no puede desarrollarse si no existen dos condiciones: 1) un estándar
de vida alto de los trabajadores, y 2) una elevada educación sanitaria del pueblo. De
lo contrario, todos los sacrificios de los médicos serán vanos o estériles y todo lo que
se gaste en salud pública será gasto improductivo.
Plagas que ya no son problema médico
En el estado actual de la medicina, no hay ninguna razón para que exista viruela,
ni difteria, ni peste bubónica, ni epidemia tifoidea, ni fiebre amarilla, ni disentería,
porque esas plagas no son más un problema médico, sino un problema de Gobierno,
y si este no es capaz de evitarlas deben caer dichas plagas como un verdadero es¬
tigma para la nación, como una ominosa prueba de que el estándar de vida y la
cultura sanitaria del pueblo no están lo suficientemente alto todavía. El responsable
es el Gobierno porque ello indicaría que el Estado no ha organizado sus recursos
para defender lo único permanente de la nación, su caudal humano que es el po¬
tencial biológico y el futuro de todas las patrias del mundo.
Existe un hecho paradoja! que quiero destacar y es que la ciencia médica está
en condiciones de ofrecer al pueblo mucho más de lo que el pueblo recibe en la
práctica. Eso es lo que ha querido decir el excelentísimo señor presidente de la
nación, cuando en el mensaje al Parlamento ha expresado que de nada nos sirve
tener grandes profesionales o grandes especialistas, si los beneficios de todo ese pro¬
greso técnico de los médicos no pueden llegar a las masas, debido a que no existe una
estructura sanitaria bien instrumentada como para llevar los avances de la ciencia al
pueblo trabajador.
Factores que condicionan la salud
Dos son los factores indirectos que condicionan la salud de un pueblo: 1) el primero
y más importante, el social y el económico que determina el estándar de alimen¬
tación, de vivienda y de vestido; 2) la ignorancia que impide toda difusión y toda
cultura sanitaria. La organización de los servicios médicos será tanto más eficiente
cuanto menos tenga que luchar contra la pobreza y la ignorancia o sea contra los
factores indirectos que mantienen el clima para las enfermedades. La lucha directa
contra los males es obra de la organización sanitaria; la lucha contra los factores indi¬
rectos es obra de la organización económico-social del país. Mientras la mayoría de
los habitantes continúen sin un nivel de vida suficiente, no será posible orientarlos
hacia la vida saludable, porque la pobreza destruirá por sí sola todas las conquistas de
la higiene. Las condiciones sanitarias dependen también del grado de la cultura ya
que la ignorancia —insisto— es otra de las grandes causas de enfermedad. La salud
no puede ser impuesta, no podemos obligar a nadie a que cuide su organismo. Por
eso, es indispensable hacer comprender al pueblo que él es responsable de su propia
54 ■ Política sanitaria argentina
salud y que el trabajo de los médicos es absolutamente estéril si no se cuenta con la
colaboración de los beneficiarios.
Educación sanitaria
Es necesario educar a todos los habitantes del país para que tengan un correcto con¬
cepto de lo que es la salud, y para que acepten su responsabilidad individual frente
a la sociedad, como medio de vencer costumbres y prejuicios que, sancionados por
la tradición, suelen comprometer de modo muy grave la vida colectiva. Es una tarea
difícil que requiere comprensión psicológica y tacto, pero es indispensable empren¬
derla en bien de la sanidad nacional, y en ese sentido me comprometo ante los mé¬
dicos a gravitar con todo el ascendiente que pueda tener para llegar a esa finalidad.
La salud del pueblo depende de factores económico-sociales y de la educación
sanitaria —he dicho—, pero depende también de la eficiencia de los servicios
médicos. Nuestros grandes enemigos son la pobreza y la ignorancia, y nuestras
armas los servicios médicos. Es necesario dotar al país del mínimo indispensable de
establecimientos de asistencia, de prevención y de investigación científica, para que
la acción de la Secretaría de Salud Pública sea realmente efectiva, para que la ciencia
médica no esté solo al servicio de los pudientes y pueda aplicarse extensivamente en
todo el territorio de la nación. Necesitamos un sistema de servicios que beneficie a
todos, sanos y enfermos, ricos y pobres. No hay ninguna razón para que no podamos
organizado nosotros, como lo tienen los demás países civilizados del mundo. Si
hemos resuelto problemas más graves, con más razón podemos resolver este que,
en el fondo, es solo un problema de dinero, de obras públicas y de organización. Si
la medicina se ha hecho cada vez más técnica, más difícil y más costosa, y se necesita
y exige el esfuerzo combinado del Gobierno y del pueblo, del médico general, de los
especialistas y de los auxiliares de la medicina, si exige para su desempeño la cons¬
trucción de clínicas, hospitales o institutos, no se debe negar ese apoyo, ni regatear
dinero para que los profesionales médicos puedan cumplir su misión, que no es otra
que contribuir a formar un gran pueblo para un gran destino.
El problema financiero es secundario
El problema financiero que plantea la construcción de una gran red de asistencia
médica en todo el país es un problema secundario. Si un país es capaz de reunir
todo el dinero que hace falta para defenderse del ataque de un enemigo exterior, si
en nuestro caso contamos con todos los recursos de un territorio tan rico y siempre
estamos dispuestos y decididos a gastar sangre y dinero frente a cualquier agresión
armada, si esas fuerzas bélicas están siempre alertas para ser movilizadas, ¿por qué
no hemos de tener también la misma energía y previsión, para atacar y defendernos
de las enfermedades y de sus ejércitos innumerables de invisibles y mortíferos sol¬
dados? Si se piensa en las inmensas cantidades de dinero que se han invertido para
La salud del pueblo depende de diversos factores indirectos del pueblo m 55
destruir ciudades y hombres en todas las guerras económicas o ideológicas, se com¬
prende cuán ridiculas y pequeñas son las sumas que reclamamos los médicos para
decidir a favor del hombre esa guerra permanente y traidora, que nos está minando
desde adentro y destruye día por día nuestros seres más queridos, nuestros hijos, y
con ellos el potencial biológico de la patria.
A vosotros —hombres del ejército de Salud Pública— les ha sido confiada una
gran misión y una enorme responsabilidad pero debo declarar que en los siete
meses que llevo al frente de la Secretaría, he encontrado por todas partes hombres
abnegados, entusiastas colaboradores y funcionarios honestos, dedicados íntegra¬
mente al trabajo. Os agradezco vuestro apoyo generoso y hago votos para que sigan
como hasta ahora, cada uno en su puesto y todos cumpliendo con su deber y os pido
releguemos al olvido las injusticias de otros tiempos, fruto de la negligencia y de la
desorganización.
Recuerdo a funcionarios y obreros de la Secretaría de Salud Pública
Sin embargo, no puedo dejar de mencionar a modo de ejemplo, la actuación de al¬
gunos funcionarios que debe llenar de orgullo a toda la repartición. En primer término
al doctor Luis Emilio Silva, organizador de la Medicina Preventiva Escolar, que ha sido
recientemente protagonista de un episodio que ha alcanzado resonancia pública, des¬
tacándolo a la consideración y al aplauso generales por su ejemplar comportamiento.
Honro en él, con esta mención a toda la plana de funcionarios de la Secretaría,
todos ellos entusiastamente aplicados a la tarea de realizar el Plan Quinquenal
correspondiente a la Secretaría de Salud Pública.
Debo mencionar, en forma especial, a los obreros sanitarios del puerto, que
durante dos días y dos noches trabajaron ininterrumpidamente, sin dormir, en el foco
de la peste bubónica, y con ellos til doctor Ángel Gianini, que los dirigió y acompañó
en esa campaña sanitaria, contrayendo una enfermedad infecciosa. Tampoco puedo
olvidar al abnegado y estoico practicante Arístides Ghio, que pasó días y noches junto
a los enfermos de peste sin alejarse un minuto de ellos, para seguir la experiencia
terapéutica, que, reservadamente se estaba haciendo a los enfermos.
Está también el tripulante Luis Laganá, que se ha hecho acreedor a nuestro
homenaje. Laganá recogió en el barco sanitario “Rawson” a un niño polizón de 17
años, que venía desde Rumania y le regaló su mejor traje y hasta sus zapatos. Ese
joven y meritorio empleado, con 160 pesos de sueldo, 10 años de antigüedad y título
obtenido en nuestra escuela de sanidad, padre de familia, vino ayer a excusar su ina¬
sistencia a esta fiesta por no tener un traje digno, pues el único que tenía en buenas
condiciones, se lo había entregado generosamente al niño extranjero “para que se
vistiera como un argentino”.
Con hombres así, el excelentísimo señor presidente puede estar seguro de que
la Secretaría de Salud Pública cumplirá con la misión que le ha sido asignada en el
plan general de gobierno.
Para terminar, quiero dedicarles mi afecto y mi cariño a aquellos que sufren en
56 ■ Política sanitaria argentina
los hospitales, sanatorios y colonias y recordarles el profundo sentido del cristia¬
nismo que nos manda aceptar el sufrimiento como una purificación, y quiero aco¬
germe a las palabras del Sagrado Maestro como a un mandato, para deciros, como
él: “yo estaba enfermo y me visitasteis; lo que hagáis por uno de estos, mis her¬
manos, lo haréis por mí”.
He aquí el íntimo y último sentido de esta obra en que todos distribuyéndonos
una misma tarea, nos hemos puesto para ejecutarla y llevarla a feliz término. Esta es
también señores, una obra de fe y una obra cristiana.
La salud del pueblo depende de diversos factores indirectos del pueblo u 57
Introducción al plan analítico de la
Secretaría de Salud Pública 1
Este libro es la primera edición del plan analítico correspondiente a la Secretaría de
Salud Pública y forma parte del plan de gobierno del excelentísimo señor presidente
de la nación. Se trata de un desarrollo, más o menos pormenorizado, de las ideas que
sobre la materia ha expuesto el general Perón en diversos discursos y circunstancias,
y que tuvieron ya su primera expresión concreta en dos proyectos de ley, remitidos
por el Poder Ejecutivo al Honorable Congreso de la Nación, contando en estos mo¬
mentos —al entrar este libro en prensa— con la sanción favorable del Honorable
Senado. Dichos proyectos fueron publicados en el volumen donde se ha recopilado
todo lo que el excelentísimo señor presidente de la nación llama el Plan sintético de
gobierno, publicación dirigida por la Secretaría Técnica de la Presidencia y que ha
tenido amplia difusión con el nombre de Plan Quinquenal. Este libro es, pues, la am¬
pliación de aquel, es decir, se trata del Plan Quinquenal en la rama de Salud Pública.
Los dos proyectos de ley a que nos hemos referido precedentemente son: 1) el pro¬
yecto de “Bases del Código Sanitario y de Facultades del Organismo Sanitario de la
Nación”; 2) proyecto sobre “Construcciones y Servicios Sanitarios”. Ambos proyectos
de ley contienen en germen las ideas básicas que fundamentan el presente plan ana¬
lítico de gobierno-, por eso consideramos que dichas leyes configuran por sí mismas
un verdadero plan sintético, susceptible, a su vez, de los más amplios desarrollos. En
este libro se trata de agotar, en lo posible, todas las derivaciones teóricas y prácticas
de esas dos leyes, que podríamos llamar las dos leyes básicas de la Sanidad Nacional.
Este trabajo traduce un gran esfuerzo de la Secretaría de Salud Pública de la
Nación. La tarea fue difícil, sobre todo porque se trata de la instrumentación cien¬
tífica de un organismo creado con un nuevo sentido para afrontar con modernos
puntos de vista los problemas de la salud y de la enfermedad. La Secretaría de Salud
Pública formula el presente plan sanitario nacional con el propósito de disponer
de un programa orgánico, metódico y ajustado a las necesidades mínimas del país,
programa que nunca existió y que tendrá el mérito —a pesar de las deficiencias que
podrían señalarse— de ser el primer plan oficial que se elabora en el país, tanto en
esta como en otras materias involucradas en el plan de gobierno del general Perón.
En nuestro país nunca existió un plan integral sobre salud pública, ni siquiera ante¬
cedentes para prepararlo, pues el organismo encargado de la sanidad nacional, hasta
la revolución del 4 de junio, era una modesta organización burocrática, un simple
departamento del Ministerio del Interior, sin jerarquía y sin posibilidades de acción.
'Palabras que sirven de introducción a la primera edición del Plan Analítico de Salud Pública (4 tomos,
3.000 páginas). Diciembre de 1946.
Introducción al plan analítico de la Secretaría de Salud Pública
59
Las memorias anuales de dicho departamento producen tristeza, porque siste¬
máticamente —en el curso de los años— se limitan a consignar y a lamentarse por
todo lo que debió hacerse y que, sin embargo, no se hacía.
El mérito de este trabajo reside, precisamente, en que es un plan, bueno o malo,
pero coherente que señala las urgencias del país y aquellas cosas que deben ejecu¬
tarse para llegar a soluciones satisfactorias. Todo estaba por hacerse, repetimos, y lo
que hoy entregamos a la publicidad —por sugestión del excelentísimo señor presi¬
dente de la nación— es un primer boceto y una tentativa inicial por ahora bastante
completa. Lo entregamos al conocimiento del público —en especial de los médicos
y de las cátedras universitarias— para su estudio y discusión, a la espera de la reci¬
procidad que supone la crítica constructiva, apolítica y exclusivamente técnica.
Esperamos la colaboración espontánea, puesto que —no se nos escapa— muchos
detalles del plan son perfectibles —y los perfeccionaremos sobre la marcha—, ya
que el esquema sobre el cual ha sido estructurado, es decir, las dos leyes básicas,
tiene la flexibilidad suficiente como para permitir innovaciones, ampliaciones y
mejoras de muchos capítulos y también la inclusión de otros servicios imprevistos.
En una segunda edición se subsanarían algunas deficiencias y se incorporará la
parte ejecutiva del plan, es decir, el orden de prelación de las obras, que en esta
edición apenas hemos esbozado, y la división del Plan Quinquenal en planes anuales
y trimestrales.
De ese modo estaremos dentro del orden trazado por el excelentísimo señor
presidente, en lo que se refiere al método de elaboración de los planes parciales de
cada Ministerio o Secretaría de Estado: 1) el plan sintético, condensado en las dos
leyes básicas de la sanidad nacional; 2) el plan analítico, que es el que hoy presen¬
tamos, y 3) el plan de ejecución, que se entregará conjuntamente con la segunda
edición de este libro. Para esa segunda edición esperamos la colaboración doctri¬
naria y práctica de la clase médica. Abrigamos la convicción de que si los universi¬
tarios no hacen suyos los principios contenidos en este trabajo —por lo menos de
un modo general, aunque puedan discrepar en detalles de forma o de ejecución—,
y si no toman como propios los elevados propósitos que lo inspiran, tendremos,
dentro de cinco o diez años, una gravísima crisis médica, originada por la desor¬
ganización de la profesión y de los servicios médicos, y que hoy solo se traduce
por algunos pequeños síntomas, a lo sumo una especie de malestar profesional,
sin visión del fondo nacional y humano del problema, que supera las simples
cuestiones gremiales. Si los médicos no se organizan al ritmo del país, quedarán
a la zaga de otros gremios, más modestos, pero más unidos y progresistas, y que,
por intuición, experiencia o necesidad han marchado a tono con el movimiento
económico social, iniciado por el general Juan D. Perón. Si, en cambio, el gremio
interviene y toma conocimiento sincero de los anhelos que nos animan, prestará
un gran servicio al país y a la propia profesión; retomarán, quizás, las posiciones
directivas que han perdido estos últimos años, por obra de la incomprensión de
las desviaciones de la mentalidad profesional, por la mala formación universitaria
y el cerrado individualismo destructor del espíritu de cuerpo, ese espíritu de soli¬
daridad que durante siglos engrandeció la profesión del médico, la más noble de
60 ■ Política sanitaria argentina
todas por la naturaleza casi providencial de su tarea frente al dolor, la miseria y las
angustias del hombre.
Para concretar mejor esta idea nos remitimos a la versión taquigráfica de las
palabras que pronunció el entonces coronel Perón, en una asamblea de médicos, en
la Secretaría de Trabajo y Previsión, realizada el 21 de junio de 1944:
El problema médico en nuestro país, no es un problema parcial. Lo ocurri¬
do aquí es que se ha tratado de resolver esos aspectos parciales, sin enfocar
racionalmente el problema de conjunto. Es este un mal latino y, particular¬
mente, americano. Me recuerda un símil que siempre establezco en estas
cuestiones. Es el caso del señor que cuida su jardín invadido por las hormigas.
Todas las mañanas se levanta, y con una paleta en la mano, va tomando una a
una las hormigas y las echa al fuego. Repite esa operación todas las mañanas,
sin pensar que su tarea está más en el hormiguero que en las hormigas.
Tal es el criterio con el cual se han abordado todos los problemas sanitarios
en nuestro país, pese a todo cuanto se ha escrito, pensado, dicho, legislado y
promulgado al respecto.
El mundo evoluciona hacia nuevas formas. Los médicos, como elemento
primordial de la sociedad humana, no pueden escapar a la evolución; y no
me explico cómo es posible que las arcaicas formas en que se viene ejerci¬
tando una profesión indispensable para el Estado, cual es la medicina, con¬
serven su primitivo ritmo. Porque, naturalmente, el espíritu de socialización
terminará por no autorizar servicios que no sean, dentro de esa socializa¬
ción, un perfecto engranaje que represente para la población una garantía,
tanto en el aspecto cualitativo como en el cuantitativo.
Es lógico que el problema médico se haga día a día más difícil en todas par¬
tes. Ya en los países más adelantados en este aspecto ha desaparecido, casi en
su totalidad, el médico “francotirador”.
Hoy los médicos pasan a ser funcionarios del Estado, y la explicación que en
estas grandes naciones se da a tal propósito es muy simple.
El médico tiene ante sí dos problemas: la ciencia y su propia vida. Gene¬
ralmente, se considera en esos países, que quien tenga que dedicarse a su
propia vida, lo hará en perjuicio de su ciencia, y que quien tenga que dedi¬
carse a su ciencia, lo hará en perjuicio de su propia vida. En consecuencia,
no podemos aspirar a que todos los médicos sacrifiquen su vida en aras de
su ciencia, pues no es teóricamente aceptable que puedan hacerlo todos. Por
eso, para mí lo más moderno en este orden de ideas es que el Estado llegue
a tener al “médico funcionario”, solucionándole el aspecto de la subsistencia
para que pueda dedicar su vida a la ciencia.
Es indudable que pueden existir algunos reparos. Hay quienes afirman que
el médico, sujeto a un estipendio, pierde el interés de su perfeccionamiento
y se dedica a ser un empleado de la profesión, en lugar de ser un profesional.
Yo sé que esto puede combatirse con éxito, con una moral profesional que
el mismo gremio esté encargado de mantener, mediante la creación de tri¬
bunales de honor o tribunales profesionales, que descalifiquen a la persona
que descienda a tal grado de decrepitud moral.
Siendo el problema complejo, creo que debemos encararlo por etapas. Pero
me parece que el objeto final a alcanzar será una ley orgánica que permita
Introducción al plan analítico de la Secretaría de Salud Pública m 61
ir acondicionando a la mayoría de los médicos del país; porque el Estado
debe tener en cuenta, por sobre todas las cosas, un hecho del cual deriva
toda la deficiencia de nuestra asistencia social: mientras en Buenos Aires y
los demás grandes centros poblados, los médicos experimentan escasez de
enfermos, en el 70% del territorio nacional, la mitad de las personas mueren
sin atención médica. Esto es para el Estado un problema fundamental; y
pensamos que todo ha de resolverse alrededor de ese aspecto general. Los
demás aspectos serán siempre colaterales. Nosotros vemos la solución del
problema, y no creo que sea difícil alcanzarla.
El señor presidente ha venido repitiendo, desde entonces, estos conceptos generales
y, en el mismo año 1944, insiste sobre el tema, en una asamblea de practicantes, con
las siguientes palabras:
Entiendo que, si la previsión social ha de dirigirse al cuidado del país en su
aspecto integral, el primer elemento a considerar es el hombre. El Estado
está en la obligación de atender, en primer término, a sus propias necesi¬
dades y, dentro de ellas, a las de su población, que constituye el elemento
vital. En ese sentido, no ha escapado a nuestra percepción que mientras en
los grandes centros urbanos sobran médicos, en un 70% de la extensión de
nuestro territorio mueren las personas sin asistencia médica. De ahí que el
problema fundamental, desde el punto de vista de la previsión social, en la
asistencia médica, sea la redistribución de los profesionales en el país.
Otros aspectos colaterales presentan este mismo problema, y, entre ellos, el
del proletariado profesional que un Estado como el nuestro, de catorce mi¬
llones de habitantes y casi tres millones de kilómetros cuadrados, no admite
racionalmente en forma alguna. En tal sentido, pensamos que la profesión
médica debe comenzar en nuestro país a transformarse paulatinamente en
una profesión racionalizada por el Estado, de modo que el profesional vaya
evolucionando hacia el médico funcionario por excelencia.
Todas estas viejas preocupaciones del actual presidente de la nación por la sanidad
nacional y por el problema médico, lo llevaron a la creación de la Secretaría de Salud
Pública con categoría de ministerio. Los primeros decretos emanados de dicha se¬
cretaría tienden a la reorganización de las profesiones médicas, en cumplimiento de
una promesa y de una política que ya esbozó tan gráficamente el coronel Perón en el
año 1944. El Plan Quinquenal, la creación y reconstrucción de la sanidad nacional, se
integra con ideas del excelentísimo señor presidente, que han tomado con los años
una forma precisa y bien definida, a través de las interpretaciones de sus colabora¬
dores técnicos.
Para aquellos temas que pueden ser mejorados, se recibirán las sugestiones que
deseen remitirse a la Secretaría de Salud Pública (Secretaría del Plan Quinquenal),
donde serán estudiadas por el personal de la misma, a los efectos de su utilización
posterior. Aspiramos a que de ese modo el Plan Quinquenal de Salud Pública sea
una obra de todos los médicos, odontólogos, farmacéuticos y demás profesionales
de las ramas auxiliares de la medicina, y no de un grupo de técnicos —y menos de
una sola persona—, pues la ejecución de dicho plan requerirá también el esfuerzo,
el sacrificio y el trabajo entusiasta de los médicos —que siempre han sido altruistas y
62 ■ Política sanitaria argentina
generosos— en la lucha contra el enemigo común, que es la enfermedad y que ahora
lo serán más, cuando se trata —nada menos— que de preservar esa gran riqueza
de la patria que es la salud de su pueblo. Si ello no ocurriera, habríamos olvidado
la tradición secular que desde Hipócrates nos manda cumplir —como hombres
y como médicos— con ese deber superior de altruismo y de humanidad, y como
argentinos, no olvidar también que el país —el interior, sobre todo— necesita de
nosotros, puesto que el territorio nacional no termina en la Avenida General Paz,
sino en los confines, remotos, pobres, olvidados y despoblados por la miseria y las
plagas, donde, sin embargo, se gestaron las epopeyas y se trabajó por la grandeza de
la nación.
Introducción al plan analítico de la Secretaría de Salud Pública u 63
Aspectos estadísticos y sociales del
problema de la alergia 1
Con la inauguración del Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas, la Secretaría
de Salud Pública de la Nación inicia el desarrollo del Plan Quinquenal, pues dicho
instituto está previsto en el plan de gobierno, naturalmente con recursos mayores
que los que hoy disponemos, ya que este nuevo servicio se crea con fondos ordi¬
narios del presupuesto. Pero mientras tanto formaremos los técnicos y se prestará
un importante servicio a la población de todo el país, que reclama la democrati¬
zación de los tratamientos antialérgicos, los cuales —dada la insuficiencia de ser¬
vicios— están solo al alcance de los pudientes.
La etapa que iniciamos, aunque la primera en el terreno de las realizaciones,
es, cronológicamente, la tercera de un plan orgánico de la secretaría a mi cargo. La
primera fue la creación de la sección Enfermedades Alérgicas por la Resolución 282,
dictada a menos de dos meses de haberse hecho cargo del Gobierno las actuales
autoridades de la nación. La segunda medida, con fecha 18 de noviembre de 1946,
incluyó dentro de las especialidades médicas a la clínica de las enfermedades
alérgicas.
Importante problema de la patología humana
La habilitación de este instituto, totalmente equipado y en condiciones de atender,
con medios propios, los padecimientos alérgicos y sus complicaciones, evidencia
la preocupación constante de la Secretaría de Salud Pública de la Nación por este
problema tan nuevo y tan importante de la patología humana. Basta recordar que
los procesos alérgicos comprenden a enfermedades como el asma, la fiebre de heno,
el eczema, la urticaria y la jaqueca, para hacerse cargo de que esta preocupación está
ampliamente justificada por el enorme número de personas afectadas.
En EEUU, las estadísticas más moderadas consignan que un 10% de la población
está enferma de procesos alérgicos con síntomas bien definidos. En Alemania, esta¬
dísticas igualmente moderadas mencionaban en 1928 la elevada cifra de 600.000
enfermos de fiebre de heno, solo en las ciudades.
No obstante la falta de datos estadísticos en nuestro país, podemos calcular que
el porcentaje de alérgicos con sintomatología mayor es, aproximadamente, el 5% de
la población, lo que da unos 700.000 enfermos en toda la República.
'En la inauguración del Instituto de Enfermedades Alérgicas, realizada el 20 de enero de 1947.
Aspectos estadísticos y sociales del problema de la alergia m 65
Aspecto social del padecimiento
No es solo el número de los enfermos alérgicos el que configura un grave daño para
la salud pública. Estamos también frente al aspecto social de tales padecimientos.
Los enfermos atacados por asma o por dermatitis alérgicas, son incapaces de realizar
trabajos físicos mientras dura su mal. Cuando se trata de obreros se cae en el pro¬
blema de la incapacidad para el trabajo. En EEUU, las dermatitis alérgicas profesio¬
nales constituyen el 65% de las enfermedades profesionales no traumáticas.
Frente a un número tan grande de pacientes, que por las características climá¬
ticas y alergénicas de cada zona, se distribuyen en forma no siempre proporcional a
la densidad de la población, la Secretaría de Salud Pública de la Nación debe afrontar
una serie de problemas técnicos a algunos de los cuales me referiré brevemente.
El número de profesionales con conocimientos adecuados en los problemas
médicos y sociales de la alergia es exiguo y totalmente insuficiente, en relación con
el de los enfermos, que aumenta constantemente. El estudio completo de las condi¬
ciones climáticas, así como de la flora alergógena, de todas y cada una de las zonas
del país, solo se ha realizado parcialmente. Con referencia a los aspectos legales de la
alergia profesional u ocupacional, diremos que no existe en nuestro país una legis¬
lación adecuada que contemple con justo criterio la situación del obrero. Con razón
se ha dicho que las enfermedades alérgicas son “enfermedades para ricos”, y aún más
si se tiene en cuenta el costo elevado de los medicamentos y de su asistencia médica.
El Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas
Para afrontar estos problemas, la Secretaría de Salud Pública de la Nación decidió
crear el Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas, encargado de organizar y
coordinar todos los elementos humanos, materiales terapéuticos y de investigación
para el tratamiento y profilaxis de las enfermedades alérgicas.
Su futura labor para los próximos años ha sido planificada de acuerdo al ritmo
que el Plan Quinquenal de gobierno imprimirá a todas las actividades de la nación.
Los objetivos a conseguir son esquemáticamente los siguientes:
1. Preparar personal médico y auxiliar (enfermeras, visitadoras, agentes
sanitarios) seleccionado y competente en la técnica especial de estas
enfermedades.
2. A medida que se disponga de personal idóneo y demás medios, crear en la
capital y el interior del país, dispensarios antialérgicos en número adecuado
a la importancia del problema en cada zona.
3. Dirigir a los pacientes, cuyo tratamiento no pueda ser ambulatorio, a centros
de internación existentes o a crearse, que serían: a) hospitales, a los que en
las salas generales se dotará de anexos especiales; b) sanatorios-colonias, a
los cuales serán enviados los pacientes que requieran condiciones climáticas
y ambientales especiales. Estos sanatorios-colonias serán construidos en
66 ■ Política sanitaria argentina
zonas adecuadas previos los estudios correspondientes. Provisoriamente se
aprovecharán, en la medida de las posibilidades, las colonias de vacaciones
existentes; e) asilos, destinados a aquellos enfermos crónicos incurables
(asmáticos especialmente o ancianos incapacitados), teniendo en cuenta su
ubicación y las mismas condiciones indicadas para los sanatorios-colonias.
4. Realizar con los medios más eficaces a nuestro alcance una labor de
difusión acerca de la conveniencia de diagnosticar y tratar precozmente las
enfermedades alérgicas.
5. Efectuar una profilaxis activa y vigilante, de la cual pueden esperarse
resultados particularmente favorables con el examen alérgico pre
ocupacional.
6. Proveer medicamentos, antígenos y vacunas estandarizadas a todos los
centros que se establezcan, los que serán producidos y distribuidos por los
laboratorios centrales del Instituto Nacional de Enfermedades Alérgicas.
7. Como complemento indispensable debe realizarse una constante labor
de investigación para mejorar nuestros conocimientos actuales sobre
la naturaleza de los fenómenos alérgicos, así como de los excitantes, y
perfeccionar la terapéutica.
Para el cumplimiento de este programa, era impostergable la creación del instituto a
fin de llevar la lucha contra las enfermedades alérgicas al alto nivel que corresponde
a un país como el nuestro, que no debe desmerecer al lado de las naciones más ade¬
lantadas en materia de medicina y de higiene.
Convencido de que estos propósitos implican un extraordinario beneficio para la
salud de los habitantes de nuestro país, declaro oficialmente inaugurado al Instituto
Nacional de Enfermedades Alérgicas.
Aspectos estadísticos y sociales del problema de la alergia m 67
Curso básico para la formación de
enfermeras bien capacitadas 1
María Eva Duarte, Ramón Carrillo y el secretario de la Confederación General del Trabajo, Aurelio Hernández, en la inauguración de un
curso de enfermeras. 7 de febrero de i947.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Abrimos con este acto un capítulo del Plan Quinquenal de Salud Pública, cuya eje¬
cución quedará confiada a la mujer, pues solo la mujer, por trasmutación de su instinto
maternal, es capaz de asumir abnegadamente, como una misión, la tarea de enfermera.
Los merecimientos de la señora de Perón
La dignísima esposa del señor presidente de la nación, doña María Eva Duarte de
Perón, no podía dejar de acompañarnos en la inauguración de este curso destinado
'En la inauguración del curso de instructoras de enfermeras, efectuada el 1 de febrero de 1947.
Curso básico para la formación de enfermeras bien capacitadas m 69
a perfeccionar la preparación de un grupo selecto de enfermeras ya experimentadas
y probadas en la larga lucha que libra la medicina contra el dolor, la enfermedad y
la muerte.
La señora de Perón fue proclamada hace unos meses la Primera Samaritana y
en un magnífico acto público la “Escuela de Enfermeras” le hizo entrega de su uni¬
forme, consagración que ella correspondió gestionando hasta obtener los fondos
necesarios para construir el “Hogar de la Enfermera Argentina”.
La dignísima esposa del señor presidente de la nación nos pertenece, pues, y
honra este sector de los servicios auxiliares de Salud Pública, donde la mujer tiene
reservado un papel tan fundamental.
Destaco este hecho porque doña María Eva Duarte de Perón ha llegado a ser, por
sus propios méritos, el arquetipo de la mujer argentina, su expresión más genuina
y su abanderada. Es ella la que encabeza en nuestro país la cruzada por los derechos
políticos de la mujer y aun le roba tiempo a su reposo para tomar un puesto de lucha
a nuestro lado, en la gran campaña por la salud del pueblo.
Curso básico de la Escuela Modelo
Este curso acelerado será la base de la futura “Escuela Modelo de Enfermeras de
Salud Pública” destinada a cooperar con las escuelas privadas de enfermeras que
ya existen y que deben ser agrandadas y ayudadas, facilitándoles equipos de ins¬
tructoras, lo mismo que a los hospitales de todo el país, para perfeccionar a las en¬
fermeras empíricas que hoy sirven en ellos, supliendo difícilmente la falta de for¬
mación técnica con su buena voluntad y empeño.
El acto de hoy marca la iniciación de un plan que debe cumplirse, como el plan
general del Gobierno, en cinco años, para dotar al país de las enfermeras capacitadas
que necesita y que no tiene. Nuestro atraso en este sentido nos singulariza lamenta¬
blemente en el concierto de las naciones. El Gobierno del general Perón se ha pro¬
puesto remediar este déficit, en cantidad y calidad, de los elementos profesionales
de la medicina.
En 1910, EEUU tenía 32.000 nurses y, en 1920, 150.000, es decir, en esta última
fecha una nurse por cada 700 habitantes, y actualmente su número llega a cerca de
450.000 entre enfermeras y visitadoras.
Nosotros, para guardar proporción con el gran país del Norte, deberíamos tener
45.000 enfermeras, pero solo disponemos de 8.000, la mayor parte sin título y sin la
seria y metódica preparación científica de la enfermera americana o europea. El país
necesita contar con tres o cuatro enfermeras por cada médico, incluidas visitadoras
de higiene, visitadoras sociales, investigadoras sociales y las demás visitadoras espe¬
cializadas, las de higiene mental, las de higiene escolar, las enfermeras industriales,
las de maternidad e infancia, las de tisiología, etc.
Canadá, con 10 millones de habitantes en 1937, disponía de 60.000 enfermeras y
visitadoras, lo que demuestra cómo dicho país —y otros que sería engorroso men¬
cionar—, están enormemente más avanzados que el nuestro en esta materia.
70 ■ Política sanitaria argentina
La formación de enfermeras
En los países más adelantados se tiende a multiplicar las escuelas de enfermeras y
a formar no solo la enfermera asistencial en sus diversas ramas, sino la enfermera
social, la enfermera de salud pública, y todas las especializaciones propias de cada
rama de la medicina, de la higiene o de profilaxis. Pero todo eso, por ahora, sería
excesivo para nuestro país, donde ni siquiera hemos dignificado culturalmente a
la enfermera asistencial, que se desempeña con más buena voluntad que conoci¬
mientos. Tenemos aún gran cantidad de visitadoras de higiene, visitadoras sociales
o biotipólogas desempeñándose en tareas de oficina o en otras funciones completa¬
mente ajenas a su especialización.
Mientras los países más atrasados tienen algunos centenares de escuelas de enfer¬
meras y EEUU tiene miles, nosotros solo contamos, en todo el país, con 31 escuelas
de samaritanas, 19 de enfermeras y 2 de enfermeros, todas ellas debido a la iniciativa
privada, y que adolecen de grandes defectos, incluso la falta de enseñanza práctica
por no estar anexas a hospitales. No obstante, estas escuelas deben ser estimuladas y
apoyadas, cuidando solamente de que se desarrollen conforme a un plan orgánico y
uniforme, que las adapte a las necesidades del país.
La acción del médico y de la enfermera
En el año 1917, en un informe oficial del Estado Mayor americano se informaba que
“sin un buen servicio de enfermería las guerras serían grandes desastres humanos”.
Podemos afirmar nosotros que también en la paz, la asistencia de los enfermos es un
desastre si no se cuenta con un buen servicio de enfermeras y de visitadoras, porque
el cuidado inmediato, primario —diríamos— a cargo de la enfermera y la vigilancia
secundaria a cargo de la visitadora, es tan trascendental como las directivas o indi¬
caciones técnicas del médico. Por otra parte, este solo puede actuar eficazmente, y
con toda su inteligencia, si está rodeado de colaboradores capaces de aligerarlo en
la tarea material de ejecución de las instrucciones. La acción del médico frente al
enfermo es de síntesis, de orden y de coordinación; la del enfermero o enfermera es
analítica y de ejecución. La eficiencia de un hospital depende, pues, principalmente
de su cuerpo de enfermeras.
Al inaugurar el curso de enfermeras graduadas bajo los auspicios del señor pre¬
sidente de la nación y con la presencia de su digna esposa, hago votos para que las
futuras instructoras de Salud Pública sean las mejores colaboradoras de la obra de
gobierno, las esforzadas avanzadas de la gran campaña que llevará adelante la Secre¬
taría de Salud Pública, en defensa de la salud de la población, en especial de las clases
necesitadas, a las cuales el general Perón les consagra todos sus afanes. No será solo
una campaña contra las enfermedades, sino también y principalmente por la preser¬
vación de la salud, contra el hambre, contra la ignorancia y contra la imprevisión.
Para todos ha sido un alto honor la presencia de la señora de Perón en esta sala,
y este día memorable para los que estamos aquí congregados, será también un
Curso básico para la formación de enfermeras bien capacitadas m 71
estímulo para las futuras instructoras de enfermeras, que tomarán ejemplo en su
patriotismo y en su incansable celo para incorporar a la mujer argentina a la gran
empresa de construir una patria sana y fuerte.
72 ■ Política sanitaria argentina
Entrega de 2.400 nombramientos de
médicos con el sueldo mínimo 1
El presidente Juan Domingo Perón y Ramón Carrillo en un acto de entrega de nombramientos a médicos en el Hospital Nacional de
Salud Pública. 4 de marzo de 1947.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Por segunda vez, el excelentísimo señor presidente de la nación, concurre a un hos¬
pital dependiente de la Secretaría de Salud Pública.
La primera visita fue al Hospicio de las Mercedes, donde estuvo durante toda una
mañana, y como consecuencia de esa visita, aquel Hospicio, que era una vergüenza
para el país, está transformándose en un establecimiento que será, dentro de pocos
meses, un modelo en su género.
*E14 de marzo de 1947, con motivo de la entrega de nombramientos a 2.400 médicos en el Hospital
Nacional Central.
Entrega de 2.400 nombramientos de médicos con el sueldo mínimo m 73
Esta visita del señor presidente y de su digna esposa al Hospital Nacional Central,
no será menos fecunda que aquella, aunque en esta oportunidad su propósito no sea
el de visitarlo, sino simplemente hacer entrega de sus nombramientos a dos mil cua¬
trocientos médicos que se incorporan como funcionarios de la Secretaría de Salud
Pública de la Nación, con el sueldo mínimo de $375.
Con este numeroso grupo, llegan a cinco mil cuatrocientos los colegas bene¬
ficiados con el sueldo mínimo, por lo cual podemos afirmar que el general Perón
ha cumplido con creces el compromiso que contrajo en el año 1944, ante una
numerosa asamblea de profesionales, que lo escucharon entre descreídos y vaga¬
mente esperanzados.
Honra con su presencia este acto simbólico la señora de Perón, quien con su
exquisita sensibilidad femenina, comprende profundamente los problemas sociales
y en especial, aquellos que se relacionan con el dolor de los humildes y de los
enfermos, y os puedo asegurar, que no pasa un día sin que ella, personalmente, con
emocionante cariño, no llegue a la Secretaría de Salud Pública para interesarse por la
salud de niños o de obreros enfermos, misión con la cual honra, cristianamente, su
título de primera samaritana argentina.
Hago votos para que esta visita del excelentísimo señor presidente de la nación —
creador de una auténtica política social argentina—, con la cual ningún médico puede
dejar de coincidir, sea para todos un compromiso de colaboración entusiasta y de
sincero acercamiento espiritual del gremio médico con las ideas del general Perón.
¡Cómo podemos los médicos dejar de ser peronistas, si el presidente de la nación
ha proclamado a la faz del mundo, el derecho del pueblo a la preservación de su salud!
¡Cómo podemos dejar de coincidir con él, si al definir el bienestar del pueblo, lo
define con los tres elementos clásicos de la higiene, es decir, la alimentación, el
vestido y la vivienda higiénica!
¡Cómo podemos dejar de coincidir con él, si al definir la seguridad social, enuncia
los principios doctrinarios con que siempre los grandes médicos y sociólogos han
fundamentado el seguro social de la salud!
74 ■ Política sanitaria argentina
Los fundamentos de la medicina
constitucional y de la biotipología 1
Mis primeras palabras serán de recuerdo al doctor Arturo R. Rossi, a cuya iniciativa
se debe que nuestro país cuente con un organismo docente como aun no disponen
otros países, considerados rectores en la organización médica y social. Nunca será
suficientemente lamentada su prematura desaparición, pues, estaba el doctor Rossi
en condiciones de perfeccionar su obra y adaptarla a la exigencia técnica de los
tiempos que vivimos que son de constante cambio, reformismo y mutaciones.
Sean también estas palabras de homenaje a sus más inmediatos colaboradores con
los cuales el doctor Rossi fundó la Escuela Argentina de Biotipología, que nos exhibe
ante propios y extraños como muy adelantados en esta materia. Si grato es hacer
público este homenaje a los hombres que abordaron los estudios sobre medicina
constitucional en nuestro país, más placentero lo es hacerlo en una escuela hija de
la revolución del 4 de junio, pues fue una de sus primeras creaciones. Su malogrado
director y las autoridades que dieron forma a la idea, eran todos hombres que acom¬
pañaban al general Perón en su deseo de estructurar una patria grande, fuerte y libre.
La medicina constitucional fue, en el pasado, un capítulo de la patología consti¬
tucional que consideraba la enfermedad como hecho fatal e inevitable, con un com¬
ponente individual y congénito, inalcanzable e incontrolable por la terapéutica, la
cual nunca podía accionar sobre ese componente congénito, que era el cimiento de
todos los males. Esa medicina constitucional, de síndromes preformados, es la que
aprendimos en nuestra Facultad de Medicina y nuestra actitud psicológica frente a
la constitución patoplástica, a la predisposición, en términos más sencillos, fue la
resignación o un suave encoger de hombros.
Base de la doctrina de la biotipología médica
La medicina preventiva como ciencia de la posguerra de 1918, destacó la posibilidad
de que los cuadros constitucionales pudieran ser modificados, siempre que se los
atacara en una edad en la cual la acción médica es eficaz y a veces decisiva. Este es el
planteo y la base doctrinaria de la biotipología médica y en ese sentido el Instituto
tiene una tarea amplia que cumplir y rumbos precisos, que forzosamente nos lle¬
varán a resultados fecundos.
'Conferencia pronunciada en la inauguración de los cursos el 1 de abril de 1947 en la Escuela de
Biotipología.
Los fundamentos de la medicina constitucional y de la biotipología m 75
Las estadísticas demuestran que el componente constitucional, es decir, el
terreno, influye decisivamente en la salud y en la enfermedad. Por ejemplo, en los
exámenes de salud practicados en la Caja Ferroviaria, tomando tres mil aspirantes
a un seguro de vida, sanos subjetiva y objetivamente, se encuentra un 14 por mil de
obesos de tipo constitucional; un 10 por mil de glucosúricos, y un 3,3 por mil de
diabéticos. Por deducción, sobre los tres millones de empleados y obreros argen¬
tinos, actualmente afiliados a las cajas, tendremos 42 mil obesos, 10 mil diabéticos
y 30 mil glucosúricos, que bajo la influencia de un factor concurrente cualquiera se
deslizarán inexorablemente en el campo de la invalidez prematura.
En el Servicio de Medicina Preventiva del Profesor Jorge en el hospital Durand,
tomando una población joven entre 18 y 35 años, se descubrió un 10% de desnu¬
tridos; un 8% afectos de disendocrinias y un 4% de descalcificaciones, cuadros ligados
a un estado constitucional.
Son también interesantes las cifras obtenidas en el reclutamiento del Ejército
Argentino de la clase incorporada en el año 1942, en el cual encuentran que del total
de examinados, el 15,3% tienen debilidad constitucional; el 2,8 % falta de talla, peso
o perímetro torácico; un 5,2 % enfermedades constitucionales de los órganos loco¬
motores, etc. Siendo la conscripción de aquel año de 150 mil hombres quiere decir
que, por la primera causa se han rechazado a 22.500 argentinos de 20 años de edad;
por la segunda a 4.500; y por la tercera 7.500. Solo esas tres causas de tipo constitu¬
cional han obligado al rechazo de 34.500 argentinos que cargan con una deficiencia
orgánica que puede y debe ser subsanada.
En EEUU, país más adelantado que el nuestro en materia sanitaria, se realizó
en el año 1936 un censo juvenil, donde se establecieron los índices de deficiencias
congénitas, constitucionales o de terreno. Si aplicamos, con fines ilustrativos, esos
índices a nuestro país, suponiendo que nosotros estuviéramos en iguales condi¬
ciones que ellos —cosa discutible— resulta que entre 4.500.000 argentinos de 0 a
20 años, tenemos 600 mil desnutridos; 60 mil obesos; 45 mil débiles mentales, y 67
mil con graves trastornos del carácter. En edades entre 14 y 17 años que comprende
un millón de argentinos, tenemos 196 mil desnutridos; 18 mil obesos; 32 mil con
francos trastornos carenciales; 55 mil con obstrucciones nasales y 48 mil con amíg¬
dalas hipertróficas o infectadas.
Evito repetir otras cifras para no recargar esta sencilla clase inaugural. Las cifras
enunciadas bastan para advertir, aun a los más despreocupados sobre el tema, que
estamos frente a uno de los más graves y revolucionarios capítulos de la medicina, el
cual al superar el problema individual avanza sobre la medicina social, que es la que
nos interesa principalmente como hombres de Estado.
La profilaxis de la medicina constitucional
Desgraciadamente, solo ahora comienza a hacerse camino en nuestro país el con¬
cepto de la profilaxis en medicina constitucional. Mientras la acción pública se
dirigía casi exclusivamente a luchar contra las enfermedades, era evidente que el
76 ■ Política sanitaria argentina
problema de la salud colectiva, y la “salud de los sanos” (permítasenos la paradoja)
se oscurecía de tal manera que el árbol no permitía ver el bosque. El concepto de
profilaxis aplicado a las enfermedades epidémicas, es accesible y fácil, aparte de que
en el dominio de lo práctico permitía combatir con un común denominador todas
las enfermedades infectocontagiosas que representaban, a principio de este siglo
el 60% de las causas de muerte. Por eso la lucha contra el terreno, contra el biotipo
somático o psíquico fue olvidada. Pero a pesar de eso en patología infecciosa, se
señaló la importancia del terreno constitucional a punto de que el mismo Koch dijera
que “el bacilo era lo menos, y el terreno era lo más”; y que a su turno el maestro
Sergent afirmara, que “el grano de trigo cayendo sobre una roca, no fructifica”. En
Patología de la Tuberculosis enseñaban los viejos médicos la importancia del hábito
veneciano, destacando así el valor del terreno en la germinación de la tuberculosis.
Pero cuando el progreso de las ciencias médicas y de la civilización reducen las en¬
fermedades endoepidémicas a cifras que apenas llegan al 5% del total de las causas
de muerte (si excluimos la tuberculosis en la cual el factor individual y social tienen
un papel preponderante) se impone esta verdad que es poco discutible: “que las en¬
fermedades son ficciones, y lo real son los enfermos”. Con esta idea por delante —y
en el estado actual de nuestros conocimientos— es posible afirmar que el médico
tiene elementos para oponerse a lo que en otro tiempo se conceptuaba como una fa¬
talidad, tales las tendencias mórbidas constitucionales. Basta hojear los libros de hi¬
giene de mediados del siglo pasado, como la obra de Levy en Francia, para descubrir
afirmaciones actualmente falsas, como la de que ciertas enfermedades obedecen a
causas constitucionales que están fuera de las manos del médico el poder yugu¬
larlas, y que deben ser respetadas como una segunda naturaleza. Con esto se ponía
un obstáculo conceptual al avance de la acción médica; todo por tomar los cuadros
biotipológicos como algo irreversible e irremediable. No hacían sino repetir a través
de los siglos las afirmaciones que Hipócrates enunciara en los albores de la medicina.
La misma higiene se sustrajo a estos estudios porque tenía frente a ella problemas
más arduos y más urgentes. La patología infecciosa dominaba con sus cuadros pesti¬
lenciales y terroríficos la mente de la humanidad y ello ocurría hasta mucho tiempo
después de muerto Pasteur. La era de la lucha bacteriológica llega hasta principios
de la guerra de 1914 en que el desarrollo de las vacunas y los sueros desdibujó la
presencia terrorífica de las infecciones, las cuales con el advenimiento reciente de
los antibióticos han quedado reducidas casi a un recuerdo del pasado. El higienista
fue superado por el hombre de laboratorio, destacándose una pléyade de higienis¬
tas-epidemiólogos que marcan una era en nuestra facultad con el ilustre maestro
Manuel V. Carbonell a la cabeza.
La reconstrucción sanitaria por la medicina social
La guerra de 1914 y la posguerra de 1918 nos deja como beneficio —entre tantos
dolores— el planteo y el programa de reconstrucción sanitaria por medio de la me¬
dicina social y se olvida un poco al hombre de laboratorio para pasar el higienista
Los fundamentos de la medicina constitucional y de la biotipología m 77
a ser un hombre de Estado. Son entonces las leyes el material que maneja la hi¬
giene. Se vuelven elementos primordiales de lucha por la preservación de la salud,
la mejora de la vivienda; la mejora de los salarios; el acortamiento de las jornadas
de trabajo; la higiene de los establecimientos industriales; las leyes de jubilación;
los subsidios de tipo social como los de maternidad, parto, ancianidad; las obras
de Servicio Social, extendidas a la industria, al hospital, a la maternidad, a todos los
ambientes de la vida cívica de los asalariados.
Esta era de la higiene culmina con el Gobierno del general Perón, que desde la
Secretaría de Trabajo y Previsión ha tocado y resuelto casi todos los problemas seña¬
lados por los higienistas como causas indirectas de enfermedad y que son los antes
mencionados; y los ha tocado a fondo mediante una legislación social prácticamente
exhaustiva y un programa de reactivación económica realmente gigantesca.
La medicina preventiva
Llegamos de esta manera a la higiene de nuestros días encarnada en la Medicina
Preventiva y que la inicia en forma concreta también el general Perón. La Medicina
Preventiva orienta su acción hacia el individuo investigando las enfermedades por¬
tables en salud y, sobre todo, las de tendencia crónica y degenerativas.
No puede quedar de lado en esta evolución la medicina constitucional o bio-
tipológica que, como hemos visto, por las cifras debe afrontar uno de los grandes
problemas que afectan la salud pública, y que, felizmente está en manos del Estado
modificarlo con la colaboración inteligente de los médicos.
¿Hasta qué punto puede la medicina preventiva gravitar sobre estos cuadros que
constituyen el sustratum sobre el cual ha de afianzarse toda la patología? Es lo que
importa señalar a los fines de fijar la futura acción médica de este Instituto.
Los estudios de biometría nos permiten ver claro en la materia. La demografía
nos señala las líneas de tendencias de todas las edades y nos permite apreciar detalles
estadísticos que orientan entre los factores intrínsecos reguladores del estado de
salud de la población.
Los progresos de la medicina y la longevidad
La demografía nos indica la caída franca de la mortalidad general. Lo mismo ocurre
con la mortalidad infantil, con la mortalidad tuberculosa, con la mortalidad por en¬
fermedades infecciosas, etc. Traducido ello en tablas de supervivencia advertimos
que, a principio de este siglo, el hombre al nacer tenía 42 años de vida probable, y
que ese límite se extiende a 65 en nuestros días, es decir que los que nacen en esta
época han ganado 23 años de longevidad debido a los progresos de la medicina y de
la higiene.
Traducidos estos adelantos en tablas biométricas por grupos de edades, lle¬
gamos a esta otra verdad: que entre 0 y 1 año, el descenso de la mortalidad infantil
78 ■ Política sanitaria argentina
que era en 1900 de 200 por mil, baja en la ciudad de Buenos Aires en 1947 a 45;
y si vamos subiendo de 5 en 5 años hasta edades de 40, nos encontramos que las
generaciones superiores a 40 años no se han beneficiado, demográficamente, en ese
lapso de 50 años.
Parecerá raro lo que voy a decir: en el año 1500, el médico de entonces, al reci¬
birse, tenía un promedio de 32 años de vida probable; y en nuestros días, a pesar de
los cuatro siglos de civilización, la vida probable para el médico es la misma. No se
ha variado. ¿Quiere esto decir que las normas de la higiene no tienen influencia en
esas edades? Felizmente, sí la tiene, cuando se actúa individualmente, por medio de
la medicina preventiva.
La gran experiencia realizada por la Compañía de Seguros de Vida Metropo¬
litana, de Nueva York, sobre 18 millones de tenedores de pólizas permiten afirmar
que la geriatría es hoy un capítulo trascendental de la higiene, siempre que sea
abordado con el criterio de la medicina preventiva, vale decir individual.
Se deduce una tercera verdad de los estudios de biometría aplicada a la pato¬
logía. Es la siguiente: hay enfermedades de tipo reversibles y hay enfermedades de
tipo irreversibles como son las degenerativas. Las diabetes, las nefrosis, las miocar¬
ditis, la arterioesclerosis, el reumatismo crónico, la hipertensión arterial, etc., son
difícilmente modificables cuando se las toma con sus síntomas sólidamente afian¬
zados. Pero atacadas en su faz inicial y, sobre todo, en sus causas, cuando estas son
individualizables pueden evitarse las consecuencias. El gran descubrimiento de la
medicina del seguro de vida ha sido justamente el demostrar, que toda esa patología
fatalista es prevenible tanto como las enfermedades infecciosas, si son precozmente
localizados los enfermos y sometidos al tratamiento que corresponda.
La medicina constitucional o biotipológica asienta sus grandes cuadros clínicos
en varios conceptos viejos, pero que tienen nueva vigencia: por un lado, los hábitos,
o sea la conformación constitucional; por otro lado, los temperamentos, o sea la
constitución dinámica humoral; por otro, el carácter, o sea la constitución psíquica; y
por las diátesis, o sea las tendencias mórbidas. Os pido disculpas por usar la nomen¬
clatura médica casi secular, con preferencia a los neologismos de nuestro tiempo,
porque considero que no expresan más de lo que dijeron los fundadores remotos
de la medicina. Esto no quiere decir que en los últimos cincuenta años no se hayan
hecho más progresos en la medicina, que en todos los siglos anteriores de la exis¬
tencia humana.
Extensión de la profilaxis biotipológicas
Estos cuatro aspectos médicos de la constitución pueden hasta cierto punto ser
controlados científicamente, si se los enfrenta en la edad de formación del sujeto,
y en especial en la pubertad. La profilaxis biotipológica puede extenderse a todos
los aspectos posibles. Los hábitos constitucionales pueden no ser totalmente mo¬
dificados, pero es evidente que un hábito asténico, veneciano, obeso, etc., puede
mediante un tratamiento higiénico ponerse en condiciones de vida y de trabajo
Los fundamentos de la medicina constitucional y de la biotipología m 79
excelentes, evitando que actúen sobre él —como en círculo vicioso— el ambiente y
las costumbres.
Las constituciones psicopáticas, o sean los temperamentos psicológicos, también son
susceptibles de una profilaxis. Los temperamentos tiroideos, hipocondríacos, neu¬
rasténicos, histéricos, eróticos, e incluso las constituciones emotivas, esquizoides,
paranoicas, perversas o ciclotímicas, son pasibles de un adecuado ordenamiento
higiénico y puede evitarse su traslación más allá de la frontera gris de la salud mental.
Todos los temperamentos endocrinos también son sensibles a la acción de la higiene
con solo manejar la hormonoterapia, los regímenes alimenticios, el oficio, la acti¬
vidad. Los temperamentos, determinados por deficiencias del funcionamiento de la
tiroides y de los ovarios, han sido modificados brillantemente por una acción médi¬
co-científica y metódica.
Los temperamentos patológicos, o sean las diátesis, pueden ser modificados, siempre
que se actúe tempranamente con la terapéutica o con la higiene.
Insisto constantemente en estos conceptos para advertir y consubstanciar al
médico con ellos, y espero que estas ideas formen parte definitiva en los postulados
de la sanidad nacional.
Postulados para la sanidad nacional
De lo dicho llegamos a esta gran verdad: 1) que la constitución orgánica y funcional
de los individuos no es algo invariable; 2) que la biotipología como ciencia de la per¬
sonalidad no puede ser una simple descripción de cuadros clínicos preformados; 3)
que la biotipología debe considerarse a los fines prácticos, una rama de la higiene; 4)
que casi toda la patología del primer año de la vida humana tiene como fundamento
el estado constitucional del recién nacido; 5) que la eugenesia como ciencia de la
procreación, se debe convertir en la verdadera higiene sexual de nuestros tiempos;
6) que si bien la constitución es una segunda naturaleza, ella puede y debe entrar en
las normas de la higiene.
En el curso de este año se estudiará un total cambio de orientación del Instituto,
sobre las siguientes bases:
a. El Instituto de Biotipología será un centro de doble carácter: de
investigación y de docencia.
b. Reforma de los programas de enseñanza, con objeto de acentuar los
conocimientos prácticos del personal técnico que aquí se forma.
c. Los egresados deberán tener menos conocimientos teóricos y más
conocimientos de aplicación inmediata a las necesidades de la salud pública.
d. La organización futura del Instituto debe ser el núcleo inicial de la futura
Escuela de Servicios Auxiliares de Salud Pública, donde se preparará
el personal idóneo de instructores, visitadoras, investigadoras sociales,
enfermeras del hogar, etc., y que se percibe como una necesidad
impostergable.
80 ■ Política sanitaria argentina
La profesión de biotipólogo
La orientación actual ha llevado a la formación de unos 500 egresados que no tienen
destino útil ni práctico dentro de las necesidades del país, debido quizás al exceso
de cientificismo académico. La profesión de biotipólogo no puede ser una profesión
por ahora, pero sí es en cambio una excelente base para formar ulteriormente con
los egresados, grandes y muy competentes auxiliares de la acción sanitaria, en su
aspecto médico, social, bioestadístico o de la investigación científica.
Pero para ello se requerirá completar en un curso intensivo de seis meses en la
Escuela Superior Técnica de Salud Pública, la preparación original de los biotipó-
logos, ya egresados, a fin de capacitarlos para la acción sanitaria concreta, de acuerdo
con las necesidades de la Secretaría de Salud Pública.
Pero para evitar esta aparente falta de utilidad inmediata de los biotipólogos,
en el futuro será necesario que el mismo Instituto, en el último año de estudios,
organice la formación especializada de los oficiales sanitarios para las diversas dis¬
ciplinas médico-sociales, que reclama la nueva orientación de la lucha contra las
enfermedades y el cumplimiento de ese derecho proclamado por el general Perón
con el nombre de derecho a la preservación de la salud.
Con respecto al programa de investigaciones científicas, creo haber adelantado
claramente cuál puede ser la función del Instituto vinculándolo a los problemas con¬
cretos de la medicina y la higiene constitucional, y la relación de esta con los proce¬
dimientos prácticos de la medicina preventiva.
La más trascendente de las ciencias
Aspiro también a que el Instituto, desde el punto de vista de la investigación, sea un
centro de estudios sobre el hombre, puesto que la ciencia del hombre, en su aspecto
somático y psíquico, es la más trascendente de todas las ciencias —sin embargo, la
más olvidada—, porque el análisis de cada laboratorio especializado nos aleja cada
vez más de la síntesis, y el hombre no es más que una síntesis de su pasado, y que lleva en el
presente todos los gérmenes del futuro.
Por eso en las instituciones, como en la filiación biológica, todos los hombres
estamos ligados a los que nos preceden o nos engendraron y a los que nos siguen
como sucesores o como descendientes en la línea genealógica.
Las transformaciones sociales del mundo nos obligan a profundizar el conoci¬
miento del hombre, para llevarlo más allá de la simple y primaria consideración de
tipo antropológico. La antropología es insuficiente y no puede brindarnos un cono¬
cimiento integral, es decir del hombre en su totalidad. Para ese tipo de estudios los
médicos son quizás los más preparados, y con ayuda de otros técnicos de visión más
filosófica, podrían afrontar la síntesis que supone la tarea de coordinación de cono¬
cimientos sobre el hombre como cuerpo humano, dotado de funciones fisiológicas
y como conciencia operante a través de sus más altas especulaciones intelectuales,
afectivas, morales o místicas y de su acción en el arte, en la ciencia o en la vida social.
Los fundamentos de la medicina constitucional y de la biotipología m 81
Corresponderá plantear el estudio de los potenciales de vida y de salud reco¬
giendo la gran experiencia de la medicina, los problemas de la longevidad y el reju¬
venecimiento, la vida aparente y la vida real, el tiempo interior fisiológico y el tiempo
interior psicológico, de que nos habla Alexis Carrel; correspondería también a este
Instituto el examen de las funciones de adaptación del individuo a su medio interno
y al medio externo, cuyas leyes han buscado con pasión tantos biólogos, a lo largo de
la escala zoológica, olvidando de ocuparse con preferencia de las adaptaciones del
ser humano, infinitamente más complejas y maravillosas.
Sobre la base de investigaciones acerca de la salud del hombre, de los factores
de su comportamiento y conducta social, sobre sus inclinaciones o predisposiciones
constitucionales, sobre su educación y los componentes mesológicos, estaríamos en
condiciones de afrontar los grandes problemas colectivos y proporcionar alguna res¬
puesta —o una solución— a tantos interrogantes que nos plantea el destino de los
hombres y de los pueblos.
“Instituto Argentino del Hombre”
Y si hubiéramos de cambiar el nombre a este instituto lo llamaríamos —si lajerarquía
de sus investigaciones así nos autorizara— el “Instituto Argentino del Hombre”, para
cumplir el sueño de Nicola Pende, creador de la biotipología y que ha renacido en
nuestra patria gracias al espíritu selecto del doctor Rossi, digno discípulo del insigne
maestro italiano.
Con una línea de estudios sobre el hombre —con el objeto de reunir e investigar
los progresos de la higiene, de la medicina social, de la medicina constitucional, de
la eugenesia y de la estadística; y sumar todo ello a las conquistas de los fisiólogos, de
los “behavioristas”, de los fisicoquímicos, de los psicólogos, de los endocrinólogos,
de los educadores, de los investigadores o trabajadores sociales, de los inmunólogos,
de los filósofos, de los sacerdotes, de los sociólogos y de los economistas—, quizás
podríamos integrar una ciencia activa y productiva, que sería algo más que la bioti¬
pología: sería la verdadera ciencia del hombre, ahora dispersa por todos los campos
del conocimiento humano, como piezas perdidas de un rompecabezas, ciencia que
nadie posee en conjunto, ni siquiera en sus líneas generales.
Estos estudios, si se realizan con seriedad y de acuerdo a las leyes terminantes de
la investigación científica, serían de utilidad incalculable para el hombre de Estado,
que tendría allí una fuente de información selecta, de inapreciable valor, pues solo
sobre esas fuentes humanas y directas se puede programar el desarrollo de una
cultura y una civilización adecuada al hombre y, en nuestro país, compatible con la
física y la dinámica del hombre argentino.
82 ■ Política sanitaria argentina
Doctrina peronista del bienestar social
y de la salud del pueblo 1
Desde antes de la guerra el mundo vive una revolución económica, política y social,
de la que tiene que surgir la transformación de los pueblos, sea sobre la base del
espíritu de sacrificio, o sobre las tendencias del egoísmo, según lleguen a predo¬
minar las fuerzas del bien para beneficio de todos, o las que explotan al hombre en
exclusivo provecho de los fuertes.
Plantear el problema en estos términos es urgir a los seres de buena voluntad
para que se alisten en las filas de la solidaridad humana, dispuestos a adelantarse
en el camino del perfeccionamiento. Si lo hacen habrán cumplido con un deber
humano. Solo por esa vía, por la solidaridad humana, se puede realizar algo grande y
hermoso, con el acento propio del desinterés y del espíritu de colaboración; solo por
esa vía se conquistará el bienestar social, como el destino ha querido que ocurra en
la República Argentina, donde estos trascendentales problemas han sido planteados
y resueltos en sus diversos aspectos, ya que aquí entendemos que la vida humana es
el mayor bien espiritual y económico de la nación.
Perón, creador de la doctrina
Una figura excepcional en la historia de nuestra República, el general Perón, ha sido
el creador de la doctrina y de la fuerza ejecutora de estas transformaciones, animado
por el mismo fuego sagrado de los fundadores de la nacionalidad.
Su obra ha deslumbrado al país y asombrado a América por el acierto de sus
planes y los resultados obtenidos mediante la inteligente orientación de las fuerzas
sociales y de la fe que sus compatriotas pusieron en su esfuerzo.
No corresponde estudiar en estos párrafos ninguna otra de las distintas fases de
la múltiple personalidad del general Perón, que no sea aquella relacionada con el
bienestar social o “bienestar general”, como dice el preámbulo de la Constitución
Argentina. Por eso dejaré de lado otros aspectos de la obra de este gran argentino
que enseña al país que la vida es acción.
En la Declaración de los Derechos del Trabajador, enunciada por él, se encuentran,
entre otros, tres aspectos del bienestar general de los individuos que como “atributos
naturales inalienables e imprescindibles de la personalidad humana” no es posible
desconocer:
'Trabajo escrito para Yapeyú: Revista Continental N° 55, de junio de 1947.
Doctrina peronista del bienestar social y de la salud del pueblo ■ 83
a. El derecho a la preservación de la salud.
b. El derecho al bienestar.
c. El derecho a la seguridad social.
Estos tres postulados de los diez derechos del general Perón tienen una importancia
fundamental, pues son el más alto exponente del espíritu de solidaridad humana. Es
indudable que todo plan de preservación de la salud, de defensa sanitaria, de ayuda
higiénica o de seguridad social es por sí mismo y por sus alcances, generoso y desin¬
teresado, ya que el estadista lo realiza sin esperanza de recoger frutos, ni tener por su
obra otra satisfacción que la de haber hecho el bien por el bien mismo.
La acción sanitaria mira al futuro
Por esto los políticos profesionales han desempeñado la acción sanitaria y se han
desentendido de la preservación higiénica, cuyos beneficios solo han de verse re¬
flejados en el bienestar de las futuras generaciones. La preservación de la salud
supone una tarea oscura y abnegada que no se traduce de inmediato en votos ni
permite ganar elecciones. No podía interesar, pues, a los políticos. Nuestro pueblo
consignó en su propia Constitución los elementos precisos para facilitar esta acción
generosa, comenzando por abrir de par en par las puertas de su territorio para que
en él puedan vivir, libremente, todos los hombres del mundo que quieran habitar
el suelo argentino, y propiciando como fin supremo del Estado el bienestar general,
para nosotros, para nuestros hijos y para sus descendientes.
Con disposiciones de esta naturaleza nuestro país se anticipó en muchas décadas
a los sucesos del mundo, como si hubiese previsto el final de la época que ahora
presenciamos, y el nacimiento de la nueva, que nos encuentra en plena acción
civilizadora, como protagonistas del movimiento histórico que encabeza el con¬
ductor más sensible y humano de los tiempos presentes: el general Perón, quien
ha entregado al pueblo lo que la rutina de los siglos le negaba, codificándolo en las
tablas de la ley criolla que él escribió con el título de los Derechos del Trabajador.
Dos grandes fuerzas luchan en el mundo
No es posible desconocer que tanto en la Argentina como en el resto del mundo
luchan dos grandes fuerzas: las de la desintegración por el egoísmo y las de la recom¬
posición por la solidaridad. Si triunfasen las primeras, el resultado sería el caos. En
cambio, del predominio de las segundas puede surgir una nueva sociedad afianzada
sobre los principios orgánicos que se encuentran en cada una de las corrientes de
opinión que se han disputado el mayor ascendiente en los distintos pueblos, es decir:
a. Sobre la base capitalista.
b. Sobre la base comunista.
84 ■ Política sanitaria argentina
c. Sobre la base nazi fascista.
d. Sobre una base democrática, nombre con el que se podría encubrir
cualquiera de las formas de opinión ya citadas.
e. Sobre una base peronista, de auténtica democracia popular, que no es
fascista, ni comunista, ni capitalista, sino simplemente republicana,
democrática y humana, tal cual la ha proclamado esta nueva doctrina que
es ya una concepción política, jurídica, económica y social fundada en el
fecundo equilibrio de los distintos grupos sociales de la nación.
Hasta el presente, se ha considerado al hombre en cuantos aspectos es posible ha¬
cerlo, excepto en el fundamental que le consagra el peronismo: el de ser humano
no explotable, ni por el Estado, ni por el capital, ni por el trabajo organizado para la
dictadura del proletariado, es decir, del comunismo.
La Revolución francesa sancionó los derechos políticos, las libertades de pensar,
de opinar, de reunirse, etc., es decir, ratificó la concepción del hombre como ente político.
La Revolución industrial lo llevó a conquistar sus derechos económicos, y la
facultad de ganar dinero y de invertirlo con plena libertad, supeditando todo al
hombre como ente económico.
La Revolución rusa, y la nacional-socialista suprimieron todas las libertades para
reemplazarlas por el poder de la colectividad dentro de una sola clase social o en el
Estado mismo, es decir, considerando al hombre como ente social.
El hombre como ente humano
El peronismo, respetando al hombre como ente político, como ente económico y
como ente social, ha impuesto la concepción racional del hombre como ente humano,
es decir, como ser que vive, siente, goza, sufre, lucha, se alimenta, se reproduce, ne¬
cesitando para todo esto del inalienable derecho de trabajar con dignidad, como lo
preconiza el decálogo establecido por el peronismo cuyo cumplimiento significa la
solución de los problemas que pudiera plantearle la vida.
No es posible suponer la existencia de una doctrina más racionalmente humana
y respetable como lo es la instituida por esta concepción peronista, que conciba al
hombre con la realidad de los mil y mil problemas, grandes y pequeños, sublimes
y modestos, extraordinarios o insignificantes presentados por el diario acontecer,
solucionándolos con la suprema dignidad que da el trabajo, al cual el hombre tiene
acceso, por derecho propio que ningún poder le puede desconocer.
Esta doctrina en el aspecto de la salud pública alcanza proyecciones trascenden¬
tales para el porvenir del país, porque de nada le valdrían a este sus portentosos
adelantos materiales de los cuales con justo regocijo nos enorgullecemos, si por el
optimismo que produce la riqueza descuidáramos las preocupaciones que deben
producirnos los problemas de seguridad social, del bienestar colectivo y de la pre¬
servación de la salud.
Doctrina peronista del bienestar social y de la salud del pueblo u 8 5
El peronismo resolvió el problema
El peronismo desde un principio abordó el problema en forma integral, y le dio
solución creando en primer término la Secretaría de Salud Pública de la Nación con
jerarquía de ministerio, como entidad eficiente, prestigiosa, ejecutiva y provista sin
limitaciones de todo el personal y elementos indispensables para desarrollar una
acción concordante con las necesidades que le corresponde atender y remediar, por
medio de soluciones que solo son posibles cuando se aprovechan y distribuyen ra¬
cionalmente y con la amplitud que corresponde los recursos técnicos, económicos y
administrativos de que dispone la nación.
El principal aspecto de este programa es la atención de las necesidades de aquel
sector de la población que por dificultades económicas no se halla en condiciones
de obtener la atención médica profesional que le es indispensable, ni adquirir los
remedios indicados para su curación.
Infortunadamente, este sector de nuestro pueblo lo constituye la mayoría de los
habitantes del país, como con decepcionada franqueza, pero con su característica
disposición para afrontar las situaciones graves y remediarlas lo reconoció el jefe del
Estado, en diversas oportunidades.
Nada significarían en la realidad las numerosas obras públicas, carreteras, tra¬
bajos de fomento industrial, canales de irrigación, intensificación de cultivos y de
estímulos a la producción, ni los titánicos esfuerzos para extraer del seno casi invio¬
lable de la tierra su riqueza de hidrocarburos, de combustibles sólidos y de valiosos
metales allí acumulados a través de las edades geológicas, si descuidáramos, aluci¬
nados por el optimismo que producen tan grandes tesoros, la atención de la salud, el
saneamiento de nuestras ciudades y el mejoramiento sanitario de las diversas zonas
del país, encauzando las enseñanzas del saber universal para el bienestar de nuestros
conciudadanos.
Se quiere que el pueblo cumpla su destino
Para no incurrir en ese error hemos asumido la tarea de preparar a nuestro pueblo,
poniéndolo en condiciones de cumplir el destino que le impone su tradición, la fe¬
cundidad del suelo patrio y los progresos de nuestras instituciones políticas, unidos
al hecho de constituir la Argentina una de las reservas de la humanidad, por su
cultura y sus fecundas y generosas concepciones de la vida, lo mismo que por su
tradicional respeto a los hombres y a los pueblos.
Es propósito del Gobierno responde ampliamente a su origen popular, dedi¬
cando sus preocupaciones a la protección de las masas, y planificando la acción
médica preventiva y la asistencia social de manera que el problema colectivo de la
salud pueda definirse con el viejo aforismo de que más vale prevenir que curar, lo
cual es además sabia política económica, porque el capital humano, en la doctrina
peronista, es lo que más interesa al Estado.
86 ■ Política sanitaria argentina
Los males creados por la imprevisión
Este, lógicamente, al abrir nuevos hospitales debe estar en condiciones de arbitrar
los medios para que haya menor necesidad de ellos atacando los males en su co¬
mienzo, porque es innegable que la atención hospitalaria no es ningún beneficio
especial en favor del individuo enfermo, sino un servicio público y una razonable
reparación por los males que la imprevisión sanitaria o la simple vida en sociedad le
hayan producido. Auténticos principios de equidad indican que no es posible negar
las garantías de seguridad para la salud a los ciudadanos que contribuyen al engran¬
decimiento de la riqueza social, elemento decisivo de ayuda común, no solo para re¬
mediar la situación angustiosa del enfermo, sino principalmente para evitar que sea
tal, defendiendo en cada persona a la sociedad entera, con todo el poder de la nación
y en esfuerzo metódico y orgánico, que no por legal, conveniente o justo, deja de ser
también bello exponente de solidaridad social, y hasta si se quiere, de alto espíritu de
humanidad empenachado de idealismos que son para el país gérmenes de grandeza
en una nueva vida preñada de esperanzas.
Conducir a la nación por las rutas de la preservación de la salud, y de la seguridad
y del bienestar social, con el espíritu de cooperación altruista demostrado por el
peronismo, equivale a trabajar con fervor místico por su grandeza, pues del vigor de
su raza depende su condición de núcleo admirable de la civilización universal, en
demanda de cuyos dones acuden los hombres de buena voluntad de todo el mundo
y han de continuar viniendo las naves de todas las banderas, según lo dijo en bella
frase el gran poeta peruano José Santos Chocano: “como si fingieran ser implora-
doras manos, ahuecadas en el ruego, para recoger el trigo en que se multiplican los
cinco panes del milagro evangélico”.
El pueblo no come lo suficiente
Esa obra resulta la más recomendable en los tiempos presentes, porque aunque sea
doloroso repetirlo, no es ningún secreto que en esta tierra de la abundancia y de la
prosperidad, un tercio de nuestro pueblo no come lo suficiente para vivir en salud, y
sufre, si no del hambre aguda que asoló tantos pueblos, sí del hambre crónica, de la
subalimentación, que debilita a las masas como si fuera una enfermedad endémica,
lo que, por otra parte, si en estos momentos es un hecho normal en la Europa de¬
solada, no debe serlo en nuestro país.
Las causas de tal situación, bien conocidas por cierto, son las que el Gobierno
trata de reparar, educando a la población, dándole las nociones indispensables para
que sepa alimentarse, facilitándole la acción higiénica, mejorándole la vivienda, y
sobre todo combatiendo la pobreza, la carestía, los salarios de hambre y la explo¬
tación del hombre, todo lo cual es el objetivo, el norte hacia el que se dirigen nuestros
esfuerzos, cuya ejecución los transforma en uno solo, el del bienestar del pueblo, de
la misma manera que el poeta y apóstol de América, José Martí, hablando en sentido
figurado decía con su palabra de luz que “todos los árboles de la tierra se concentran
Doctrina peronista del bienestar social y de la salud del pueblo u 87
en uno solo, predestinado a dar en lo eterno la más suave y esplendorosa aroma: el
árbol del amor de tan robustas y copiosas ramas, que a su sombra se cobijan son¬
rientes y en paz todos los hombres”.
El lenguaje nuevo creado por Perón
El período de reconstrucción social que estamos afrontando es período de recon¬
quista espiritual, bajo los ecos del verbo inflamado del animador infatigable de este
movimiento: el general Perón. Su pensamiento y su acción han creado en el país un
lenguaje nuevo en el que no existen ni la hipérbole, ni el engaño, ni la demagogia, sino
la verdad pura, la que llama todo por sus nombres y da la medida exacta de las cosas.
Se terminaron las épocas de los problemas insolubles; las letanías de los infor¬
tunios; el culto de la desesperanza y el sacerdocio del pesimismo. Pasaron de
moda las fórmulas complicadas para las cosas simples. Se concluyó el sistema de
las palabras cruzadas que permitían leer ecuanimidad donde decía engaño, y los
argentinos todos, pero primeramente los desposeídos y los infortunados, han com¬
prendido que por boca del general Perón hablan no solo las reivindicaciones del
presente, sino las generaciones pasadas, y los que aún no han nacido, en su ansia
legítima de defender el ideal de justicia social creado por Dios para que no se sigan
agitando en tempestades sin fin, ni los hombres ni los pueblos.
■ Política sanitaria argentina
El Instituto Nacional de
Gastroenterología 1
Aprovecho la apertura de este turno vespertino asistencial, para declarar oficial¬
mente inaugurado el Instituto Nacional de Gastroenterología, creado por resolución
de fecha 22 de enero del corriente año.
Se cumple así una etapa más en el desarrollo del Plan Quinquenal de la secre¬
taría a mi cargo, pues dicho Instituto está previsto como centro especializado depen¬
diente de la Dirección de Hospitales.
Continuamos de este modo con el método que empleamos con motivo de la
creación del Instituto Nacional de las Enfermedades Alérgicas, que consiste en
crear centros especializados o ampliar los existentes, como en este caso, con los
fondos ordinarios del presupuesto, y mientras llegan los recursos extraordinarios
que permitirán llevar a cabo todo lo proyectado en el plan general de gobierno, se
van formando técnicos y se presta valioso servicio a la población de todo el país,
que necesita de estos centros especializados para el diagnóstico y tratamiento de las
enfermedades más habituales.
El interés de las enfermedades del aparato digestivo se desprende de su fre¬
cuencia. Las primeras referencias sobre la gastroenterología y sobre su terapéutica
se remontan al famoso papiro de Tebas, estudiado por Jorge Ebers y que fue escrito
probablemente 1.550 años antes de Jesucristo; en él se encuentran sumarias refe¬
rencias semiológicas y algunas indicaciones sobre tratamientos antiparasitarios,
aunque fuera de duda el punto inicial de estudios médicos dignos de ser conside¬
rados como tales lo encontramos en el siglo VI antes de Cristo, con la cultura de
Alejandría. Allí practicó Herófilo, a quien debemos, entre otras, las primeras descrip¬
ciones sobre duodeno y páncreas.
Muchos años han transcurrido desde entonces y los adelantos son evidentes; sin
embargo, es largo el trayecto que falta por recorrer aún para poder desentrañar y
resolver todos los problemas de la compleja patología gastrointestinal.
Pero las nuevas concepciones fisicoquímicas y los descubrimientos quimioterá-
picos nos hacen sentirnos optimistas, y desde ya sabemos que, por muy lejos que
esté la meta, no es ello una utopía.
Con la colaboración que informa esta iniciativa, al mismo tiempo que nos ponemos
en condiciones de prestar servicios asistenciales a las clases menos pudientes, concu¬
rrimos a la realización de la obra de gobierno en que está empeñado el Poder Ejecutivo
de la Nación. Sirva, pues, este acto para rendir debido tributo en ambos sentidos.
'En la inauguración del Instituto Nacional de Gastroenterología, el 6 de mayo de 1947.
El Instituto Nacional de Gastroenterología ■ 89
El turno vespertino que hoy comienza a funcionar lo hará todos los días de 16 a
20 horas, con todos los servicios completos: endoscopia, radiología, laboratorio, etc.,
de forma tal, que los enfermos de larga asistencia ambulatoria, que no puedan con¬
currir por la mañana por sus obligaciones, podrán hacerlo con este nuevo horario
sin ningún inconveniente.
El paso dado esta tarde, no es nada más que un lazo de unión entre el antiguo
Dispensario para Enfermedades del Aparato Digestivo, que durante más de diez
años ha prestado tantos servicios al país, dirigido con toda eficacia por el profesor
Bonorino Udaondo, a quien en reconocimiento de sus cualidades he confirmado
en su cargo, y el gran monoblock que construiremos lo antes posible y que contará
con todos los servicios accesorios necesarios, que convertirán al Instituto en un gran
centro de investigación y tratamiento de las afecciones del aparato digestivo. Centro
de investigación y tratamiento, este, que será la base de la organización que coor¬
dinará todas las filiales a crearse bajo su dependencia en los centros urbanos más
importantes del país y que a su vez recibirán directivas sobre la manera de conducir
el estudio y tratamiento de las afecciones de esta especialidad.
Declaro inaugurado el Instituto Nacional de Gastroenterología, con su turno ves¬
pertino, el que queda a cargo del subdirector, doctor Manuel Casal, a quien me com¬
place poner en posesión del cargo.
90 ■ Política sanitaria argentina
La brucelosis como problema
argentino 1
No existe tarea más grata dentro de las funciones de un hombre de Gobierno, que la
relacionada con la defensa de la salud del pueblo, por las satisfacciones morales que
uno recibe, en especial en actos como el que inauguramos, donde se viene a discutir
y planear científicamente la solución de un gran problema sanitario nacional, que
afecta al mismo tiempo la vida humana y el desarrollo de nuestra ganadería, ya que
estamos frente a una zoonosis, como es la brucelosis, con gravitación evidente sobre
la economía nacional.
Problema económico-medico-social
La brucelosis es, en efecto, un problema médico-social y económico por su gravi¬
tación indirecta sobre la riqueza ganadera; en este último aspecto contamos con la
valiosa colaboración del Ministerio de Agricultura. Los médicos solos nada podemos
hacer, como tampoco pueden hacer nada por sí solos los veterinarios o los gana¬
deros abandonados a su propia suerte.
Si bien estamos empeñados en la tarea de cambiar las bases de la sanidad nacional,
señalando sus objetivos con la mayor precisión posible, y si bien alentamos el firme
propósito de abordar y resolver en especial aquellos problemas que más inciden
en la demografía nacional, no pudimos dejar de lado la brucelosis que es ya un serio
problema argentino. Por eso hemos citado esta conferencia. Con respecto a otras
endemias que diezman nuestra población tenemos una posición tomada. Sabemos
respecto a ellas cómo y por qué procedimientos pueden extirparse y contamos con
la experiencia de otros países más adelantados que ya han triunfado en ese terreno;
sabemos cómo se extermina el paludismo, la tuberculosis, la lepra, las venéreas, etc.
Lo que pasa en nuestro país es sencillamente que no hemos dispuesto de medios y
que no nos hemos decidido hasta ahora a trabajar con la atención, energía y capa¬
cidad necesarias para terminar con esos males perfectamente estudiados. Se trata
pues, en esos casos, de poner en ejecución normas y sistemas conocidos y probados.
En otros términos, todo el problema reside en hacer las cosas como corresponde
y nada más. Pero con la brucelosis ocurre una cosa distinta, puesto que no sabemos
todavía cómo se puede hacer para eliminarla-, es decir no existen normas precisas, ni
'Discurso pronunciado el 21 de julio de 1947 al inaugurar la Primera Conferencia Nacional de la
Brucelosis.
La brucelosis como problema argentino » 91
métodos probados ni eficaces. Es conveniente crear un plan de lucha fundado en
nuestros conocimientos actuales sobre la biología de la enfermedad y las modali¬
dades de nuestra ganadería. Precisamente, para estructurar este plan hemos invitado
a los hombres más entendidos en la materia, a fin de que ellos aconsejen las medidas
que pueden ser más oportunas y decisivas.
La brucelosis enfermedad del trabajo
La brucelosis es también una enfermedad del trabajo, pues afecta o puede afectar
a los que manipulan la carne y sus subproductos, sin contar a los habitantes de
aquellas zonas del país que están atacadas en forma endémica; por eso, ese doble
aspecto, profesional y endémico, debe ser contemplado por los señores congresales,
y os cedo la palabra a vosotros que conocéis las intimidades de la cuestión y sus múl¬
tiples variantes. Desde ya os agradezco en nombre del Gobierno de la nación vuestro
esfuerzo y vuestra desinteresada colaboración científica.
No se les oculta a las autoridades sanitarias que estamos frente a una enfermedad
nacional por excelencia, una enfermedad de la cual Charles Nicolle, hace veinte años,
pronosticara que sería “la enfermedad del porvenir”. Desgraciadamente, la profecía
se ha cumplido y hoy podemos asegurar que la brucelosis es una enfermedad del pre¬
sente, frente a la cual la ciencia médica no ha descubierto todavía la forma de evi¬
tarla, problema que en la actualidad ya resulta dramático por la gran difusión que la
brucelosis ha adquirido en el ganado. Este ya no es un problema local; es, como se
pronunciara la XII Conferencia Sanitaria Panamericana, un problema de América.
Antecedentes argentinos de la brucelosis
El primer caso científicamente estudiado de brucelosis en la Argentina se remonta
al año 1922. Cabe suponer, que en forma disimulada, esta enfermedad hizo estragos
muchos decenios antes, siendo confundida con la tuberculosis, el reumatismo (en
especial en su forma de lumbagos) y con las septicemias en general, error lógico ante
la falta de conocimientos sobre la enfermedad, que en ese entonces no estaba tan
bien analizada como ahora.
Confirma esta suposición el hecho de que ya en el año 1892 el profesor Bernier,
de La Plata, pedía el nombramiento de una comisión para estudiar el aborto injus¬
tificado del ganado fino que ocasionaba daños considerables a los cabañeros. En el
mismo año, Even atribuía el aborto de las yeguas a la llamada “sífilis equina” que,
según Quiroga, no existió nunca en nuestro país.
Investigaciones minuciosas efectuadas en 1931 evidenciaron que aun en pro¬
vincias alejadas del tráfico de animales, como la de San Luis, estaban infectados un
20,53% de los caprinos y un 6,38% de los ovinos. La enfermedad accidental de un
laboratorista probó el alto poder infectante de la brucelosis aún colocada en condi¬
ciones distintas a las formas comunes de contagio, que como es sabido, se produce
92 ■ Política sanitaria argentina
por la ingestión de productos no esterilizados, o el manipuleo o faenamiento de
animales enfermos en los mataderos.
Quiero señalar, a la gratitud de todos, el nombre del doctor Salvador Mazza,
quien en su “Misión de Estudios de Patología Regional Argentina”, efectuó las pri¬
meras investigaciones documentadas en el norte argentino. Y valga también este
recuerdo para los investigadores del Instituto Bacteriológico que en 1931 en una
serie de trabajos señalaron la desgraciada posición de nuestro país entre las comu¬
nidades brucelósicas.
Fue la Comisión Nacional para el estudio de la fiebre ondulante en nuestro país,
constituida en septiembre de 1931, la que investigó y localizó los focos humanos,
dando la voz de alarma a la sanidad nacional.
Las diversas formas de infección
Ya hemos señalado que el primer caso de la literatura médica argentina es el de
Fornasio, en 1922, procedente de Cabrera, Córdoba. Y el primer caso comprobado
bacteriológicamente, fue el de Miravent, en una enferma de la provincia de Buenos
Aires, procedente de una zona donde casi no existían cabras, en 1930.
Sería engorrosa tarea relatar todas las observaciones que se fueron sumando a
partir del primer foco importante de origen caprino, individualizado en 1931 por
los investigadores del Instituto Bacteriológico del entonces Departamento Nacional
de Higiene. Ya en 1931, se habían identificado otros focos —además del de Córdoba
y Mendoza— en San Luis, Santiago del Estero, Santa Fe, Tucumán, Catamarca, Río
Negro y Neuquén. Sobre 136 casos confirmados en 1931, se estableció que de cada
100 enfermos de brucelosis se mueren 4,05. Se comprobaron también cuatro formas
de infección: caprina, bovina, porcina y ovina. Se evidenció, ya en aquel entonces,
que en las provincias de Córdoba y Mendoza la enfermedad humana procedía de las
cabras, mientras que en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe se originaba en las
vacas, en las cuales el aborto epizoótico era muy frecuente.
Las investigaciones efectuadas entre el personal de frigoríficos y mataderos seña¬
laron la importancia de estos centros industriales como focos de infección, y por
primera vez se planteó, en nuestro país, el problema de la brucelosis enfermedad
profesional. Se encontró en las estadísticas que existía hasta un 25% de infectados
entre los que se ocupaban de la faena de ganado. Se planteó así un problema de
orden social de higiene y medicina del trabajo y de medicina legal desde el momento
que las condiciones de trabajo podían ser un factor determinante y difusor de la
enfermedad.
Felizmente una parte de los enfermos sobrellevan su infección durante poco
tiempo, curándose en 25 o 30 días; pero la gran mayoría tiene tendencia a la evo¬
lución crónica, entre 4 y 6 meses de duración, pasando algunos el año, aunque con
síntomas atenuados. En todos los casos, la enfermedad, por su comienzo insidioso,
poco espectacular, permite que el paciente la aguante de pie, hasta que alguna com¬
plicación pone al médico sobre la pista del diagnóstico.
La brucelosis como problema argentino m 93
Investigaciones sustanciadas en esta Capital y en Mendoza, sobre el total del per¬
sonal que manipula reses o subproductos de origen vacuno, ovino y porcino, dieron
un 10,8% de resultados positivos. Esta cifra nos pone frente a una cuestión grave dado
nuestro carácter de país ganadero y elaborador de carnes, en virtud del cual carácter
contamos con un intenso transporte de animales desde las más distintas zonas del
país hasta los puntos de concentración. De ese modo la infección es transportada
continuamente desde los centros rurales a los urbanos, situación esta que es menos
seria en los países en los cuales se faena únicamente para el consumo local.
Casos autóctonos de brucelosis
Desde el punto de vista epidemiológico se ha señalado el hecho de que en plena Ca¬
pital Federal se observan casos autóctonos, es decir sin contacto con material sospe¬
choso o procedente de zonas infectadas. También se encontró que había dificultades
diagnósticas aun en cuadros agudos en que se confundieron casos de brucelosis con
eritemas maculosos, con manifestaciones secundarias de sífilis, y con la tuberculosis
pulmonar.
El problema de las relaciones de la brucelosis con el reumatismo, sea en su forma
de endocarditis, de artritis, u otras, es uno de los puntos más apasionantes. El hecho
de que los animales domésticos y de experimentación, localicen la infección bruce-
lósica en el tejido linfático, y de que el germen haya sido encontrado en investiga¬
ciones norteamericanas en amígdalas infectadas y extirpadas, permite pensar con
optimismo que también en este terreno, se cumplirá el teorema de Hazen-, de “que la
lucha contra una infección extiende sus beneficios a un campo sanitario más amplio
que la infección misma”. Las medidas de sanidad contra la brucelosis puede darnos
la solución de una cantidad de formas reumáticas consideradas hasta ahora de causa
ignota. Me permitiría insinuar —con tal motivo— la idea de que sería conveniente
que la Reacción de Huddleson se efectúe sin excepción en todos los reumáticos. Se
investigó también, a iniciativa del Departamento de Sanidad del Estado de Nueva
York, la posibilidad de que muchas apendicitis obedezcan a esta causa, invitándose a
los médicos a enviar sangre de los operados a los laboratorios oficiales.
Peligros del libre desarrollo de la enfermedad
La estadística y la experiencia prueban que cuando se deja a la brucelosis abandonada
a su libre desarrollo adquiere una importancia de orden público impresionante. En
Malta llegó a producirse en 1931 una morbilidad de 7,6 por mil de población y si bien
la mortalidad era de 0,3 por mil, es evidente que tenía el sello de una enfermedad
social desde que incapacitaba para el trabajo a grandes contingentes obreros. A pesar
de que la sanidad pública de Malta luchó precozmente contra el peligro del tráfico
de caprinos, no hubo desde 1907 a 1930 ninguna reducción de la morbilidad y sí un
aumento en la mortalidad. Esta observación prueba que el poder antigénico de los
94 ■ Política sanitaria argentina
gérmenes brucelósicos es muy débil, lo que le crea a la sanidad un problema bio¬
lógico y de profilaxis casi sin solución, pues la defensa espontánea de la colectividad
por vía de la autoinmunización —como en otras infecciones— aquí no existe.
La policía de focos de la brucelosis permite descubrir continuamente las fuentes y
lugares de la enfermedad. Por ejemplo, en un país tan severo como Dinamarca en todo
cuando se refiere a su sanidad rural, la policía de focos demostró que el 20% de los car¬
niceros había sufrido la infección; que en la misma situación se encontraba el 39% en
los dueños de granjas, el 62% de los cuidadores de ganado, el 63% de los bacteriólogos
y el 94% de los veterinarios. Estas comprobaciones nos sugieren la conveniencia de
desplazar el centro de gravedad de la acción sanitaria desde los medios urbanos a los
rurales, tomando como punto de partida de la investigación —para llegar al foco— el
examen de los animales en el Mercado de Hacienda, anexo a nuestros mataderos. Des¬
cubierto el animal enfermo hay que dirigirse, implacablemente, al rodeo de donde
proceda para actuar sobre la fuente primaria y sobre el foco mismo.
Diversas formas de la brucelosis
La brucelosis tiene tres formas: formas ocultas, formas simples y formas resistentes
o complicadas. Existe una superposición perfecta entre estas formas clínicas de la
patología humana con las formas clínicas equivalentes de la patología animal.
Se sabe que los animales suelen soportar la enfermedad sin manifestar ningún
síntoma, y el aborto es la primera y única manifestación que pone en camino del
diagnóstico. Los exámenes de laboratorio demuestran que en zonas contaminadas
existen casos humanos en forma latente u oculta conviviendo con sanos en condi¬
ciones tales que fatalmente tienen que infectarse. En los sujetos jóvenes y sanos la
brucelosis adopta las formas ambulatorias; faltan los sudores y los dolores articu¬
lares, lo que permite que tanto el afectado como el médico ignoren la naturaleza
del mal. No en vano, pues, como ya recordamos, para Nicolle “la brucelosis era la
enfermedad del porvenir”. Por su carácter insidioso, por afectar a grandes masas de
población que la ignoran, por la multiplicidad y variedad de los, focos infecciosos,
por los cuantiosos intereses económicos que destruye, por su carácter crónico y su
aparente benignidad, por su baja mortalidad, terminará siendo una preocupación
nacional en los próximos años, salvo que se extremen en todos los puntos del país los
centros de catastro médico y serológico y se decida por medio de medidas enérgicas
exterminar a los animales infectados.
La facilidad con que la brucelosis se asocia a otras enfermedades como la tuber¬
culosis, la colibacilosis, la neumococosis y las septicemias, dificulta la fijación de las
cifras de mortalidad, las que aun no han sido establecidas con exactitud en nuestro
país. La implantación del nuevo certificado confidencial de defunción que proyectamos
imponer este año, permitirá en el futuro señalar de una manera exacta y precisa en
el interior del país, los casos en que la brucelosis es la causa de muerte complicante
de otra infección de fondo, ya que en los certificados actuales solo se consigna la
causa directa o inmediata del fallecimiento, pero no la coadyuvante.
La brucelosis como problema argentino m 95
El diagnóstico clínico y su confirmación biológica
Antes de iniciar la campaña de difusión y educación sanitaria popular sobre la bru-
celosis, debe creársele al médico la preocupación y la conciencia de la frecuencia y
formas clínicas de esta enfermedad, en la cual debe pensarse siempre frente a un
cuadro infeccioso agudo. Alguna vez fueron operados de mastoiditis enfermos que
después se comprobó que sufrían de brucelosis. El diagnóstico clínico presuntivo
de brucelosis obliga a solicitar la confirmación biológica por medio del laboratorio.
Todo médico, cualquiera sea el lugar en que se encuentre, debe estar habilitado para
efectuar con sus propios medios una reacción de Huddleson, y a este efecto será
indispensable difundir el antígeno gratuitamente, en especial en los hospitales y nú¬
cleos médicos asistenciales.
Frente a un cuadro infeccioso con agrandamiento del hígado y del bazo, lengua
edematosa, con impresiones dentarias, pulso frecuente, sudores copiosos, curva
febril recurrente, el médico debe establecer el diagnóstico presuntivo de brucelosis.
A nuestro juicio es urgente levantar el catastro serológico de las poblaciones
aun aparentemente indemnes. Convendría al mismo tiempo hacer el catastro en
la especie animal. No olvidemos que, epidemiológicamente, la brucelosis es ante
todo y sobre todo una zoonosis, y que el hombre se infecta accidentalmente. No se
pueden separar en esta lucha contra la brucelosis las medidas sanitarias humanas
de las que puedan tomarse en el orden veterinario destinadas a proteger nuestra
riqueza ganadera. No deberá movilizarse ganado de zonas infectadas, y dentro de
esas zonas se deben identificar los animales enfermos para su aislamiento y trata¬
miento y, sobre todo, para evitar que sigan enfermando al resto del ganado. Para el
hombre la mejor profilaxis es la de no consumir productos animales, y en especial
leche y queso, que no han sido previamente hervidos o pasteurizados.
Contaminación y difusión de la enfermedad
Lignieres, en 1932, señaló que a pesar del parentesco que existe entre el Brucella meli-
tensis y el Brucella abortus, el primero debe ser considerado como más peligroso para
el hombre; contra él deben concentrarse los esfuerzos sanitarios. La contaminación
del ganado ovino y porcino por las cabras enfermas, constituye una forma grave de
difusión y de infección humana. Contrariamente a lo que se cree entre la población no
es solo la leche de cabra la transmisora de la enfermedad. Está reconocido que la leche
de vaca es el medio predominante de la infección de las colectividades. Ejemplo: en la
ciudad de Mánchester, Inglaterra, el 8,8% de la leche de consumo tenía Brucella abortus.
Por eso hay que difundir en todas formas entre el pueblo el hábito de hervir la
leche antes de tomarla y hervirla cinco minutos o a tres hervores. Es una medida
de higiene que siempre tendrá un valor práctico. Pero no podemos confiar en que
esta precaución sea cumplida por el pueblo en la medida necesaria por lo cual sería
conveniente imponer por ley la instalación de usinas de pasteurización en toda la
República.
96 ■ Política sanitaria argentina
Gran cantidad de experiencias realizadas en ciudades de EEUU demuestran que
el procedimiento de pasteurización lenta a 63 grados centígrados, durante treinta
minutos, es 100 por 100 eficaz contra esta enfermedad; no así los procedimientos
de pasteurización rápida, que en el 10,7% permiten la supervivencia de gérmenes.
Aspecto económico-social del problema
No se nos escapa la complejidad del problema económico-social de la brucelosis
desde el momento que su solución comporta incidir sobre la economía rural, lo
que no está en manos de la ciencia médica. Como médicos, y con criterio sanitario
pensamos que mientras la tierra de nuestros tambos no sea propiedad de los tam¬
beros, no habrá ninguna posibilidad de imponer la higiene de la leche en su fuente
de origen. Este problema es previo a todo otro de orden sanitario. La economía rural
es la que gobierna hoy por hoy la sanidad rural, y por eso es en último término un
problema de gobierno que escapa al imperio de las leyes sanitarias de orden común.
Agradeceré a los señores delegados si como conclusión concreta de esta confe¬
rencia elaboran un plan de acción detallado para alcanzar los siguientes propósitos:
I o ) para evitar que la población beba leche cruda o coma quesos frescos elaborados
con leches no pasteurizadas; 2 o ) fijar la distancia mínima a que deben construirse
los corrales en relación con las viviendas; 3 o ) denuncia obligatoria a la sanidad de
los casos de abortos espontáneos que se produzcan en los ganados; 4 o ) medidas de
higiene en el ordeño; 5 o ) sistemas de cremación de los animales que mueren espon¬
táneamente, así como de los fetos y placentas de los abortos producidos; 6 o ) régimen
y técnicas estándar para que los laboratorios del Estado procedan a la identificación
de gérmenes de toda endemia o epizootia, a los fines de saber si la Brucella melitensis
es la que está enjuego, desde que siendo el germen más virulento, la profilaxis debe
ser mucho más enérgica y expeditiva; 7 o ) vacunas inmunizantes más aconsejables
para el ganado; 8 o ) sistemas de compensación económica para la destrucción parcial
o total, definitiva e inmediata del ganado enfermo, sea caprino o bovino.
Recuerdo a este propósito que sobre más de 3.300.000 vacas examinadas en
EEUU en 1939, el 11,2% reaccionaron positivamente y la mitad de las estancias estaban
infectadas. El mismo porcentaje de animales infectados señala Huddleson para Ingla¬
terra y Hobbe afirma que en Alemania, estaban infectados en ese año el 60% de los
animales. En cuanto a la infección porcina se ha encontrado en EEUU variaciones
que van desde un 20% para el estado de Iowa, al 0,2% para el de Nueva York. Efectuar
este mismo control estadístico en nuestro país sería una tarea ímproba, cuando
no imposible, puesto que no estamos suficientemente preparados para ello, pues
nuestras organizaciones sanitarias son aun pequeñas e incipientes en proporción a
las necesidades y a la magnitud de nuestros problemas. A ello se agrega la falta de
un sistema de vacunación con 100 por 100 de garantía para nuestros rebaños, lo que
plantea el problema más difícil de resolver en esa materia.
La brucelosis como problema argentino ■ 97
La necesidad de las medidas drásticas
Hasta ahora no hay medida más eficaz para la profilaxis de la brucelosis humana
que la erradicación de los bovinos infectados de las zonas tamberas. La experiencia
del estado de Maryland (y que señala Huddleson en su trabajo) demuestra que solo
con medidas drásticas como la señalada es posible evitar la contaminación de las
poblaciones sanas.
El 27 de noviembre de 1931 falleció en Londres, sir David Bruce, a quien la epide¬
miología le debe nuestros actuales conocimientos básicos sobre la brucelosis; murió
Bruce, justamente en el año en que, en la Argentina, se señalaba por primera vez,
la enorme importancia y extensión de la enfermedad que en forma tan apasionada
estudió el doctor Bruce, durante toda su vida; por eso —ningún homenaje más justo
a su memoria— que el hecho ya consagrado de que la brucelosis lleve el nombre de
quien la identificó, trabajando años y años con abnegación y sacrificio, exponiendo
su propia vida, con la esperanza de encontrar una solución a este problema que
afectaba a su patria, a Australia, país tan parecido al nuestro en cuanto a su estructura
económico-social, geográfica y climatológica.
Al evocar el nombre de sir David Bruce lo hago como homenaje a la ciencia
médica británica y porque además deseo que esta Primera Conferencia Nacional
de la Brucelosis se inaugure bajo la advocación de su ejemplo, de su desinterés y de
su modestia para que el recuerdo de aquel sencillo médico australiano, hijo de un
“buscador de oro” de Melbourne, se perpetúe para siempre, como un símbolo de
lo que puede el espíritu humano cuando lo anima un ideal generoso y cuando el
médico —olvidando sus propias pequeñas luchas— se pone realmente, con inteli¬
gencia, energía y vocación al servicio de la patria y de la humanidad.
98 ■ Política sanitaria argentina
Día de la higiene social 1
Ramón Carriíío en la celebración del día de la Higiene Social. 8 de septiembre de 1947.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Por primera vez se celebra, hoy, en nuestro país, en forma oficial, lo que hemos
llamado el “Día de la Higiene Social”, eufemismo que señala aquellas enfermedades
adquiridas en el curso de funciones nobles y trascendentes del ser humano, trascen¬
dentes porque se vinculan a la perduración de la especie y a la integridad de la raza.
En este día, simultáneamente en todo el territorio nacional se están efectuando
actos y conferencias de divulgación, que seguirán por una semana, con el propósito
de tocar al espíritu y sentimiento de los varones de este país, abrir sus ojos, y hacerlos
meditar, aunque sea por un instante, en la obligación que tienen como argentinos,
'Discurso pronunciado con motivo de la celebración del “Día de la Higiene Social”, en el acto celebra¬
do en el teatro El Nacional, el día 8 de septiembre de 1947.
Día de la higiene social m 99
ciudadanos y futuros hombres de hogar, de velar por su patrimonio biológico para
evitarse a sí mismos, a su descendencia y al capital humano de la patria, la ingrata
y permanente destrucción o degeneración de los gérmenes fecundos de la especie.
Enfermedades mal llamadas “secretas”
Anualmente se producen en nuestro país cuarenta mil casos nuevos de enfermos ve¬
néreos —y no obstante la penicilina que cura rápidamente— no pueden suprimirse
las posibilidades de contagio, y —una vez contraído el mal— nadie está exento de
complicaciones inmediatas o tardías; por ello sigue siendo la prevención mucho más
eficaz que la curación y para “prevenirse hay que saber”. Eso es lo que queremos: que
todos conozcan los recursos eficacísimos de la ciencia para no caer en los calvarios
físicos y morales que involucran estas enfermedades, bien llamadas sociales y mal
llamadas “secretas”, pues ningún hombre consciente debe ignorarlas en sus orígenes
y consecuencias.
El año pasado en este mismo lugar dije que estas enfermedades deben desa¬
parecer, que no hay razón para que sigan minando la salud de nuestra juventud,
pues una sanidad bien organizada debe terminar inexorablemente con ellas y hoy
reafirmo que no ahorraremos esfuerzos y sacrificios, hasta el día que podamos
anunciar que los cuarenta mil casos anuales se han reducido a cuatrocientos —y ese
día no lejano— señalará el triunfo de la higiene y la medicina argentina, la cual podrá
figurar recién desde entonces con orgullo al lado de la de otros países civilizados que
han reducido casi a cero el número de sus enfermos venéreos.
Cruzada de educación de las masas
La Dirección de Higiene Social, de la Secretaría de Salud Pública de la Nación, ha
efectuado en estos últimos meses, una eficaz campaña de educación de las masas y
de la aplicación del Decreto 9863/46, donde planteamos a fondo la cuestión con el
propósito de resolverla y no para que quede como tantas otras cosas bien pensadas,
en la inoperante categoría de la expresión de anhelos.
Este “Día de la Higiene Social” —que puede ser por antonomasia el de la Edu¬
cación Sanitaria— se celebra también en todos los países de América, inspirados por
los mismos propósitos e ideas, demostrándose así en los hechos que, en la defensa
común de males, existe una auténtica solidaridad americana ya que la seguridad
sanitaria es una de las bases fundamentales de la seguridad continental.
La solidaridad sanitaria internacional
Prueba de esta solidaridad sanitaria, consagrada por pactos internacionales, es que
están aquí —a nuestro lado— representantes médicos de varios países americanos,
100 ■ Política sanitaria argentina
que han querido acompañarnos en esta celebración y frente a mis colegas de países
hermanos no puedo menos que declarar que las convenciones sanitarias interame¬
ricanas son superadas, en su aspecto técnico y jurídico, por el afecto y la fraternidad
efectiva que demuestran con su presencia cordial, y con su autoridad científica al
servicio del gran ideal de la paz, de la felicidad y del bienestar de los pueblos del
continente americano.
Al abrir este acto, saludo a las delegaciones en nombre del excelentísimo señor
presidente de la nación —que ha tomado como suyo el problema de la profilaxis
social desde hace mucho tiempo— y agradezco vuestra presencia en nombre de los
médicos de la Secretaría de Salud Pública y en el mío propio, os declaro que estáis en
vuestra casa, porque la Argentina es para todos vosotros, vuestra casa.
Día de la higiene social ■ 101
La fabricación nacional de penicilina 1
Primera conferencia de prensa: el Decreto 10933/47
sobre instalación de una planta industrial de
penicilina
Ramón Carrillo con el rector de la Universidad de Buenos
Aires, Jorge Alberto Taiana, en la clausura del Congreso de
Antibióticos y Quimioterápicos. 29 de noviembre de 7 952.
Fuente: Archivo General de la Nación.
El Poder Ejecutivo ha creído conve¬
niente suministrar por medio de la
prensa, toda clase de explicaciones
al público con referencia al Decreto
10933/47 sobre instalación en el país
de una gran planta industrial de peni¬
cilina, no obstante la explicitud de los
considerandos del Decreto.
Se trata de llevar a la práctica una
de las más importantes previsiones
del Plan Quinquenal relacionadas con
la salud pública y la defensa nacional,
como es la producción de la penicilina
en escala industrial, empresa que exige
maquinarias, expertos y técnicas de
elaboración, con que no cuenta el país
ni podría contar sino en un futuro más
o menos lejano 2 .
El Decreto asegura, por lo pronto,
la instalación y funcionamiento en el
país, para antes de abril de 1949, de una
gran planta industrial capaz de producir
toda la penicilina cristalizada que nece¬
sitamos y que actualmente nos vemos
obligados a importar del extranjero.
'La autorización otorgada a una firma estadounidense —cuya filial se halla instalada en la Argentina
desde hace muchos años para construir una planta industrial destinada a la fabricación de penicilina
suscitó diversos comentarios, en gran mayoría de ellos favorables a esa iniciativa del Gobierno. Pero
entre los que no lo fueron, se destacan dos: uno de ellos, formulado por un diputado nacional en el
recinto de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación; el otro, fue publicado en un periódico de
la Capital Federal. En cada caso —y en conjunto a ambos— tales críticas fueron contestadas por medio
de la conferencia de prensa y de la nota que se insertan en este capítulo.
2 Ver en el tomo II de este libro “La fábrica de penicilina como una realidad definitiva” (versión taqui¬
gráfica de las palabras pronunciadas en ocasión de inaugurarse la fábrica de penicilina), el 19 de mayo
de 1949, cuando esta fue puesta en funcionamiento.
La fabricación nacional de penicilina m 103
La empresa, en la imposibilidad de poder ser realizada con recursos nacionales,
ha sido confiada a una de las más grandes fábricas mundiales, E. R. Squibb & Sons.
Referencias a las ventajas de la resolución
1. Instalación y producción inmediata y en gran escala de toda la penicilina
cristalizada necesaria para el consumo del país, en cualquier contingencia,
independizándonos, así, lo antes posible, del extranjero, de donde, por
lo demás, procede actualmente toda la penicilina que hay en nuestro
mercado, comprendida la amorfa. La fábrica a instalar aquí, con equipos
más modernos que los de la fábrica norteamericana del mismo nombre,
aunque exija inicialmente el empleo de algunos técnicos extranjeros, será
una fábrica argentina que resolverá el problema enfocado por el Plan
Quinquenal — producción local de penicilina en gran escala — y cuyo personal
técnico y obrero será en un 80% integrado por argentinos, los cuales
podrán ir a EEUU a perfeccionarse por cuenta de Squibb & Sons, amén de
la cooperación que en otro sentido se obliga dicha empresa a prestar a la
Secretaría de Salud Pública.
2. El inciso g, del artículo 8 del Decreto, le impone a Squibb & Sons la
obligación de expender toda la penicilina que produzca a un precio que, por
lo menos, y pudiendo ser más bajo, sea igual al que regía en diciembre de 1946
para el comercio mayorista. Al especificarse el precio que regía en diciembre
de 1946, se ha entendido fijar un precio máximo, no un precio rígido, pues,
la Secretaría de Salud Pública se reserva, como en todos los casos, la facultad
de estudiar los costos de producción para mantener el producto al alcance
del pueblo y a un mismo nivel con los precios más favorables al consumidor
que rijan en otros mercados.
3. El régimen de los permisos previos a que queda sometida la importación
de penicilina no significa, según es obvio, la prohibición de introducirla;
lo que se quiere es simplemente, como puede leerse en los considerandos,
contrarrestar preventivamente cualquier maniobra de dumping.
Censuras sin fundamento
Una crítica especiosa podrá hablar en este caso de monopolio concedido a una em¬
presa extranjera.
Pero nadie puede sostener seriamente que el país esté en condiciones de pro¬
ducir actualmente la penicilina que necesita, en volumen y clase de la que se com¬
promete a elaborar Squibb & Sons y al precio que solamente produciendo en gran
escala es posible obtener; ni tampoco nadie puede negar que Squibb & Sons es una
de las fábricas de antibióticos de mayor responsabilidad que hay en el mundo, así en
el aspecto económico como técnico.
104 ■ Política sanitaria argentina
No es, por lo demás, el nuestro, el único país de Sudamérica donde Squibb &
Sons instala una planta industrial de penicilina que servirá incluso para elaborar
otros antibióticos como la estreptomicina, de la que tenemos tanta y tan urgente
necesidad.
Tampoco era cuestión de esperar vegetativamente que alguna vez estuviéramos
en condiciones por nuestros propios medios de llegar a producir la penicilina como
se produce en Norteamérica, luego de largos, pacientes y costosos ensayos, que allí
contaban con la ventaja de medios y recursos técnicos y financieros que nosotros no
tenemos.
La radicación de una industria crítica
El Decreto 10933/47 no concede, en realidad, más que un régimen de fomento para
lograr la radicación en la Argentina de una industria de tan vital importancia, sani¬
taria y crítica. Veamos en qué consiste ese régimen de fomento.
Por el artículo I o se declara de “interés nacional” la industria de la elaboración
de la penicilina, de conformidad con lo establecido por otros decretos anteriores
(14630/44 y 18848/45).
Por el artículo 2° se declara libre de derechos de aduana y al tipo de cambio fijado
actualmente para la importación de penicilina la introducción, por la empresa que
va a instalar la fábrica, del equipo, instrumental y elementos que utilice en la elabo¬
ración del producto. Tal exención impositiva, con ser frecuente y común en nuestra
legislación, y a veces por desgracia sin motivos atendibles, significa solamente una no
percepción fiscal de más o menos doscientos mil pesos a cambio de la instalación de
una industria nueva que exigirá un desembolso a Squibb & Sons de once millones de
pesos.
Acaso convenga recordar aquí que conforme al reglamento de fomento indus¬
trial establecido por los decretos antes mencionados, el Gobierno podía hasta haber
subvencionado a la empresa que instalaba una nueva y conveniente industria, sub¬
vención que en este caso habría sobrepasado con mucho, indudablemente, a la can¬
tidad que el fisco dejará de percibir por derechos de aduana.
También la franquicia a que se refiere el artículo 4° del Decreto responde al
mismo régimen de fomento industrial y ha sido repetidamente aplicada a otras
industrias declaradas de “interés nacional”, por razones tan obvias como las que en
el caso explican que se haya prescindido del procedimiento de la licitación, pro¬
cedimiento que no se aplica tampoco para conceder la explotación de servicios
públicos —como ser de transporte, comunicaciones, etc.— y, en general, cuando a
falta de bases ciertas para predeterminar precios, lo único que es posible hacer es
llamar a un concurso de antecedentes o de propuestas de condiciones, quedando
siempre librada en tales casos a la discreción del Gobierno la elección definitiva del
proponente.
La fabricación nacional de penicilina ■ 105
Régimen preferencial limitado
El Decreto 10933/47, como es lógico, ha sido estudiado cuidadosamente tanto por la
Secretaría de Salud Pública como por la de Industria y Comercio.
Dicho Decreto no establece un monopolio, sino un régimen preferencial de
breve duración: tres años.
Las franquicias acordadas son las mismas que se conceden ordinariamente para
fomento industrial.
El precio de expendio de la penicilina estará sujeto al control del Gobierno, no
pudiendo exceder, pero sí bajar del que regía en diciembre de 1946, que es cuando
Squibb & Sons formalizó su propuesta.
Cabe destacar a este respecto, como dato curioso, que inmediatamente de san¬
cionado el Decreto que nos ocupa, el precio de la penicilina bajó sensiblemente en
el país, no así en Norteamérica e Inglaterra, que son los únicos países productores
de penicilina en gran escala y de donde traemos nosotros nuestra cuota de consumo.
Esta brusca caída del precio de la penicilina, que no guarda relación con las osci¬
laciones que acusa el producto en las fuentes de producción, viene precisamente a
justificar el régimen de los permisos previos que establece el Decreto en defensa de
la nueva industria.
Conviene agregar con relación a esta cuestión del precio de la penicilina, que
será muy difícil conseguir que la penicilina argentina llegue alguna vez a producirse
a costos tan económicos como en EEUU o Inglaterra.
El antecedente australiano
Australia, que ha querido también producir su penicilina, tuvo que valerse de téc¬
nicos ingleses y se ha conformado con emanciparse de las importaciones, aun te¬
niendo que pagar más caro el producto local que el importado. Tanto vale la inde¬
pendencia en este renglón de la producción.
Ya dijimos que ninguna fábrica nacional habría podido tomar a su cargo la
empresa de instalar aquí una gran planta industrial, como no la tienen ni Brasil ni
Chile, a pesar de haber sido más previsores que nosotros, pues uno y otro país se
preocuparon, desde el primer momento, en formar técnicos, enviando nutridos
equipos a estudiar el proceso de fabricación en EEUU.
En fin, en la imposibilidad de licitar, se ha aceptado la única propuesta presentada
al Gobierno, la de Squibb & Sons, que son los mayores productores de penicilina que
hay en Norteamérica.
México también ha elegido a Squibb & Sons para montar su planta industrial,
incomparablemente menos importante que la que tendrá dentro de poco nuestro
país. Las franquicias concedidas allí a Squibb & Sons exceden en mucho a las acor¬
dadas por nosotros.
En cuanto al capital de la empresa Squibb & Sons Argentina, entiendo que será
predominantemente capital aportado por argentinos.
106 ■ Política sanitaria argentina
Texto del Decreto 10933
Buenos Aires, 25 de Abril de 1947.
Visto el expediente N° 5066/947 (Secretaría de Salud Pública), los informes
elevados por las Secretarías de Salud Pública y de Industria y Comercio; y
Considerando:
que descubierta la penicilina en 1929, por Sir Alexander Fleming y perfec¬
cionada su técnica de preparación y de aplicación de acuerdo a los estudios
de Chain, Florey, Gardner, Heatley, Jennings, Orr-Ewing y Sanders, ha lle¬
gado a constituir en la actualidad uno de los más eficaces y activos agentes
bactericidas, empleado en todo el mundo como un poderoso elemento te¬
rapéutico en la lucha contra las enfermedades infectocontagiosas, especial¬
mente las originadas por las bacterias “gram” positivas;
que la penicilina que se utiliza actualmente en nuestro país es en su totalidad
importada;
que por ello resulta obvio destacar la importancia que reviste el hecho de
que en la Argentina pueda elaborarse ese antibiótico y que, en consecuencia,
el país deje de depender del extranjero para proveerse de dicho producto,
que tanto interesa a la salud pública y a la defensa nacional y que luego de su
notoria como eficacísima aplicación en la reciente conflagración mundial es
considerado material de guerra;
que por el momento, por no contarse con técnicos perfectamente capaci¬
tados ni con los elementos para instalar la planta industrial necesaria, no se
está en nuestro país en condiciones de producir penicilina en un lapso más
o menos breve;
que es así que no obstante haber sido prevista en el Plan Quinquenal, en la
parte correspondiente a la Secretaría de Salud Pública, la instalación de una
planta de penicilina en los terrenos del Instituto Bacteriológico Malbrán, la
misma no podría producir sino después de transcurridos algunos años, toda
vez que es preciso tener en cuenta no solamente el tiempo que demandaría
la construcción de la planta y la adquisición de los aparatos y maquinarias,
sino también el necesario para que técnicos argentinos se especialicen en
el extranjero en la elaboración del referido producto y para que se contrate
asimismo en el exterior personal capacitado;
que en tales condiciones resulta de suma conveniencia la proposición que
formula E. R. Squibb & Sons Argentina, S. A. de instalar una planta indus¬
trial en el país para la elaboración de penicilina, sobre todo por su estrecha
colaboración con E. R. Squibb & Sons, New York, una de las más importantes
empresas dedicadas a la fabricación de productos medicinales;
que la planta industrial que instalaría la mencionada empresa en el país, fi¬
nanciera y técnicamente, estaría capacitada para producir la penicilina ne¬
cesaria para satisfacer todas las necesidades internas, estimadas en 27 mil
millones de unidades internacionales por mes;
que la inversión necesaria para la instalación de la planta y el desarrollo de
las actividades inherentes a la producción y distribución de la penicilina re¬
querida por el país podría alcanzar aproximadamente la suma de 11 millones
de pesos;
La fabricación nacional de penicilina m 107
que, por otra parte, las condiciones y franquicias que E. R. Squibb & Sons Ar¬
gentina S. A., solicita se acuerden para proceder a la instalación de la planta
industrial de referencia, no pueden considerarse de carácter extraordinario,
no solamente si se tiene en cuenta de la inversión que dicha empresa deberá
efectuar en una industria nueva, sino además porque el otorgamiento de
gran parte de dichas franquicias se encuentra contemplado por los Decretos
14630/44 y 18848/45 —de Fomento Industrial— para las industrias declara¬
das de “interés nacional”, y en cuanto a los remedios en sí por la Ley 12331;
que por lo demás, atento que se trata de la importación de materiales críti¬
cos para la instalación de una planta industrial que reviste el carácter de úni¬
ca en el país, corresponde tener en cuenta para su tratamiento arancelario,
lo dispuesto en la Ley 12830, artículos 1° y 2°, inciso g;
que resulta lógico que, de conformidad con lo establecido por el artículo 7°
del Decreto 14630/44, y a los fines de la protección y defensa de la industria
que E. R. Squibb & Sons Argentina, S. A. va a iniciar en el país, se limite la
importación de penicilina a partir del momento en que dicha empresa tenga
habilitada su planta industrial, por la fijación de cuotas que se efectúen de tal
manera que, sumado lo que produzca la citada empresa a lo que se importe,
se alcance a satisfacer las necesidades de la nación en ese aspecto;
que asimismo y con el objeto de evitar un posible dumping tendiente a hacer
fracasar a la nueva industria, debe someterse desde la fecha la importación
de penicilina al régimen de los permisos previos, regulando la introducción
de dicho producto de acuerdo con las necesidades del país;
que al otorgarse las franquicias mencionadas precedentemente, correspon¬
de también establecer las condiciones a las que la referida empresa deberá
ajustarse en la instalación y funcionamiento de la planta industrial, particu¬
larmente en lo que respecta al empleo, capacitación y perfeccionamiento de
técnicos y demás personal argentino, así como la proporción de estos que
deberá tener; al precio que expenderá la penicilina, con una bonificación
sobre el mismo cuando dicho antibiótico sea adquirido por las reparticiones
oficiales, etc.;
que de acuerdo y por las razones del informe técnico de la Secretaría de Sa¬
lud Pública, debe determinarse que la penicilina que produzca E. R. Squibb
& Sons Argentina S. A., sea cristalizada y no amorfa;
por todo ello y atento a los informes de las Secretarías de Salud Pública y de
Industria y Comercio,
El Presidente de la Nación Argentina
Decreta:
Artículo 1° - Declárase de “interés nacional” la industria de la elaboración de
la penicilina, de conformidad con lo establecido por el artículo 2°, inciso b
del Decreto 14630/44 y por el artículo 1°, inciso c del Decreto 18848/45.
Art. 2° - A los efectos de la instalación y funcionamiento en el país por E. R.
Squibb & Sons Argentina S. A., de una gran planta industrial de producción
de penicilina, se declara libre de derechos de aduana (artículos 1° y 2°, inciso
g, Ley 12830), Y al tipo de cambio actualmente fijado para la importación
de ese producto, la introducción por la empresa mencionada del equipo,
instrumental y elementos que utilice en los procesos de elaboración, frac¬
cionamiento, control e investigaciones de la penicilina y sus preparados. De
108
Política sanitaria argentina
iguales franquicias gozarán las materias primas y envases necesarios, siem¬
pre que no los pueda obtener en el mercado local en la cantidad y calidad
necesarias y al mismo precio CIF del mercado extranjero.
Art. 3° - Las franquicias que se acuerdan por el artículo anterior, se harán
efectivas una vez satisfechas, en cada caso, las exigencias generales vigentes
y por ante los organismos oficiales que correspondan (Ministerio de Hacien¬
da, Secretaría de Industria y Comercio, Secretaría de Salud Pública).
Art. 4° La exención establecida en el artículo 2° empezará a regir desde la
fecha del presente decreto y tendrá validez hasta cinco años después de
instalada la planta industrial de penicilina de E. R. Squibb & Sons Argenti¬
na S. A. Sin embargo, luego de que la planta de penicilina se encuentre en
funcionamiento de conformidad con lo establecido en el artículo 9°, inciso
a, la exención establecida por el artículo 2 o para el equipo, instrumental y
elementos, solo será concedida dentro del término fijado siempre que su
introducción al país resulte necesaria para incrementar la producción de
penicilina, mejorar los procedimientos de elaboración o fraccionamiento
o la calidad del producto en sus diversas formas, afianzar y perfeccionar los
métodos de contralor, o para reemplazar cualquiera de los equipos, instru¬
mentos y elementos que dejaran de prestar la utilidad requerida.
Art. 5°- A los fines de protección y defensa de la industria declarada de “in¬
terés nacional” por el artículo 1°, que iniciará E. R. Squibb & Sons Argentina
S. A., en el país, se limitará la introducción de penicilina a partir del mo¬
mento en que dicha empresa tenga habilitada su planta industrial y esté en
condiciones de producir el referido antibiótico, a cuyo efecto se autoriza a
la Secretaría de Industria y Comercio a establecer en su oportunidad, con
arreglo a lo estatuido por el artículo 7° del Decreto 14630/44, las cuotas de
importación para la entrada de penicilina. Dichas cuotas se fijarán de modo
que cubran la diferencia que pueda existir entre la producción local de pe¬
nicilina en todas sus formas, computada en unidades internacionales, y las
necesidades del país, que serán determinadas técnica y cuantitativamente
por la Secretaría de Salud Pública.
Art. 6° - Sin perjuicio de lo establecido en el artículo anterior sométese, des¬
de la fecha del presente decreto, la importación de la penicilina al régimen
de los permisos previos.
Art. 7° - Cuando por causas justificadas, v. gr.: falta de materias primas, en¬
vases, dificultades en el transporte, etc., y, en general, por casos fortuitos o
de fuerza mayor, E. R. Squibb & Sons Argentina S. A., se viera constreñida
a paralizar o disminuir apreciablemente la producción de penicilina, queda
obligada a importar dicho producto en las cantidades necesarias para cubrir
el déficit de producción resultante, a cuyo efecto la Secretaría de Industria y
Comercio otorgará los cupos de importación que fueran necesarios.
Art. 8°- En el caso de que los materiales que necesite E. R. Squibb & Sons Ar¬
gentina S. A., para la construcción y/o funcionamiento de la planta industrial
llegaran a escasear en el país, la Secretaría de Industria y Comercio arbitrará
las medidas que considere más apropiadas para que los mismos le sean pro¬
vistos en la cantidad requerida y en el orden preferencial que corresponda.
Art. 9°- Las franquicias que se acuerdan a E. R. Squibb & Sons Argentina
S.A., por los precedentes artículos, se mantendrán mientras dicha empresa
observe las siguientes condiciones:
La fabricación nacional de penicilina m 109
a) que dentro de un lapso de dieciocho meses a contar de los noventa
días de la fecha de este decreto, que se determinan como necesa¬
rios para la aprobación de los planos, tenga en funcionamiento una
planta industrial suficiente para producir toda la penicilina necesaria
para el país, a menos que causas de fuerza mayor o de casos fortuitos
perfectamente justificados se lo impidan, y por el tiempo que subsis¬
tan dichos impedimentos;
b) que la penicilina que elabore sea cristalizada;
c) que el 80%, por lo menos, de su personal técnico y otro tanto de su
personal obrero sea argentino, luego de transcurrido un año desde
que la planta industrial comience a funcionar;
d) que envíe personal técnico argentino de sus laboratorios a los
EEUU a perfeccionarse en la investigación, contralor y producción
de la penicilina;
e) que facilite entre sus organismos técnicos y los de la Secretaría de
Salud Pública, el intercambio científico con respecto a las técnicas
y métodos de prueba de la penicilina en todas sus formas, a cuyo
efecto pondrá a disposición de la Secretaría de Estado ya citada, si
la misma lo estima conveniente, la información y los técnicos ca¬
pacitados, necesarios para el perfeccionamiento de dichas técnicas,
como asimismo aceptará que los organismos de esta envíen sus pro¬
pios técnicos a sus laboratorios con idéntica finalidad científica. Esto
último sin perjuicio de las funciones de fiscalización y de inspección
que las leyes y reglamentaciones vigentes le confieren a la mencio¬
nada Secretaría de Estado;
f) que expenda toda la penicilina que produzca, a un precio que por
lo menos y pudiendo ser más bajo, sea igual que el que regía para
la penicilina cristalizada en diciembre de 1946, para el comercio
mayorista, mientras se mantenga el tipo de cambio vigente en ese
entonces; y
g) que venda toda la penicilina que adquieran las reparticiones ofi¬
ciales (nacionales, provinciales o municipales), a un precio más re¬
ducido que el que rija para los mayoristas, con un descuento sobre
este que oportunamente se fijará con intervención de la Secretaría
de Salud Pública y que oscilará entre el 20% y el 30% sin perjuicio de
establecerse un porcentaje mayor si la mencionada Secretaría de Es¬
tado y E. R. Squibb & Sons Argentina S. A., lo considerasen factible.
Art. 10. - Las disposiciones del presente Decreto regirán por el término de
cinco años que, excepto lo establecido por el artículo 4 o para el supuesto
contemplado por el mismo, se computará a partir de la fecha en que se en¬
cuentre habilitada y en funcionamiento la planta industrial de penicilina de
E. R. Squibb & Sons Argentina S. A., conforme a lo determinado por el artí¬
culo 9°, inciso a.
Art. 11. - Establécese un plazo de tres años a contar de la fecha en que la
planta E. R. Squibb & Sons Argentina S. A., se encuentre en funcionamien¬
to, para determinar si dicha firma cumple satisfactoriamente las condicio¬
nes requeridas para la producción de penicilina. Si transcurrido ese tiempo
otra empresa demostrare poder producir penicilina en mejores condiciones
que las puestas en evidencia hasta ese momento por la firma Squibb, podrá
110
Política sanitaria argentina
otorgársele a aquella similares franquicias que las acordadas a esta por el
presente Decreto.
Art. 12. - El presente Decreto será refrendado por el señor ministro secreta¬
rio de Estado en el Departamento de Hacienda y los señores secretarios de
Industria y Comercio y de Salud Pública.
Art. 13. - Comuniqúese, publíquese, dése al Registro Nacional y archívese.
Perón
Ramón A. Cereijo - Ramón Carrillo
Rolando Lagomarsino
Replica a un periódico de la capital
Buenos Aires, 2 de agosto de 1947
Señor director,
De mi consideración:
El comentario de su periódico sobre penicilina tiene el mérito —a pesar de
su tono insidioso— de ser muy concreto y he considerado interesante, por
eso mismo, contestar a las distintas preguntas que formula.
1°) Usted pregunta si el Gobierno ha concedido a Squibb & Sons un mono¬
polio. No es un monopolio, señor; es un régimen preferencial por tres años,
de fomento industrial, como tantos otros que nuestro país ha tenido que
acordar para radicar aquí empresas de utilidad general. Monopolio son los
ferrocarriles, las concesiones eléctricas, el puerto de Rosario, etc., en virtud
de los cuales los servicios públicos más importantes del país eran entrega¬
dos al capital extranjero. En el caso de la penicilina, el capital tampoco es
extranjero, es y será en su enorme mayoría argentino. Lo extranjero será el
plantel de técnicos que vendrá a enseñarnos a elaborar la penicilina y estrep¬
tomicina, así como los métodos de fabricación empleados para obtenerla y
purificarla, en formas más aprovechables para la terapéutica moderna 3 .
2°) No se llamó a licitación porque la licitación no es el procedimiento apro¬
piado para estos casos. La licitación es buen procedimiento cuando el Go¬
bierno tiene que comprar, pero no para instalar una planta de 12 millones de
pesos 1 , muy compleja, si se quiere, pero donde el Estado no invierte un solo
centavo. Nosotros hemos preferido a Squibb porque Squibb fue la única fir¬
ma que le ofreció al Gobierno su experiencia y su responsabilidad, casi única
en el mundo, para acometer aquí la empresa de instalar una planta industrial
de producción en grande de penicilina.
3 La experiencia posterior demostró que no hacían falta extranjeros; los técnicos fueron todos naciona¬
les, pues se envió un excelente grupo de profesionales argentinos a estudiar y prepararse en la fábrica
central de penicilina en EEUU.
4 La experiencia demostró que eran necesarios 36 millones de pesos y no 12 como calculamos nosotros
en 1947.
La fabricación nacional de penicilina m 111
3 o ) El Decreto dice claramente que el 80% del personal será argentino. Lo
que usted quiere sugerir —seguramente por alguna información insidiosa—
es que el 80% se refiere al peonaje y no a los técnicos. Tenga a bien poner en
conocimiento de sus asesores el artículo 9, inciso d del Decreto, que dice: “el
80%, por lo menos, de su personal técnico y otro tanto de su personal obrero será
argentino”. Con esto no cabe otro comentario.
4°) Los precios serán controlados, serán justos y guardarán el nivel de los
precios del mercado mundial. El Decreto toma como base precios que re¬
gían en diciembre de 1946, pero no se dice que fueran los de Squibb. Se re¬
fiere objetivamente al precio de la penicilina que regía entonces en plaza. Al
tomar como punto de partida el precio de diciembre, se refiere a un precio
tope; no será obligatoriamente ese, sino más bajo. Se ha fijado solamente un
precio máximo; la fijación definitiva del precio queda librada a los estudios
y resoluciones que oportunamente dicte la Secretaría de Salud Pública de la
Nación en uso de sus facultades, como lo hace con todos los medicamentos y
cuyo precio de venta se fija de acuerdo a los costos de producción. Nadie ig¬
nora, ni puede aparentar ignorancia, respecto a la posibilidad de crear en el
país una planta industrial de penicilina “con recursos totalmente argentinos”.
Basta observar al respecto que solamente Gran Bretaña y EEUU producen
penicilina en escala industrial, lo que significa que países tan adelantados
como Francia, Rusia, Italia, Suecia, etc., dependen de la producción de esos
países anglosajones. Australia quiso fabricar su penicilina, pero tuvo que lle¬
var técnicos y técnicas de Inglaterra y todo eso le costó más caro que lo que a
nosotros nos costará la planta Squibb Argentina. Igual cosa, pero con EEUU,
le ha ocurrido a México, y eso que la planta mexicana no es tan importante
como la que establecerán en la Argentina, Squibb & Sons y sus técnicos. Chi¬
le y Brasil intentaron a costa del Estado la experiencia de fabricar penicilina
con directivas puramente nacionales, y prácticamente fracasaron porque ac¬
tualmente tienen que importar penicilina inglesa o americana, dado que la
calidad y cantidad de la nacional está muy lejos de ser satisfactoria.
5°) Usted pregunta cuándo se hará efectiva la “prohibición” de importar pe¬
nicilina de otras marcas. No hay tal prohibición en el Decreto. El régimen
de los permisos previos no significa, según es obvio, la prohibición de intro¬
ducirla; lo que se quiere es simplemente —como puede leerse en los consi¬
derandos— contrarrestar preventivamente cualquier maniobra de dumping.
6°) Se habla en su suelto del Laboratorio Massone y de su planta piloto. Yo
nunca la visité, porque está clausurada. El señor Massone fue el industrial
que en el país intentó la experiencia de producir industrialmente la peni¬
cilina, aventura que le costó varios centenares de miles de pesos. Pues bien,
el señor Massone —con quien conversé sobre el asunto de la penicilina sa¬
biendo que tenía experiencia directa sobre la materia— fue, sin quererlo, el
que nos decidió a mantener nuestro criterio de propugnar la instalación de
una fábrica totalmente a cargo de empresas con larga experiencia y con sufi¬
ciente responsabilidad científica, técnica y financiera, que solamente existía
en el extranjero. En los EEUU hay dos grandes productores y uno de ellos
es Squibb. La otra firma no vende directamente, sino a intermediarios que
la distribuyen con diversas marcas en nuestro país. El señor Massone —opi¬
nión para mi calificada—, me confesó lo costoso que le había resultado su
tentativa y me dijo sin ambages que, a su juicio, la industria farmacéutica
argentina no estaba en condiciones de afrontar la empresa de producir pe¬
nicilina en cantidad y calidad como para abastecer al país y dejar a buen
resguardo los intereses de la población y de la defensa nacional.
112
Política sanitaria argentina
En este asunto he procedido con el mayor patriotismo y no he tenido en
cuenta otra conveniencia que la de la nación. En la mochila del soldado de¬
ben ir cinco productos críticos, que por eso son de interés militar: I o ) peni¬
cilina; 2°) DDT; 3 o ) sulfamida; 4 o ) morfina, y 5°) pentothal. Ninguno de ellos
se produce en nuestro país, salvo los opiáceos, en cantidad por demás insu¬
ficiente y precaria. Donde decimos soldados podríamos decir, obrero en un
campamento minero o en un campamento de obras públicas, por ejemplo
en Jume Esquina. Con el DDT se evitan totalmente las pulgas, las chinches,
las vinchucas y sobre todo los piojos, y, por ende, el tifus y otras enfermeda¬
des; con el pulverizador portátil se impregna la carpa y evita el paludismo
y puede prescindir del mosquitero; si tiene una herida grave, para calmar
el dolor se hace de inmediato morfina, y si debe efectuarse una pequeña
operación en el terreno se anestesia con pentothal; el transporte del herido
se hace sin sufrimientos horribles, gracias a la morfina y al pentothal. Y antes
de enviarlo, un compañero o el enfermero o el mismo herido se inyecta
penicilina que lo pone al abrigo de toda infección y le asegura de antema¬
no la vida. ¿Qué ocurriría si los países productores de penicilina entraran
en guerra y nos quedáramos sin ese medicamento, que allí es considerado
también material de guerra? Si estamos en paz, tendríamos un recrudeci¬
miento impresionante de las venéreas y la gente se moriría como moscas
por neumonía y tantas otras infecciones que son curadas radicalmente por
la penicilina y la estreptomicina. Si estuviéramos en guerra, mejor no pensar
lo que pasaría. Como yo sé lo que eso significa y tengo la responsabilidad de
todo ello, es que afronto cualquier crítica, pero cumpliré mi plan de que el
país sea independiente y pueda abastecerse a sí mismo de los cinco materia¬
les críticos que he señalado.
Saludo a usted muy atentamente
Ramón Carrillo
Segunda conferencia de prensa sobre penicilina 5
En el debate sobre las leyes de salud pública, se han formulado afirmaciones cap¬
ciosas con motivo del Decreto 10933/47, por el cual se acuerda un trato preferencial
a la fabricación de penicilina en el país.
El Poder Ejecutivo ha hecho uso de las facultades que le confieren las Leyes
12830, 12331 y los Decretos-leyes sobre fomento de la industria 14630/44,18848/45
y de toda la legislación vigente para fomentar, proteger y encauzar las industrias —
como la de la penicilina— que son de interés nacional, que producen un material
crítico y que son, además, fundamentales en la defensa nacional.
'Celebrada el 15 de septiembre de 1947.
La fabricación nacional de penicilina m 113
La opinión del sabio inglés, Dr. Florey
En el Plan de Salud Pública se prevé la construcción por el Estado de una planta de pe¬
nicilina de seis millones de pesos, plan que fue consultado cuando vino al país el sabio
inglés, Dr. Florey, el redescubridor de la penicilina, quién expresó que la mayor difi¬
cultad para esa empresa a cargo del Estado estaría en conseguir los técnicos en EEUU.
El Estado debía hacerse cargo de esa producción, invertir seis (6) millones, que a
la larga sería una aventura por la inexperiencia que existe en el país sobre el asunto;
se necesitarían varios años para montar la planta y esperar todo de la buena voluntad
de los técnicos estadounidenses que quisieran venir a cuenta del Gobierno, sin contar
que las pocas fábricas de EEUU que monopolizan, o poco menos, la producción
mundial, no tendrían ningún interés en que el Gobierno argentino se convirtiera en
competidor, con lo cual no tendríamos facilidades técnicas de ninguna naturaleza.
Lo más seguro es que si el Gobierno construía la planta, no produciríamos peni¬
cilina ni en la cantidad ni en la calidad suficientes y tendríamos que abandonar la
empresa, como ya ha ocurrido en Chile, Brasil y Uruguay en que el Estado ha fra¬
casado en sus intentos debiendo depender esos países de la penicilina importada.
Se asegura al país la producción necesaria
El objeto de la Secretaría de Salud Pública de la Nación fue asegurar al país su abas¬
tecimiento propio de penicilina para no quedarnos sin ella en caso de una guerra.
En este estado del problema se presentó la casa Squibb & Sons solicitando la auto¬
rización del Gobierno para instalar una planta de antibióticos, por valor de doce
millones de pesos y una producción anual de 324 mil millones de unidades.
Dada la seriedad científica y la solvencia moral y material de la empresa, se
tomó en serio su propuesta, que venía a solucionar un problema nacional y que ya
el Gobierno —como dijimos—, trataba de resolver por cuenta del Estado, con una
planta de seis millones que figura en la ley de Plan Quinquenal de Salud Pública, y
figura allí porque dicho plan fue enviado al Congreso mucho antes de que se pre¬
sentara Squibb & Sons, ofreciendo instalar la planta por su cuenta y riesgo. Se le dio
curso porque entendemos que todo aquello que puede ser realizado por la industria
privada debe quedar en ella y no en manos del Estado, salvo casos excepcionales.
Salud Pública tuvo que pensar en fabricar ella la penicilina por varias razones: I o )
porque ninguna empresa argentina invertiría doce (12) millones en un negocio
sumamente problemático; 2 o ) porque aun disponiendo de los doce (12) millones
quedaba pendiente el problema de los técnicos; 3 o ) había que esperar algunos años
antes de llevar a la práctica la idea; 4 o ) sin una experiencia industrial en la materia, de
la que carecen nuestros industriales, la producción no podría competir con la peni¬
cilina importada; 5 o ) aun disponiendo de los secretos de la técnica de fabricación en
gran escala de penicilina (otra cosa es fabricarla en pequeña escala en el laboratorio)
quedarían pendientes los nuevos antibióticos que posiblemente aventajarán en efi¬
cacia, y en poco tiempo, a la penicilina.
114 ■ Política sanitaria argentina
Las ventajas de la planta de antibióticos
Una planta de antibióticos no fabrica solo penicilina, sino también estreptomicina
y está en condiciones de producir otros derivados aun en ensayo y que prometen
superar a la penicilina, siendo el más conocido ya la estreptomicina. Sabemos las pe¬
nurias que pasa el pueblo, y en especial los tuberculosos, por falta de este último me¬
dicamento que hoy nos remiten por cuentagotas desde EEUU. La fábrica comenzará
a producir lo suficiente para todo el país y para todas las necesidades en el mes de
diciembre. ¿Asumiría el diputado que ha hecho diversas objeciones al proyecto la
responsabilidad de oponerse al pueblo que reclama esos productos, solo por el pro¬
pósito de obstaculizar una solución del Gobierno?
En diputados se han planteado cuatro cuestiones concretas: I o ) que se ha creado
un monopolio; 2 o ) que se ha fijado un precio alto, pues se remite al precio del mes de
diciembre de 1946; 3 o ) que no se ha hecho licitación; 4 o ) que todo se ha tramitado en
las sombras. A todo ello se contesta:
1. No hay monopolio. Se trata de un sistema normal de fomento a las
industrias de interés nacional o de protección a las industrias que producen
materiales críticos, autorizado por leyes y decretos anteriores, algunos muy
antiguos. La protección consiste solo en dos cosas: a) exención de derechos
de aduana para importar las máquinas que de hecho están exentas por la
Ley 12331, pues la penicilina es un medicamento antivenéreo, por lo cual
aun actualmente tampoco paga derechos; b) implantación del sistema de
permisos previos para importar penicilina, pues fabricándose en el país, por
una fábrica argentina que invierte doce millones, no conviene someterla
al riesgo de una competencia desde el exterior, que podría sabotearla. Esta
protección dura tres años nada más; a los tres años, cualquier otra fábrica
que se ofrezca a producir en mejores condiciones —por ejemplo, a menor
precio— puede instalarse en las mismas condiciones de Squibb & Sons. A los
cinco años caduca todo el sistema preferencial y se vuelve al régimen de la
libre competencia. En EEUU existe en el hecho un monopolio, porque solo
existen pocas fábricas, Squibb & Sons entre ellas, siendo las otras la Pfizer,
Commercial Solvents y Merck, y algunas otras muy pequeñas. Tres de ellas
no son fábricas con intereses en la Argentina y tampoco elaboran productos
médico-farmacéuticos y todas las marcas de penicilina que circulan en la
Argentina son subsidiarias de cualquiera de esas fábricas o de las inglesas.
Allí no hay régimen preferencial alguno y las dificultades técnicas del
problema han impuesto de hecho esta concentración industrial en pocas
manos. En EEUU hay cuatro fábricas, en Inglaterra tres, ¿puede decirse que
no hay un monopolio de hecho entre siete fábricas en todo el mundo?
2. Que se ha fijado un precio alto al establecer el de diciembre de 1946. En ese
entonces la penicilina valía $3.95 y $3.70 las cien mil unidades que ahora
valen $2.08. En virtud de esa diferencia de precio, la Casa Squibb —según se
ha dicho en diputados— se beneficiaría con cinco millones de pesos por año.
La fabricación nacional de penicilina ■ 115
Lo que aparentan ignorar los impugnantes es que el precio de diciembre de
1946, de $3.70 y $3.95, no es un precio fijo ni mucho menos. El Decreto dice
que ese será el precio máximo o tope, en el entendimiento de que queda
librado, luego que comience la producción, de acuerdo a la legislación
vigente, a que la Secretaría de Salud Pública de la Nación fije el precio
de acuerdo a los costos, pudiendo muy bien resultar el actual de $2.08 o
probablemente otro más bajo aun. Los precios de la penicilina se han venido
verticalmente abajo porque la técnica permite producir cada vez más barato.
En 1944 las cien mil unidades valían $66.15; en 1915, $20; en 1946 (mayo)
$5.50; en 1946 (diciembre) $3.95; y actualmente $2.08. Por eso cuando se
congelaron los precios de los medicamentos a agosto de 1946, se excluyó a
la penicilina, porque en aquel entonces era más cara que ahora, fijándose
el precio del momento del decreto de congelación, es decir el menor. El
efecto de haber iniciado una protección de la fabricación de penicilina
hasta ahora ha sido beneficioso para el público, pues a los cinco días del
Decreto 10933/47 los precios de venta se vinieron abajo. Una empresa
cualquiera —así disponga de millones— sin poseer los secretos de la técnica
industrial —que es un capital inapreciable—, no puede, con solo ese capital,
arriesgarse a producir un medicamento de tan compleja elaboración y de
perfeccionamiento tan constante, como se advierte por la oscilación de
los precios, los cuales dependen, pura y exclusivamente, de los adelantos
científicos en los grandes institutos de investigación de estas empresas, que
son científicas primero e industriales después. Por algo uno de los diputados
impugnantes dijo que se trataba de un “medicamento maravilloso”. Lo que
no conoce el diputado es que ese medicamento está experimentalmente
superado por otros, tales como la estreptomicina, ya popular, pero que se
produce en cantidades insuficientes y por la actinomicina a y b, la flavicina,
el ácido gigántico, la flavacidina, etc., que podrían, incluso, obligar en poco
tiempo a sustituir la planta de penicilina por otras instalaciones, con lo
cual Squibb podría perder los doce (12) millones que ahora invierte, si su
planta no fuera convertible para producir otros antibióticos. Solo empresas
científico-industriales como la de Squibb pueden afrontar esas situaciones,
ya que son ellos mismos los que tienen el hilo de las investigaciones. Por eso
no habrá capitalista alguno en la Argentina —ni en ninguna parte— que se
arriesgue a instalar una planta cuyo rendimiento depende exclusivamente
de investigaciones científicas que él no controla y de técnicos que no posee
y cuya formación se reserva la empresa especializada desde años atrás.
Para llegar a la industrialización de la penicilina y transportar los resultados
del laboratorio a las máquinas, se invirtieron en investigaciones previas
centenares de millones de dólares. Ahora nosotros recibimos el fruto de
esa experiencia, a cambio de dejar de percibir doscientos mil pesos por
derechos de aduana e incorporamos a la vida científica e industrial de
la nación una institución respetada y honorable como Squibb, que crea
una fuente de trabajo, forma hombres de ciencia y nos preserva de la
116
Política sanitaria argentina
posibilidad de que el pueblo, en un determinado momento, se quede sin el
“medicamento maravilloso” 6 , y todo ello sin que el costo del medicamento
al público exceda el precio de diciembre de 1946 —que ya era bastante bajo
en relación con el de mayo de ese mismo año, o con el de 1945—, “pudiendo
ser menor” en la forma ya explicada. Lo más probable es que la penicilina,
teniendo la fábrica en el país, cueste lo mismo que un tubo de aspirina. De
eso se encargará la Secretaría de Salud Pública de la Nación.
3. Se ha dicho que se ha prescindido de licitación. Ello es un error de
apreciación. Para acordar una exención de derechos de aduana y establecer
un régimen de permisos previos no se hace ni tiene por qué hacerse
licitación. La licitación es un procedimiento que se emplea cuando el
Estado debe invertir dinero, pero no para conceder un régimen corriente
de protección o fomento industrial. La ley de fomento no establece que
deba hacerse licitación y dice, en cambio, que, en casos especiales de interés
nacional, como el de la penicilina, puede el Estado hasta subsidiar la industria.
En otros casos, cuando el Estado va a participar con capital en una industria
o en una explotación de servicios públicos, entonces se hace un concurso de
propuestas, siendo el mismo Estado el que decide con quién se va a asociar.
4. No es cierto que se haya procedido en la sombra para acordar este régimen
de fomento. Cuando la empresa dio su asentimiento al convenio después
de cuatro meses de tramitaciones, el secretario de Salud Pública hizo una
reunión de periodistas y les hizo entrega de la copia del decreto, explicando
el significado del mismo. También agregó, “que ponía a disposición de
todo el mundo el expediente correspondiente y todos los detalles de la
tramitación”, palabras que reprodujeron algunos diarios. Además, se dio
un comunicado de prensa y muchos diarios se hicieron eco de la iniciativa
y cuando alguno hizo una crítica maliciosa, el secretario de Salud Pública
de la Nación salió al encuentro explicando los puntos dudosos y obtuvo la
rectificación correspondiente.
El propósito inicial de la firma Squibb fue instalar una fábrica de medicamentos en
general, que es negocio más seguro y no necesita protección alguna.
No es exacto que falte penicilina por las restricciones del permiso previo. Hasta
ahora se importa libremente y sin restricción alguna.
En cambio, es probable que la escasez que actualmente se observa obedezca a
una reducción de la producción en EEUU, debida al cambio de técnica de fabri¬
cación que implica elaborar penicilina cristalizada en lugar de amorfa. Si antes en
un tanque se obtenía 100 de penicilina amorfa, hoy solo se obtiene, por ejemplo,
de ese mismo tanque 60, de cristalizada, que es la única que se está fabricando, por
no ser perecedera; aunque la capacidad de las fábricas hubiere aumentado y como
6 E1 tiempo nos ha dado la razón. Al carecer el país de divisas, en especial dólares, se paralizó la im¬
portación de penicilina. El pueblo pudo carecer de ella. Sin embargo, la fábrica argentina cubrió las
necesidades con penicilina del país y sin aumento de precio.
La fabricación nacional de penicilina m 117
el mercado norteamericano debe ser satisfecho en primer término se advierte una
reducción en las exportaciones.
La fabricación en gran escala de antibióticos, corno la penicilina, no es un negocio
fácil ni al alcance de cualquier capitalista. Se trata de una industria “sui generis” que
en el mundo tiene contados empresarios, lo que justifica cualquier apoyo, incluso el
de subsidiarla, como prevé nuestra ley de fomento, por el Estado, como se ha hecho
en otras partes, incluso en EEUU durante la guerra.
Las empresas industriales y comerciales —como los hombres— tienen también
principios y personalidad moral. Squibb & Sons es en EEUU una institución tra¬
dicional, más que una empresa comercial o industrial, respetada y querida por el
pueblo americano y por su Gobierno, por su elevado sentido ético y humanitario y
por la honradez de sus procedimientos, nunca desmentidos en el curso de cerca de
cien años de existencia. Si el suscrito intervino en la tramitación es precisamente
por ese respaldo moral, pues jamás podría pensar nadie que la institución aludida se
complicara en una tramitación incorrecta o irregular.
118 ■ Política sanitaria argentina
El ausentismo por enfermedad, es gran
factor de déficit en la productividad del
trabajo 1
El ausentismo es uno de los problemas más serios de la industria —y con más razón
para nuestro país, en plena industrialización— ya que el ausentismo se traduce en mi¬
llones de pesos de pérdidas al año, muy especialmente de pérdida de trabajo, es decir,
de rendimiento, lo que supone un déficit de producción, justamente cuando, según
la popular consigna del excelentísimo señor presidente de la nación, general Juan
Perón, es necesario producir al máximo para liberar totalmente nuestra economía.
¿Qué es el ausentismo? El ausentismo en el sentido que a nosotros nos interesa,
es un fenómeno de orden demográfico y económico, un índice de morbilidad
aplicado a la población activa de un determinado sector de la producción y que se
mide o aprecia por la cantidad de jornadas perdidas de trabajo.
El ausentismo es, pues, principalmente, una vicisitud de orden médico-social, o
si se quiere sanitaria, y por ello si no se trabaja por la vía de la investigación médica,
no se arribará jamás a una solución completa; algo podrá coadyuvar, la legislación,
los reglamentos y el contralor técnico, pero por ese camino no llegaremos al fondo
del asunto. Por ejemplo: los índices de ausentismo por enfermedad en la industria
americana, que eran muy altos en los meses de invierno, han bajado verticalmente
desde el descubrimiento de una vacuna antigripal de gran eficacia. Las investiga¬
ciones científicas y la producción de esa vacuna han sido propiciadas por la industria.
La vacuna no llega a nuestro país porque íntegramente es consumida en EEUU;
felizmente se está produciendo en nuestro Instituto Bacteriológico, pero no en can¬
tidad suficiente. Si recibiéramos la ayuda de los industriales para intensificar la pro¬
ducción de la mencionada vacuna, aquellos se beneficiarían a sí mismos —como
en EEUU— y eliminaríamos las gripes obteniendo una franca reducción del ausen¬
tismo. La vacuna antigripal es, pues, un ejemplo típico de cómo un factor de ausen¬
tismo fue eliminado por agencia de una investigación científica.
Factores del ausentismo
Abarcando en general el problema de la no concurrencia al trabajo, se descubren en
él dos factores, uno puramente médicos y otro individual o social, que es el menos
'Conferencia pronunciada el día 18 de septiembre de 1947, con motivo de cerrarse la “Primera semana
de la salud del trabajador”.
El ausentismo por enfermedad, es gran factor de déficit en la productividad del trabajo m 119
importante. En organizaciones con mucho personal y bien controladas por cuerpos
médicos, las proporciones de ambos factores son las que se muestran en la Tabla 3.
Tabla 3. Distribución del ausentismo laboral según
factores causales.
Ausencias
%
Por enfermedad
45
Por licencia
42
Voluntaria
12
Suspensión
1
En una industria bien controlada no debe existir más de un 2% de faltas diarias
por enfermedad. Puede entonces establecerse, como principio general, que un au¬
sentismo mayor del 2% es sospechoso y obedece a una causa anormal. El personal
obrero no debe faltar al trabajo, por razones de enfermedad, más de un promedio
de 8 días por año.
En un estudio realizado por la secretaría a mi cargo en el año 1947, sobre 25.000
obreros de la Capital Federal, se comprobó un promedio de ausencias diarias del 5%,
lo que es un índice muy alto. Según una estadística de la Cincinnati Milling Machine
Company, el promedio de ausencias en EEUU fue de 2,6%, es decir de 7 días por
año y por empleado, de los cuales 5 días lo fueron por enfermedad. La misma esta¬
dística a que nos hemos referido demuestra que, posteriormente, el índice ha subido
también en EEUU después de la guerra.
En el mejor de los casos, con un promedio del 2% diario y de 8 faltas por año y
por obrero se producen pérdidas cuantiosas. Supongamos una industria que cuente
con 1.000 empleados, con un jornal promedio de $10 diarios. A razón de 8 ausencias
por empleado resultan 8.000 jomadas perdidas que, al costo de $10 diarios, resultan
80.000 pesos al año, 80.000 pesos de jornales a pagar sin que se hubiera realizado el
trabajo. El trabajo que se dejó de realizar puede estimarse en la misma cantidad, es decir
otros 80.000 pesos más, con lo cual la pérdida total sería de 160.000 pesos, lo que es
una cifra realmente seria. Si calculamos que la población argentina activa que trabaja,
es de cinco millones de personas, piénsese en la pérdida de trabajo que sufrirá el país
si solo en mil personas perdemos 160.000 pesos al año. Todo ello sin computar lo que
se invierte en médico y farmacia, durante esos ocho días de ausencia por enfermedad.
Si establecemos como norma la universalmente aceptada de que las ausencias
diarias del personal no deben pasar del 2 al 3% por día, es decir de 7 a 8 faltas por
año y por persona, debemos reconocer que nuestro país registra una cifra muy alta,
como son el 4, 5 y 9% diarios, según las épocas del año.
Esta cifra debe merecer la atención de los médicos; es necesario abocarse al
estudio del fenómeno, porque vale la pena determinar sus causas, que pueden residir
en la insalubridad, en la falta de contralor sanitario, en factores psicológicos o en
otros factores no médicos que escaparían, por consiguiente, a nuestras posibilidades
120 ■ Política sanitaria argentina
técnicas. Los médicos que tienen contacto con estos problemas conocen —aunque
sin dominar a fondo su génesis— otro factor de ausentismo o mejor dicho de
deserción del trabajo tan importante como la misma enfermedad, el factor simu¬
lación de enfermedad o “mañerismo”, como se le llama en el ambiente obrero y
médico industrial. Cuando en una industria se registra más de un 2% de ausencias
diarias, algo anda mal; en nuestro país, en enero, febrero, marzo y abril, las ausencias
oscilan entre el 4 y el 5%; en los meses de junio, julio, agosto, septiembre y octubre,
entre el 7 y el 9%; en noviembre y diciembre la curva cae verticalmente. Creemos que
el ausentismo en los meses de invierno se debe a las epidemias corrientes y banales,
a que me he referido ya, y que en los EEUU se resolvió con la vacunación.
El “manerismo”y la incomprensión
Pero no desestimados otros factores, entre ellos el “mañerismo”, la mala voluntad, la
incomprensión o sabotaje, pero en esa materia me remito a las magníficas exhorta¬
ciones del manifiesto de la Confederación General del Trabajo, del 24 de junio del
corriente año. Dicho manifiesto expresa que “un grupo de malos obreros se cons¬
tituyen en puntales directos de una campaña permanente en favor del sabotaje liso
y llano de la producción”. Y denuncia que “desde hace un tiempo se viene notando
en las diversas industrias y demás trabajos en general, una elevada inasistencia de
los trabajadores, lo que también y con caracteres bien perfilados incide en la dismi¬
nución de la producción”.
Y agrega después: “el trabajo a desgano tiene efectiva acción contra la producción
y no representa para el trabajador ningún medio de defensa, puesto que las razones
invocadas para su aplicación casi siempre son artificiosamente creadas por personas
interesadas en producir dificultades al movimiento obrero. Precisamente en el
aumento de la producción estriba el paulatino mejoramiento de las condiciones de
trabajo y de salario, porque estas serán mayores cuanto más se produzca”.
Sin considerar el factor político que señala la Confederación General del
Trabajo, es evidente que en el mes del comunicado —junio— el índice de ina¬
sistencia a las fábricas en nuestro país era muy alto y llegaba al 9% diario, índice
que podría obedecer entre otras cosas a factores epidemiológicos aun no corro¬
borados por la sanidad argentina, esto dicho sin desconocer la fundamental tras¬
cendencia de los factores no médicos a que se refiere a la Confederación General
del Trabajo.
Es probable que estas cifras de déficit —o quizás mayores— existieran también
en otros tiempos, pero recién ahora —con la intensificación del contralor, la inter¬
vención sanitaria permanente y la estadística precisa— se ha exteriorizado el
fenómeno en toda su magnitud. Ahora que los patrones lo sienten más porque
también pagan más a los obreros, y, por ende, las pérdidas globales para las indus¬
trias son mayores que en otras épocas.
Un hecho es indiscutible y lo ha comprobado la Secretaría de Salud Pública:
aquellas fábricas que cuentan con servicios médicos completos y con servicio social,
El ausentismo por enfermedad, es gran factor de déficit en la productividad del trabajo m 121
reducen rápidamente sus índices de ausentismo a cifras muy bajas en comparación
con las industrias mal controladas sanitariamente.
Organización del contralor médico
Por eso la Secretaría de Salud Pública de la Nación propicia y fomenta la organi¬
zación de cuerpos médicos propios de cada industria, sin perjuicio del contralor
periódico que, por vía oficial, se efectúa con motivo de la aplicación de la ley de me¬
dicina preventiva, una de las grandes adquisiciones de la sanidad argentina. Estamos
convencidos de que solo reajustando y perfeccionando el contralor sanitario de las
masas trabajadoras, obtendremos una reducción del ausentismo a las cifras mínimas
alcanzadas por países con una evolución industrial más avanzada que la nuestra.
La medicina preventiva ha permitido descubrir un nexo perfecto entre el estado
de salud permanente del obrero —preventivamente consignado— y el índice de
ausentismo. De ese modo identificamos tres grandes grupos de obreros:
Grupo A. Obreros de buena salud, sin fallas orgánicas de importancia.
Grupo B. Obreros con fallas orgánicas de cierta importancia, pero perfec¬
tamente compensadas y que pueden pasar por sanos. Por ejemplo, obreros
con mala dentadura, con vicios de refracción no corregidos, con un 15% de
su peso por arriba o abajo de lo normal para su talla.
Grupo C. Obreros con fallas orgánicas importantes, pero que no son inváli¬
dos, pues por adaptación mantienen su capacidad de trabajo aparentemente
normal. Son inválidos potenciales; es solo cuestión de grados. Ejemplo: reu¬
máticos crónicos, herniados, cardiópatas compensados, etc.
Se ha comprobado que el ausentismo del grupo B es mayor que el del grupo A en
una proporción del 12%. Los del grupo C, o sea los potencialmente inválidos, faltan
al trabajo en una proporción del 42% mayor que los del grupo A, o sea el grupo con¬
siderado totalmente sano.
Para apreciar estadísticamente el ausentismo tenemos que considerar y com¬
parar dos datos: 1) la “frecuencia” de los casos producidos y 2) la “cantidad” de días
de trabajo perdidos.
Lo que dicen las estadísticas
Si precisamos bien estos dos conceptos comprenderemos situaciones especiales,
como la determinada por la gripe que enferma a muchas personas, pero que las
ausenta por pocos días. Inversamente, la tifoidea enferma a menos personas, pero
las aleja del trabajo por muchos días. De la comparación entre la “cantidad” de en¬
fermos de determinada especie y la “cantidad” de días perdidos, resulta un índice
denominado índice de morbilidad social.
122 ■ Política sanitaria argentina
Consideremos 100 casos de obreros ausentes y comprobaremos que las causas
patológicas de su ausencia son las siguientes (Tabla 4):
Tabla 4. Distribución porcentual de ausencias por
enfermedad según grupos de causa.
Causas patológicas %
Afecciones del aparato respiratorio 30
Afecciones del aparato digestivo 24
Accidentes del trabajo 12
Enfermedades de la piel 4
Enfermedades degenerativas 2
Enfermedades del sistema nervioso 1
Infecciones 1
Varias enfermedades menores 26
Esta columna es la de la “frecuencia” de enfermos para cada grupo nosográfico, pero
lo que interesa a los fines del ausentismo es su relación con la cantidad de días de
trabajo perdidos en cada grupo. De ese modo vemos que de 100 días de trabajo per¬
didos por enfermedad, el porcentaje por grupo nosográfico es el siguiente (Tabla 5):
Tabla 5. Distribución porcentual de días perdidos
por enfermedad según grupos de causa.
Causas patológicas %
Afecciones del aparato respiratorio 25
Afecciones del aparato digestivo 18
Enfermedades del sistema nervioso 11
Accidentes del trabajo 17
Enfermedades degenerativas 6
Enfermedades de la piel 4
Infecciones 3
Varias enfermedades menores 16
De la comparación de estas dos columnas resulta que existen afecciones como las del
sistema nervioso que aparentemente enferman a pocos obreros y, sin embargo, de¬
terminan muchos días de ausencia, para ser más precisos un 11%. Igual consideración
cabe para lo que englobamos en el término genérico de enfermedades degenerativas,
comprendiendo en ellas el reumatismo y la diabetes. En cambio, los accidentes se¬
ñalan un alto porcentaje de frecuencia y producen muchos días de pérdida de trabajo.
El ausentismo por enfermedad, es gran factor de déficit en la productividad del trabajo m 123
índice de morbilidad social
En suma, son cuatro o cinco grupos de enfermedades las que determinan el mayor
índice de morbilidad social y producen, en consecuencia, el más alto nivel de ausen¬
tismo. Ellas son, en primer término, las afecciones del aparato respiratorio: gripe y
resfríos; luego las gastrointestinales ligadas a las condiciones antihigiénicas de ali¬
mentación; después, los accidentes de trabajo que se reducen rápidamente con una
acción profiláctica del accidente y medidas de seguridad en el trabajo y, finalmente,
el reumatismo.
Con los tres primeros grupos nosográficos se cubre el 75% de las ausencias, es
decir tres cuartas partes del total. Esto es claro y nos orienta; nos señala el rumbo
hacia donde debemos dirigir la acción médica contra el ausentismo en las fábricas.
Los cuadros de frecuencia antes referidos deben ser completados con el detalle
nosológico y porcentual dentro de cada grupo de enfermedades. Así, por ejemplo,
tomando el grupo de las enfermedades del tubo digestivo, verificamos que de cada
100 días de ausentismo por padecimiento de este aparato, se deben a (Tabla 6):
Tabla 6. Distribución porcentual de las afecciones
del aparato digestivo según padecimiento.
Padecimiento
%
Apendicitis
27
Hernias
23
Colopatías y colitis crónicas
30
Úlcera gastroduodenal
49
Afecciones de la vesícula
4
Enteritis
4
Hepatitis (ictericia)
3
Este simple enunciado nos señala que el 80% del ausentismo por enfermedades del
aparato digestivo obedece a tres causas fundamentales: apendicitis, hernias y colitis
crónicas. Un análisis similar se puede hacer con respecto a las enfermedades de otros
aparatos; tendremos, de este modo, una idea clara y precisa de la patología del ren¬
dimiento obrero.
El médico, mediante sus medidas previsoras, es, pues, un agente indispensable
en la defensa del obrero y de la producción industrial.
La medicina en trance de afrontar una campaña contra el ausentismo, tiene que
luchar con dos fantasmas: contra los simuladores o mañeros y contra los neuró¬
patas de tan difícil identificación y que son mucho más numerosos de lo que se cree
habitualmente. Cuando se trata de lesiones objetivas no suele haber problema; las
dificultades comienzan cuando se trata de apreciar y clasificar síntomas puramente
subjetivos y cuando se trata de diferenciar al simulador del neurópata auténtico.
124 ■ Política sanitaria argentina
Las neurosis del trabajo
Las neurosis en el trabajo, hasta ahora han sido muy poco estudiadas y, en estos
casos, casi siempre el médico, por falta de preparación neuropsiquiátrica, tiene ten¬
dencia a clasificar al presunto enfermo como mañero o simulador, lo que suele ser
injusto y dañoso. Los neurópatas, en especial aquellos con neurosis de angustia, se
presentan de un modo muy particular y de fácil identificación si se los sigue en el
tiempo. Los siguientes datos pueden orientar al observador:
a. Son obreros que concurren frecuentemente al consultorio en busca de
consejo o tratamiento.
b. Recurren a pretextos triviales para justificar sus ausencias o magnifican
pequeños trastornos funcionales de difícil objetivación.
c. Su puntualidad al trabajo deja mucho que desear.
d. Jamás están conformes con la tarea asignada y piden constantemente ser
trasladados de una sección a otra.
Inconvenientes de la liberalidad
El otro enemigo del médico —y de la producción, por supuesto— es el simulador
o el “mañero” de muy difícil contralor, sobre todo cuando se trata de ausencias por
estados pasajeros de enfermedad, no mayores de tres días. El mal no es ni nuevo,
ni siquiera nuestro; es universal. El problema afecta a todos los países donde la en¬
fermedad es subsidiada, o bien simplemente, como ocurre en nuestro país, donde
los casos de enfermedad son contemplados socialmente, justificándose liberalmente
las inasistencias por enfermedad. Por eso, allí donde se ha implantado el seguro de
enfermedad, se han establecido ciertos principios restrictivos para evitar los abusos
por simulación, mañerismo u holgazanería. Por ejemplo, en las leyes respectivas,
consideran que existe “ausencia por enfermedad”, solo después del tercer día; el sub¬
sidio corre después del cuarto día. Algunas cajas pagan retroactivamente el primero,
segundo y tercer día, pero solo en el caso de que el asegurado hubiere superado los
cuatro días de enfermedad. En general, la legislación tiende a evitar el subsidio por
enfermedades muy cortas por ser de muy difícil contralor.
Idéntico problema se plantea en materia de accidentes de trabajo; algunos
estados estadounidenses únicamente computan el accidente, a los fines de subsidio,
después de los ocho días calendario.
Como principio general, en ninguna parte del mundo se subsidia la enfermedad
o el accidente con más del 50% del salario normal, lo que ha obligado a crear en
algunas partes el llamado sistema de cajas de reemplazo destinadas a cubrir en parte
esa diferencia. En general, la legislación del seguro por enfermedad o por acci¬
dente, tiende a no otorgar subsidios y a sustituir la cuota de dinero por prestaciones
médicas completas como el mejor y hasta ahora único procedimiento que evita lo
El ausentismo por enfermedad, es gran factor de déficit en la productividad del trabajo m 125
que los técnicos alemanes en seguros por enfermedad llamaban “moral de aprove¬
chamiento”, que es un fenómeno universal.
Entiendo que no hay contralor médico capaz de evitar la simulación de enfer¬
medad, la holgazanería, el mañerismo y todos los otros recursos destinados a eludir
los deberes del trabajo; por eso es que se ha buscado condicionar los subsidios por
enfermedad a situaciones específicamente bien verificadas; cualquier otro sistema
liberal, que no afecte los intereses del simulador, fracasa, pues el índice de abusos es
muy alto y guarda relación directa con la blandura del sistema.
Cuando se subsidia el 100% del ausentismo, tienen muy pocas posibilidades las
autoridades médicas de evitar los abusos, salvo que se estableciera un contralor
muy costoso con enorme cantidad de visitadoras y de médicos. Quizás la solución
práctica, aunque un poco drástica, sería pagar solo el 50% del jornal por los días de
ausencia y comenzar a pagarlo recién desde el cuarto día, sin retroactividad.
Es conveniente que meditemos desde ya en este problema relacionado con un
aspecto no experimentado de la ley de medicina preventiva, que implante el “reposo
preventivo” con 100% del salario durante seis meses. De no tomarse los recaudos
reglamentarios del caso, veremos legiones de personas presentarse a reclamar el
reposo preventivo, aduciendo dolencias de orden crónico que son soportables en
estado de salud.
Situaciones de injusticia que se deben contemplar
Si bien el sistema dominante en todo el mundo es el que establece subsidios a la
ausencia por enfermedad, pagándose solo el 50% del salario, conviene destacar una
situación de injusticia que se crea con este tipo de seguro: es la “morbilidad oculta”,
concepto de mucha importancia doctrinaria.
El fenómeno de la morbilidad oculta es el siguiente: supongamos un obrero que
gana $10 diarios. Falta al trabajo por estar enfermo y recibe $5 diarios de subsidio,
suma que le permite subsistir y atender su salud. Pero supongamos un peón o un
obrero joven que no gana más que $5 por día; recibe de subsidio $2,50 por día, lo que
no le alcanza para atenderse adecuadamente ni para subsistir. Entonces qué ocurre:
el obrero asiste al trabajo todo lo más que puede, aunque esté realmente enfermo.
Así se comprueba este hecho curioso: el ausentismo es menor entre el personal de
peones o de jornalizados de más bajo salario. Prima facie, podría pensarse que si hay
menos ausentismo es porque hay más salud. Sin embargo, la cifra de fallecimientos,
la mortalidad entre los peones, es mayor que entre los obreros mejor pagados. Este
hecho es el que se ha denominado la “morbilidad oculta”. En consecuencia, si ha de
adoptarse un criterio restrictivo en la remuneración por enfermedad, la reducción
no debe llegar tan abajo que impida la subsistencia y asistencia del asegurado.
Existe, pues, un ausentismo normal, es decir un número fatal e inevitable de faltas
al trabajo —que la Oficina Internacional de Trabajo denomina el “estándar normal” o
“estándar ideal”— y sobre ese estándar existe un ausentismo patológico, que obedece
en gran parte a los siguientes factores: a las malas condiciones de vida de la población
126 ■ Política sanitaria argentina
obrera, a las malas condiciones de salud colectiva, a la falta de contralor y asistencia
médico industrial, a la simulación o mañerismo y a otras formas de abuso.
El análisis técnico del problema
Como son tantos los factores de orden médico-social que pueden abultar los índices
de ausentismo, conviene cuando dichos índices son muy altos, como en nuestro
país, analizar técnicamente el problema y no juzgar las cifras de un modo superficial,
extrayendo conclusiones fáciles, porque entonces cometeríamos errores garrafales.
Las condiciones sociales y médico-sociales de donde procede el obrero son un
factor fundamental, incluyendo en este concepto el grado de cultura sanitaria, la
alimentación, la vivienda antihigiénica, el hacinamiento, la raza, las costumbres, la
edad, el sexo, el estado civil, la densidad de la población, etc. El monto del salario
suele ser el mejor índice del estado social y sanitario, pero si al mismo tiempo no se
combate la ignorancia y se implanta la higiene, el salario no influye para nada sobre
los índices de ausentismo.
En la zafra de Tucumán, aunque la población permanente de los ingenios se
encuentre más o menos en pasables condiciones de higiene, la afluencia de grandes
masas de hombres y mujeres que proceden de ambientes de más bajo estándar de vida,
determina el aporte de malas condiciones sanitarias y, por consiguiente, su influencia
sobre el ausentismo se evidencia en seguida, por factores no solamente mórbidos,
sino principalmente derivados de una insuficiente cultura, ya que esa población flo¬
tante vive en estado prácticamente primitivo, a pesar de los mejores salarios.
De pronto se comprueba la aparición de tuberculosis con altos índices en una
industria determinada. Resulta que ello no es imputable a la industria en sí, sino
simplemente a que ha reclutado su personal en una zona de endemia —como serían
en estos momentos algunos distritos patagónicos— donde la morbilidad por esta
afección es muy elevada, tres o cuatro veces mayor que en las ciudades.
En estos casos, la industria actúa como factor desencadenante o coadyuvante.
Esto se comprueba sobre todo en Buenos Aires, con el éxodo de la población rural,
que atraída por los salarios, se vuelca sobre las ciudades y expone a masas nume¬
rosas, no inmunizadas contra las enfermedades infecciosas, a contraerías al poco
tiempo de su ingreso a las fábricas.
La condición social y la profesión son factores concurrentes que confunden la
interpretación de algunos aspectos del ausentismo. Por ejemplo, la mortalidad por
tuberculosis en obreros no especializados, es decir en los peones, es el doble que en los
obreros especializados. Y, sin embargo, nada tiene que ver el oficio, ni el factor indus¬
trial; es que el ambiente médico-social en que viven los peones es más pobre y, por
lo tanto, entran enjuego las condiciones de vivienda, alimentación y nivel de cultura.
Eso no quiere decir que la profesión no tenga por sí sola una incidencia. En una
misma clase de trabajo y con un mismo tipo social de obrero, los índices de ausen¬
tismo varían de una fábrica a otra, en razón de que hay establecimientos en mejores
condiciones de sanidad o que disponen de máquinas más perfectas que respetan la
El ausentismo por enfermedad, es gran factor de déficit en la productividad del trabajo ■ 127
fisiología del obrero. Es común también que en una misma fábrica existan diferentes
índices de ausentismo, según los sectores de que se trate. De cualquier modo, el ausen¬
tismo normal es un barómetro que señala con bastante aproximación el estándar de
higiene del establecimiento, ya que es un hecho comprobado que allí donde más se
respetan las normas de la higiene industrial, más reducido es el ausentismo.
Plan médico-social de lucha
Esta disertación carecería de sentido si no nos condujera a esbozar un plan de lucha
médico-social contra el ausentismo. Este plan, que ya está en ejecución en los as¬
pectos que nos incumbe, consta de los siguientes capítulos:
1. Mejorar los ambientes de trabajo con el propósito de garantizar al trabajador
locales salubres, seguros y agradables, lo que se consigue creando una
conciencia patronal sobre el problema, estableciendo normas reglamentarias
precisas y propiciando la acción intensa de los médicos en las fábricas.
2. Despertar la conciencia sanitaria del obrero, por medio de una educación
permanente, insistente, directamente llevada a su propio medio, para que
aprenda a evitar las enfermedades inherentes a su trabajo, los accidentes y
las enfermedades comunes.
3. Despertar la conciencia social del obrero, de su responsabilidad frente
al país, haciéndole comprender lo que importa su trabajo para él y sus
familiares, para su propio gremio y para el engrandecimiento toda la nación.
En este orden de ideas, importa mucho que el obrero comprenda que el
mañerismo y toda forma de la holgazanería supone falta de conciencia y
solidaridad gremial, pues en la misma medida que la huelga es un recurso
obrero legítimo, la deserción individual del trabajo viene a ser, bien mirado,
un acto de “carnerismo obrero”, para emplear una expresión familiar a los
trabajadores y a los estudiantes.
4. Investigar y prevenir los riesgos de enfermedad y tratar sus causas, hasta
obtener la máxima eficiencia en la higiene del trabajo, en el tratamiento,
reparación y rehabilitación de inválidos. Ello supone la continuación de
nuestros esfuerzos en materia de investigaciones tecnológicas de higiene
industrial, medicina preventiva, curativa y recuperadora.
5. Propender al desenvolvimiento de la acción social, como ampliación de los
servicios médicos, a fin de combatir los factores indicados de enfermedad:
ignorancia, vivienda antihigiénica perifabril, hacinamiento y mala alimentación.
6. Propender al desarrollo de la higiene mental, para prevenir y combatir los
factores psicógenos.
7. Coordinar los trabajos con los cuerpos médicos de la industria, y continuar
desarrollando y fomentando los cursos para formar médicos especialistas en
medicina del trabajo e higiene industrial.
128 ■ Política sanitaria argentina
He querido cerrar la “Primera Semana de la Salud del Trabajador” abordando un
tema concreto y acaso el más importante de los temas que se vinculan con la respon¬
sabilidad del Estado ante las masas de trabajadores y de estas ante el Estado, como es
el del ausentismo, que traduce y mide la salud del trabajador, la salud integralmente
considerada, en el triple aspecto: físico, moral y social.
El país está en estos momentos en pleno proceso de industrialización. La fábrica
se levanta ahora también entre nosotros, señera, y nos trae el progreso y la prospe¬
ridad que ha hecho fuertes y grandes a los países de occidente.
Solo anhelo —como lo anhela el señor presidente de la nación— que la industria
se adelante aquí a resolver los problemas que crea accesoria y fatalmente, que no
contribuya a crear más hacinamiento, más alimentación deficiente, más embrute¬
cimiento; que, por el contrario, sirva para robustecer la personalidad del hombre,
liberándolo de la miseria, y para contribuir a asegurar la grandeza de la nación.
El ausentismo por enfermedad, es gran factor de déficit en la productividad del trabajo m 129
Cooperación sanitaria entre los pueblos
del continente americano 1
Ramón Carrillo , el cardenal Santiago Luis Coppello, el ministro de Relaciones Exteriores Juan Atilio Bramuglia, el ministro de Justicia
Ángel Borlenghiy el ministro de Agricultura Carlos Emery; en el Congreso Panamericano de la Salud. 24 de setiembre de 1947.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Tengo el alto honor de traerles a ustedes el saludo inaugural del pueblo y del Go¬
bierno de la nación.
Todos los médicos argentinos se sienten honrados con vuestra presencia y están
pendientes de las deliberaciones de este alto consejo, reunido para tratar la reorgani¬
zación de la sanidad interamericana, como fue siempre el anhelo de la vieja Oficina
Sanitaria Panamericana, reiterado en forma de recomendaciones en Chapultepec y
San Francisco.
discurso al inaugurarse la reunión del Consejo Directivo de la Organización Panamericana de la
Salud, el día 24 de septiembre de 1947, ante los ministros del Poder Ejecutivo de la Nación, doctor Juan
Atilio Bramuglia, de Relaciones Exteriores, y Ángel Borenghi, del Interior y de los ministros de Salud
Pública de los países americanos, embajadores, y altos funcionarios del Estado.
Cooperación sanitaria entre los pueblos del continente americano m 131
La fecha de hoy, por feliz coincidencia, es la fecha de la batalla de Tucumán,
una fecha que hasta ayer nomás era celebrada por nosotros como aniversario de un
acontecimiento histórico argentino, el del triunfo de nuestras armas sobre las armas
realistas, pero que, a la vuelta de poco más de un siglo, ha llegado a ser, en la rea¬
lidad de la fraternal unión de los pueblos del nuevo mundo, una fecha gloriosa de la
historia de América inscripta en el calendario secular de la España heroica y eterna.
Estáis ahora en suelo de las otrora Provincias Unidas del Río de la Plata. Fueron
aquellos duros tiempos de gesta, vividos paralelamente por todos los pueblos de esta
parte del mundo en la generosa emulación del gran país hermano del norte, que ya
por entonces había ganado cruentamente su independencia.
A nosotros nos toca vivir y realizar otra etapa. Quizá nuestros hijos o quizá
nosotros mismos alcancemos a ver en días que están por llegar una verdadera con¬
federación de los países del continente americano, puesto que ya mismo somos,
después de Chapultepec, de San Francisco y de Río de Janeiro, las Naciones Unidas
de América. Unidas para la paz y para la consecución de los altos ideales de vida que
nos son comunes.
El hombre, desde los más oscuros orígenes de la especie, inició la conquista del
mundo. Esa empresa de conquista y dominación del mundo exterior determina el
proceso de la civilización.
Pero esa no es la única lucha del hombre, ni la más trascendental. Pronto com¬
prendió que debía luchar también contra sus propias pasiones primarias y alcanzar
las altas instancias del espíritu. Y así tenemos la otra gran empresa humana: la
empresa de la cultura.
Cultura y civilización son las coordenadas que determinan fundamentalmente la
actitud del hombre ante Dios y ante el universo.
Las conquistas mesológicas del hombre por la salud
Pero para librar esta guerra de dos frentes, el hombre necesita una cuidadosa prepa¬
ración, que lo instrumente eficientemente. Necesita, ante todo, la salud. La salud no es,
en sí misma y por sí misma el bienestar, pero sí es condición ineludible del bienestar.
No es, pues, un fin, sino un medio y, en el mejor sentido, un medio social. Porque no
se trata de asegurar la salud para un goce más o menos epicúreo de la vida, sino para
que el hombre se realice plenamente como ser físico, intelectual, emocional y moral,
afianzando su conquista del medio exterior y su propio dominio interior.
Entrarnos con esto al campo de la medicina social y de la ciencia de la salud
pública, que tiene entre otros altos exponentes argentinos, al profesor Alberto Zwanck,
nuestro representante ante este verdadero consistorio médico panamericano.
La ciencia de la salud pública consiste en la aplicación de los conocimientos
humanos a la prevención de la enfermedad, siendo su objeto conservar la salud,
luchar contra la enfermedad, prolongar la vida humana, desarrollarla y fortificarla en
beneficio de la colectividad, por la acción coordinada de la misma colectividad que
necesita, para su progreso, de la mayor eficiencia física y espiritual de sus integrantes.
132 ■ Política sanitaria argentina
El hombre de nuestros días no es más el domesticador de animales. Su ambición
no se satisface ya con colonizar en su provecho los reinos de los animales, de las
plantas y de los minerales. En lugar del aterrorizado hombre de las cavernas, el
hombre de hoy ha hecho sus esclavos de la electricidad y de la fuerza nuclear y será
pronto el empresario de las fuerzas del mar y del sol.
He aquí un poder peligroso, que puede ser catastrófico para el hombre mismo.
La civilización y la cultura
Es que la civilización vuela en aviones cohetes, mientras que la cultura recorre to¬
davía a pie los caminos del mundo.
El hombre actual ha perdido la buena costumbre de la reflexión y de la medi¬
tación. Llegará a la luna antes de haber extirpado de sí mismo algunos resabios bár¬
baros que lo empujan a la guerra y a la destrucción. A la destrucción de su propia
obra. ¡Tremenda y trágica paradoja!
Vuestra misión tiene afortunadamente que ver más con la cultura que con la civi¬
lización puramente materialista. Digo que tiene que ver más con la cultura porque
solo sobre el fundamento de la solidaridad humana se puede asentar la obra de la
medicina social y de la ciencia de la salud pública.
Las clases sociales y los índices económicos
En otro sentido también los adelantos de la técnica han venido a constituir un pe¬
ligro para la especie humana. Me refiero no solo a los accidentes del trabajo, a las
enfermedades profesionales, a la insalubridad industrial, o sea a los riesgos comunes
creados por la maquinización de las grandes fábricas y por las grandes concentra¬
ciones urbanas, sino también a los desequilibrios económicos y a la inestabilidad
social resultante de una muy desnivelada distribución de las riquezas con sus in¬
evitables consecuencias disolventes. En una sociedad cristiana no deben ni pueden
existir clases sociales definidas por índices económicos. El hombre no es un ser eco¬
nómico. Lo económico hace en él a su necesidad, no a su dignidad.
En buena hora la evolución política ha superado el tipo del estado gendarme,
mitad policía para resguardar la paz interior, mitad miliciano para resguardar la
soberanía internacional. El Estado no puede quedar indiferente ante el proceso
económico, pues entonces no habrá posibilidad de justicia social, y tampoco puede
quedar indiferente ante los problemas de la salud del pueblo, porque un pueblo de
enfermos no es ni puede ser un pueblo digno.
Bien lo establece la declaración inicial de la Organización Mundial de la Salud,
cuando afirma: “que no pueden concebirse pueblos sanos sino cuando han sido
resueltos, o por lo menos simultáneamente encarados, los problemas de la eco¬
nomía familiar y los problemas sociales inherentes al hombre mismo”. Ha llegado
el momento de que los médicos insistamos en que la política sanitaria de América
Cooperación sanitaria entre los pueblos del continente americano m 133
debe concurrir a asegurar los grandes beneficios de la higiene física, moral y social,
a fin de que la defensa del continente quede integrada con las debidas previsiones
sanitario-sociales. Ha llegado el momento de que el hombre se libere de muchas de
sus propias creaciones, por artificiales y por contrarias a la naturaleza y a la configu¬
ración de la persona humana.
La revalorización del hombre
El movimiento político-social predominante en nuestro país tiende a una revalo¬
rización del hombre, como ser social y moral. Por eso ha creado nuevas fuentes de
trabajo, o ha contribuido a crearlas y ha impuesto una legislación protectora del
obrero y de sus condiciones de vida.
Antes hemos hablado de los peligros creados por el incremento industrial, pero
esos peligros no han hecho más que sumarse a los que representan para el hombre
desde siempre las enfermedades sociales. Innumerables ejércitos invisibles de gér¬
menes y de bacterias y virus nos acechan y nos acometen de continuo, y cuando la
ciencia descubre un remedio o una técnica eficaz para combatirlos, esos enemigos
no tardan en rehacerse y en neutralizar nuestras armas.
La salud, repito, no constituye un fin en sí misma, para el individuo ni para la
sociedad, sino una condición de vida plena, y no se puede vivir plenamente si el
trabajo es una carga, si la casa es una cueva, y si la salud es una prestación más del
trabajador.
Estas ideas son acordes con la declaración de México, según la cual “el hombre
debe ser el centro del interés de todos los esfuerzos de los pueblos y de los Gobiernos”.
El derecho a la salud
El general Perón, al enunciar los “Derechos del trabajador”, ha proclamado, entre
otros, el “Derecho a la Salud”, el derecho a la salud que supone un mínimo de bien¬
estar físico, moral y social; un mínimo de viviendas higiénicas, de instrucción y de
esparcimiento, y el disfrute de oportunidades iguales para el progreso de todos y de
cada uno. El derecho a la salud va, pues, comprendido en el derecho al bienestar que
enuncia la Constitución Argentina en su preámbulo y se complementa con el de¬
recho a la seguridad social que consigna el decálogo de los “Derechos del Trabajador”.
“El Estado es para el hombre y no el hombre para el Estado”, ha dicho recien¬
temente en Río de Janeiro el representante de los EEUU, pero aún es posible desa¬
rrollar este hermoso concepto y llevarlo más allá de sus explícitos alcances, diciendo
que: “el hombre será para el Estado cuando el Estado sea para el hombre”.
La obra y la preocupación del actual Gobierno argentino tienden a la seguridad
colectiva, a la estabilidad económica y a la protección social, económica y sanitaria
de aquellas zonas remotas del país, cuya población acusaba un insuficiente nivel
de vida; población sumergida en tierras olvidadas que había que rescatar por una
134 ■ Política sanitaria argentina
intensa acción sanitaria y social, que estamos realizando y seguiremos realizando
con todo empeño y entusiasmo.
Indispensable afianzamiento de la paz
Un programa tal solo puede realizarse en la paz, esa paz del mundo que reclamó el
general Perón en su alocución radial para todo el orbe el 6 de julio. Solamente en un
mundo de paz podremos perfeccionar la raza humana y defenderla de los males que
la acechan y de los enemigos que se alistan no tanto en las fuerzas cósmico-telúricas
o en los ejércitos microbianos, como entre los hombres mismos, con la organización
social creada a base particularmente de inventos y de descubrimientos fabulosos,
aprovechados por la gran industria.
El presidente Truman elijo hace pocos días en Río de Janeiro, que no habrá paz
entre las naciones si no había respeto para los derechos del hombre, pero acaso
podríamos completar ese magnífico y noble pensamiento diciendo que sin paz en
el mundo y sin un organismo internacional que la asegure a perpetuidad, no habrá
respeto por los derechos del hombre ni será tampoco posible una verdadera coope¬
ración entre las naciones.
Plan sanitario integral
Nosotros no hemos querido sustraernos a la realidad de este momento mundial.
Hemos aceptado valientemente las transformaciones sociales y nos hemos ade¬
lantado, incluso, a ellas. Con ese criterio, prepararnos un plan sanitario integral des¬
tinado a asegurar un mínimo de servicios médicos para el pueblo y a erradicar las
endemias y las epidemias, y hemos propiciado una legislación sanitaria moderna, en
consonancia con la evolución política, social y económica del mundo.
La posición espiritual del Gobierno argentino facilita la comprensión de estos
problemas, y de ahí que aquilate debidamente y apoye sin retáceos la tesonera
acción humanitaria de la Oficina Sanitaria Panamericana, aceptando como principio
indiscutible que la miseria, la pobreza, la desnutrición e insalubridad de alguno de
los pueblos americanos afecta por igual a todos los demás.
Somos también los primeros en reconocer públicamente que gracias al esfuerzo
de esta organización, gracias a sus directivas inteligentes, desde que fuera fundada
en el año 1902, se ha conseguido un adelanto considerable en la salud pública de las
américas.
La Argentina, en Caracas y Nueva York, en este último año, le prestó todo su
apoyo a la Oficina Sanitaria Panamericana, comprendiendo, eso sí, que era nece¬
sario ampliar sus funciones, proceder a su reorganización y vigorizarla con los
recursos y los elementos sanitarios que ha menester para su obra de coordinación y
ayuda sanitaria continental porque solamente elevando el nivel de vida de América,
asegurando la nutrición y salubridad podremos aumentar la productividad de las
Cooperación sanitaria entre los pueblos del continente americano m 135
Repúblicas americanas y, por consiguiente, la seguridad, bienestar y felicidad de sus
habitantes.
Los límites sanitarios no existen
Coincidente con estos propósitos, me complazco en anunciar que el general Perón
ha enviado un mensaje al Congreso de la Nación solicitando un millón y medio
de pesos anuales para reforzar el presupuesto de la Organización Panamericana,
porque sabe que su acción sanitaria no puede detenerse en las fronteras del país.
No. Los límites de los Estados son límites histórico-políticos, pero no límites
sanitarios.
Ambas américas están al fin unidas para su recíproca seguridad contra toda
agresión armada externa, y atento a esa necesidad vital de unirse para la propia segu¬
ridad, ha llegado también la hora de traducir en un plan orgánico y en una acción
concertada la defensa sanitaria del continente. Pero para eso debemos, ante todo,
perfeccionar nuestra organización interestadual, sin reparar en sacrificios pecu¬
niarios y sin escatimar esfuerzos. La unidad sanitaria del hemisferio ya no puede
seguir siendo un mero anhelo y un tema de discursos para los congresos médicos
americanos. Realicémosla en los hechos.
La defensa de la salud pública, llevada a cabo eficientemente por el Estado, es
señal de un alto nivel de cultura política; por eso, es un honor para todos los pueblos
de América la existencia de la ya tradicional Oficina Sanitaria Panamericana, la más
antigua organización de cooperación sanitaria internacional en el mundo.
América es el continente de la paz. Las mismas razas que en el viejo mundo man¬
tienen antagonismos seculares, conviven entre nosotros fraternalmente al amparo
de instituciones democráticas y liberales.
Aquí, en América, está en crisol un nuevo tipo de hombre, amasado con la carne
y la sangre de todos los pueblos del mundo, para que en él sea una verdad definitiva
y una realidad alcanzada, la unidad e identidad de la estirpe humana.
Esa es nuestra responsabilidad de precursores y será nuestra gloria si acertamos a
cumplir cabalmente esta misión con que nos ha cargado la historia.
Rachas de guerra azotan una tras otra a la vieja Europa, donde la antorcha de la
cultura de occidente amenaza por momentos apagarse. Estemos listos para reco¬
gerla nosotros si el caso llega y para conducirla a través de los tiempos hasta nuestro
último aliento y estar listos significa preservar y acrecentar para la gran empresa
nuestro caudal humano, despertando en las masas el sentimiento de la personalidad
y de la solidaridad.
Europa y la cultura de occidente no pueden perecer y no perecerán jamás porque
aquí en América habremos preparado un nuevo cauce para la antigua causa de
Grecia y Roma.
136 ■ Política sanitaria argentina
La amistad no acepta separaciones
entre los médicos de América 1
He querido ofrecer esta comida como testimonio del afecto y simpatía que ustedes
han sabido ganar entre nosotros.
Esta reunión no es una despedida, aunque sé que muchos de ustedes estarán
pensando en lo difícil que será que volvamos a encontrarnos otra vez reunidos
los mismos hombres para los mismos fines. Nosotros solo somos un instante en el
tiempo o un punto en el espacio, pero nuestros pueblos existirán siempre y nuestros
ideales no perecerán jamás. Nuevos médicos, otros hombres de Estado, nos reem¬
plazarán con el andar del tiempo, pero nosotros habremos dejado un ancho curso
para las venideras generaciones del continente. Ningún esfuerzo realizado ahora por
nosotros quedara para ese entonces sin la debida recompensa, que será la más alta,
porque también nuestra lucha es la más alta y la más noble lucha en que pueda
empeñarse el hombre: la lucha contra la enfermedad, la invalidez y la muerte.
La amistad no reconoce separaciones
No es esta una despedida, porque la amistad no acepta separaciones de tiempo y
espacio. Y ustedes, señores, serán, para siempre, otros tantos amigos del pueblo ar¬
gentino, pues han sellado esa amistad en cada apretón de mano y en cada abrazo con
que os han estrechado manos y brazos argentinos. Querer y no querer las mismas
cosas echan las bases de una amistad definitiva; y estamos aquí deseando las mismas
cosas y bregando juntos contra los mismos males. He ahí el futuro de América her¬
manándonos a todos nosotros, hombres de todos los países de América, en la misma
cruzada por la salud de nuestros pueblos, del propio modo que el pasado hermanó
a nuestros mayores en la misma cruzada por la libertad.
¿Qué es lo que queremos? Querernos que el hombre de América, el nuevo aban¬
derado de la cultura occidental, sea lo bastante fuerte, sano, libre y digno como para
realizar los grandes destinos del nuevo mundo.
¿Cuál es nuestro programa? Enseñarle al hombre de América a vivir en salud
y a estimarla como el bien humano más precioso, más que todas las riquezas que
se puedan acumular en un mundo en que, como alguien ha dicho, el afán de ser
hombres de bienes impide a muchos hombres para ser hombres de bien.
'Palabras pronunciadas en la comida de despedida de las delegaciones concurrentes a la reunión del
Comité Directivo de la Organización Panamericana de la Salud, realizada en el Plaza Hotel el 2 de
octubre de 1947.
La amistad no acepta separaciones entre los médicos de América m 137
Antes de terminar, quiero agradecerle al doctor Soper su colaboración y hago
votos para que en el futuro alcance otros triunfos en la difícil tarea que tiene a su
cargo como Director de la Oficina Sanitaria Panamericana.
Finalmente, quiero recordar estas palabras del Eclesiastés: “No olvides a los
amigos, ni en el pensamiento ni en la obra”. Y nuestros países, ahora y en lo venidero,
deben continuar de más en más unidos en el pensamiento y en la obra, para que
prontamente sea una gran realidad la gran empresa del panamericanismo.
138 ■ Política sanitaria argentina
Balance epidemiológico argentino 1
En las encrucijadas se plantea el problema de cuál es el rumbo y cuál es el camino
que conduce más directamente a destino; en el instante de la opción es fundamental
no ilusionarse por el horizonte luminoso y fácil; es preferible tomar por la ruta más
escarpada si ello fuere necesario para evitar la contingencia del error.
En los grandes asuntos de la epidemiología estamos en un momento geométrico
de encrucijadas. No ilusionarnos y no equivocar el camino.
Viven aún médicos e higienistas que asistieron a las revolucionarias transfor¬
maciones de la bacteriología y de la epidemiología de fin del siglo pasado. Ayer no
más la doctrina de los miasmas servía para explicar la difusión de las enfermedades
infecciosas: muchos capítulos de epidemiología, a principios de este siglo, estaban
todavía impregnados de las afirmaciones hipocráticas que durante 24 siglos fueron
palabra sagrada en medicina.
La identificación de los agentes de la enfermedad
Pero solo en 50 años la epidemiología superó el progreso de 2.400 años, al identi¬
ficar uno por uno los agentes productores de cada enfermedad y descubrir el suero o
la vacuna que la cura o la previene, desapareciendo prácticamente las grandes plagas
pestilenciales que diezmaron a la humanidad desde los tiempos bíblicos, el cólera, la
peste, la fiebre amarilla y tantas otras.
La medicina había encontrado un camino fecundo en la inmunología y cuando
parecía llegarse al fin del mismo surgen, como detrás de una colina imprevista
en el paisaje, los antibióticos, tales como la penicilina y la estreptomicina, ofre¬
ciendo posibilidades sin límite y un horizonte infinito. No es aventurado afirmar
que se abre una nueva era y que conviene efectuar un rápido reajuste técnico de
nuestras organizaciones sanitarias para obtener el máximo rendimiento de estas
flamantes adquisiciones de la ciencia médica y de los plantees más recientes de
la biología.
Las epidemias y las endemias
La lucha contra las enfermedades infecciosas tiene algo del arte militar. El invento
de un arma nueva impone tácticas ofensivas y defensivas también nuevas, y de una
'Discurso al inaugurar la 2° Conferencia de Epidemiología y Endemias, el día 6 de octubre de 1947.
Balance epidemiológico argentino m 139
experiencia bélica a otra los instrumentos de destrucción parecen pueriles compa¬
rados con los anteriores. Así ocurre también en la guerra contra las epidemias y
endemias.
Es tan rápido el progreso que las ideas envejecen casi en el mismo momento en
que son concebidas. Behring, el creador del suero antidiftérico, brinda a la huma¬
nidad su remedio que permite salvar a miles y miles de niños, pero al mismo tiempo
anuncia melancólicamente, casi como una profecía, que ese suero descubierto por él
no resuelve el problema de la difteria y que alguien superaría el procedimiento apli¬
cando la vacunación activa y él mismo, en 1911, formula un sistema de vacunación
que se emplea hasta el descubrimiento de las anatoxinas —es decir— aquello que
Behring profetizó con 25 años de antelación.
La patología de las enfermedades infecciosas ofrece dos aspectos: uno el indi¬
vidual y otro el colectivo. El problema del caso individual es el punto de vista estric¬
tamente científico y de la investigación clínica o terapéutica; es allí, el escarbar diario
de los hechos de observación, de donde extraemos los materiales para el progreso
de la clínica de las enfermedades infecciosas. El problema colectivo, es decir, la con¬
sideración de las enfermedades epidémicas y endémicas desde el punto de vista
social, encuadradas como materia del Estado es el que me interesa promover ante
ustedes como secretario de Salud Pública de la Nación para pedirles su inestimable
consejo y concretar las medidas adecuadas para proteger a nuestra población de
ciertos males que se adentran y nos quitan vidas de trabajadores argentinos todos
los días, ensañándose contra nuestras clases rurales no pudientes, mal defendidas y
peor educadas sanitariamente.
Para esbozar ante ustedes nuestras reflexiones y preocupaciones cotidianas sobre
estos problemas, voy a intentar un balance sanitario, sobre el estado de nuestro país
en el terreno de la patología infecciosa y al entrar en él, lo hago con el exclusivo pro¬
pósito de escuchar más tarde vuestra autorizada palabra.
Balance sanitario argentino
Puede fijarse el año 1910 como el punto culminante en el progreso de la ciencia
inmunológica, luego sigue un período estacionario y finalmente en 1935 se inicia el
período de los antibióticos. El año 1910 es para la Argentina un punto de reparo muy
importante, porque desde ese año se comienza a liquidar con el pasado en materia
de enfermedades infecciosas y por eso lo tomaremos como base para nuestras refe¬
rencias estadísticas y demográficas.
En ese año todavía la viruela y la fiebre tifoidea, por ejemplo, hacían estragos no
solo en el interior del país, sino también en importantes barrios de la Capital. Poco
a poco se ha tomado el control de esas y otras enfermedades infecciosas a punto
tal de hacerlas desaparecer del mapa epidemiológico; pero los resultados no son
todavía satisfactorios, pues algunas enfermedades que deberían no existir más, aún
siguen haciendo estragos, debido un tanto a la falta de organización y de poderío de
la sanidad argentina y también por la ausencia de cultura y educación sanitaria, ya
140 ■ Política sanitaria argentina
que la ignorancia, la suciedad, la subalimentación y la vivienda antihigiénica son los
auténticos caldos de cultivo de los gérmenes microbianos; bajo ese punto de vista, la
salud pública es un problema de orden cultural y educacional.
Las enfermedades infecciosas de la infancia en el año 1910 representaban el 25%
del total de las causas de muerte; se reducen a menos del 10% en la iniciación de la
era de los antibióticos, es decir en 1935. La difteria que producía una mortalidad
de 72 por cada 100 mil habitantes en edades comprendidas entre 1 y 14 años, baja
su tasa a 9, lo cual significa un descenso de un 88%. La mortalidad por sarampión,
en esas mismas edades, que era de 27, baja a 6, es decir señala una caída del 77%. La
escarlatina, en esas mismas edades y fechas, baja de 27 a 7, comprobándose un des¬
censo del 73%. La coqueluche baja de 20 a 5, lo cual significa un descenso de un 73%.
La mortalidad por tuberculosis en todas las edades que nos daba un índice calculado
de 224 por 100 mil de población, ya ha descendido a menos de 100 para todo el país,
y se aproxima en la Capital Federal al índice basal de 70, con lo cual nos plantea el
problema de que esa dolencia dejará de ser, si se toman las medidas adecuadas, una
enfermedad social para transformarse en una endemia.
La neumonía que pareció ser refractaria a la acción inmunológica por la gran
variedad de antígenos concurrentes, desciende su índice de mortalidad en un 30%
en los 15 años que van de 1920 a 1935. La bronconeumonía tiene un descenso de un
25% en ese mismo lapso.
Las enfermedades puerperales, que ocasionaban una mortalidad de 34 mujeres
por cada 100 mil habitantes en 1910, bajan a 17 en 1935, lo que equivale decir que
se le quitó a la muerte un 50% del numeroso grupo que ya había tomado entre sus
manos. Las enteritis graves en todas las edades baja su mortalidad en un 85%; y la
fiebre tifoidea desciende el 90% en el lapso que estamos considerando.
En síntesis, puede mostrarse con satisfacción el balance sanitario arriba trans¬
cripto, y es de presumir que al extenderse la era de los antibióticos y de la profi¬
laxis bien organizada por el Estado, prácticamente, desaparecerán de nuestro país
una enorme cantidad de factores de muerte, como ha ocurrido en otras partes del
mundo, y ello será un motivo de orgullo para nuestra civilización y cultura nacional.
La poliomielitis, la brucelosis y otras enfermedades endemoepidémicas que
aún preocupan a las autoridades por no tener un camino trazado ni una solución
definitiva, no creo que se mantengan por mucho tiempo como problemas, pues los
ingentes esfuerzos técnicos y científicos, tanto en nuestro país, como en el extranjero
llevarán fatalmente a un desenlace favorable.
Uno de los triunfos de la medicina contemporánea reside, precisamente, en
haber resuelto —o casi resuelto— los graves problemas de las enfermedades infec¬
ciosas y que si aún siguen imperando en algunos aspectos se debe pura y exclusiva¬
mente a la despreocupación de los Gobiernos por las cosas que atañen directamente
a la vida y a la salud del pueblo. Un signo halagador de este triunfo de la medicina
se advierte al estudiar el promedio de vida del hombre actual. En nuestro país el
hombre vivía, como término medio en el año 1900, 42 años. Hoy, al salvarse millares
de vidas que antes se perdían irremediablemente, estamos llegando a un promedio
de vida de 60 años, cifra por supuesto inferior a los 67 alcanzados por otros países.
Balance epidemiológico argentino ■ 141
Hemos prolongado la vida del hombre al reducir en forma impresionante la morta¬
lidad por enfermedades infectocontagiosas.
La diferencia de 20 años que señalamos actualmente entre los 60 años promedio
de vida en 1947, y los 40 años de promedio en 1900, se origina principalmente en la
reducción de la mortalidad infantil.
A principios de este siglo el número de niños muertos entre los 0 y 5 años era tan
grande, que solo en esa época de la vida el país perdía tanto caudal humano como
entre los 5 y 100 años de edad. Hoy el parámetro de máxima destrucción de vidas
humanas se ha desplazado en nuestro país en un 50% a la edad de 60 años. En otros
términos podríamos decir, esquematizando que la mitad de los fallecimientos se
producen entre los 0 y 5 años y la otra mitad entre los 50 y 60 años; quedaría un
porcentaje mínimo entre ambos extremos de la vida.
Las estadísticas nos señalan por otra parte que del total de fallecimientos por
enfermedades infecciosas la mayoría se produce en los medios rurales, donde la
profilaxis y el tratamiento de las mismas no están organizados como en nuestros
medios urbanos.
Estado sanitario de la campaña argentina
La lucha sanitaria debe dirigirse intensamente a extinguir los focos endémicos ar¬
gentinos en el interior del país, es decir terminar de alguna manera con el paludismo,
con la anquilostomiasis, con las infecciones puerperales, con las enteritis endémicas
y epidémicas y con las afecciones infectocontagiosas. Los índices nos señalan que
la mortalidad infantil en todas las edades es enormemente superior en la campaña
si se la compara con la de las ciudades argentinas. La cifra de niños y adolescentes
muertos en nuestro país crece en progresión casi vertical en cuanto salimos de las
grandes urbes y nos dirigimos hacia el norte o hacia el sur, recorriendo los fértiles
campos de la patria; lo mismo aumenta el número de madres fallecidas en o después
del parto, de modo tal que la mortalidad maternal rural es un tercio más alta que en
las grandes ciudades.
He ahí planteado nuestro gran problema sanitario nacional —y que deberá preo¬
cuparnos hondamente— puesto que las reservas biológicas de la nación están justa¬
mente en los medios rurales, a los que a veces les negamos tantas cosas. La llamada
provincia “pobre” de Santiago del Estero, que más que pobre es “olvidada”; con un
quinto de población de la Capital Federal, entrega a la patria tantos nacimientos —es
decir, otros tantos hijos— como todos los que produce la populosa y rica ciudad de
Buenos Aires. Más de la mitad de los niños argentinos nacen en comunidades rurales
y son ellas las que alimentan y enriquecen —por la arrolladora migración interna—
las zonas urbanas y la mano de obra de la industria nacional. La ciudad de Buenos
Aires y Rosario ya se habrían despoblado si no se produjera el fenómeno casi inevi¬
table del éxodo de la campaña a la ciudad, puesto que el número de nacimientos en
estas ciudades no alcanzan a cubrir los claros que se producen por defunciones en
los centros urbanos.
142 ■ Política sanitaria argentina
Si conseguimos elevar el estándar sanitario de los niños de nuestra campaña,
aseguraremos al mismo tiempo el mínimo indispensable de obreros para la indus¬
trialización del país, proceso que se encuentra por ahora en las grandes ciudades y
compensaríamos quizás —en parte— el fenómeno tan grave de la despoblación de
la campaña.
La neumonía, la gripe, las enteritis graves, la tifoidea y salmonelosis, la difteria y el
sarampión, escarlatina y coqueluche perseguidas implacablemente por los médicos
y las medidas preventivas en las ciudades, ha ido a enseñorearse en nuestros niños
del interior; allí debemos dirigir los esfuerzos para nivelar, siquiera en parte, el des¬
equilibrio sanitario y demográfico de la República.
La tuberculosis y la lúes desempeñan con respecto a los adultos, en los medios
rurales, el mismo papel destructivo que las enfermedades que señalamos como
típicas de la infancia, y habría más de un sorprendido si diéramos a conocer los
detalles observados en esa materia por nuestros delegados sanitarios en el Chaco,
Formosa, Misiones o Corrientes. Los índices de morbilidad y mortalidad rural en
el momento actual en nuestro país, demuestran que tenemos una pérdida de vidas
humanas en la campaña tan caudalosa como la que sufría la nación entera en el
año 1900, cuando el saneamiento rural, los sueros y vacunas y la penicilina eran
desconocidos.
Las delegaciones sanitarias
Más de tres millones de argentinos viven en comunidades rurales carentes de toda
organización sanitaria y asistencial, lo que supone que una quinta parte de la po¬
blación de nuestra patria se encuentra en la prehistoria de la higiene y de la medicina
social. Hemos constituido con ingentes sacrificios nuestras delegaciones sanitarias
en el interior del país, siempre luchando con dificultades materiales y de toda índole,
pero estamos en camino de resolver esta situación y la resolveremos si Dios y los
tiempos nos ayudan.
No es menester forzar los cálculos para tener una idea aproximada de cuánto
costaría un plan sanitario que termine con el estado de cosas que he diseñado
sobriamente y sin emplear la pintura intensa a que se presta el asunto de por sí, pro¬
fundamente dramático y angustioso. La Municipalidad de la Capital dentro de las
limitaciones que le impone su presupuesto invierte $20 por año y por habitante para
ofrecer los servicios de profilaxis y de asistencia médico-social. EEUU tiene el pro¬
pósito de invertir solamente en la lucha contra las enfermedades venéreas 4 dólares
por habitante. Las mutualidades mejor organizadas del país invierten $40 por socio
y por año al solo fin del tratamiento médico, sin subsidio de enfermedad ni ningún
otro servicio médico-social.
Si invirtiéramos en todo el país la misma cantidad de dinero por habitante que
invierte actualmente la Municipalidad de Buenos Aires, es decir, $20 por habitante y
por año, llegaríamos a la conclusión de que el presupuesto de Salud Pública debería
ser de 320 millones, es decir el doble del actual. Naturalmente que todos saben que
Balance epidemiológico argentino m 143
$20 por año y por habitante en la Capital apenas alcanza para mantener —y mal
mantenidos— los servicios médicos de la ciudad, pero la cifra que señalamos es lo
que costaría nada más que para colocar el estado sanitario rural al mismo nivel que el
de la Capital. Sin embargo, siempre sería económico, puesto que en EEUU se calcula
que las pérdidas por enfermedad ascienden a 40 mil millones de pesos por año;
teniendo nosotros la décima parte de la población de EEUU —y suponiendo que
nuestra organización sanitaria fuera igual en eficacia a la de ese país— podríamos
calcular nuestras pérdidas anuales por enfermedad en 4 mil millones de pesos, dato
que coincide con estudios efectuados por médicos argentinos que aprecian nuestro
déficit, solamente por tuberculosis, en 300 millones de pesos por año.
Estas cifras ofrecen idea aproximada pero gráfica de cómo incide sobre la eco¬
nomía de un país su estado sanitario apreciado en pesos moneda nacional, al gra¬
vitar directamente sobre lo que en la economía de un país se llama la productividad
del trabajo.
Para tranquilidad de nuestra conciencia debemos manifestar que esta situación
no es específicamente argentina, sino de casi todos los países americanos, que, en
general, cuentan con una sanidad mejor organizada que la nuestra y si no hacen más
es solo por falta de recursos. Nosotros podríamos disponer de los recursos, pero en
cambio carecemos de una buena organización que recién ahora se está concretando
en un lento y penoso esfuerzo destinado a centralizar paulatinamente los servicios
médico-sanitarios y médico-sociales.
Mientras el sistema de previsión social organiza la protección de la salud de las
clases no pudientes y las organiza sobre la contribución de los beneficiarios, comen¬
zando de abajo para arriba, el Estado debe seguir actuando de arriba para abajo
por medio de los organismos técnicos de que ya disponemos, vigorizándolos y
extendiendo su acción como corresponde. Solo por un movimiento convergente
desde el individuo al Estado y desde el Estado al individuo se podrán resolver y
financiar racionalmente las cuestiones atinentes con la salud pública, y no es difícil
que en diez años más estos planos se superpongan en un solo sistema de asistencia
somática, mental y social, preventiva y curativa, profiláctica y terapéutica.
Bases de un plan sanitario inmediato
No es necesario inventar nada nuevo para conseguir un descenso de los índices de
morbimortalidad por enfermedades infecciosas. Los mismos principios que per¬
mitieron reducir a cero las enfermedades pestilenciales y a un 10% las endemias co¬
munes, pueden ser perfectamente adecuados a un programa simple y práctico de efi¬
cacia inmediata. Ya lo hemos presentado a ese plan con mayores detalles en nuestro
Plan Quinquenal de salud pública, pero quisiera destacar ante ustedes los elementos
básicos de ese plan en lo que se vincula con las enfermedades infectocontagiosas.
a. La organización previa de la estadística sanitaria y una exacta discriminación
de las causas de muerte. En este terreno —como en casi todos— nuestro
144 ■ Política sanitaria argentina
país carecía de estadísticas precisas y sin estadísticas precisas no se puede
planificar ninguna acción eficaz. El certificado confidencial de la causa
de muerte permitirá “sincerar” las tablas de mortalidad y morbilidad en
la Argentina. Recientemente realizamos experimentalmente un censo
sanitario familiar tomando sesenta manzanas de la Capital Federal; sus
resultados no son para ser publicados, pues descubrirían una vergüenza
nacional, difícil de atenuar, por más que se adujeran características de
miseria, ignorancia y abandono del barrio elegido para la encuesta. Ese
barrio de la Capital Federal está en iguales o peores condiciones médico-
sociales que las tolderías de indios en Formosa.
b. Creación de una red de laboratorios destinados al diagnóstico precoz de todas
las enfermedades infectocontagiosas, empezando por los test serológicos
comunes, y los procedimientos corrientes de identificación microbiana,
de los cuales carece el interior del país e incluso carece hasta de técnicos
preparados para estas tareas. A fin de año habilitaremos ya los laboratorios
centrales de Catamarca y San Luis.
c. Educación sanitaria de la población. Si las campañas de difusión de los
conocimientos sanitarios se abordan mal, resulta algo muy costoso. La
propaganda sanitaria debe ser barata, directa y eficaz. Para ello hemos
creado el Instituto de Educación Sanitaria que dentro de pocos días
entrará en acción. El mejor procedimiento sería utilizar la vía natural de
las maestras y maestros para hacer llegar hasta los hogares las normas de
higiene familiar, a través del niño que concurre a la escuela. La sanidad
podría tener 40 mil agentes entre los maestros que bien instruidos
completarían la tarea civilizadora aportando un nuevo elemento de cultura
como es la de poner en manos de las masas una serie de principios e ideas
que las ayuden a vivir en salud.
d. La instalación de unidades sanitarias rurales será también pronto una realidad.
Estará integrada por un médico, un dentista, una partera y enfermeras de
salud pública o visitadoras sanitarias, que serán ni más ni menos, que agentes
del poder público extendido cordialmente para proteger a la familia rural.
e. La extensión y ampliación de las obras sanitarias, las obras de saneamiento
e ingeniería sanitaria para las poblaciones de menos de 3.000 habitantes,
es una cuestión fundamental para terminar con las infecciones de origen
hídrico.
f. La socialización del cuidado médico —que es muy distinto a la socialización de
la medicina— nos permitirá dominar las enfermedades infectocontagiosas
por medio de tres instrumentos de acción: 1°) por vía de los centros de
salud, o mejor dicho de las unidades sanitarias, funcionando alrededor de
los centros sanitarios de cada provincia; 2°) por la creación del “médico
de familia”, y 3°) por la organización del Registro Sanitario de Familia.
Nos referiremos brevemente al Registro Sanitario porque los otros dos
principios, unidades sanitarias y médico de familia, como formas de acción
social de la medicina integral, son bien conocidos de todos ustedes.
Balance epidemiológico argentino m 145
El Registro Sanitario de Familias permitiría reunir en un solo legajo los problemas
médicos y sociales de la comunidad en todos los aspectos vinculados a la salud y a
la enfermedad, tomando como unidad fisiopatológica, no al individuo, sino a la fa¬
milia; solo siendo dueños de esta documentación se podrá luchar simultáneamente
con los factores biológicos y con los factores sociales de la enfermedad. El Registro
Sanitario Familiar permitiría coordinar la acción de la sanidad propiamente dicha
con la medicina preventiva, asistencial, la asistencia social y la previsión social, reu¬
niendo todas las fuerzas y haciéndolas concurrir a la difícil tarea de salvar la perso¬
nalidad humana, reconstruir y construir nuestra arquitectura biológica. Del mismo
modo que se ha organizado un Registro Civil, un Registro Militar, un Registro de
Identificación Civil, etc., deberíamos organizar un Registro de la Salud Familiar,
donde se consignaría el patrimonio humano de la nación, que es mucho más im¬
portante que el registro de las propiedades y de los bienes materiales del Estado.
La salud como fundamento de felicidad
Al comenzar he dicho que estamos preparados para abordar la medicina por
cauces mucho más difíciles. No incurriré en la ilusión de creer que ya hemos
triunfado, por la simple comprobación de los grandes triunfos de la epidemiología;
esos éxitos, en el conjunto del problema, son todavía pequeños. Tampoco incurriré en
el candoroso optimismo de suponer que la cuestión de fondo, que es la salud natural
del hombre como fundamento de su felicidad y bienestar, será resuelta mediante
costosos hospitales, grandes fábricas de medicamentos o prolija organización de los
médicos. El ideal es que el hombre pueda gozar de esa salud natural, como resultante
del armónico desarrollo de sus actividades somáticas, mentales y sociales y no de
una especie de estado negativo de falta de enfermedad —que es como entendemos
hoy los médicos la salud— pues tratamos bajo todos los medios de mantenerla, o
recuperarla recurriendo a expedientes más o menos eficaces pero artificiales, con
sueros y vacunas, vitaminas y penicilina, hormonas y dietas científicas, exámenes
periódicos, médicos y enfermeras. Nos aproximaremos más a la verdad y al ver¬
dadero fin de la medicina, cuando todas esas cosas sean menos necesarias. La ciencia
médica y la medicina comenzarán a vislumbrar su triunfo el día que debamos cerrar
los hospitales por innecesarios y corresponda reducir la actividad de la industria
farmacéutica por falta de consumo, y ello ya está ocurriendo en países como Suecia
en donde se han clausurado hospitales de tuberculosos por ausencia de enfermos.
La esperanza de la humanidad y el objetivo de todos nosotros debe ser precisamente
eso, descubrir los secretos de la inmunidad natural, evitar la aparición prematura de
las enfermedades degenerativas y mentales, prevenir sus causas y prolongar la vida
en condiciones tales de equilibrio orgánico que esta merezca la pena de ser vivida.
El nuevo sendero para llegar a esa meta casi utópica parece ser, en este momento,
la ordenación de la vida humana dentro de ambientes físicos, biológicos, sociales
y económicos que superen las contingencias de la herencia, de la miseria y de la
deformación cultural, a menos que venciendo esta especie de medicina dirigida que
146 ■ Política sanitaria argentina
practicamos ahora, se descubran los misterios del más allá de las estructuras histo¬
lógicas y fisicoquímicas, de ese más allá de los procesos que conducen a la neurosis,
a la locura o al crimen; y si ello ocurriera estaríamos en el camino de la restauración
del hombre a la armonía de su ser fisiológico y mental, con lo cual de inmediato se
transformaría el universo que no es sino el último resultado de las funciones inte-
grativas de nuestro sistema nervioso y ese universo estaría, recién entonces, consti¬
tuido para la felicidad del hombre; será el sueño convertido en realidad, aunque el
mismo universo siga siendo algo inalcanzable e incognoscible, porque se confunde
con Dios y con la eternidad.
Balance epidemiológico argentino m 147
El valor de la salud 1
La IV Conferencia sanitaria reunida en Washington en 1940, dispuso que el 2 de
diciembre se celebrara en el continente el “Día Panamericano de la Salud”. Las au¬
toridades sanitarias deben dirigirse al pueblo e invitarlo a meditar sobre el valor de
la salud y rendir homenaje —al mismo tiempo— a los héroes de la ciencia médica
que entregaron oscuramente su vida, para preservar para el pueblo el don divino de
la salud, que según decía Schopenhauer en una carta escrita cuando ya su espíritu se
sumergía en las sombras, “es el mayor tesoro ante el cual todo el resto no es nada”.
La medicina moderna tiende cada vez más a ocuparse de la salud y de los sanos,
y su objetivo fundamental, no es ya la enfermedad y los enfermos, sino —retor¬
nando al viejo aforismo hipocrático— evitar estar enfermo o por lo menos evitar
que el “estar enfermo” sea un hecho más frecuente que el “estar sano”, y orienta su
acción no hacia los factores directos de la enfermedad, los gérmenes microbianos,
sino hacia los factores indirectos, la miseria y la ignorancia, en el entendimiento de
que los componentes sociales: la vivienda, la mala alimentación y los salarios bajos,
tienen tanta o más trascendencia en el estado sanitario de un pueblo que la conste¬
lación más virulenta de agentes biológicos, puesto que los microbios han sido, de un
modo u otro, dominados por la ciencia y no son ya tan temibles adversarios, com¬
parados con el nuevo espíritu maléfico que juega entre las cifras demográficas de
nuestro tiempo detrás de las enfermedades degenerativas o invalidantes, las cuales
aumentan día a día, hora tras hora, como consecuencia del progreso y de la vida
antinatural en que nos envuelve el urbanismo, el llamado progreso y la carga de
males que es el precio que hay que pagar por la civilización.
Enseñar al pueblo a vivir en salud
La medicina debe no solo curar enfermos, sino enseñar al pueblo a vivir, a vivir en
salud y con optimismo para que la vida se prolongue y sea digna de ser vivida, de
modo tal que todos tengamos la posibilidad de alcanzar como una bendición de
Dios, la muerte de los justos, que es muerte natural. En el momento, solo el 17% de
las personas mueren de muerte natural. En cambio, mueren de enfermedades del
corazón y de los vasos el 33%, de cáncer el 10%, de tuberculosis y enfermedades del
pulmón el 20%, etc. Es evidente que la mayoría de la gente muere demasiado pronto.
'Conferencia pronunciada con motivo del “Día Panamericano de la Salud” el 2 de diciembre de 1947,
en el aula de la Cátedra de Higiene y Medicina Social de la Facultad de Medicina, a requerimiento de
la Asociación Argentina de Médicos Higienistas. Dicha institución fijó el tema: el valor de la salud.
El valor de la salud ■ 149
La vida media de un inglés es de 55 años, de un danés 71, de un norteamericano 58 y
la de un argentino creo que no pasa de 48 años, señalando uno de los promedios más
bajos entre los países civilizados, problema que conocen muy bien las compañías
de seguros de vida, puesto que si aplicaran en la Argentina las tablas de vida media
dinamarquesas estarían esas compañías en quiebra.
Tiempo de vida útil
En estos últimos cien años, la medicina ha hecho tantos progresos como en dos
milenios pretéritos de la humanidad, y ha logrado como un triunfo prolongar el
tiempo de vida útil del hombre, concretándolo en cifras que hablan elocuentemente
de las posibilidades del ser humano. En el siglo XVI, el término medio de vida eran
26 años; en el XVIII, 34; en 1880, 40 años; y actualmente, estamos en cifras que os¬
cilan entre los 50 y 60 años en los países más cultos y civilizados, pero no olvidemos
que conservar la salud, vivir en salud es un índice de cultura y de civilización. Según
profecías optimistas, en 1970 la gente de los países adelantados podrá vivir normal¬
mente hasta los 80 años. Ello ocurrirá siempre que los Estados logren dominar y en¬
cauzar los factores sociales de la salud, y en el supuesto de que los nuevos adelantos
de la industria no interfieran en la dinámica social tanto que alteren la biología de las
masas y con tal que se mejoren los índices de mortalidad infantil, que en nuestros
países de América determinan el bajo promedio de vida que hemos señalado.
Prolongar la vida y vivir en salud, es un viejo problema de la humanidad. Solo
ordenando la vida humana, sanitaria, social y económicamente, se logrará lo que
no logró ni la bebida de Medea, ni el arcano de Paracelso, ni los elixires “ad longam
vitam”, ni los injertos de Steiner y Voronoíf. La medicina está consiguiendo poco a
poco prolongar la vida por medios menos maravillosos que en la antigüedad; domi¬
nando esos medios comunes y humanos quizás la muerte sea un mal postergable, no
tanto como para considerarla una travesura según pensaba Mulford, sino para que
alguna vez podamos repetir, frente a un ser querido, las palabras bíblicas: “y murió
viejo y cansado de la vida”.
Queremos hospitales sin enfermos
El general Perón, al inaugurar un hospital —flamante y bello hospital, en el cual
las camas limpias y alineadas en serie ostentaban orgullosas la blancura de sus
equipos—, me dijo esta frase que recuerdo a título anecdótico: “Me gustan los hospi¬
tales sin enfermos, porque eso me evoca el día del triunfo de la medicina: el día que
tengamos que cerrar hospitales por falta de enfermos”.
He ahí cómo el excelentísimo señor presidente, con profunda intuición, plan¬
teaba el auténtico destino de la ciencia médica y de la nueva ciencia de la salud. En
efecto, no existe ningún gremio que trabaje más en contra de sus propios intereses
que el de los médicos; todos nuestros esfuerzos —en especial de los higienistas y
150 ■ Política sanitaria argentina
epidemiólogos— se multiplican para evitar que aumenten los enfermos que son
nuestros clientes; y nos sentiremos satisfechos de la medicina social el día en que
los medicamentos y la cirugía no sean más necesarios; el día en que el pueblo sepa
conservar su salud como un capital inapreciable y no dilapidarla como ahora; el día
en que disminuya el número de consultas al médico “por razones de enfermedad”,
y aumenten las otras, las de la gente que estando sana recurre al médico preventi¬
vamente; de los individuos que sin “estar enfermos” desean saber si su estado de
“aparentemente sano” coincide con la realidad de su organismo. El día en que todos
los sanos se hagan examinar para tener una idea exacta de su estado de salud, habrá
triunfado la medicina preventiva, y habrá llegado el momento de cerrar los hospi¬
tales por falta de enfermos, como lo quiere el general Perón.
Los dos grandes bienes humanos
La libertad y la salud son dos bienes imponderables que, por su misma inmateria¬
lidad, solo se parecían en su valor inmenso el día en que se los pierde. Los pueblos
del continente americano en las gestas heroicas de nuestra historia se unieron por
primera vez para consagrar el nuevo concepto de la libertad, de la emancipación y
de la soberanía popular en América. Similarmente, en 1881 se reunieron los repre¬
sentantes de los pueblos americanos para organizar la defensa en común del caudal
biológico del continente y desde ese momento, quizás por primera vez en el mundo,
un conjunto de pueblos hermanos fuertemente unidos por un ideal superior de vida,
comienzan su lucha para acordar en Conferencias Sanitarias Panamericanas las me¬
didas fundamentales que resguarden a los hombres, sin distinción de razas o nacio¬
nalidades, de todas las acechanzas que amenazan su salud, de todos los agentes que
pudieran afectar su vitalidad y su capacidad de producción. Queríamos una América
sana y libre. Fue así como los médicos percibieron, desde un comienzo, que existían
problemas americanos, como el de la salud, que no podían supeditarse a límites geo¬
gráficos o históricos, sobre todo cuando las jurisdicciones políticas están de hecho ya
superadas por la comunidad de voluntades, espíritus, sentimientos e ideales. Se dio
un ejemplo al mundo al sancionarse el Código Sanitario Panamericano, ley de las 21
naciones de América; código en el que se enuncian normas de protección sanitaria
para todos los pueblos del continente, afianzando por medio de un tratado interna¬
cional, preparado por médicos, el entendimiento pacífico de los pueblos; se abonó
de ese modo la mente para una futura identificación panamericana en otros aspectos
de la vida social y económica, como está ocurriendo actualmente. La salud ha sido,
pues, la mejor diplomacia del panamericanismo.
Lo que debe entenderse por salud
En virtud de estos antecedentes de gran jerarquía moral, pudieron sancionarse el
año pasado las directivas fundamentales de la nueva orientación de la medicina,
El valor de la salud ■ 151
sobre la definición básica de lo que debe entenderse en América por salud, y, como
ya lo he señalado en otras oportunidades, coincide en apreciar en la salud no solo
el factor físico y mental, sino también la gravitación de las condiciones sociales. De
donde resulta que la “salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social
y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Concebimos, pues, al
hombre por su valor biológico positivo y permanente, por su estado de equilibrio,
que es salud, y no por su valor negativo, episódico y accidental, que es la enfermedad.
El general Perón ha proclamado el derecho a la salud, superando —como he
señalado en alguna otra oportunidad— la declaración básica de la “Organización
Mundial de la Salud”. El derecho a la salud es uno de los derechos más olvidados, y,
sin embargo, el más trascendente porque se vincula con la dignidad de la persona
humana, con la vida colectiva, con la economía nacional e internacional. No es aven¬
turado afirmar que la salud de los pueblos es una condición fundamental para lograr
su seguridad social y su paz.
Consolidación de las leyes obreras
Con plena conciencia de esta doctrina en materia sanitaria, el excelentísimo señor
presidente de la nación orienta su política social que, a su juicio, es condición “sine
qua non” para la eficacia de la acción sanitaria específica. La tarea de los higienistas
no rendirá sus frutos si previamente no se consolidan las leyes obreras destinadas a
dignificar la tarea en las fábricas y oficinas, a mejorar los sueldos y salarios, a ampliar
los beneficios de las jubilaciones y pensiones que amparen a la familia argentina, si no
se protege y subsidia a la maternidad, se planifica la vivienda higiénica al alcance de
todos y se organiza la economía nacional con sentido popular; en una palabra, hasta
que el nivel de vida del pueblo le permita llegar sin esfuerzo a las fuentes de la cultura
y de la higiene, es decir a los auténticos sostenes de la salud física, espiritual y social.
Para Grecia y Roma la salud fue siempre un ideal consubstanciado con la demo¬
cracia, pues para ellos no podía existir armonía en la sociedad de los hombres, sin
armonía orgánica de los individuos, sin una naturaleza humana capaz de gozar en
la salud integral que supone el culto a la danza, a la gimnasia y al baño, a ese baño
símbolo de limpieza que era el índice de la felicidad de esos pueblos creadores de
cultura, de arte y de ciencia. Ellos afianzaron las bases de lo que hoy llamamos la
Eubiótica, la ciencia de la salud, esa ciencia que supera a la higiene al ampliar con su
lente los pequeños y grandes factores del bienestar humano.
Los mártires de la ciencia
La valorización de la salud como factor económico, social y de cultura, es ya una doc¬
trina panamericana, rubricada por los héroes y los mártires de la sanidad, pues exige
—como todos los grandes avances del espíritu humano— el sacrificio y la abnegación
de los hombres a quienes el destino ha señalado para misioneros de las grandes causas.
152 ■ Política sanitaria argentina
Recordamos en este 2 de diciembre, el nombre del médico norteamericano
doctor Reed, que con fines experimentales se inoculó el virus, por obra del cual
sucumbiría un poco más tarde; al doctor Nogucci, investigador de la Rockfeller, que
pereció buscando el germen de la fiebre amarilla, en las desoladas costas de África; al
doctor Taylor Ricketts, quien en el año 1910 contrajo la misma enfermedad contra la
cual estaba empeñado en luchar: el maligno tabardillo de México; al doctor Howard
Cross, muerto en 1922 en Veracruz, víctima de sus investigaciones sobre fiebre ama¬
rilla; al doctor Gorgas, que planificó y ejecutó las obras de saneamiento de Panamá,
gracias a lo cual se pudo construir el canal, pero que pagó con su vida esa hazaña
agonizando en una cama de hospital en Londres.
En el Perú se recuerda y venera el nombre de Carrion, que inmoló volunta¬
riamente su vida para demostrar, científicamente, la identidad de las formas de la
enfermedad infecciosa que hoy lleva su nombre.
En nuestro país tenemos al doctor Javier Muñiz, que murió en su puesto
luchando contra la fiebre amarilla, pero quiero también, en esta oportunidad, rendir
homenaje a todos los médicos argentinos que oscuramente han muerto por con¬
tagios, y son centenares; hay muchos que contrajeron la tuberculosis en su puesto
de trabajo sin que ni siquiera las autoridades hubieran tornado cabal conciencia
del hecho; no podemos pedir mucho al respecto puesto que nosotros mismos —
los médicos— subestimamos los riesgos diarios y permanentes a que nos expone la
profesión. Pero quisiera extraer del olvido un nombre —quizás desconocido para
todos ustedes— que simboliza al héroe anónimo de la medicina argentina, uno de
esos héroes olvidados porque desaparecieron con la modestia y abnegación con que
vivieron cumpliendo con su peligroso deber. Voy a recordar al doctor Abraham Fer¬
nández, médico del ex Departamento Nacional de Higiene, que investigando el tifus
exantemático en la cordillera de los Andes, y después de evitar que nuestra patria
fuera invadida por este mal, cayó víctima de la misma infección que él había evitado
a tantos otros seres indefensos.
Estos sacrificios son indispensables para el progreso de la ciencia médica y la
defensa sanitaria de los pueblos de América. Como entre hombres primitivos, en
que los pactos de amistad se ratifican mezclando la sangre de los jefes, así nosotros
—todos los pueblos de América— hemos entregado sangre de nuestros hombres
de ciencia para el bien colectivo, porque después de todo, de acuerdo al precepto
de Nietzsche “debemos escribir con sangre, porque solo así aprenderemos que la
sangre no es otra cosa que el espíritu”. Solo seremos grandes y fuertes, si esa América
sabe y comprende que por encima de los materialismos está el espíritu, el espíritu
santo de nuestros héroes y nuestros mártires.
Cuatro mil millones de pérdidas
La conquista del bien colectivo, de la salud, ha sido concretada sacrificio sobre sacri¬
ficio, en base al corazón y al espíritu, sin advertir y sin pensar que al mismo tiempo,
todos esos esfuerzos humanitarios —concebidos sin espíritu de lucro— se traducían
El valor de la salud ■ 153
a la larga en bienes materiales y concretos. Tierras afectadas por el paludismo o por
cualquier otra peste no valen nada y no producen, pero por obra del saneamiento
se transforman en fértiles y ubérrimas, su precio sube enormemente, y el hombre
puede fecundarlas sin temores y cubrirlas de verde, puede desparramar en su seno el
germen de futuras cosechas, en la certeza de que las espigas doradas cantarán al ritmo
del viento, la canción triunfadora de la prosperidad y de la felicidad del hombre.
Alguna vez hemos calculado lo que se pierde en nuestro país por razones de
enfermedad, llegando a la conclusión de que esas pérdidas suman cuatro mil
millones de pesos al año. Pero este es un aspecto negativo; tasamos en pesos lo que
se pierde. ¿Pero hemos calculado alguna vez el valor de la salud, es decir el valor
positivo? ¿Hemos calculado y meditado sobre lo que vale un argentino en relación a
lo que produce el país? Las inmensas riquezas de nuestra patria, toda esa caudalosa
riqueza que se exporta, que asombra por su desproporción con el número de habi¬
tantes, nos está indicando a las claras que un argentino que produce tiene un alto
valor. ¿La salud de ese hombre no tiene un precio? Si alguien desea ahondar en esta
cuestión llegará a conclusiones sorprendentes, y su sorpresa será mayor, si compara
lo que produce cada ciudadano, con las cifras que se invierten por persona para con¬
servar la salud de ese productor celular que es el hombre argentino.
Cuesta un precio traer un niño al mundo, educarlo, modelar su carácter, darle
una instrucción técnica y formar un hombre; todo eso cuesta dinero al Estado y
a los padres, como cuesta también atenderlo como enfermo o pensionarlo como
jubilado. Por eso no es solo un deber, es hasta una conveniencia material, evitar que
este ser —que es un capital invertido— deje de producir o se transforme prematu¬
ramente en una carga para la familia y para la sociedad. Si la vida útil del hombre
se acorta, si el término medio de vida es muy bajo, como ocurre en nuestro país,
cerrando los ojos se puede asegurar que el Estado y la sociedad están haciendo un
mal negocio.
La fría conveniencia de los números
Todas estas afirmaciones, a pesar de su tono materialista, demuestran que la me¬
dicina fundada en la caridad, en el sentimiento de solidaridad humana, en la filan¬
tropía —que son esencia y fondo del concepto médico—, tiene también el respaldo
de la fría conveniencia de los números, los cuales pueden ser apreciados perfecta¬
mente por cualquier hombre de negocios.
Muchas soluciones, sobre todo las sociales o económicas, escapan a las posibili¬
dades del médico. En otros países, en Chile por ejemplo, fueron médicos los pro¬
motores del movimiento social, del seguro y de la previsión social, porque nuestro
gremio, como pocos, conoce las miserias y grandezas del ser humano, aunque des¬
graciadamente, en nuestro país, el sentido social de la medicina no ha sido aun total¬
mente apreciado por el cuerpo médico, sin dejar de reconocer por ello la existencia
de espíritus selectos y precursores que desde años atrás intuyeron el gran problema
nacional que hoy se resuelve por la política social del Gobierno del general Perón.
154 ■ Política sanitaria argentina
Las cuestiones vinculadas a la madre y al niño, por ejemplo, prueban que se trata
de problemas que deben ser resueltos más con un sentido médico-social, que téc¬
nico-profesional. A los fines de la salud pública, es más importante proporcionarle
a la madre los medios para que una vez que tiene el hijo a su cargo pueda defen¬
derse de contingencias posibles, o bien proporcionar al padre, junto con el sentido
de la responsabilidad, los medios para atender al nuevo hijo. Todo ello vale más
que rodear al parto de lujos sanatoriales, que de hecho y biológicamente son menos
indispensables.
Factores contrarios a la salud
Los factores que gravitan en el mundo actual para reducir el valor de la salud son a
nuestro juicio:
1. La vida artificial, impuesta por la civilización. Eso solo se corrige colocando
al hombre en condiciones tales que subsista lo más cerca posible de las
condiciones naturales de vida. Ejemplo: evitar que el pueblo se nutra de
alimentos conservados en lugar de los naturales y frescos, o que por errores
de concepto los someta a deformaciones culinarias, quitándoles todo
el valor que tienen crudos. Sabemos muy bien que hasta ahora ningún
alimento artificial puede reemplazar al natural; los especialistas en niños no
han inventado aún un alimento capaz de sustituir al pecho materno. Solo a
título de ejemplo menciono este hecho, tal vez un poco impresionado por
una estadística que hace poco realizamos en un barrio muy modesto de la
capital, donde se comprobó que el 95% de sus habitantes se alimentaban
exclusivamente de alimentos en latas y de fiambres. Casi todos carecían de
cocina.
2. El sedentarismo que se produce como secuela de la concentración de
población en los grandes centros urbanos, y lo que resulta de esas mismas
grandes concentraciones, para ajustar la protección recíproca a las
infecciones, malos hábitos, falta de luz, contaminación del suelo, basuras,
etc. Todo esto se combate racionalizando la educación física y regularizando
las ciudades con los verdes necesarios, saneando y adecuando la población
a las zonas; en otros términos, aceptando las directivas modernas del
urbanismo, que a fin de cuentas es una rama de la higiene —porque no
existirá arquitectura racional, si no respeta las leyes de la higiene pública—;
concepto que resulta claro al leer la “Carta de Atenas”, concebida por
arquitectos, pero que pudo ser ratificada por los médicos higienistas.
3. El neomalthusianismo, que causa más muertes que el hambre, la guerra
y las pestes, con todo un cortejo de males complementarios, con su fatal
incidencia sobre la salud de la mujer al debilitarla y preparar el injerto de
otros males ineludibles.
El valor de la salud ■ 155
A pesar de todos estos planteos generales de la medicina, a pesar de que disminu¬
yendo la mortalidad por infecciones se ha logrado prolongar la vida del hombre, de
los enormes progresos de la terapéutica y de la cirugía, de la inteligencia social con
que se están abordando los problemas médicos, de que vamos reduciendo rápida¬
mente el área palúdica, de que la mortalidad infantil disminuye ostensiblemente, a
pesar de todo estamos ante problemas concretos del enfermo “que claman al cielo”,
como diría Paracelso.
A pesar de todo —repito—, los manicomios están atestados de enfermos; la mor¬
talidad por cáncer no ha disminuido, al contrario parece crecer; una tercera parte de
los hombres mueren por enfermedades del corazón; y 12.000 tuberculosos deam¬
bulan por el país sin tener dónde internarse.
El crecimiento de la población
Ese es el panorama de nuestra patria en la materia, pero ello no quiere decir que
estemos especialmente atacados por enfermedades, sino simplemente que nuestra
población ha crecido como diez y nuestras defensas sanitarias solo como uno. De¬
jemos constancia que ese uno —ya muchos años atrás— era muy insuficiente frente
a la magnitud de los hechos, ante los cuales la actitud más cómoda fue siempre o
ignorarlos o negarlos.
Por eso en el plan sanitario de la Secretaría de Salud Pública de la Nación se con¬
templan tres etapas, que pueden realizarse paralelamente, respondiendo al estado
de necesidad de cada zona del territorio:
Primera etapa-. Atender a los enfermos que ya existen y que son a razón de 1 cada
100 habitantes; para eso deben construirse todos los hospitales que hagan falta,
aunque los higienistas nos digan que con hospitales no resolvemos el problema de la
salud del pueblo. Pero el hecho es que hasta tanto nuestras organizaciones sanitarias
no se perfeccionen y lleguen al nivel a que deban llegar, no podemos prescindir de
los hospitales.
Segunda etapa-. Evitar que la gente se enferme o tomar precozmente a los pacientes
en momentos en que, bajo un aspecto de buena salud, ocultan un mal evolutivo y des¬
conocido para el mismo interesado. Eso exige una tarea grande de educación y la orga¬
nización de la medicina preventiva a la que estamos entregados con todo entusiasmo,
venciendo dificultades que parecen invencibles y que son de todos modos grandes.
Tercera etapa-, O de la medicina formativa, que tiene por objeto adoptar las medidas
necesarias para que el hombre argentino nazca fuerte y se desarrolle sano, con un
sentido de la vida tal que le permita ser feliz en el trabajo, gozar de los pequeños
y modestos placeres de la vida; en otros términos, que sea hombre de afrontar las
contingencias del destino con fe y optimismo. Todo eso es posible cuando el ser
humano tiene ese ahorro de potencial biológico que se llama la salud, porque “estar
sano” significa poder cumplir los fines de la propia existencia y afrontar la vida con
suficiencia y vocación. Solo así surgirá del pueblo argentino el gran porvenir que le
está señalado, con libertad y poderío, y solo así marchará hacia su meta vocacional,
156 ■ Política sanitaria argentina
“más allá del mar, que es el morir”, superando los lindes, donde nuestra creencia
cristiana ha ubicado la ruta eterna de la inmortalidad.
Sería inútil aclarar —ante médicos higienistas— que estas tres grandes etapas del
plan por la conquista de la salud del pueblo argentino se cumplen sucesivamente,
pero su desarrollo es simultáneo, dándose por ejemplo en la primera etapa prefe¬
rencia al problema del enfermo, sin dejar de lado al sano y sin dejar, en menor pro¬
porción, de modelar las generaciones futuras.
El hombre es capaz de grandes cosas —inclusive de modificar y perfeccionar la
naturaleza humana—, por eso los médicos tenemos profunda fe en la nueva orien¬
tación social de nuestra patria, porque a su impulso podemos transformar las desar¬
monías en armonías, para bien y felicidad del pueblo argentino.
El valor de la salud ■ 157
Sugestiones para los futuros congresos
nacionales de medicina 1
Es para mí un honor —como médico, profesor universitario y secretario de Salud
Pública de la Nación— inaugurar el VII Congreso Nacional de Medicina, después
de casi diez años en que este congreso había dejado de satisfacer los propósitos tan
bien expresados —en su oportunidad— por su primer presidente, el doctor Gre¬
gorio Aráoz Alfaro, estimado maestro que hoy, al cabo de un cuarto de siglo, está
aquí, entre nosotros, cumpliendo como un soldado con su deber de ciudadano y de
médico eminente.
El Poder Ejecutivo Nacional —al que represento en estas circunstancias— observa
complacido el desarrollo de una intensa actividad intelectual en el país, paralelo a su
pujante desarrollo económico social y que aparece como respondiendo al deseo rei¬
teradamente expresado por el excelentísimo señor presidente de la nación, general
Juan Perón, de promover todas las altas manifestaciones del espíritu, es decir de la
ciencia, del arte y de la cultura, las que deberán vigorizarse, adoptar formas nuevas
o simplemente volver a los antiguos cauces abandonados.
La medicina como ciencia social
El tradicional Congreso Nacional de Medicina está casi olvidado —repito—, no obs¬
tante su brillante tradición, su utilidad práctica y el significado de sus reuniones,
como expresión del adelanto de la medicina, sin dejar de reconocer que su trascen¬
dencia sería mucho mayor si concebimos a la medicina no como ciencia aplicada,
como mero esfuerzo técnico profesional, sino también como ciencia social supe¬
ditada a las necesidades generales del pueblo y del Estado.
El señor presidente de la nación apoya decididamente las iniciativas serias como
la que hoy nos congrega, y no las estimula con promesas, sino con realidades con¬
cretas, como lo prueban los congresos y conferencias sanitarios nacionales e inter¬
nacionales que se han celebrado o se celebrarán en nuestro país, los cuales —como
pocas veces— han recibido la ayuda oficial práctica y efectiva para asegurar su éxito
y lucimiento.
'Discurso pronunciado al inaugurar el VII Congreso Nacional de Medicina, el día 9 de diciembre de
1947 en La Plata.
Sugestiones para los futuros congresos nacionales de medicina
159
Gobierno dispuesto a colaborar
Es difícil que otros Gobiernos hayan expresado con mayor claridad y decisión el
deseo de colaborar con las iniciativas científicas de los universitarios como este Go¬
bierno del general Perón, que estará gustoso en todos los campos donde se requiera
su presencia para el triunfo de la gran tarea de la investigación y el progreso de las
ciencias, y estará presente no solo con su estímulo moral, que no es suficiente, sino
con aportes materiales, sin los cuales la ciencia y la investigación quedan reducidas
a meros anhelos y buenas intenciones. Nada sería más grato al espíritu nacional —y,
por ende, al Gobierno que represento— que la prosperidad y abundancia económica
del país se traduzca en una gran prosperidad de las investigaciones originales y en
una mayor suma de descubrimientos científicos, que pueden ser ya frutos maduros
del talento, del esfuerzo y del patriotismo del hombre argentino.
Los congresos médicos configuran por ahora el mejor sistema, el sistema más
orgánico de presentar una síntesis viva de la experiencia científica y técnico profe¬
sional, recogida por los médicos de mayor prestigio y dedicación en cada una de las
especialidades y subespecialidades en que, por evolución necesaria y natural, se ha
dividido la ciencia médica. Es además un medio eficaz para actualizar los conoci¬
mientos del médico práctico, promover el intercambio de ideas, doctrinas, procedi¬
mientos terapéuticos y técnicos y facilitar el entendimiento directo y personal entre
estudiosos e investigadores dentro de un mismo orden de conocimientos.
Los progresos de la medicina
Los médicos, más que otros agentes de la actividad humana, somos muy dados a or¬
ganizar congresos, conferencias, jornadas, o reuniones generales o especializadas, y lo
hacemos —vaya esto en descargo— no por deporte o por exhibicionismo, sino impul¬
sados por una verdadera y auténtica necesidad profesional y científica. Esa necesidad
se origina en la naturaleza misma de las ciencias médicas, en las rápidas mutaciones
de doctrinas y de criterios y, sobre todo, en estos últimos años, en el progreso cons¬
tante y acelerado de la técnica que impone al profesional que desea “estar al día” una
actividad permanente para renovar sus orientaciones y métodos. La medicina ha pro¬
gresado en estos cincuenta años tanto o más que en dos milenios de vida civilizada.
Por lo mismo y como una consecuencia, ocurre que las soluciones técnicas cambian
con tanta velocidad que apenas han sido publicadas en una revista científica, aparece
otra que señala un nuevo progreso, una nueva conquista un nuevo descubrimiento.
Perfeccionamiento del diagnóstico
El perfeccionamiento técnico —por ejemplo— ha transformado el diagnóstico en un
arte que día a día se aproxima a la precisión matemática, siempre naturalmente, que
sus detalles sean manejados por especialistas. Contrariamente, el médico general,
160 ■ Política sanitaria argentina
por lo mismo que debe afrontar problemas variados, está lejos de estas precisiones
y le resulta difícil por no decir imposible, mantenerse informado de los progresos,
no pudiendo disponer de un panorama del estado actual de la ciencia médica, sino a
costa de grandes sacrificios. El Congreso Nacional de Medicina debe tender, pues, a
presentar a los médicos del país el panorama a que me refiero. Es indiscutible que el
médico que no estudie y lea constantemente, queda en poco tiempo muy rezagado
y su actividad profesional resentida por inactual y por falta de información, siéndole
muy penoso ante la falta material de tiempo y por sus absorbentes actividades, suplir
ese inconveniente que ningún colega desconoce. De donde resulta —insisto—, que
sería una finalidad trascendente y al mismo tiempo práctica del Congreso Nacional
de Medicina, el hacer llegar al médico argentino todas aquellas adquisiciones re¬
cientes, actualizadas y ordenadas con sentido crítico, dejando a un lado la hojarasca
para concretarse a lo positivo y bien confirmado, de modo tal que se pueda satisfacer
al médico con ansias de información y perfeccionamiento, presentándole periódi¬
camente un conjunto de normas útiles y bien seleccionadas; todo ello, sin perjuicio
de la inclusión en los temarios —como se hace ahora— de las contribuciones alta¬
mente especializadas de investigación o tratamiento, o de simple comprobación de
hechos de observación o experimentales.
Organización estable y permanente
Para cumplir cabalmente estos propósitos sería eficaz transformar la vigente orga¬
nización del Congreso Nacional de Medicina, en una organización estable y perma¬
nente, donde su éxito y regularidad no dependa exclusivamente de los entusiasmos,
buena voluntad y sacrificios personales de los dirigentes y de su mayor o menor de¬
dicación, sino que siempre esté asegurado de antemano por disponer de fondos, di¬
rectivas, sede y personal propio. En otros términos, crear una verdadera institución
encargada únicamente de preparar el Congreso Nacional de Medicina hasta en sus
más mínimos detalles. El Gobierno de la nación no tendrá ningún inconveniente en
contribuir con su apoyo a estabilizar y consolidar la organización, que podría estar a
cargo de un comité permanente formado por representantes de los diversos sectores
y por todos los ex presidentes del Congreso, pues el Poder Ejecutivo está convencido
de la enorme importancia que asumiría dicha organización desde el punto de vista
social, científico y profesional.
Felicito, pues, en nombre de la Secretaría de Salud Pública de la Nación a los orga¬
nizadores de este Congreso Nacional, en especial a su presidente doctor Christmann,
y les digo que apreciamos y agradecemos en nombre del país, el esfuerzo que sig¬
nifica el haber llevado a feliz término la tarea, sobre todo después de tantos años
transcurridos en que la magnífica historia de los Congresos Nacionales de Medicina
había quedado detenida.
En mi carácter de secretario de Estado, responsable de la salud pública de la
nación, desearía aportar al Congreso algunas sugestiones dictadas desde mi actual
posición de hombre de Gobierno, ya que, como cirujano contribuyo modestamente
Sugestiones para los futuros congresos nacionales de medicina m 161
en la sección especializada con mi experiencia sobre cirugía de la médula espinal.
No podría dejar pasar este momento oportuno sin precisar algunos puntos de vista
sobre la planificación del Congreso que hoy inauguramos, desprovistos por cierto
de todo asomo de crítica e inspirados, por el contrario, en el anhelo ferviente de
que se introduzcan algunas reformas conceptuales —a mi juicio ventajosas— en
el venidero Congreso Nacional de Medicina que desde ya hago votos para que se
realice lo más pronto posible.
Los problemas sociales
El Congreso actual consta de tres grandes secciones: I) Biología; II) Medicina; III)
Cirugía. En mi contacto con las necesidades sanitarias del país he podido advertir la
falta alarmante de preocupación de los médicos por los problemas sociales relacio¬
nados con la medicina y la administración sanitaria, por lo cual insinúo —como algo
impostergable— la creación de dos secciones nuevas en el Congreso Nacional: la IV)
de Higiene y Medicina Social y V) de Organización Hospitalaria.
Esbozo esta sugestión porque estoy convencido de que si el Congreso se man¬
tiene encastillado en sus tres secciones tradicionales, nos habremos atado a las clá¬
sicas orientaciones de la medicina individualista y cientificista, olvidando que la
medicina contemporánea se orienta al ritmo de la tónica social de los pueblos y que
el binomio secular, médico-enfermo, tiene un tercer socio interesado en la actividad
del médico y ese socio es la colectividad representada por el Estado, que día a día
toma más injerencia en la organización colectivista de los servicios médicos desde
el momento que un enfermo, una recuperación funcional postergada sin motivo,
un inválido, una incapacidad prematura, una muerte injustificada, perjudican por
igual a la familia y a la sociedad; y no es por consiguiente, un problema de exclusiva
incumbencia del médico y del enfermo.
La palabra de los especializados
La medicina —en sus aspectos sociales— es la que preocupa a los hombres de Go¬
bierno; por eso desearíamos escuchar el consejo y las orientaciones de los especia¬
listas en estos temas, especialistas que, desgraciadamente, son muy pocos en nuestro
país, por lo cual convendría estimular su formación en mayor escala. Observando la
lista de trabajos presentados a este Congreso, se advierte la escasa contribución de
estudios concretos sobre los temas que interesan urgentemente al país, es decir a la
organización sanitaria de la nación: por ejemplo, ni un solo trabajo sobre régimen
sanitario de mercados y frigoríficos, ni un solo trabajo sobre reglamentación de la
higiene de los cementerios, ni sobre solución del problema de las basuras, ni sobre
higiene de las ciudades, etc.
La IVsección o de Higiene y Medicina Social podría comprender subsecciones sobre
higiene pública, medicina preventiva, Medicina del trabajo, higiene y medicina del
162 ■ Política sanitaria argentina
deporte, seguro de salud, medicina escolar, epidemiología y endemias, bancos de
sangre, medicina de los seguros de vida, asistencia de alienados, asistencia de los
enfermos de mal de Hansen, el problema social y de recuperación de los tubercu¬
losos, el saneamiento urbano y rural, la bioclimatología y el termalismo, la meteoro-
patología, el valor económico del hombre argentino, la asistencia social, los servicios
sociales, la lucha antipalúdica y contra las enfermedades regionales, y tantos otros
problemas de gran importancia para la colectividad.
Mi trabajo sobre 50 o 100 casos de tumores de médula, reunidos en diez años de
experiencia en neurocirugía puede ser una contribución interesante a la medicina
individualista, pero carece de todo valor frente al tremendo problema económico y
social de los 100.000 tuberculosos por año, de los 30.000 alienados y de los 3.000
leprosos que ambulan por el país en busca de una cama; de los 200.000 palúdicos
que rinden el 30% de su capacidad de trabajo y de los 50.000 seres que se pierden
al año —y que no debían perderse— por falta de una organización médico sanitaria
suficientemente capaz de resolver esos problemas. Lo que ganamos con el trata¬
miento individual de un enfermo, que tiene la suerte de ser atendido con todos los
recursos de la técnica, debe ser proyectado ahora al ámbito social para que todos los
argentinos, pobres o ricos, gocen de los mismos beneficios desde el momento que la
salud es un derecho igualitario y que no reconoce jurisdicciones políticas ni sociales
ni económicas.
La Organización Hospitalaria
La V sección que propongo, o sea la de Organización Hospitalaria, resulta de la nece¬
sidad de administrar racionalmente los establecimientos asistenciales y estudiar los
nuevos proyectos en relación con las funciones. Declaro que en esa materia estamos
en los primeros balbuceos, por no decir en pleno empirismo. Nuestros médicos —
salvo excepciones en algunos funcionarios— poco o nada se han preocupado de la
planificación de un hospital y de su manejo especializado, siendo contados los que
conocen, por ejemplo, lo que son servicios generales, esto es, la instrumentación
racional de cocinas, roperías, lavaderos, crematorios y los mil pequeños detalles que
aseguran la administración científica de un establecimiento, es decir su elevada efi¬
cacia técnica y social, con el mínimo de costo y el máximo rendimiento.
Nuestros hospitales, actuales y futuros, reclaman que los médicos tomen en serio
la necesidad de especializarse en administración hospitalaria, que es una de las más
complejas y difíciles que existen. Actualmente cualquiera, por el solo hecho de ser
médico, considera que puede dirigir un hospital; y la cosa no es tan fácil. Lo dirigirá
sí, pero a costa de los enfermos, de su alimentación, del mal servicio, de un enorme
dispendio de dinero y de la desorganización integral del establecimiento. Luego se
le atribuye todo a la falta de fondos, cuando se trata en realidad de falta de conoci¬
mientos administrativos, los cuales de existir, hubieran obligado a un planteo mate¬
mático de los gastos y a su jerarquización en relación a los servicios.
Sugestiones para los futuros congresos nacionales de medicina m 163
La obra médico-social del Estado
Me veo en el deber de señalar estos problemas a la clase médica para pedirle su cola¬
boración patriótica a fin de que podamos de una vez por todas encauzar inteligente¬
mente la obra médico-social del Estado, sin improvisaciones y tanteos infructíferos.
Otro problema que pongo a vuestra consideración es el déficit del personal de
auxiliares técnicos, en primer término el de enfermeros, déficit que es tan grave en
cantidad como en calidad. Si cada jefe de servicio o cada director de hospital no
apoya o fomenta el desarrollo de las escuelas de nurses, nos encontraremos dentro
de cinco años con magníficos establecimientos, pero con directores que ignoran
la organización sanitaria y además para completar el cuadro, con un personal de
10.000 enfermeros y auxiliares sin la vocación y la preparación indispensables para
su misión; seguiremos careciendo de auténticos enfermeros como ocurre actual¬
mente, donde de 100, solo 5 están a la altura de sus tareas. Naturalmente que la
Secretaría de Salud Pública de la Nación ha tomado ya las previsiones para que esto
se evite en lo posible, pero el problema no podrá ser resuelto si no cuenta con la
comprensión acabada del cuerpo médico argentino.
Para terminar, permitidme otra reflexión. Entiendo que para acentuar las fina¬
lidades prácticas del Congreso Nacional de Medicina, sería interesante para todos
el establecer un relato inamovible —para cada vez que se produjera la reunión—,
relato que podría denominarse: “Los cinco adelantos terapéuticos más importantes”,
incluida en el concepto no solo la terapéutica clínica, sino también la quirúrgica.
Este relato debe tener un carácter de divulgación y estar concebido en forma tal que
interese por igual a todos los médicos, cualquiera fuere su especialidad.
Os pido disculpas por algún exceso involuntario en mis apreciaciones. Al enunciar
con franqueza mi pensamiento, creo contribuir a vuestra tarea, como médico y
como secretario de Salud Pública. No podría comportarme de otra manera, pertene¬
ciendo como pertenezco, a un Gobierno ejecutivo y realizador, cuyos integrantes no
se pagan de las palabras convencionales y de la simple rutina formal. En nombre del
general Perón, jefe y animador de la nueva Argentina, hago votos para que vuestras
deliberaciones sean presididas por el generoso desinterés de la ciencia, el amor al
prójimo y el deseo de servir a la patria.
164 ■ Política sanitaria argentina
Misión del personal y directivas a los
médicos de salud pública 1
El año pasado instituimos la comida anual de camaradería, con la concurrencia
de todos los empleados, sin distinción de jerarquías y cargos, a fin de que todo el
personal de Salud Pública, desde el médico eminente hasta el más modesto de los
servidores, comparta la misma mesa como compañeros de trabajo. En nombre del
general Perón, que ha depositado en nosotros su confianza, os saludo y lo hago como
compañero y amigo de todos ustedes.
Concepto general de la organización
El mismo secretario de Salud Pública no cuenta nada individualmente dentro de
la organización estatal destinada a velar por la salud pública; en cambio, valemos
mucho en conjunto, todos nosotros, como institución dinámica que cumple las
tareas de atesorar caudales biológicos para la patria, empresa donde nuestra insigni¬
ficancia debe agrandarse hasta las dimensiones del problema nacional y afrontar por
separado, y en conjunto, el plan de acción de la Secretaría.
Solo es posible resolver el problema trabajando y trabajando hasta el último
esfuerzo; solo así seremos dignos del pueblo que confía en nosotros y de la familia
argentina, germen y movimiento celular de la riqueza, prosperidad y grandeza
nacional.
Fue también uno de nuestros propósitos aprovechar estas comidas de camara¬
dería para tributar un homenaje cada año, a un técnico y a un obrero que hubiesen
demostrado cabal comprensión de sus funciones, elevado sentido moral o abne¬
gación al servicio de la salud pública. El año pasado lo hice por primera vez, encon¬
trándose entre los presentes los propios interesados, sorprendidos del reconoci¬
miento consagratorio de que se los hacía objeto. Esta noche pongo a consideración
de ustedes dos nombres: el de un médico y el de un peón. Ni uno ni otro están entre
nosotros, pero por sus méritos debemos declararlos presentes en esta fiesta de com¬
pañerismo, de la amistad y del reconocimiento.
Me refiero al doctor Arturo Temporini y al obrero Miguel Guanea.
'Discurso pronunciado en la segunda comida anual de camaradería del personal de la Secretaría a su
cargo, el día 22 de diciembre de 1947.
Misión del personal y directivas a los médicos de salud pública
165
Funcionarios y obreros dignos de Salud Pública
Al doctor Arturo Temporini, director del Leprosario San Francisco del Chañar, que
solo, sin colegas que lo ayuden en forma permanente, a cargo de 300 leprosos,
aislado del mundo en un campo desolado, lejos de todo, ganando un sueldo insig¬
nificante durante años, sustraído al ejercicio privado de la profesión, ha sido capaz
de mantener un hospital en condiciones ejemplares de eficiencia técnica y social,
rodearse del afecto de los enfermos y de la disciplina consciente del personal.
Al peón jornalizado Miguel Guanea , que durante años ha sido —y sigue siendo
en el hecho— un funcionario. Merece llamarse “funcionario” porque ha velado hon¬
radamente por los intereses de la Secretaría de Salud Pública, cuidando las 5.000
hectáreas del llamado “Potrero de Linares” en Salta, olvidadas las tierras y olvidado su
humilde y circunstancial representante durante años y que, sin embargo, ha sabido
mostrarme una verdadera estancia en lugar de un potrero, hermoso lugar donde
ahora, —extraída del cementerio burocrático— el hombre solitario y el campo
fecundo serán los sillares de la ciudad Hospital de la Provincia del Güemes legen¬
dario, entre cuyos gauchos, entreverado de lanzas y guardamontes, atronó los valles
con gritos de desafío algún remoto antepasado de ese modesto empleado de Salud
Pública, servidor de la tierra ecuménica y fáustica, instintivo y vital defensor de la
patria auténtica y pacífica y ejemplo de paz para el mundo atormentado.
En fin, quisiéramos que esta comida como las que se realicen futuramente, con¬
tinuando esta iniciativa, sea una reafirmación simbólica de unidad espiritual entre
los empleados de la Secretaría de Salud Pública, quienes deben sentirse orgullosos
de pertenecer a ella, orgullo afianzado en el compromiso irrenunciable, contraído
implícitamente por todos nosotros, de sentir y pensar lo mismo en el cumplimiento
de nuestros deberes; en otros términos, tenemos el compromiso de patear para el mismo
arco, como lo ha dicho tan gráficamente el general Perón. En nuestra organización, por
tratarse de un cuerpo nuevo, que crece por aposición y por creación constante, el
peligro de la desunión es mucho mayor que en cualquier otra parte, donde el ritmo
y las normas tienen tradición. En un año, de 6.000 empleados fundadores, hemos
llegado a 26.000, distribuidos en todo el país; este rápido crecimiento no ha podido
realizarse sin los dolores propios del crecimiento.
Invocación al compañerismo
Os pido especialmente respeto para los compañeros sobrecargados de trabajo. Las Di¬
recciones Generales de Personal y Administración ahora tiene exactamente cuatro
veces más tarea que antes, nada más que para atender nuestros problemas, sin contar
los inherentes a las funciones específicas de la Secretaría; por eso algo hemos de¬
legado en la Inspección General de Personal, creando en ella la Sección Bienestar de
los Empleados de esta Secretaría de Estado.
No es posible resolver de golpe todos los problemas individuales, ni es posible,
que un empleado de 25 o 30 años de servicios, que durante un cuarto de siglo ganó
166 ■ Política sanitaria argentina
$160 m/n y ahora, gracias al general Perón, gana por el escalafonamiento $375
m/n, proteste porque a los 10 meses no se le vuelva a ascender a $500 m/n. Eso
se llama incomprensión y más que incomprensión, inconsciencia. Todos deseamos, el
presidente de la nación en primer término, que cada uno tenga su merecido, pero
tampoco aceptaremos, bajo ningún punto de vista, reclamos inoportunos que no se
justifiquen en la capacidad o el rendimiento.
No olviden que hace un año apenas, los médicos ganaban $200 y que había cen¬
tenares de viejos empleados con $160 m/n: a pesar de sus incontables años de ser¬
vicios; que había miles que jamás fueron ascendidos. Ahora eso ha sido reparado y se ha
promovido personal dentro de las posibilidades del presupuesto, pero ya sabemos
que los ascensos parciales nunca conforman a nadie. Os aseguro, en cambio, que si
alguno hubiera quedado postergado a pesar de su antigüedad, a principios del año
próximo, todos serán elevados a la categoría que les corresponda por sus méritos, no
por sus recomendaciones, que serán desterradas de nuestra organización por la falta de
ética que ellas implican.
En cuanto a los médicos, reconozco que a ellos solo les hemos acordado el sueldo
mínimo, porque su escalafón era menos urgente que el del personal más modesto,
es decir, el administrativo y el de maestranza. Pero anuncio para el año próximo el
escalafón integral para los médicos sanitarios —es decir— para los que llamo “Médicos
de Salud Pública”, que constituyen una categoría especial dentro de la profesión.
Señores médicos de Salud Pública: es indispensable que todos los días resplan¬
dezca en vuestro espíritu la convicción de que la medicina argentina está sufriendo
un profundo cambio de orientación y que tratéis de infundir esa misma certeza a
todos los colegas que no son de Salud Pública.
Nuevos conceptos dominantes en la medicina argentina
El año pasado señalé —en estas mismas circunstancias— los grandes factores so¬
ciales de la salud y de la enfermedad, y en el curso del año lo he repetido hasta el
cansancio, en tantas oportunidades como se me han presentado. La alimentación
insuficiente o inadecuada del pueblo, la vivienda insalubre, el mal vivir higiénico, la
ignorancia y la pobreza son enemigos nuestros, tanto como los microbios o más que ellos,
sin contar que los hombres de nuestro tiempo pagamos un subido tributo vital a los
llamados progresos de la civilización, a su técnica, a su concentración industrial y a
sus grandes y antihigiénicas ciudades.
En un año de lucha hemos comprobado con estadísticas en la mano, cómo la
mejora de los salarios —sobre todo en el interior del país—, la mayor cultura sani¬
taria, una conciencia social despierta y atenta a la cosa pública, han gravitado decisi¬
vamente sobre el estado de nutrición del pueblo que está aprendiendo a vivir y sobre
la mortalidad infantil, la cual decrece a ojos vistas, y, en general, sobre todo el estado
sanitario de la nación, que mejora día por día en forma muy ostensible. La situación
actual es una consecuencia indirecta y en alguna medida imprevista, de la política
social iniciada hace cuatro años por el general Perón; obra social y humana que debe
Misión del personal y directivas a los médicos de salud pública m 167
ser completada, en sus consecuencias biológicas, por el cuerpo médico argentino, a
quien le corresponde la responsabilidad ante el país, de desarrollar la doctrina médi¬
co-social argentina hasta sus últimas posibilidades.
La medicina no es una simple rama de la biología; no es una ciencia de la natu¬
raleza exclusivamente, como pensaban nuestros antecesores; es también una ciencia
del espíritu y en este orden de ideas puede también considerársela como una rama
de la sociología, de la moral y hasta de la economía política.
La medicina es como un ser mitológico con su cuerpo sumergido en las tran¬
quilas aguas de las ciencias naturales y su cuello saliente de esas aguas, en el ámbito
de las ciencias del espíritu, allí donde se interrelacionan y conviven los hombres.
Los médicos de Salud Pública debemos ver no únicamente la biografía clínica o
quirúrgica, sino también los otros antecedentes biográficos, los que emergen de la
superficie, en el horizonte de nuestro positivismo tradicional —los morales, psi¬
cológicos y sociales—, en cuya estimación los médicos andamos todavía bastante
desavezados, por lo cual se nos escapa la totalidad del enfermo, no como enfermo,
sino como hombre. Estamos entendiendo recién las palabras de San Isidoro cuando
decía que: “la medicina es la filosofía segunda, porque una y otro se ocupan del
hombre entero”.
Directivas al médico de Salud Pública
El médico de Salud Pública debe poseer una conciencia moral, histórico-social y una
visión de economista y hasta un hondo sentido religioso, porque sin religiosidad no
es posible comprender el dolor de otros hombres, y sin esa comprensión no hay acto
médico integral. Sin fe y sin creencias, la medicina sería en sus manos simple cosa
de artesanos y la sanidad mera cuestión de ingeniería; incluso, en la pendiente del
escepticismo materialista, aceptar como cierto lo de Platón, de que: “la medicina es
mala si se emplea para defender a los débiles y enfermos”.
A la Secretaría de Salud Pública de la Nación no le interesa la enfermedad en sí,
sino el enfermo como hombre que produce y que sufre moral y socialmente. Por
ejemplo: frente a un caso de infiltración pulmonar, un médico de Salud Pública no
puede ni debe conformarse con un diagnóstico y tratamiento bien indicado; debe
saber el médico que ese ser ha edificado un hogar, tiene un destino que cumplir, una
profesión o una carrera que se interrumpen, desde el instante que la enfermedad
lesiona no solo el soma, sino también el espíritu y el medio circundante familiar y
social, el comundo, el umwelt o “mundo circundante” de Hans Driesch. Solo en ese
estado de enfermedad, descubrimos los hombres que la vida no es más que el temor
a la muerte, y para que nuestros fines personales no terminen en ella, nos arrojamos
a mirar al otro extremo del túnel para percibir apenas la luminosa presencia de Dios.
Todo esto debe saber y sentir el médico de Salud Pública, quien, con el ánimo
tenso en la obra, podrá entonces dirigir la tarea celular de miles de médicos que tra¬
bajan con sus manos en el cuerpo de otros hombres y con sus espíritus en el espíritu
de millones de enfermos.
168 ■ Política sanitaria argentina
Médico y enfermo son camaradas
No basta curar a los enfermos, evitar que los sanos se contagien, prolongar la vida
útil del hombre, encauzar el desarrollo de la raza, reducir los índices de morbilidad
y mortalidad, sino que es indispensable también recuperar los enfermos para la
sociedad, reconstituir su personalidad moral y social, readaptarlos, reeducarlos de
nuevo en la vida y conducirlos por el camino que los espera al abandonar el lecho,
y, en ese sentido, médico y enfermo, deben ser “camaradas en el mismo camino”.
Advertimos que aun en los casos de curación completa, no existe la restitutio
ad integrum de que tanto hablamos los médicos. El hombre que ha superado una
auténtica enfermedad, no vuelve jamás a ser el mismo, ni tiene las mismas posi¬
bilidades anteriores, por lo cual sería más exacto hablar de integra reditio ad vitam,
el retorno a la vida, ese retorno a la vida que ha pintado magistralmente Scotti
en un cuadro que habréis visto en un salón de la Secretaría de Salud Pública de
la Nación, sin meditar, quizás, el hondo significado filosófico de la concepción del
artista. Retorno a la vida de un hombre íntegro y sano, curado si se quiere, pero otro
hombre frente a otra vida.
El médico debe y puede “reinstalar al hombre en una existencia nueva, con
nuevos fines y nuevos medios”; tiene en sus manos el don mágico de recuperar seres
humanos, posibilitándolos para sus fines y si cumple con su obligación como médico
y como hombre, habrá cumplido consigo mismo, con el Estado, con la sociedad y
con Dios.
El hospital argentino, además de los fines a que se aplica, debe tender a nuevos
objetivos, entre otros los que derivan de su transformación como centro de reedu¬
cación, readaptación y reconducción de los seres que curados han abandonado su
recinto, con destino al mundo y a los suyos. Nos cabe a todos concretar en la práctica
la doctrina enunciada y para ello —insisto— es indispensable trabajar con unidad de
pensamiento y con responsabilidad.
Ningún esfuerzo ejecutado con amor se pierde, nada se destruye en la lucha
secular contra los sufrimientos del hombre, ni aun el más modesto esfuerzo; todos
movemos la rueda eterna y allí sumamos sacrificios para transformarnos, aunque
más no sea en partículas infinitas del gran todo; allí perdurarán nuestras buenas
acciones y aunque ellas no sean nada más que un punto en el espacio o un instante
en el tiempo, allí estará algo de nuestro espíritu, porque ese punto en el espacio,
o ese instante en el tiempo, es parte de la misma eternidad, ya que el amor nunca
fenece, mientras que la ciencia pasa y se olvida.
Ya lo dice el Eclesiastés: “Hay un tiempo en que has de caer en manos de los
médicos y ellos rogarán al Señor para que te aproveche lo que para tu alivio te
recetan”. He ahí la necesidad del asentimiento divino para el éxito de nuestra obra
como médicos; por eso el año pasado, al recordar a nuestros enfermos, os invoqué
las palabras sagradas del Maestro, que vuelvo a repetirlas para que resuenen como
bajo cúpulas de oro: “Todo lo que hagáis por los enfermos, lo hacéis por mí”.
Misión del personal y directivas a los médicos de salud pública ■ 169
La educación sanitaria 1
Dentro de la medicina se ha diferenciado en estos últimos años una nueva rama que
se llama educación y difusión sanitaria , la cual tiene por objeto enseñar al pueblo el arte
de conservar la salud y la técnica de vivir de acuerdo con los principios de la higiene.
Los médicos no debemos únicamente curar los enfermos en los hospitales o evitar
que los sanos contraigan alguna enfermedad aplicando las normas de la medicina
preventiva. Nos cabe también la obligación y la responsabilidad de aconsejar y con¬
ducir al pueblo por la senda de la vida plena, de acuerdo con la naturaleza humana,
en el orden biológico, moral y social, evitando el despilfarro de potencial humano
por negligencia o ignorancia. Si no cumplimos este propósito, nada aportaría la me¬
dicina a la masa, puesto que el bienestar físico y mental, es el punto de partida de
todas las determinantes de la felicidad del hombre, como que la felicidad se pierde
en cuanto el espíritu del mal se posesiona del cuerpo o del alma. La enfermedad es
un accidente, es lo negativo; en cambio, la salud es algo permanente, lo positivo, lo
cotidiano, lo que tenemos todos. Como en el caso de la libertad, advertimos angus¬
tiados que algo nos falta el día mismo en que la hemos perdido.
Cuidemos y defendamos nuestra salud con el mismo ahínco con que cuidamos
y defendemos nuestra libertad. La libertad en todas sus formas es un derecho del
pueblo; la salud, en todos sus aspectos, es también un derecho del pueblo, aunque
menos conocido y menos cotizado, porque la organización de la salud pública es
una conquista muy reciente de la humanidad. Mientras que la valorización de la
libertad lleva cinco milenios de elaboración, la salud —como materia del Estado y
derecho del pueblo— tiene no más de cincuenta años, y solo en las más recientes
constituciones de los países adelantados se ha incorporado ese importante capítulo
legislativo. En nuestra patria, la salud ha sido reconocida y proclamada por el general
Perón como uno de los derechos fundamentales del trabajador.
Para eso ha creado el general Perón la Secretaría de Salud Pública, para que
defendamos ese derecho, lo respetemos y lo hagamos respetar. A él, al excelentísimo
señor presidente de la nación, le debe el pueblo argentino la posesión y la conciencia
de este nuevo derecho, que, como todos los derechos, comporta deberes.
Ningún peronista puede descuidar su patrimonio original, que es su salud, sin
faltar a un deber con la patria, que necesita hombres fuertes, felices y optimistas,
capaces de afrontar con energía, inteligencia y decisión la inmensa tarea de construir
la nueva Argentina, la Argentina de Perón, de Perón cifra y ejemplo de gobernante
pacifista y constructivo en un mundo atormentado.
'Conceptos pronunciados por Radio Belgrano, el día 23 de diciembre de 1947, con motivo de la inicia¬
ción de una campaña popular de difusión sanitaria.
La educación sanitaria
171
La difusión, educación y propaganda sanitaria es el instrumento de que dispone
la Secretaría de Salud Pública de la Nación para hacer llegar al pueblo directivas para
el cuidado de su salud, es decir para el cumplimiento de su deber a fin de que sus
derechos se puedan ejercer legítimamente.
El que se enferma por negligencia o el enfermo que se agrava por desidia no
tiene derecho a reclamar la asistencia del Estado, que necesita en esta materia más
que en ninguna otra, la colaboración de todos los habitantes de la nación y de todos
los grupos sociales.
La educación sanitaria de las masas se opera por los medios modernos de difusión
y propaganda: periodismo, radio, escuela, conferencias, cinematógrafo, afiches, etc.
Con la colaboración de Radio Belgrano y por gentileza del señor Jaime
Yankelevich, la Secretaría de Salud Pública de la Nación inicia hoy una campaña de
difusión sanitaria de tipo auténticamente popular, en un lenguaje llano, y al alcance
de todos.
Es para mí una satisfacción inaugurar estas audiciones y quiero dejar constancia de
que ellas no comportan erogación alguna a la Secretaría de Salud Pública de la Nación,
porque el director de Radio Belgrano entiende que de esta manera colabora con las
ideas del Gobierno del general Perón y le presta un señalado servicio al pueblo.
Queda inaugurada la audición “Conserve su salud” y muchas gracias a todos.
172 ■ Política sanitaria argentina
Frente a dos nuevas concepciones:
centro sanitario y ciudad-hospital 1
Son dos concepciones nuevas en materia de organización de la asistencia médica
preventiva y curativa. Quizás no son nuevas en cuanto a los principios, pero sí en
su forma de aplicación al medio ambiente nacional. En cierto modo se trata de una
doctrina argentina, sobre la cual se edificarán las obras fundamentales del plan quin¬
quenal de la Secretaría de Salud Pública de la Nación.
1. El centro sanitario es un conjunto de consultorios polivalentes, con servicio
social, visitadoras sanitarias y bioestadística, para captación de enfermos,
reconocimiento de sanos y tratamientos ambulatorios. Por su naturaleza,
debe ser urbano, bien central, de fácil acceso. Desde allí, con ambulancias,
un servicio muy completo de transportes, se remiten los enfermos a la
ciudad-hospital. La construcción del edificio del centro sanitario —de
tres pisos— se ha planificado sobre una manzana de terreno (Tucumán,
Catamarca y Salta); en ciudades más pequeñas, en media manzana (Jujuy) y
excepcionalmente en nueve manzanas, en caso de agregársele un campo de
deportes (Santiago del Estero). Se han proyectado ya cinco centros sanitarios
en correlación cada uno con una ciudad-hospital. Los centros sanitarios
en sus detalles varían según el número de habitantes a controlar (veinte
mil, cincuenta mil y setenta mil, que es el más grande). No entraremos en
pormenores, pero cabe destacar que los centros sanitarios llevan anexos
baños públicos, lavadero de ropa para el público, sala de conferencias y
cinematógrafo y las sedes de las delegaciones seccionales (en el 3° piso).
2. La ciudad-hospital es el organismo típicamente hospitalario, de asistencia
de los enfermos individualizados en el centro sanitario o por medio de sus
visitadoras. Funciona siempre —idealmente— en correlación con uno o más
centros sanitarios. La ubicación de la ciudad-hospital es suburbana; puede
carecer de consultorios externos, pues estos se encuentran en pleno radio
urbano en los mencionados centros sanitarios. Si se lograran suprimir de la
ciudad-hospital los consultorios externos, dejando la tarea de diagnóstico
y tratamiento ambulatorio al centro sanitario, se eliminaría de hecho
un 70% del movimiento de público “externo” que tanto perturba la paz y
tranquilidad de los internados. Las personas que concurran a la ciudad-
hospital lo harán con el exclusivo propósito de su internación y serán
remitidas con su clasificación por el centro sanitario respectivo.
'Escrito para el Almanaque de la Salud. Edición de 1943.
Frente a dos nuevas concepciones: centro sanitario y ciudad-hospital m 173
La ciudad-hospital debe estar de 5 a 25 kilómetros de la ciudad y construirse
sobre un espacio libre amplio de 50 hectáreas (Tucumán y Catamarca, por ejemplo),
1.000 hectáreas (Santiago del Estero) o 5.000 hectáreas (Salta). En líneas generales,
la construcción de la ciudad-hospital es ideal en aquellas provincias donde no hay
nada organizado en materia de asistencia, pues entonces se puede hacer todo de un
golpe y en forma orgánica. Cuando ya existen soluciones más o menos completas
(Mendoza, Córdoba) debe adaptarse la nueva concepción hospitalaria a lo existente.
La ciudad-hospital estaría integrada por un grupo de monoblocks técnicamente
independientes, pero administrativamente centralizados. Una ciudad-hospital com¬
pleta, contaría con los siguientes elementos:
a. Monoblock para policlínico, incluido cirugía general, maternidad-escuela y
escuela de puericultura.
b. Monoblock para tuberculosis (hombres, mujeres y niños, separados
convenientemente).
c. Monoblock para alienados y neuróticos, separados convenientemente.
d. Servicios generales comunes (administración, depósito, frigorífico, talleres,
garage, etc.).
e. Hogar-escuela de Nurses.
f. Centro cívico, con vivienda para el director general y directores de cada
sector, sus familias, vivienda para el personal, escuela, iglesia, cine-teatro,
parque, etc.
Centro sanitario y ciudad-hospital constituirán una sola unidad y no podrán actuar
por separado; sus círculos de acción se complementan. El número de camas puede
variar al infinito. Estas organizaciones no deben ser solo lugares para vigilar la salud
de los sanos, prolongar su vida, evitar que se enfermen y curar a los ya enfermos,
sino que, al mismo tiempo, deben desarrollar una intensa acción cultural, comple¬
mentaria de la escuela y de la universidad. Cada centro de la Secretaría de Salud
Pública de la Nación debe ser un núcleo técnico que irradie cultura, educación, in¬
vestigación y progreso para las masas argentinas.
No podríamos entrar en detalles en estas breves definiciones, ni discutir las ventajas
o inconvenientes del sistema; queremos enunciar los conceptos básicos y nada más.
A nuestro juicio, el planteo enunciado es la solución ideal para los núcleos
semirurales o semiurbanos como las capitales de provincia. Se han estudiado —de
acuerdo a esta doctrina— los centros sanitarios y ciudades-hospital de Santiago del
Estero, Catamarca, Jujuy, Salta y Tucumán. Se encuentran en vías de concretarse
las soluciones para Corrientes, San Juan, La Rioja y San Luis. Las obras de gran
envergadura, como son estas, deben estar a cargo de la nación; las complementarias
—pequeños hospitales rurales, salas de primeros auxilios, etc.— a cargo de las sani¬
dades provinciales.
Con estas ideas concretas he querido prologar el “Almanaque de la Salud”. En
lugar de un saludo convencional a los colegas y al público, prefiero exponer uno de
los aspectos de la orientación técnica en la Secretaría de Salud Pública de la Nación,
174 ■ Política sanitaria argentina
que tiene como inspirador y ejemplo al general Perón, y como contenido emocional
y fin social, el movimiento humanitario de la Ayuda Social, iniciado y dirigido por la
señora María Eva Duarte de Perón.
Frente a dos nuevas concepciones: centro sanitario y ciudad-hospital ■ 175
Medicamentos a bajo costo para el
pueblo: “EMESTA ” 1
Deseo informar al pueblo sobre la iniciativa de la Secretaría de Salud Pública de
la Nación, de lanzar al mercado farmacéutico las especialidades medicinales del
Estado, con la sigla “EMESTA”, creada por Decreto 25394/46 Y que lleva la firma de
nuestro presidente el general Perón.
Una de las primeras preocupaciones del señor presidente de la República ha sido
la de hacer llegar a la población no pudiente el máximo de medicamentos de mejor
calidad y a bajo costo, y en ese sentido nos impartió las instrucciones pertinentes. Se
trazó un programa de producción que se encuentra perfectamente delineado en el
Plan Quinquenal de la Secretaría a mi cargo, y hoy tengo el honor de anunciar que
circulan ya en plaza unos cien productos “EMESTA” a bajo costo. Ellos pueden ser
solicitados en cualquier farmacia, pues toda farmacia tiene la obligación de ponerlos
a disposición del público cada vez que este los solicite. El público identificará dichos
productos per su envase característico y por el sello de la Secretaría de Salud Pública
de la Nación.
Aprovecho también la oportunidad para dejar constancia del enorme esfuerzo
técnico, científico y de trabajo que significa el haber concretado la iniciativa en tan
breve plazo, pues nuestra repartición no cuenta aún con una planta industrial sufi¬
cientemente poderosa, pero tengo la seguridad de que pronto, con las ampliaciones,
podremos afrontar —en una segunda etapa— un plan mucho mayor de producción.
Los productos “EMESTA”, en lo que se refiere a sueros, vacunas, insulina,
adrenalina, opoterápicos en general, se preparan en los laboratorios del Instituto
Malbrán, dependiente de la Secretaría de Salud Pública de la Nación, salvo trece
especialidades medicinales, cuya elaboración ha sido confiada a laboratorios pri¬
vados que han querido solidarizarse con la obra de Gobierno, contribuyendo cada
uno de ellos con un producto de precio muy reducido.
No se compite con la industria privada
Agradezco a esos señores fabricantes su colaboración, y declaro que con esta ini¬
ciativa no se pretende suplantar a la industria privada, sino simplemente elaborar
ciertos productos que por sus dificultades técnicas o su costo industrial, no son o
no pueden ser abordados en los momentos actuales por la industria argentina, por
'Disertación radial del 2 de marzo de 1948, con motivo de haberse lanzado a la plaza las especialidades
medicinales del Estado (“EMESTA”).
Medicamentos a bajo costo para el pueblo: “EMESTA”
177
ejemplo los sueros y vacunas, pero todo ello sin perjuicio de crear una línea de pro¬
ductos baratos, que llamaremos fundamentales o básicos, desde el punto de vista
médico-práctico, destinados a aliviar el dolor, respetando al mismo tiempo el bol¬
sillo de las familias que en momentos de angustia deben recurrir a una farmacia
Los productos “EMESTA” son un 50% o 75% más baratos que los similares, y los del
Instituto Malbrán, en calidad, son iguales o mejores que los mejores importados, por
lo cual los médicos y el público pueden confiar ampliamente en su eficacia y seriedad.
Naturalmente que con esta serie de cien productos no alcanzamos, ni remota¬
mente, a cubrir la demanda de estos preparados que han sido entusiastamente aco¬
gidos por médicos, farmacéuticos y enfermos. Pero os puedo asegurar que no ceja¬
remos en nuestro empeño —porque así lo quiere el general Perón— hasta ofrecer
a cada paciente un producto “EMESTA”, científicamente preparado y a un precio
reducido.
178 ■ Política sanitaria argentina
Sentido de los tratados sanitarios
firmados con los países limítrofes 1
En nombre del pueblo argentino y del excelentísimo señor presidente de la nación,
general Juan Perón, os saludo y agradezco vuestra contribución al convenio que fir¬
marán nuestros países en el día de hoy. Personalmente os expreso mis felicitaciones
por la forma cordial en que se han desarrollado las deliberaciones en Salta, cordia¬
lidad comparable solo a la buena voluntad y entendimiento que se puso de mani¬
fiesto en el Acuerdo de Montevideo que firmamos hace pocos días.
El Acuerdo de Montevideo contémplalas convenciones sanitarias específicas para
las fronteras fluviales, con el Uruguay, Brasil, Paraguay y la Argentina. El Acuerdo de
Salta, que ratificamos hoy, se refiere a los problemas sanitarios de fronteras terrestres
y cabe destacar, que en este acuerdo se contemplan dos situaciones nuevas: la del
control sanitario de las migraciones entre Bolivia, Paraguay y la Argentina, por un
lado, y por otro, la cuestión de la vigilancia sanitaria de nuestras carreteras interna¬
cionales, en especial con Bolivia.
Cooperación recíproca evidente
El espíritu de cooperación recíproca en todos los órdenes de la vida de nuestros
pueblos es un hecho que no se discute, y sería obvio referirse a estos aspectos de la
cuestión. El único camino que nos queda para ser prácticos es concretar en forma
eficaz ese entendimiento y afinidad espiritual, a fin de que la unión sanitaria ame¬
ricana sea una realidad y no una simple aspiración doctrinaria, ya que si en algo
están los países y pueblos totalmente de acuerdo, es en la necesidad de consolidar la
salud como factor fundamental del bienestar y de la felicidad humana.
Entre nuestros países se han firmado ya convenios sanitarios: el primero entre
Uruguay, Brasil y la Argentina en 1873; posteriormente se firmó otro en 1887 y los
últimos en 1904 y 1914. Los primeros fueron de carácter circunstancial y transitorio,
determinados por situaciones de angustia por la fiebre amarilla o la peste bubónica;
los últimos tendían a unificar el criterio de las autoridades sanitarias de fronteras y
puertos, pero fueron denunciados; el de 1904 por la Argentina en 1912 y el de 1914
—elaborado por Pena— nunca se cumplió.
'Discurso pronunciado en el acto de la firma en Salta del tratado sanitario con Bolivia y Paraguay, el
30 de marzo de 1948, ante sus representantes, diplomáticos, ministro de Salud Pública del Uruguay,
miembros de la misión sanitaria de México y altos funcionarios del Gobierno nacional.
Sentido de los tratados sanitarios firmados con los países limítrofes m 179
La sanidad internacional rioplatense
Desde entonces la sanidad internacional rioplatense quedó totalmente abandonada
por Gobiernos y autoridades responsables, y en lo que se refiere a nuestro país puedo
afirmar que estamos en la misma época en que la dejó Pena, sin haberse cumplido
siquiera el plan mínimo de saneamiento de puertos que había proyectado este
gran higienista argentino y sin que los Gobiernos que lo sucedieron dieran cumpli¬
miento a la Ley 1444 que Pena obtuvo por gestiones muy laboriosas ante el Congreso
Argentino.
Desde esas fechas el Gobierno del general Perón ha retomado el problema,
encontrándose frente a nuevas situaciones y nuevos conocimientos epidemiológicos
que no existían en la época de Pena. Ha progresado nuestro conocimiento sobre los
portadores y sobre las distintas formas de transmisión de las enfermedades; sobre el
modo de prevenirlas y curarlas; han desaparecido los lazaretos y otras medidas clá¬
sicas, actualmente inoperantes a la luz de las nuevas adquisiciones técnicas; los sis¬
temas de transporte, incluida la aviación, han modificado completamente su ritmo
y sus procedimientos, obligando a la sanidad, como es lógico, a introducir también
grandes innovaciones en sus sistemas de contralor.
Acuerdos modelo de técnica sanitaria
Todas estas concepciones modernas están contempladas en los nuevos acuerdos de
Montevideo y de Salta. Los documentos son un verdadero modelo desde el punto
de vista jurídico y de técnica sanitaria y por su organicidad configuran un enorme
avance doctrinario y práctico en materia de política sanitaria internacional. Ello se
debe a la versación científica de los delegados plenipotenciarios de los países fir¬
mantes y al asesoramiento de la Oficina Sanitaria Panamericana, situaciones excep¬
cionales que debemos agradecer desde todo punto de vista.
Para ser justo, quiero destacar también la actuación de nuestro viejo profesor
Alberto Zwanck, asesor de Política Sanitaria Internacional de esta Secretaría, que
ha puesto al servicio del país y de los países americanos toda su larga y empeñosa
experiencia, su entusiasmo, su ciencia y su patriotismo; y hago este elogio sin limi¬
taciones porque sé que su figura internacionalmente respetada por las autoridades
sanitarias del continente, es también, para los señores delegados y plenipotenciarios,
una figura apreciada y querida como para todos nosotros.
Las comprobaciones de la experiencia
La experiencia anterior sobre acuerdos sanitarios demuestra que estos fracasan
porque los Gobiernos no cumplen con sus cláusulas. Sabemos que los higienistas
deben luchar denodadamente en sus respectivos países para que los Gobiernos po¬
líticos comprendan y estimen los esfuerzos del gobierno sanitario, y le acuerden los
180 ■ Política sanitaria argentina
fondos que se necesitan para proteger a nuestros pueblos contra los aportes exte¬
riores de enfermedades y de enfermos. Sigamos luchando con igual ahínco, máxime
en estos momentos en que los controles sanitarios de Europa parecen aflojarse y si
Dios nos ha protegido hasta ahora, si hasta ahora nos hemos defendido con nuestros
escasos medios, puede llegar el día en que la protección divina nos abandone y asis¬
tamos entristecidos a la aparición de una de esas epidemias, que matan más gente
que una guerra, y que todavía azotan los sufridos pueblos de Asia y de África.
Hago votos, pues, para que los convenios sanitarios a que hemos arribado se tra¬
duzcan de inmediato en hechos concretos para bien y grandeza de nuestra América.
Sentido de los tratados sanitarios firmados con los países limítrofes m 181
El cáncer, problema social que puede
ser eficazmente resuelto 1
Inicia hoy la Secretaría de Salud Pública de la Nación, un ciclo de conferencias sobre
la acción de la Liga Argentina de Lucha contra el Cáncer.
Dichas conferencias estarán a cargo de eminentes hombres de ciencia argentinos,
que entre otras cosas os demostrarán: I o ) que el cáncer es una enfermedad curable si
es descubierta precozmente; 2 o ) que el cáncer no es contagioso, pero que en cambio
configura un problema social trascendente, pues, al lado de las enfermedades del
corazón, produce el mayor número de “muertes evitables” entre la población.
Una de las armas más poderosas de lucha contra el cáncer es la divulgación
popular de sus síntomas precoces. El pueblo, cada uno de nosotros, debe observarse
atentamente para descubrir cualquier manifestación sospechosa: solo al comienzo
es totalmente curable el cáncer.
El problema del cáncer tiene varios aspectos y soluciones.
1. El de su origen y causas. Esto no es una cuestión resulta, aunque es
considerable lo que se ha adelantado en estos últimos 25 años. No pasará
mucho sin que el hombre de genio desconocido o el investigador profundo
encuentre la solución del problema. La humanidad puede estar tranquila:
miles de abnegados hombres de ciencia viven desde hace años persiguiendo
infatigablemente el secreto que durante siglos sigue ocultándose en la
entraña de los hombres para destruirlo y aniquilarlo.
2. El de su tratamiento. Generalmente el primer paso para curar una
enfermedad es descubrir su causa. No conocemos la causa del cáncer, pero
el empirismo y la experiencia de miles de casos prueba que la cirugía es
por ahora la mejor solución, siempre que el bisturí llegue a tiempo antes
de que el espíritu del mal hubiere consumado su obra de destrucción. Y
están las radiaciones, los rayos Xy el radium, aplicado bajo las más diversas
formas. En virtud de una paradoja, del destino, la misma desintegración
atómica de la materia, ese tremendo instrumento que amenaza terminar
con la humanidad, es al mismo tiempo el agente más activo contra la célula
cancerosa.
3. Instalar en el país un gran número de centros médicos de diagnóstico donde
pueda concurrir el pueblo que aparentemente sano presenta los síntomas
iniciales. El Plan Quinquenal de Salud Pública contempla esta situación y ya
ha instalado dos centros de cancerología, uno en Tucumán y otro en Santa
'Disertación radial inaugurando un ciclo de conferencias, el 11 de mayo de 1948.
El cáncer, problema social que puede ser eficazmente resuelto m 183
Fe, y ha creado el Instituto de Neoplasias de la Capital Federal, a cargo del
doctor Pessano.
4. Instalar grandes centros de asistencia al canceroso. Hemos comenzado la
obra creando los Institutos de Oncología de Santa Fe y Tucumán, como
complemento de los Centros de Diagnóstico.
5. La asistencia social del enfermo de cáncer. Esto hasta ahora se ha venido
cumpliendo por medio de instituciones meritorias como la Liga Argentina
de Lucha contra el Cáncer que, tiene por finalidad principal resolver los
problemas colaterales, familiares y sociales de los enfermos, sobre todo su
transporte a los Centros de Diagnóstico y tratamiento. Por eso pido a los
médicos y al pueblo que colaboren con su obra generosa y desinteresada.
Hasta ahora los pobres pacientes del interior llegaban en última instancia a la Capital
Federal, casi siempre para morir o retornar a sus hogares, a la espera de una noche
sin esperanzas que hasta ahora la ciencia considera fatal e inexorable. Todos los que
han tenido una desgracia de esta naturaleza saben que la Liga Argentina de Lucha
contra el Cáncer ha estado presente para resolver o ayudarles a resolver tristes y
penosas situaciones.
La obra del doctor Roffo
Al crearse los centros de salud pública en el interior con la colaboración de las filiales
de la Liga de Lucha contra el Cáncer, hemos descongestionado el único estable¬
cimiento especializado de la Capital Federal —la magnífica obra del doctor Ángel
Roffo—, el Instituto de Medicina Experimental, hombre a quien, por elementales
razones de justicia, señalamos como el creador y fundador de la cancerología ar¬
gentina. No debemos ser ingratos con los hombres como Roffo: Roffo representa
una época, un período metafísico, si se quiere, de la cancerología, pero que nos ha
permitido llegar a nuestros conocimientos positivos actuales. Sin él no existirían en
nuestra patria las bases de una lucha racional contra el cáncer.
Rindo, pues, mi homenaje a Roffo, declarando que considero injustos a todos
aquellos que pretenden juzgar a este abnegado médico argentino, con el cartabón
de una cancerología moderna. Fue un precursor que vio por encima del problema
técnico puro, el problema social del cáncer y no arriesgo nada si afirmo que, el doctor
Roffo sembró generosamente, sembró a su manera y esos gérmenes han caído en
surcos fecundos.
Aquí está la Liga de Lucha contra el Cáncer, una de sus hijas dilectas, para con¬
tinuar la lucha en defensa del pueblo y de la humanidad angustiada por el dramático
misterio del cáncer.
184 ■ Política sanitaria argentina
La divulgación radial como una
medida de educación sanitaria 1
Ramón Carriíío habla por Radio Belgrano.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Hace unos meses Radio Belgrano ofreció a la Secretaría de Salud Pública un espacio
de cinco minutos para efectuar una serie de conferencias de divulgación sanitaria.
Desde el primer momento nos entendimos perfectamente con su director. Per¬
sonalmente no deseaba realizar un ciclo más de conferencias científicas que solo
son apreciadas por los médicos y que tienen el inconveniente de que pueden —a su
vez— ser mal interpretadas por los profanos.
Necesitábamos tratar los temas más difíciles de la medicina en forma popular y
amena. Poner los conceptos fundamentales de la higiene al alcance del pueblo. Para
ello se requería un lenguaje llano y una técnica radiotelefónica apropiada.
Nada es más difícil que divulgar conocimientos médicos: se puede caer en el
ridículo o inducir a error a quien recibe esos conocimientos sin mayor discriminación.
'Palabras pronunciadas en ocasión de celebrarse la 100° audición de Salud Pública, en Radio Belgrano,
el 12 de mayo de 1948.
La divulgación radial como una medida de educación sanitaria u 185
Todo esto responde a una técnica que se llama difusión y cultura sanitaria y que
tiene por objeto formar la conciencia popular sobre la importancia y el valor de la
salud como caudal y capital inapreciable del hombre, tesoro que casi todos lo subes¬
timamos hasta el día en que lo perdemos.
Sin conciencia sanitaria del pueblo no se puede realizar la obra preventiva de la
salud pública. De ahí la importancia de esta tarea de educación médico-sanitaria.
Hoy, al cumplirse las 100° audiciones de Radio Belgrano, elaboradas bajo la
supervisión de Salud Pública, solo me cabe declarar que el propósito inicial se ha
cumplido. Se han vencido todas las dificultades, consagrándose uno de los experi¬
mentos más interesantes de divulgación científica útil y práctica que puede y debe
hacerse por la radio.
Felicito al director de la audición —funcionario de Salud Pública— por todo lo
que él ha hecho para que el pueblo sepa cómo el general Perón quiere que se trabaje
por la salud de su pueblo y para el gran destino que le tiene reservado la historia.
186 ■ Política sanitaria argentina
La medicina del trabajo: planteos
técnicos actualizados 1
Ramón Camilo en la apertura del Primer Congreso Argentino de Medicina del Trabajo. 75 de mayo de 7 948.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Este congreso, que hoy es un acontecimiento brillante, nació modestamente como
una iniciativa de un grupo de médicos que integran en la Secretaría de Salud Pública
de la Nación, la Dirección de Medicina Tecnológica, su Instituto de Clínica Tecno¬
lógica y el Laboratorio de Higiene Industrial y Seguridad en el Trabajo. Esta idea no
hubiera llegado jamás a concretarse sin el entusiasmo del doctor José Pedro Reggi
—presidente del Congreso— que ha sido su animador y responsable exclusivo del
éxito; gracias a él, lo que debió ser una simple reunión de los pocos especialistas de
'Discurso pronunciado el día 15 de mayo de 1948, en el salón de actos de la Facultad de Ciencias
Médicas de Buenos Aires, al declarar inaugurado el Primer Congreso Argentino de Medicina del
Trabajo.
La medicina del trabajo: planteos técnicos actualizados m 187
nuestro país en materia de higiene y medicina industrial, se ha transformado en un
Congreso Internacional de Medicina del Trabajo, con posibilidades de dar origen a
una institución panamericana que nos permita unificar en el continente las diversas
doctrinas sobre sanidad de fábricas y de industrias.
La doctrina social del general Perón
Al saludar a las delegaciones extranjeras en nombre de la Secretaría de Salud Pública
de la Nación, debo declarar que la presencia de tantos concurrentes de los países
hermanos evidencia el gran interés de los médicos, Gobiernos, obreros e industriales
por el problema de la salud de los trabajadores, uno de los postulados de la doctrina
del “justicialismo” enunciada por el excelentísimo señor presidente de la nación,
general Juan Perón, creador, exégeta y realizador de una doctrina social y económica
justa y humana, la más justa y humana quizás, dentro de las concepciones modernas
de filosofía política.
Industrialización y racionalización
El gobierno del general Perón tiende a consolidar nuestra independencia económica,
después de haberla conquistado mediante medidas históricas, que conducirán ine¬
vitablemente, en el orden material, a la industrialización del país. El esfuerzo de la
nación que nos arrastra hacia el incremento industrial, por la racionalización de su
comercio exterior e interior, debe estar bien encaminado desde el punto de vista
sanitario, porque podría ocurrir que industrializara nuestro país a expensas de la
armonía humana y de la salud de nuestros trabajadores. Los hombres, como los
pueblos, cuando efectúan un esfuerzo de alto voltaje físico, mental y social, corren
los riesgos biológicos inherentes a todo esfuerzo, sobre todo si, con fines de mayor
rendimiento, se violan las leyes de la salud y de la higiene.
La industrialización de un país condiciona a su vez una serie de transforma¬
ciones, que van más allá de los simples cambios del orden económico. La industria¬
lización incide sobre la salud colectiva e individual de millones de hombres por la
naturaleza misma de la naturaleza del trabajo; gravita sobre la formación espiritual
del pueblo, sobre sus costumbres y su actividad social; sobre las normas de la convi¬
vencia y el régimen de vida de la familia. El país debe estar preparado para afrontar
racionalmente esta transformación en sus aspectos humanos, ya que los económicos
se acomodan a leyes que no siempre coinciden con la esencia biológica de la nación.
Evitar los tropiezos de la imprevisión
La historia nos enseña que los pueblos que superaron más rápidamente la etapa
del pastoreo y la agricultura para industrializarse —sin prever las consecuencias
188 ■ Política sanitaria argentina
biológicas y sociales de esta evolución— tuvieron que pagar con lágrimas su inexpe¬
riencia e imprevisión. Por ejemplo: la industrialización de Inglaterra.
Cuando Inglaterra comenzó su era industrial, las necesidades de la producción
y el afán de lucro empujaron a una multitud de seres indefensos —mujeres, niños,
débiles, enfermos— a enterrarse en los ambientes mefíticos de fábricas construidas
precariamente, donde se pagaban jornales alucinantes, a cambio de horas sin fin de
trabajo, de un trabajo irracional y sin respeto por la fisiología humana. Pero la sabi¬
duría de siglos del pueblo inglés, su sentido práctico innato, le permitió reaccionar
rápidamente; así se produce aquel luminoso informe de Chadwick, con el que se
inician las leyes modernas del trabajo industrial y su adaptación a la naturaleza y
dignidad humana, rebajada por el industrialismo al nivel de la esclavitud de que nos
hablan las viejas historias de la antigüedad. No hay tratado de sociología obrera, no
hay libro de política izquierdista, que no señale las cuatro décadas del siglo pasado
como una era de maldición para los obreros ingleses; en su seno germinaron las
teorías de Carlos Marx y de Bakounine, y la rebelión de las masas, las utopías sociales
y la revolución como único medio para liberar al artesano del nuevo régimen de
esclavitud por la industria.
Proceso industrial alemán
En cambio, en Alemania ocurrieron las cosas de distinto modo. Esta país fue, hasta el
año 1870, un país de economía rural; en esa época comenzó un intenso proceso de in¬
dustrialización, proceso que culminó en el poderío de la industria alemana que todos
conocimos. Pues bien, esa transición de la actividad agrícola-ganadera a la actividad
industrial, gracias a la obra previsora de Bismark, se cumplió sin violencias y sin las
rebeliones que acompañan como la sombra al cuerpo a toda injusticia colectiva;
del seguro social alemán, surgió una legislación obrera que facilitó el desarrollo ar¬
mónico de las fábricas alemanas, en forma racional y científica, de modo tal que lle¬
garon a ser un modelo en el mundo, tanto por su tecnicismo como por su magnitud.
Nuestro país ha iniciado su era industrial. Todas las experiencias de la historia
serán letra muerta si no las recogemos y perfeccionamos para felicidad de las masas
argentinas. Por suerte para la patria, el general Perón, a quien ha señalado el destino
para transformar la Argentina en un país industrial, sabe esto y muchas cosas más
y vela constantemente para que el trabajo nacional se desenvuelva por el cauce
fecundo de la justicia social.
Los principios de la higiene industrial
La Oficina Internacional del Trabajo ha realizado una obra inmensa que nos brinda
las enseñanzas de otros pueblos y otras instituciones, encargadas de velar por la
salud de los trabajadores, divulgando los sabios principios de la higiene industrial.
No obstante la gran difusión de esta benemérita Oficina Internacional del Trabajo,
La medicina del trabajo: planteos técnicos actualizados ■ 189
poco se ha hecho en nuestro país en la materia que hoy nos congrega. Nos encon¬
tramos al comienzo de la obra en Medicina del Trabajo, la cual está proyectada con
todo detalle en el Plan Sanitario Nacional, plan que, por suerte, se está cumpliendo
con toda regularidad en ese y otros aspectos.
Cuando se alude a la acción médico-sanitaria en los medios industriales, se piensa
siempre en el conglomerado bonaerense y se piensa solo en él —especialmente por
parte de los médicos— olvidando que, dentro de este núcleo industrial, solo existe
un millón de trabajadores, frente a dos millones de hombres que en el interior del
país trabajan en pésimas condiciones sanitarias, en centros industriales que reúnen
todos los males del ruralismo y ninguna de las ventajas de las concentraciones indus¬
triales urbanas. Es lo que sucede en las selvas de Misiones, en el chaco santiagueño
o en el Alto Paraná.
El desarraigo de la población rural
Esas masas humanas son arrancadas del ámbito rural, de una vida patriarcal condi¬
cionada por la agricultura y la ganadería familiar, y se las encierra entre los muros de
nuevas industrias, de desarrollo vertiginoso, con todos sus epifenómenos: la promis¬
cuidad, la fatiga, el hacinamiento, la vivienda antihigiénica y el cambio de alimen¬
tación. Las consecuencias médico-sociales del desarraigo de nuestra población rural
y su absorción por la industria son: la tuberculosis bajo formas graves; el contagio
venéreo; el alcoholismo; la carencia alimenticia y la invalidez prematura. Estos son
los angustiosos problemas que la Medicina del Trabajo debe resolver en los ingenios
azucareros, en los obrajes, en los yerbatales, en las minas de la precordillera, en los
algodonales y en tantas industrias colaterales a esas explotaciones. Para resolver esos
problemas no basta que el Gobierno de la nación se preocupe, ni basta que igual
conducta sigan los Gobiernos provinciales: es necesario contar con la comprensión
de los industriales y de los obreros; solo así podremos salir de un estado verdadera¬
mente prehistórico en materia de Higiene y Medicina Industrial y racionalizar bio¬
lógicamente el trabajo asegurando un buen rendimiento, sin mengua del organismo
humano.
Actividades de histórica grandeza
La agricultura y la ganadería —que hasta hace poco fueron los fundamentos ex¬
clusivos de nuestra economía nacional— son por su sencillez actividades llenas de
grandeza para el hombre. El capitalismo no adquiere —en estos casos— las formas
anti biológicas que adopta cuando se aplica a la industria propiamente dicha. En
el pastoreo y en la siembra el hombre vive al aire libre, se levanta con el sol y se
alimenta con los frutos que Dios diseminó abundantemente en nuestro suelo; en
otros términos, vive más de acuerdo a sí mismo, sometido a las normas de la vida
campesina, sin violar abruptamente las leyes de la naturaleza, que son también las
190 ■ Política sanitaria argentina
leyes de la salud y de la vida. El peón de nuestros campos, el chacarero, ha conocido
las alternativas de la opulencia y de la pobreza, pero no ha sufrido jamás la auténtica
miseria, ese triste patrimonio de las grandes urbes industriales, donde las masas —
alejadas para siempre de la naturaleza— respiran, sufren y se mueven en un clima
artificial; artificial en todos los aspectos y, por ende, capaz de producir la decadencia
moral, física y espiritual del pueblo, si no se adoptan las previsiones médico-so¬
ciales que detengan la enfermedad, la invalidez, la delincuencia y la prostitución y
consoliden la familia y la seguridad social; en otros términos, si no desarrollamos el
“justicialismo” en el sentido peronista, aplicándolo a nuestro campo de la Medicina
Social y de la Medicina del Trabajo.
Sesenta mil establecimientos industriales
Contamos en el país con sesenta mil establecimientos industriales; esta cifra nos
indica que, de acuerdo al escaso desarrollo de nuestra organización sanitaria, el
poder de policía del Estado no puede hacerlo todo. Es materialmente imposible
vigilar el cumplimiento de las leyes sanitarias. No basta que estas sean buenas, sino
también es necesario que se cumplan, y eso es lo difícil. No alcanzarían para la tarea
de vigilancia miles de inspectores industriales; por eso debemos buscar otro sistema.
La Secretaría de Salud Pública de la Nación entiende que lo práctico, por ahora, es
educar sanitariamente al industrial y educar en el mismo sentido al obrero.
Es fácil educar al obrero argentino, pues la doctrina peronista le ha preparado
la mentalidad y el corazón; la necesidad y su rápida inteligencia hacen lo demás.
En cambio, parecía un poco más difícil convencer a los industriales, pero última¬
mente la Secretaría de Salud Pública de la Nación ha comprobado, por experiencias
directas, que en un setenta por ciento de los dueños de explotaciones de todo orden,
existe la mejor disposición de ánimo, siempre que se los oriente y convenza con
argumentos efectivos. En algunos países se ha ensayado con éxito el colaborador
sanitario, es decir el colaborador de oficio, escogido entre los gremios obreros, con
carácter honorífico, para que, actuando con buen sentido, ayude a las autoridades
en el cumplimiento de los reglamentos sanitarios. Contando con el patriotismo de
nuestros trabajadores mucho se podrá obtener por esta vía, que ya fue ensayada en
nuestra patria antes de 1917, para vigilar la aplicación de la ley de descanso dominical.
La obra a realizar en el futuro
Desde hace dos años el país vive febrilmente, ajustando los términos de los con¬
tratos de trabajo; hay constantes reuniones de patrones y obreros bajo la tutela del
Estado; se discute y polemiza en todos los tonos sobre horarios, compensaciones y
salarios, pero desgraciadamente se olvida a menudo la salud. Llegará un momento
en que arribaremos al vértice de la curva, y ese momento será el oportuno para que
patrones y obreros afronten con igual entusiasmo los problemas de la Medicina del
La medicina del trabajo: planteos técnicos actualizados m 191
Trabajo, de la Higiene Industrial y de la Medicina Social. Entonces hablaremos —
como lo quieren las bases del Código Sanitario Nacional— de cómo deben ser desde
el punto de vista sanitario los edificios de las fábricas; la iluminación de los talleres;
el confort de los ambientes de trabajo; los servicios médicos de la industria; la tarea
en los subsuelos; las medidas de seguridad en las máquinas; la captación de polvos,
humos, gases y vapores; de cómo debe practicarse el contralor de las sustancias tó¬
xicas; de la organización de los primeros auxilios; del reclutamiento sanitario de
los obreros; de los exámenes médicos periódicos, etc. Estos planteos de índole mé¬
dico-sanitaria deben estar —como la ley ordena— bajo el exclusivo contralor del
organismo de la sanidad nacional, y pueden ser completados por otras iniciativas
médico-sociales específicas de la industria, como son los comedores y refectorios,
las salas-cunas, los jardines de infantes, las cooperativas industriales, las mutuali¬
dades de fábricas, los campos de deportes y el perfeccionamiento intelectual, moral
y social del obrero, con las bibliotecas de fábricas, los cursos de educación sanitaria,
la ayuda económica familiar, etc.
Readaptación al medio económico-social
La Argentina no puede avanzar en su industrialización sin tener en cuenta estas pre¬
visiones, que no necesitan ser inventadas, pues existen constancias suficientes en
países más industriales que el nuestro; solo hace falta una readaptación a nuestro
medio económico-social, sin desechar la experiencia adquirida por las industrias
mejor organizadas de nuestro propio país.
El primer decreto que me tocó suscribir como miembro del Gobierno —y que
luego fue ratificado por la Ley 12912— es aquel por el que se transfirió la dirección
técnica de la medicina preventiva y curativa a la Secretaría de Salud Pública de la
Nación, cuya creación se había decretado pocos días antes. La aplicación en gran
escala de la medicina preventiva —de la que tanto se ha hablado y por la que tan poco
se ha hecho— recién ahora, después de cuatro años de estudios y discusiones, está
entrando, por fin, en el terreno de las realizaciones concretas. Yo mismo he hablado
demasiado contra mi norma habitual de presentar solamente los hechos; pero era
indispensable preparar el ambiente en el mundo obrero, superar las necesidades
asistenciales primarias que son previas al desarrollo de la medicina preventiva y pre¬
parar, sobre todo, el espíritu y la mente de los médicos argentinos, educados todos
monopolarmente hacia el dominio exclusivo de la técnica de la medicina asistencial.
Labor de previsión sanitaria
Se trata de nada menos que organizar el reconocimiento periódico de tres mi¬
llones de obreros y empleados, en aparente estado de salud y de radiar los porta¬
dores de síndromes mínimos como diría el doctor Ivanissevich; de síntomas inapa¬
rentes que nos ponen en camino de descubrir enfermedades larvadas, reumatismo,
192 ■ Política sanitaria argentina
cardiopatías, tuberculosis, nefritis o diabetes, que son otras tantas pendientes que
conducen hacia el camino inexorable de la invalidez, de esa invalidez que comienza
como una minor disease, al decir de los ingleses; dolencias mínimas, indisposiciones
aparentemente transitorias, pero que encierran ya el germen funesto de males incu¬
rables o crónicos. En la patología de las masas la medicina preventiva tiene, pues, un
fin esencial: descubrir al enfermo antes de que la enfermedad lo descubra; detener
el vehículo antes que se precipite; levantar la bandera de peligro y no tener que curar
las graves consecuencias del accidente.
Las cifras de la estadística vital demuestran que es necesario concentrar el
esfuerzo médico-social sobre las enfermedades degenerativas —como las cardio¬
patías, el cáncer, la diabetes y el reumatismo—, porque el cáncer y las enfermedades
cardiovasculares ocupan el primer término entre las enfermedades que matan más
gente, y las dos últimas son las que producen mayor número de incapacidades para
el trabajo. Es, por supuesto, el criterio que debe adoptar también la Medicina del
Trabajo. Las enfermedades infecciosas poco a poco han sido dominadas por la
ciencia; de algunas solo queda el recuerdo y de otras —que diezmaban más pueblos
que una guerra— nos vamos olvidando. El cólera y la fiebre amarilla, por ejemplo,
si bien constituyen peligros potenciales, en el momento actual no pueden preocu¬
parnos más que las fieras enjauladas en el Jardín Zoológico.
Medicina del trabajo
En materia de Medicina del Trabajo —frente a los nuevos planteos de la medicina
preventiva— también existen fantasmas acerca de los cuales la enseñanza clásica
insiste demasiado, con una falta absoluta de realismo. Por ejemplo, se habla mucho
sobre el arsenicismo, el saturnismo, el fosforismo y tantas otras enfermedades del
trabajo que podrían ser importantes en tiempos de Ramazzini, en el año 1700,
cuando fundó la patología industrial. Pero en el año 1948, esas dolencias no son pro¬
blemas, puesto que las estadísticas prueban que en el año —conjuntamente con las
dermatitis profesionales y la neumoconiosis— no llegan a un centenar de casos. Son,
a nuestro juicio, enfermedades del trabajo de puro valor teórico o académico, más
dignas de un museo que de la preocupación del Estado.
En cambio, tenemos miles y miles de otro tipo de enfermedades que constituyen
el problema cotidiano de la Medicina del Trabajo: el reumatismo llamado industrial;
la brucelosis; el lumbago por actitudes viciosas durante el trabajo; las várices; las
dermitis varicosas; las úlceras por el trabajo de pie; la debilidad por hipoxemia —
característica de los que trabajan en los subterráneos—; las hernias de esfuerzo; las
rinitis, bronquitis y el asma determinado por las partículas aéreas del ambiente de
ciertas fábricas; la patología ginecológica de las obreras; las várices pelvianas y los
prolapsos por esfuerzo; la arterioesclerosis y la hipertensión arterial; la hipertrofia
cardíaca, etc. No existe enfermedad que no pueda agravarse o evidenciarse por un
trabajo inadecuado a las condiciones físicas personales, y tal vez esta circunstancia le
hizo decir a Freycinet —equivocadamente— que “todo trabajo es insalubre”.
La medicina del trabajo: planteos técnicos actualizados ■ 193
‘No hay trabajos insalubres”
Los médicos argentinos estamos más de acuerdo con la frase del general Perón de
que: “no existe trabajo insalubre, sino ambientes insalubres o inadecuadas condi¬
ciones de trabajo”. Esta afirmación pone las cosas en su lugar y presenta a la Medicina
del Trabajo todo un programa de acción, que consistiría en modificar técnicamente
los ambientes insalubres para adaptarlos a la fisiología del obrero, por un lado, y por
otro, transformar el “trabajo inadecuado” a que se refiere el general Perón, en trabajo
“adecuado” a la configuración psicosomática de cada individuo, mediante una co¬
rrecta orientación profesional.
Los accidentes de trabajo
La profilaxis de los accidentes configura un nuevo capítulo de la Medicina del
Trabajo, que se vincula con la recuperación y rehabilitación de lisiados; todo ello
está previsto en el Plan Quinquenal de Salud Pública, pero considero que ningún
programa podrá cumplirse acabadamente, si antes no se modifica la Ley 9688. Los
accidentes de trabajo en la Argentina producen mil quinientos muertos y doscientos
mil heridos al año, y las soluciones que hemos previsto en materia de traumatología
obrera, contemplan el hecho de que cada accidentado necesita un término medio
de internación de sesenta días, ya que el treinta y tres por ciento de los accidentes
graves son fracturas.
He querido esbozar ante esta reunión de técnicos en Medicina del Trabajo las
ideas generales que orientan la acción de la Secretaría de Salud Pública de la Nación,
tanto en el aspecto de aplicación, como en la doctrina que se imparte en la Escuela
Superior Técnica desde su cátedra de Medicina del Trabajo, donde se forma y per¬
fecciona nuestro propio personal.
Ramazzini, Owen y Gorgas
Han transcurrido más de dos siglo desde que Ramazzini describió las sesenta “Enfer¬
medades de los Artesanos”, y un siglo desde que Owen formulara los principios del
“Servicio Social en la Industria”, pero la Medicina del Trabajo comenzó a ser com¬
prendida por Gobiernos e industriales, desde que Perroncito saneó la zona de San
Gotardo y pudo construirse el túnel —gracias a que la higiene liberó a los obreros
de la anquilostomiasis y de la terrible anemia de los mineros—, y desde la hazaña
de un médico modesto, el doctor Gorgas, que permitió —mediante el saneamiento
previo— la construcción del Canal de Panamá.
El doctor Gorgas murió en un hospital de Londres; tuvo la satisfacción de que el
rey de Inglaterra —dejando a un lado todo protocolo— concurriera a visitarlo en su
lecho de muerte, y que Gran Bretaña, adhiriéndose al duelo, le confiriera el honor
sin precedentes en la historia inglesa, de repatriar los restos en un barco de guerra.
194 ■ Política sanitaria argentina
Para terminar, quiero dedicar un recuerdo al viejo Departamento Nacional de
Higiene, donde se inició la Medicina del Trabajo en la Argentina y donde debe seguir,
de acuerdo a nuestra tradición y a las leyes de la nación, porque la nueva ciencia, si
ha sido creada y fundada por médicos, debe seguir en manos de médicos, que son los
únicos que, por el órgano nacional de la sanidad, están en condiciones de resolver
con imparcialidad y espíritu científico los múltiples problemas de la industria en su
relación con la patología del trabajo.
Deseo, pues, que este Congreso de Medicina del Trabajo se inaugure con este
recuerdo y bajo la advocación de los nombres gloriosos de Ramazzini, Owen,
Perroncito y Gorgas, a quienes rendimos nuestro homenaje, pues entiendo que todo
puede morir en los hombres, menos la gratitud colectiva por las obras abnegadas y
generosas que siempre son una síntesis de lo más noble y puro del espíritu humano.
La medicina del trabajo: planteos técnicos actualizados m 195
Orientaciones contemporáneas acerca
de la medicina social 1
Sean mis primeras palabras de felicitación y agradecimiento para los señores mé¬
dicos higienistas, y para la Asociación Argentina de Higiene, por haber promovido
con tanta fe y entusiasmo este Congreso de Higiene y Medicina Social, que es un
Congreso Sanitario por excelencia. Mis felicitaciones por la organización y el éxito
obtenido y mi agradecimiento porque los higienistas argentinos, que comprenden
y valoran el esfuerzo oficial por la salud pública, se han plegado desde el comienzo
a la obra revolucionaria de transformación intensiva de la sanidad argentina, carac¬
terizada por una gran precisión en los objetivos y modificación de los sistemas y de
los fines de orden técnico.
Basta leer el temario: I o ) Seguro social; 2 o ) Condiciones de salubridad e insalu¬
bridad en el trabajo, y 3 o ) Centros de salud e higiene rural, para advertir que estamos
frente a planteos concretos y coincidentes totalmente con los propósitos del plan
de la Secretaría de Salud Pública de la Nación, que podrían resumirse en la frase de
René Sand, de que: “la concepción negativa de la higiene de ayer, cuyo punto de vista
era evitar la enfermedad, hoy se superpone a la concepción positiva de desarrollar
la salud”.
Antes, hasta hace muy poco, los médicos solo teníamos dos objetivos: 1°) curar
los enfermos y 2°) evitar que los sanos se enfermaran. Tanto la higiene como la
medicina giraban alrededor del hombre enfermo. Hoy toda la técnica sanitaria del
Estado —superada la etapa primaria de atender los enfermos— debe concentrarse
sobre un tercer objetivo: el hombre sano.
Debemos cuidar por sobre todas las cosas a los sanos, buscándolos en la vida
cívica, vigilándolos durante el trabajo y durante el descanso, organizando sus dis¬
tracciones y su esparcimiento, sin perder de vista que cada hombre tiene un valor
concreto de producción, un sentido económico y social, pero sin abjurar tampoco
del contenido espiritual, del rayo divino, que enaltece la vida humana.
Al declarar inaugurado este Congreso y siguiendo el criterio que he adoptado
siempre para estas oportunidades, deseo fijar la posición de la Secretaría a mi cargo,
frente a todos los problemas de la salud pública, y expresarles francamente mi
opinión, aun a riesgo de ser incompleto o discutido en mis apreciaciones.
'Discurso inaugurando el Primer Congreso de Higiene y Medicina Social, el día 17 de mayo de 1948.
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 197
Seguro Social
No me voy a referir a la Medicina del Trabajo, que es el segundo tema del Congreso,
porque hace dos días hablé extensamente sobre el asunto. Me quiero ocupar del
primer tema: el Seguro Social, en sus relaciones con el problema sanitario, es decir
con el riesgo de enfermedad para expresarnos con un poco más de tecnicismo. Nos
atrae el tema y nos ha preocupado hondamente. El Senado de la Nación le ha de¬
dicado, por su parte, profunda atención, de suerte que nuestro aporte, por modesto
que fuere, será siempre útil para ilustrar el elevado criterio de tan alto cuerpo legis¬
lativo. Entiendo que es un deber patriótico contribuir a una solución inteligente e
integral de un asunto de tanto sentido revolucionario.
El problema debería ser una cuestión nacional —todos debemos estar pendientes
de la cuestión—por las consecuencias funestas que podría tener su aplicación sin un
estudio a fondo; de contrario modo el acierto —con la ayuda de Dios— levantaría
nuestra patria a un nivel de vida imprevisible, asegurando la felicidad del pueblo
argentino por más de cien años.
El “New Deal”de Roosevelt
El viejo concepto de Seguro Social adopta la forma más precisa de Seguridad Social
en el año 1935, por obra del presidente Roosevelt, quien redescubre con claridad es¬
piritual —y en función de estadista— antiguas ideas de la medicina social que jamás
habían salido de los textos y de los tratados de doctrina, aquello que los viejos higie¬
nistas llamaban factores indirectos de la enfermedad, la miseria, el hacinamiento, la
desocupación, etc. Estos puntos de vista fueron planteados en el terreno realista por
Roosevelt y se columbran por primera vez nuevas soluciones en la doctrina social
del gran presidente norteamericano.
Muchas de esas ideas del “New Deal” habían sido enunciadas con anterioridad,
y existían importantes antecedentes legislativos en otros países, especialmente en
Alemania e Inglaterra.
El Seguro Social de Bismarck
En el año 1881, Bismarck remitió al Parlamento alemán su proyecto de Seguro Social.
Desde entonces el campo de la medicina comienza a bifurcarse, y origina dos ramas
científico-sociales que en nuestros tiempos han llegado a diferenciarse tanto que no
aparece claro el común origen; debido a ello, muchos no comprenden el problema,
lo comprenden mal o no lo quieren comprender.
Estas dos grandes bifurcaciones son: la asistencia médicosocial, por una parte, y la
previsión, por otra. Ambas están unidas indisolublemente en el plan de Bismarck.
En sistemas médico-sociales, concebidos posteriormente, se han separado aún más,
198 ■ Política sanitaria argentina
las ramas originarias, aunque es evidente que su contenido social procede del campo
de la medicina; es justo reivindicar para nuestra ciencia médica esa prioridad, prio¬
ridad que ha sido olvidada por economistas, sociólogos y legisladores, e incluso por
los mismos médicos.
La previsión toma diversas formas: el mutualismo, los seguros voluntarios, los
seguros colectivos y los seguros sociales. El Seguro Social alemán era obligatorio y la
asistencia médica tenía el carácter del ejercicio de un derecho adquirido a través de los
aportes. La asistencia médica, para los no afiliados, adopta el carácter de graciable; el
interesado debe demostrar —en esos casos— su necesidad e incapacidad económica.
Solo así puede recibir el beneficio de una prestación gratuita. Ambos sistemas de
financiación de la asistencia médica, el oneroso y el gratuito, tenían sus respectivos
organismos, sus instituciones, cajas, regímenes administrativos propios, su persona¬
lidad jurídica, etc. A menudo se superponía la acción del uno al otro, y era frecuente
que una misma familia alemana tuviera que asistirse por ambos sistemas. Lo mismo
ocurrió en Francia, con el régimen de las Cajas de Compensación, y en otros países
donde se subsidia la maternidad, el parto, la lactancia, la tenencia de menores, y al
mismo tiempo se acuerdan los beneficios del seguro de maternidad, desocupación u
otros beneficios del sistema de previsión.
Las adaptaciones inconsultas
Esta dualidad de sistemas trajo, en los países que lo adoptaron —sin tener una organi¬
zación tan evolucionada como la alemana—, un verdadero caos, por la superposición
de prestaciones, el aumento de los costos, la ineficacia y dispersión de los servicios
y la falta de comando técnico central. Algunos países sudamericanos, que copiaron
estas ideas sin mayores adaptaciones, han introducido un verdadero desorden en su
sistema de asistencia médica a los obreros. Quizás hubiere ocurrido aquí exactamente
lo mismo, a no mediar el Decreto 16200/46, por el que se transfirieron los servicios
médicos de la medicina preventiva y curativa de los afiliados a la Secretaría de Salud
Pública de la Nación.
El Seguro Social se concreta en las cajas de jubilaciones, que son formas simples
del seguro; en los Institutos de Previsión, y en sus formas más avanzadas se lleva el
Seguro Social, a la categoría de Ministerios de Seguridad Social, como en Bélgica o
Inglaterra. Se trata de poderosas organizaciones financieras y no de organizaciones
hospitalarias, y hago esta aclaración porque existe una tendencia a creer que la pre¬
visión social y la asistencia médica son la misma cosa, cuando en realidad solo el 25%
de la previsión tiene carácter médico.
Alcances del Seguro Social
El Seguro Social, teóricamente, debe cubrir los riesgos posibles del individuo y de la
familia y proteger a toda la población, no solo a los obreros. Dicho seguro en un 25%
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 199
—como he dicho— cubre los riesgos de enfermedad y el 75% restante los riesgos de
trabajo, la invalidez, vejez, desocupación, accidentes de trabajo, incapacidades transi¬
torias, etc., y otorga cuotas de nupcialidad, natalidad, orfandad, viudez, etc. Las pres¬
taciones médicas —dentro de los sistemas más prácticos— se efectúan por medio de
las organizaciones médicas preexistentes y no por las cajas que se limitan a pagar y
controlar los servicios. Las cajas de seguro centralizadas en nuestro Instituto de Pre¬
visión ha constituido el paso más concreto que se dio en el país para llegar al seguro
social, y ello es mérito exclusivo del general Perón. El Instituto Nacional de Previsión
será con el tiempo nuestro Banco Nacional del Seguro Social. Si el Seguro Social, en
su aspecto de asistencia médica pasara a ser aplicado en su técnica por las Cajas de
Previsión, tendríamos a la larga que transferir la Secretaría de Salud Pública y todos
los hospitales a dichas instituciones, o en su defecto crear, sobre la base del Instituto de
Previsión o del Banco del Seguro Social, una red hospitalaria que, aparte de demorar
muchos años en construirse, traería la superposición de servicios, la dualidad de los
mismos, su encarecimiento, y coexistirían dos organismos de sanidad para la misma
cosa: uno, el de la Secretaría de Salud Pública de la Nación y otro, el del Instituto de
Previsión. En otros términos, llegaríamos a un desorden en la materia peor que el que
existía antes de la creación de la Secretaría de Salud Pública. Este desorden, como
dijimos ya, se produjo en los países que copiaron el plan alemán, sin tener en cuenta
que Alemania contaba con un sistema asistencial casi completo cuando dicho plan se
adoptó, mientras que aquí, como en otros países latinoamericanos, tenemos cubiertas
apenas el 40% de nuestras necesidades asistenciales mínimas, incluyendo en ese 40%
todos los servicios nacionales, municipales, provinciales y privados. Por estas razones
Chile, para cumplir con los servicios de las cajas, tuvo que recurrir y recurre desde
hace años a los hospitales de beneficencia, pues en veinte años solo ha logrado instalar
muy pocos hospitales auténticamente propios de las cajas de previsión. El organismo
de la previsión tiene demasiada tarea con el manejo financiero y con cubrir y orga¬
nizar el otro 75% de los riesgos que no necesitan servicios hospitalarios. La previsión
debe otorgar los fondos de ese 25% del Seguro Social para que el organismo técni¬
co-médico haga las prestaciones o las mejore, utilizando o ampliando para ello la red
hospitalaria que ya existe en el país. Como dicha red es totalmente insuficiente en el
momento actual, pues faltan cien mil camas para llegar al mínimo indispensable, el
cumplimiento del seguro —aun así— solo puede ser parcial e incompleto.
Organización médica indispensable
Si el organismo médico nacional con toda su enorme máquina asistencial solo cubre
el 20% de las necesidades, ¿cómo podría el Instituto de Previsión afrontar solo esas
prestaciones sin contar con las organizaciones médicas indispensables, aparte de
que, aun poniendo a su servicio todos los hospitales del Estado, no podría cumplir
con los compromisos contraídos en el seguro? Llegaríamos a una simulación de
prestaciones médicas por las cajas, con la protesta lógica y justa de los afiliados por
el servicio malo o insuficiente.
200 ■ Política sanitaria argentina
Pero estamos en buen pie desde la sanción del Decreto 16200/46, que coloca las
prestaciones médicas a cargo de la Secretaría de Salud Pública y su financiación en
manos del Instituto de Previsión, con lo cual evitamos el inconcebible sistema por
el cual las cajas de jubilaciones dirigirían la asistencia médica del país. Los médicos,
que no conocen este asunto, —a quienes les pido que presten atención a estos pro¬
blemas— no se imaginan lo que hubiere ocurrido de haber seguido en el planteo
original. La rectificación —que en honor a la verdad histórica— corresponde exclu¬
sivamente al general Perón, que enterado del asunto acordó su inmediata modifi¬
cación y autorizó al que os habla a suscribir el Decreto 16200/46.
Gracias al elevado espíritu, comprensión del problema y entusiasmo de las actuales auto¬
ridades del Instituto de Previsión, a quienes expreso mi gratitud públicamente, hemos llegado
a un entendimiento en lo que se refiere a la aplicación de la ley de Medicina Preventiva, con
la creación del Consejo de Medicina Preventiva, entendimiento que deberá hacerse efectivo en
otros aspectos de las prestaciones.
Seguro Social para 16.000.000 de personas
Ahora solo tenemos dentro del régimen de previsión a 3.000.000 personas; en el
futuro será necesario organizar idénticos beneficios para los 16.000.000 de habi¬
tantes del país; recién entonces se habrá llegado al Seguro Social verdadero y existirá
la Seguridad Social, considerada como la mejor arma defensiva contra la anarquía, la
disolución y las teorías exóticas que solo germinan en la injusticia social.
Si se cumple el plan sanitario de construcciones de la Ley 13019, en el año 1952,
estaremos en condiciones de atender todas las necesidades de la previsión, en
materia de asistencia médica y todo se habrá hecho sin necesidad de hacer pagar,
con antelación, fuertes descuentos de los salarios y sueldos de obreros y empleados,
por servicios que no se prestan. Recién entonces será oportuno planear un reajuste
de los aportes de las cajas para fines de previsión médico-social. Así lo ha entendido
el Instituto de Previsión, por lo cual el Seguro Social argentino —en su aspecto de
asistencia médica por lo menos— está en marcha, y por buen camino.
El ejemplo de Estados Unidos de América
EEUU nos ha dado el ejemplo. Ha seguido este criterio y está triunfando amplia¬
mente en el asunto de las prestaciones médicas de los seguros. En efecto, salvo pocas
organizaciones que tienen servicios médicos propios, todas las instituciones de
previsión médica, obrera y no obrera, actúan por intermedio de las organizaciones
asistenciales privadas o del Estado y no por sistemas médicos especialmente orga¬
nizados por las Cajas de Seguro. De ese modo, en el año 1947 se prestaron servicios
médicos para las cajas de previsión por un valor que llega a la fabulosa suma de
37.000 millones de dólares, todo ello en hospitales privados y del Estado. Su apli¬
cación y manejo no les costó a las cajas más que el importe de los sueldos de doce mil
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 201
empleados en la administración central. De ese modo, los afiliados norteamericanos
saben que la casi totalidad de lo que aportan se emplea en pagar un servicio médico
efectivo y no en sueldos de una frondosa burocracia técnico-administrativa, como
ocurriría si las cajas de previsión tuvieran que organizar sus propios hospitales.
Los sistemas en nuestro país
Sin ir muy lejos y buscando un ejemplo simple y próximo a nosotros: ¿cómo pro¬
ceden las compañías de seguros particulares en Buenos Aires, cuando contratan un
servicio médico para cubrir riesgos obreros? Simplemente, cobran los aportes y
luego de descontar su ganancia, prestan los servicios médicos por intermedio de sa¬
natorios particulares que le cobran a la compañía de seguros precios convencionales.
¿Por qué a ninguna compañía particular se le ocurre organizar hospitales propios
y hacer las prestaciones por intermedio de organizaciones médicas de su exclusiva
dirección? Sencillamente porque resulta antieconómico, además de complejo;
porque se introduciría en la organización del seguro —que es una organización pura¬
mente financiera — un componente técnico altamente especializado, que además de
tornar costoso el seguro obliga a montar una máquina administrativa que llevaría
a la quiebra a cualquier empresa. Todos conocemos en nuestro país sanatorios pri¬
vados dirigidos por médicos que hacen esas prestaciones a las compañías de seguros.
Las Cajas de Previsión del Estado no deben ni pueden actuar de manera distinta a
las compañías privadas de seguros de la Argentina y de los EEUU, que tienen mucha
experiencia. Lo lógico es, pues, que deleguen el cumplimiento de las prestaciones
técnicas en los servicios asistenciales del Estado, del mismo modo que las compañías
particulares de seguros delegan en sanatorios privados, por constituir estas organi¬
zaciones científicas un sistema asistencial que se defiende solo, pues su financiación
no depende exclusivamente del seguro.
Superposición de sistemas
Poniéndonos en el caso hipotético de que el Instituto de Previsión pudiera alguna
vez organizar sus prestaciones médicas en forma tan perfecta como para atender
satisfactoriamente a sus tres millones de afiliados, al cabo de un tiempo ocurriría lo
siguiente: que en las ciudades existirían dos hospitales: uno para atender al afiliado
que dependería del Instituto de Previsión y otro para las familias de los afiliados,
unos diez millones de personas que estarían a cargo de la Secretaría de Salud Pública
de la Nación. El hogar es uno y la necesidad también una; no podríamos disociar la
familia, por el solo hecho de que unos tienen derechos como afiliados y otros no. Los
afiliados y sus familias pedirían con razón, que se los atienda a todos en el mismo
lugar y en iguales condiciones de eficiencia. Para complacerlos, el Instituto tendría
que extender su acción a la familia de los afiliados, en otros términos, a casi toda
la población del país; y para semejante programa no contaría ni con los fondos, ni
202 ■ Política sanitaria argentina
con la organización técnica suficiente. Llegados a esta encrucijada no quedaría más
remedio que incorporar la Secretaría o Ministerio de Salud Pública a las Cajas de
Previsión, lo que es absurdo, o bien incorporar el Instituto de Previsión a la Secre¬
taría de Salud Pública, lo que también es poco lógico. Esto no es una fantasía, pues
el hecho ya se ha producido en varios países sudamericanos en donde existen los
Ministerios de Salud Pública y Previsión Social. En otras partes, sin existir un mi¬
nisterio con tal denominación, como en Chile, el Instituto de Previsión o Cajas de
Seguro, dependen del Ministerio de Salud Pública y no del Ministerio de Trabajo.
Ambas soluciones, sea la supeditación a lo sanitario o la supeditación al trabajo,
son a nuestro juicio erróneas.
La previsión como ente autónomo
La previsión debe estar manejada por un órgano financiero autónomo, un Banco del
Seguro Social con funciones específicas, como son prever los riesgos, organizarlos
por cuenta del Estado y pagar los siniestros que se vinculen con el trabajo o con la
salud, pero ese Banco o Instituto de Previsión jamás podría ser un organismo de
asistencia hospitalaria. Sería en cierto modo ridículo. Si en la Argentina llegamos
a la autonomía de la previsión —y creo que llegaremos dada la comprensión de las
autoridades— habremos puesto las cosas en su verdadero terreno.
En Alemania pudo desarrollarse el sistema con matices diferentes incluso un
sistema dualista, porque ese país tenía una organización social y médico-sanitaria
muy adelantada, una economía, una organización estatal y una psicología diferente,
muy dispar si se la compara con la de los países americanos de origen hispánico.
El pueblo alemán llegó a ser el más previsor; todas sus clases sociales estuvieron,
gracias al Seguro Social, amparadas en cualquier emergencia o infortunio. Por eso
se ha dicho que Bismarck —proponiéndoselo o no— le había entregado a Alemania,
con su seguro social, la más poderosa arma militar, ya que, al mismo tiempo que
aseguraba la fortaleza física y mental del material humano, le imprimía un sello de
solidaridad nacional, tan fuerte, que la cohesión del pueblo alemán fue indestruc¬
tible. Muchos se sintieron contrarios al sistema, por suponer que semejante proceso
orgánico de solidaridad nacional, conducía fatalmente a crear un poderoso estado
militar.
El temario del Congreso y los fundamentos del Plan
Sanitario Nacional
Vivimos tiempos de revolución y en el orden de la salud pública se ha iniciado una
era que podríamos llamar de la reconstrucción sanitaria del país. Todos los temas
oficiales de este Congreso son nuevos dentro de la preocupación médica corriente;
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 203
han sido planteados con gran precisión por sus organizadores. Debo destacar con
satisfacción que todos los temas preexisten y ya están discutidos en el Plan Sani¬
tario Nacional, plan que desgraciadamente es poco conocido por la clase médica. El
mérito de la Asociación Argentina de Higiene reside en haber tomado los puntos más
salientes de nuestro programa, el haberlos circunscriptos y promovido su discusión
pública. Mayor mérito sería si se tomara como base de la tarea de este Congreso los
cuatro tomos del Plan Sanitario y se lo sometiera a un examen crítico para mejo¬
rarlo, rectificando errores, enriqueciendo conceptos, modificando la orientación de
puntos mal planteados a fin de que la sanidad argentina marche, hacia el horizonte
que no por lejano, dejamos de percibirlo con claridad.
Vosotros, entre todos los médicos, sois los más capaces de realizar esta tarea, por
vuestra preparación humanística y sociológica.
La nueva política sanitaria
Los puntos de vista de la Secretaría de Salud Pública de la Nación para operar la
reforma sanitaria del país, fueron desde un comienzo, completamente opuestos a
los vigentes hasta la revolución. Comenzamos por la centralización de las organiza¬
ciones médicas desde el día en que creó un organismo nacional fuerte, precisamente
para obtener esa centralización, propósito que aún no se ha cumplido totalmente,
si no en forma muy parcial. Pretendemos que exista centralización de las directivas
técnicas y descentralización ejecutiva; para ello hubo que crear una doctrina y una
política sanitaria, que el suscrito ha expuesto ante el gremio médico tantas veces
como le fue posible.
Comenzamos enunciando con insistencia, el concepto positivo de salud como
dominante sobre el criterio negativo de enfermedad; establecimos que dentro de
las enfermedades debe prestarse más atención a las que, por su frecuencia, plantean
un problema a las masas y al Estado, como son los accidentes, las enfermedades
degenerativas e invalidantes; sustituimos el criterio de asistencia pública, o sea el
de un simple auxilio de emergencia a la desesperación, por el de asistencia médica
integral, que es el del servicio permanente al sano y enfermo en todos sus aspectos;
divulgamos la noción de que al enfermo no solo hay que curarlo, sino rehabilitarlo,
subsidiarlo si hace falta, con tal de obtener su recuperación para la sociedad; lle¬
gamos al medio rural, donde la idea moderna de la unidad sanitaria y del centro de
salud, ha sido superada por nuestro concepto del “centro sanitario”, que crea un nexo
racional entre la medicina sanitaria y la medicina asistencial; cambiamos la con¬
cepción del hospital, para definir a este, no como un simple depósito de enfermos
en tratamiento, sino como un centro de cultura y protección de la familia, donde
se apliquen al mismo tiempo las normas de la asistencia, de la sanidad, del servicio
social y de la medicina preventiva; de ese modo llegamos a la doctrina más avanzada
de la medicina argentina, la del “centro sanitario” concatenado con la “ciudad hos¬
pital”; abordamos a fondo el problema del enfermo crónico, como algo que merece
una solución distinta a la del enfermo agudo. La quimioterapia y los antibióticos, al
204 ■ Política sanitaria argentina
reducirá a un mínimo las enfermedades agudas, han elevado, estadísticamente, a
un alto nivel las enfermedades crónicas, las cuales no son en última instancia sino la
suma de pequeñas enfermedades agudas mal tratadas o descuidadas por el médico,
el enfermo y la sociedad.
Campañas sanitarias gigantescas
Decidimos la erradicación efectiva y eficaz de las endemias por campañas sanitarias
integrales que han merecido el calificativo de “gigantescas” por un eminente sabio eu¬
ropeo, el doctor Folke, miembro del Instituto Carolingia de Suecia. Llevamos a los
técnicos a un nuevo planteo en materia de estadística vital, al afirmar que no interesa
el hecho numérico y la cantidad aislada, sino que es fundamental calificarla con la ca¬
lidad del factor humano; no basta la simple compilación de cifras, el estudio de las
tendencias, dispersiones, correlaciones, en otras palabras, la simple biometría, sino que
es indispensable juzgar las cifras a la luz de la eugenesia y de la antropometría, trans¬
formada en biotipología, para llegar a un auténtico concepto de higiene de la raza.
Problema fundamental de Gobierno
Todo este programa se apoya moralmente en el concepto cristiano de la solidaridad
social y legalmente en la obligación del Estado de afrontar el problema de la salud
como problema fundamental de Gobierno, que debe ser resuelto —en su finan¬
ciación— por vía del seguro de enfermedad o de salud o por la creación del fondo
de Salud Pública, al que se refieren las leyes 13012 y 13019. Solamente con una finan¬
ciación social —con el aporte de los beneficiarios— podremos transformar los ac¬
tuales fundamentos de la asistencia médica en la Argentina, iniciada sobre las bases
de la caridad o de la beneficencia, que ejerce, principalmente, y en gran escala, el
Estado, tomando los fondos de rentas generales, cuando lo lógico es que el servicio
médico, en todos sus aspectos, merezca una financiación específica a la que nadie se
opondría por su contenido humano y su utilidad inmediata.
Las enfermedades como problema social y como
materia de Estado
Las ciencias médicas han conseguido un milagro en estos últimos cincuenta años. A
fines del siglo pasado, una persona al nacer tenía una vida probable de cuarenta y dos
años; actualmente el promedio de la vida humana es de sesenta y siete años, es decir,
hemos logrado prolongar la vida del hombre. Ahora pregunto: ¿vale la pena vivir esa
vida prolongada artificialmente por la medicina? Si bien el progreso de la ciencia
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 205
de la longevidad es admirable, existe la contraparte de que esa mayor sobrevida va
acompañada de un elevado índice de enfermedades invalidantes y degenerativas,
que torna la vida en algo poco confortable, y por ende, poco feliz. Prolonguemos
pues la vida, pero en forma tal que no sea una maldición, sino una síntesis del bien¬
estar físico, mental y social —es decir, de la salud— para que el ser humano, durante
su mayor sobrevida, no sea un desgraciado, una carga para el Estado o su familia,
sino un ser útil a sí mismo, a la sociedad y a su patria.
Al expresarnos en estos términos entiendo que planteamos el principal problema
de la medicina social de nuestros tiempos. A ustedes, los higienistas, les corresponde
indicar los medios para resolverlo.
La contabilidad sanitaria
Lo primero que tenemos que hacer —a nuestro juicio— es analizar las condiciones de
vida del pueblo, mediante un sistema de contabilidad sanitaria, que permita apreciar
la salud pública con “índices sanitarios” o “índices de salud”, tan simples y gráficos,
como para orientarnos sobre las condiciones de la salud colectiva, de las condiciones
de felicidad en la sobrevida a que nos hemos referido, y poder comparar el estado físico y
mental de un país, zona o territorio con respecto a otros países, zonas o territorios.
Esa contabilidad de la salud pública se podría abordar creando un conjunto de
referencias numéricas a las cuales se les adjudicaría un porcentaje o valor deter¬
minado. De la suma de esas referencias sanitarias, se tendría un total que mediría,
aproximadamente, el índice de salud colectiva. Por ejemplo: un pueblo en donde
la vacunación antivariólica no es obligatoria se clasificaría con un cero, mientras
aquellos que tienen por ley la vacunación compulsiva deberían ser clasificados con
100. Entre estas dos cifras existiría una serie de puntajes intermediarios, según el
número de vacunados.
Ejemplo complejo: la tuberculosis
Otro ejemplo un poco más complejo: la tuberculosis. Sabemos que en esta endemia
gravitan varios factores: el enfermo, la vivienda, la alimentación y las posibilidades
de hospitalización. Si un país está en condiciones de aislar precozmente a todos
sus enfermos de tuberculosis, someterlos a reposo y tratamiento, ese país le habrá
quitado a la tuberculosis un elevado porcentaje de su peligrosidad social. Si, además,
ese país, tiene viviendas y alimentos suficientes, habrá conseguido reducir aún más
el peligro y elevar su puntaje de salud, frente a la tuberculosis. Es sabido que los
grupos sociales, con buen alojamiento y alimentos suficientes, solo registran siete
casos de tuberculosis cada diez mil personas, contra veintidós casos, que se señalan
en los grupos sociales más pobres, donde la miseria y la tuberculosis rondan de la
mano alrededor de la mala vivienda y la escasa comida. Las posibilidades de in¬
ternar y aislar precozmente a los tuberculosos, constituyen el factor principal para
206 ■ Política sanitaria argentina
terminar con esta enfermedad. Está demostrado que el grado de desarrollo de la
tuberculosis, en un país, guarda relación directa con el número de camas para in¬
ternación de enfermos. Dinamarca ha terminado con la tuberculosis, pero tuvo que
disponer para ello de dos camas por cada fallecimiento por tuberculosis. Dinamarca
tendría así cien puntos en tuberculosis. En cambio, nosotros estaríamos muy cerca
del cero, porque de lo único de que disponemos es de alimentos, y en cambio ca¬
recemos de viviendas suficientes y nuestras posibilidades de aislamiento precoz de
los tuberculosos son lamentables. De acuerdo al índice de Dinamarca de dos camas
por cada fallecimiento por tuberculosis, deberíamos tener en la Argentina treinta y
dos mil camas sanatoriales, ya que, en nuestro país, fallecen por año, dieciséis mil
personas por tuberculosis. Para atender el problema contamos en total nada más que
con cuatro mil camas incluidas nacionales, provinciales y municipales. Pensamos
con el Plan Quinquenal, llegar en 1952 a dieciséis mil camas, una por cada falleci¬
miento. Estaremos recién para e época en la mitad de la solución.
índices de contabilidad sanitaria
La Argentina, dentro de la contabilidad sanitaria, en el rubro de tuberculosis no
podría pasar de diez puntos, aunque en viruela merecería cien, en paludismo se¬
tenta, en lepra cincuenta, etc. En materia de provisión de agua potable y de cloacas,
la capital federal tendría, por ejemplo, cien puntos, pero otras ciudades del país es¬
tarían en cero. Este sistema de índices de conjunto, superaría la estadística corriente,
al crear un “rating”, es decir, un rango computable, como se computan los riesgos
dentro de un seguro de vida; serían los “rating” de los riesgos de enfermedad to¬
mando el conjunto de una población. Y estos índices podría hacerse por zonas en
nuestro propio país, y apreciar la evolución de los hechos en el tiempo; serían, pues,
las pruebas gráficas de la eficacia o ineficacia de la sanidad.
Con el tiempo los problemas sanitarios actuales no existirán más. Si alguien
dentro de cincuenta años leyera estas líneas, seguramente se sonreiría pensando en
nuestras dificultades y angustias de hoy; quizás para entonces no serán más un pro¬
blema la tuberculosis, la lepra, la alienación mental y la falta del mínimo indispen¬
sable de camas.
Pero tendrán seguramente otros problemas sanitarios nuevos y que ahora ni
siquiera sospechamos. Si por desgracia dentro de cincuenta años siguiéramos con
los mismos problemas de hoy, ello indicaría que el manejo de la salud pública estuvo
en manos incompetentes para desgracia del país.
Los pueblos y las épocas
Cada época tuvo sus problemas sanitarios. Así, en el año 1900, figuraba a la cabeza
de las causas de muerte la neumonía, con 304 casos por cada cien mil habitantes; en
1940 bajó a 40 por cien mil y actualmente, en 1948, con los antibióticos, su cifra es
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 207
despreciable. El problema ha desaparecido. En 1900 aún los países más civilizados
tenían 236 muertes por tuberculosis por cada cien mil habitantes; hoy esos países
las han reducido a cifras que no pasan de 48 por cien mil. Pero la tuberculosis debe
desaparecer, como desapareció la neumonía, la viruela, la fiebre amarilla, la peste y
tantas otras enfermedades que están en franca regresión. En 1900 las enfermedades
del riñón mataban 155 personas por cada cien mil de población; hoy solo mueren 47,
lo que consagra otro buen éxito de la medicina.
En cambio han aparecido nuevos problemas. Las cardiopatías que en el año 1900
producían solo 112 bajas por cada cien mil habitantes, hoy producen 355 por cien
mil. Solo la medicina preventiva, al descubrir precozmente al cardíaco puede ali¬
viarnos del problema, pero será necesario crear al mismo tiempo, un sistema social
para adecuar el trabajo moderno, propio de la civilización industrial, a las condi¬
ciones y capacidad cardiovascular del organismo humano, y derivar los cardíacos
comprobados hacia un régimen de rehabilitación. El cáncer en 1900 determinaba 66
muertos por cien mil; hoy determina 174 habiéndose, pues, triplicado su frecuencia.
La arterioesclerosis, que a principio del siglo no figuraba entre las diez causas prin¬
cipales de muerte, en nuestros días determina 13 fallecimientos por cada cien mil
habitantes; ello puede explicarse porque el número de personas a los sesenta y dos
años es muchísimo mayor que en el año 1900.
Se plantea el problema de las enfermedades crónicas
Frente al aumento real de las cardiopatías y del cáncer, tenemos el incremento apa¬
rente de la arterioesclerosis que acabamos de señalar; también existe un aumento
“aparente” de las hemorragias cerebrales. La hemorragia cerebral determina en
nuestra época el 10% de los fallecimientos, pero su colocación entre las diez causas
más frecuentes de muerte obedece al hecho de que ha desaparecido o disminuido
considerablemente la mortalidad por ciertas enfermedades infecciosas, tales como
la difteria, que en 1900 ocupaba el octavo puesto, con 66 muertes por cada cien mil
de población y que hoy no determina más que 10 fallecimientos por cada cien mil
de población, lo que es una cifra inapreciable.
La diabetes es otro problema social, pues las líneas de tendencias son fuertemente
ascendentes. La diabetes, en 1900, no figuraba entre las diez principales causas de
muerte, pero ya en el año 1900 aparece con 16 fallecimientos por cada cien mil; en
1920 sube a 19 casos; en 1930, llega a 26 y actualmente tenemos 45 fallecimientos por
diabetes en cada cien mil de población. Todo ello a pesar de la insulina.
En cambio, las enfermedades del hígado y de la vesícula que en el año 1900 pro¬
ducían 34 muertos por cada cien mil de población y completaban el conjunto de las
diez causas principales de muerte en esa época, han descendido a menos de 20 por
cien mil, lo que implica una reducción de casi el 50%. Esta disminución obedece a
la práctica de la cirugía precoz, al progreso de la dietética y a la desaparición de la
tifoidea como foco séptico vesicular; se podrá, en el futuro, conseguir una reducción
mucho mayor, una vez de que dispongamos del número suficiente de hospitales.
208 ■ Política sanitaria argentina
Existen otras enfermedades que no figuran en los cuadros de mortalidad, pero
que tienen una gran incidencia sobre el trabajo nacional, sea porque producen
muchos inválidos o porque determinan ausentismo en forma alarmante. El reuma¬
tismo es un gran factor de invalidez obrera; por eso hemos creado dos hospitales
climático-termales para obreros, para tratarlos precozmente y evitar las invalideces
por esta enfermedad tan multiforme y compleja.
El ausentismo y los accidentes de trabajo
El ausentismo es otro serio problema nacional que influye poderosamente sobre el
rendimiento. De cada mil obreros, faltan diecisiete más de ocho días consecutivos
por influenza o gripe. El vulgar resfrío es un gran enemigo del trabajo, y él solo de¬
termina un 60% de las causas de ausentismo. Para combatirlo es necesario regular
la temperatura de los locales de trabajo y evitar la promiscuidad que difunde rápi¬
damente el contagio. En otros términos, cumplir con las directivas de la Medicina
del Trabajo y de la Higiene Industrial. Otra solución eficaz será la vacuna antigripal
que se está preparando en el Instituto Bacteriológico Malbrán, cuya eficacia pre¬
ventiva es indiscutible, tanto que creo que, si se aplica en masa a la población obrera,
podremos reducir casi a cero el número de enfermos de gripe. Todo depende de
nuestra capacidad de producción. EEUU, donde la vacunación antigripal es costeada
por los propios industriales, no alcanza a cubrir sus necesidades y, por supuesto, no
exporta dicha vacuna. Esto nos ha llevado desde el año pasado a preparar nuestra
propia producción para este año, con todo éxito, aunque todavía no podríamos
afrontar una vacunación en masa de los obreros.
Los accidentes no industriales, producidos en el hogar y en la vía pública, deter¬
minan un ausentismo al año de once obreros por cada mil, prolongándose dicha
ausencia por más de ocho días.
De cada 10.000 muertes al año por accidentes en nuestro país, 8.000 se producen
fuera de los ambientes de trabajo, y si calculamos que cada muerte por accidentes,
supone, en proporción, 200 heridos, llegamos a la conclusión de que la trauma¬
tología y cirugía de urgencia debe atender al año alrededor de un millón de acci¬
dentados, por causas no industriales. Corresponde, pues, al mismo tiempo que se
afronta la campaña de seguridad en el trabajo, la profilaxis de los accidentes en las
fábricas, efectuar una acción conjunta en pro de la seguridad pública, en el tránsito
y en el hogar, y en los ambientes no industriales. Porque de allí proceden el 80% de
los accidentados.
La medicina social como actividad típica del Estado
Toda la exposición tiene a probar que la actual higiene y la medicina social cons¬
tituyen una rama fundamental del Gobierno; que las orientaciones sociales y eco¬
nómicas de nuestro país, exigen que el higienista actual sea al mismo tiempo un
Orientaciones contemporáneas acerca de la medicina social m 209
sociólogo y un estadista. Si antes no se podía ser un buen higienista sin ser, al mismo
tiempo, bacteriólogo, hoy no se pueden afrontar los problemas de la medicina de las
masas, sin un criterio político y económico, sin un criterio de justicia social, sin el
“justicialismo” del general Perón que, al propugnar soluciones trascendentes para el
estándar de vida del pueblo, ha resuelto problemas médico-sociales, con un criterio
de verdadero médico higienista. Sus desvelos tienden a garantir la capacidad física
y mental de los trabajadores y —al asegurarles su derecho a la salud— les asegura,
también, su felicidad, su rendimiento en el trabajo y preserva la capacidad de pro¬
ducción de nuestra patria, porque sabe, que cada día, es más exacta aquella genial
exclamación de Nicolás Avellaneda: “¡Todo se salvará mientras el país trabaje!”
210 ■ Política sanitaria argentina
Algunas posibilidades y propósitos de la
Primera Exposición de Salud Pública 1
Hace 28 años se inauguró en Buenos Aires una exposición de Higiene y algunos años
más tarde el Museo Municipal de Higiene, que fue clausurado en 1931 por razones
de economía.
Estos son, escuetamente, los únicos antecedentes que he podido recoger, afines
con la Primera Exposición de Salud Pública que hoy tenemos el honor de inaugurar.
Entre aquellos acontecimientos ya lejanos y el de hoy, existe una inmensa distancia,
en las proporciones del hecho, en su sentido y orientación, en sus fines y propósitos;
por ello, podemos afirmar que la Primera Exposición de Salud Pública es también
el primer esfuerzo orgánico realizado en nuestro país para presentar el conjunto de
dos años de labor sin tregua y sin descanso, y que se traduce materialmente aquí en
14.000 metros cuadrados de superficie cubierta.
Dos años atrás esta exposición hubiera sido una utopía y quizás nadie se hubiere
atrevido a realizarla, por la sencilla razón de que ni el 20% de la información, de las
síntesis de hechos e ideas, de las formas y cosas, existían en aquel entonces.
Todos los países del mundo han realizado exposiciones de este tipo; muchos,
los más adelantados, las transformaron en museos permanentes con el propósito
de educar a la población y mantenerla informada sobre los adelantos de la ciencia
médica, constituyéndolas al mismo tiempo, en sede de escuelas de Educación Sani¬
taria, que es uno de los sistemas más eficaces para formar un nuevo tipo de traba¬
jador social, el educador sanitario o monitor de higiene y una nueva especialidad: el
médico especialista en pedagogía sanitaria popular.
La exposición de Dresden
En el año 1911 el mundo pudo contemplar, entre curioso y sorprendido, el notable
espectáculo de la Exposición Internacional de Higiene en Dresden. Dicha exposición
se transformó al año siguiente en el Museo Alemán de Higiene, que bien pronto ad¬
quirió fama mundial por ser un centro de atracción sin precedentes para profanos,
médicos, estudiantes, educadores e industriales. El Museo de Dresden ocupaba un
parque de 35.000 metros cuadrados, de los cuales 22.000 metros estaban cubiertos
por la exposición permanente. Con el ejemplo de Dresden, se efectuaron más tarde
otras exposiciones permanentes como las de Higiene y Profilaxis del Trabajo de
'Discurso al inaugurar la Primera Exposición Argentina de Salud Pública, el día 17 de julio de 1948.
Algunas posibilidades y propósitos de la Primera Exposición de Salud Pública u 211
Berlín, la de Higiene de Dusseldorf, la de Puericultura de Berlín, la de Medicina Tro¬
pical de Londres, ciudad donde existe, además, el Museo de Higiene y Seguridad del
Trabajo que ocupa una manzana al lado de la Abadía de Westminster.
Difusión sanitaria en Estado Unidos
En EEUU en estos últimos años el sistema de difusión sanitaria por medio de las
exposiciones ha tomado un incremento admirable, y forma parte del propósito inte¬
ligentemente cumplido por el Public Health Service, institución oficial equivalente
a nuestra Secretaría de Salud Pública, de formar una auténtica conciencia sanitaria
nacional. En dicho plan cumple un gran papel la Fundación Kellog, que, además de
preparar estos actos, está empeñada en la formación de miles de educadores sani¬
tarios, seleccionándolos entre médicos, maestros y profesores.
En la técnica sanitaria moderna la formación de una conciencia nacional sobre
los problemas de la salud pública, constituye un paso previo e indispensable, ya que
sin educación y cultura sanitaria, poco se puede hacer en beneficio del pueblo, pues
es el mismo pueblo el agente de su salud, el único que racionalmente conducido es
capaz de gravitar con eficacia en la preservación del capital biológico, que no es solo
anatomía, fisiología o patología, sino toda persona humana integralmente concebida.
El Instituto de Educación Sanitaria
La Secretaría de Salud Pública cuenta ya con su Instituto de Educación y Propaganda
Sanitaria, y en su tarea, aunque incipientemente, ha logrado ya formar un concepto
popular en nuestro país de que es más importante perfeccionar la salud que curar
la enfermedad. En una segunda etapa enseñaremos, caso por caso, problema por
problema, cómo se hace o se debe hacer para que todo el mundo tenga su salud a
cubierto de los miles de enemigos invisibles o emboscados en los lugares aparente¬
mente más insospechables.
Colaboración de los poderes públicos
Quiero agradecer públicamente a los señores gobernadores de provincia, que no solo
han contribuido con sus stands sanitarios, sino que también nos honran con su pre¬
sencia; a los señores ministros del Poder Ejecutivo Nacional que nos han brindado
su apoyo, exponiendo la obra médico-social de sus respectivos ministerios, y a los
señores industriales vinculados a la industria de la alimentación y de medicamentos
y de tantos otros materiales indispensables al funcionamiento de una organización
tan compleja como la de Salud Pública. Quiero también dejar constancia de la labor
de gran mérito realizada por la comisión honoraria a cuyo cargo estuvo la organi¬
zación de la muestra, así como de la colaboración aportada por el periodismo.
212 ■ Política sanitaria argentina
La obra del excelentísimo señor presidente
Excelentísimo señor presidente: La sanidad pública y la naciente medicina social
argentina os deben todo, porque vos habéis hecho algo más que darnos el respaldo
moral y material, que ni eso hicieron otros Gobiernos; nos habéis dado hasta la doc¬
trina, que se desenvuelve como una consecuencia lógica de vuestra filosofía política.
Gracias a vos, señor, la ciencia médica nacional ha dejado de ser mera espectadora
de las angustias de nuestro pueblo, o entristecida comentarista del panorama mé¬
dico-social —papel que desempeñó durante tantos años—, para convertirse en una
ciencia de aplicación concreta por medio de los múltiples organismos de acción
especializada que habéis creado.
De vuestra doctrina social ha nacido el plan sanitario argentino y vuestro pensa¬
miento fecundo fertilizó las iniciativas y mantuvo el entusiasmo y la fe, una de cuyas
expresiones es la exposición que hoy inauguramos, inspirada en vos, como he dicho;
por eso es sobria, criolla, sencilla y precisa como es vuestra palabra, y también noble,
generosa y elevada como son vuestros sentimientos.
El stand “María Eva Duarte de Perón”
Dignísima señora de Perón: En todos los países del mundo se han hecho obras como
la que hoy inauguramos; cualquier país civilizado puede ostentar con orgullo, como
índice de su cultura, una muestra sobre la acción en materia de salud pública, pero
ningún país del mundo puede brindarnos un ejemplo como el vuestro —que está
aquí presente en el pabellón de la obra médico-social “María Eva Duarte de Perón”—,
que si bien es una limitada expresión de la magnitud de vuestro empeño, viene, sin
embargo, a poner la nota de comprensión y solidaridad humanas, de cordialidad
generosa y de emoción incontenible.
Señora, os habla un hombre incapaz del elogio cortesano, un hombre formado
en las disciplinas de la ciencia que no se paga de palabras y que está libre de sospechas
de cualquier otro interés. Os digo, entonces, invocando mi condición de médico,
que no puedo ocultar mi admiración frente al contenido simbólico del stand “María
Eva Duarte de Perón”, de vuestras palabras que lo auspician, y que tampoco puedo
ocultar mis sentimientos frente a las cifras que traducen vuestra acción, y ante la
documentación objetiva y gráfica de la tarea que realizáis en beneficio de los no
pudientes. Os confieso honradamente, que los médicos y funcionarios oficiales,
dominados tal vez por el tecnicismo o simplemente por la rutina burocrática, no
podríamos imprimirle a la obra médico-social ese acento de honda sensibilidad, ese
contenido emocional, con que vos enriquecéis nuestra tarea de técnicos.
En nombre de los miles de enfermos agradecidos, hasta quienes habéis llegado
para ofrecerles ayuda, además de vuestro gesto imponderable que supone algo que los
médicos y la ciencia no pueden ofrecer, os agradezco y os rindo el homenaje de esta
exposición, que es la síntesis de un enorme esfuerzo, de muchas horas de preocupación,
y de incontables pequeños sacrificios anónimos, abnegados, humildes y silenciosos.
Algunas posibilidades y propósitos de la Primera Exposición de Salud Pública u 213
Las enfermedades del aparato digestivo
y la medicina social 1
Tengo el honor, como secretario de Salud Pública de la Nación, de traerles a ustedes
el saludo del excelentísimo señor presidente de la República, general Juan Perón,
quien me ha pedido especialmente les manifieste que pone a disposición de los se¬
ñores delegados de los países americanos y europeos aquí reunidos, todos los ele¬
mentos de que dispone el Gobierno de la nación y todas las facilidades necesarias
para visitar el país, conocer sus instituciones y organizaciones médicas, y que os re¬
itere al mismo tiempo de que su mayor deseo es que tengáis una cómoda y feliz
estadía en nuestra patria.
Como secretario de Salud Pública me he impuesto desde el principio, en actos de
trascendencia científica como el de hoy, el propósito de exceder el formalismo pro¬
tocolar, para fijar, aunque sea someramente, el pensamiento de nuestra institución
en la materia de que se trata, y en esta circunstancia no creo que deba apartarme de
esa práctica que ya es una costumbre.
Hasta hace poco, una reunión de gastroenterólogos no habría tenido trascendencia
pública y su interés no habría pasado sin duda del ámbito puramente académico. Hoy
las cosas ocurren de otra manera. Hoy estamos en nuestro país, más allá de la simple
consideración casuística de la medicina individual, y así hemos abordado la patología
del tubo digestivo desde el punto de vista de la medicina social. Para la medicina social
no cuenta tanto el enfermo como la enfermedad, ni interesa el valor intrínseco de los
métodos de investigación, diagnóstico o tratamiento o de las operaciones más indi¬
cadas en un caso dado, sino las cifras estadísticas que traducen la magnitud de los
problemas que le crea al Estado la existencia de ciertas enfermedades. En ese sentido,
la Secretaría de Estado a mi cargo está profundamente preocupada y deseosa de pro¬
mover un movimiento entre los médicos y especialistas para concretar soluciones
prácticas en terrenos que hasta ahora eran cultivados exclusivamente con el criterio
de la medicina individual, como ocurre en la gastroenterología.
Las afecciones gastrointestinales
Los seguros sociales con sus estadísticas nos han abierto los ojos, y ahora estamos en
condiciones de apreciar los problemas con una orientación que en el caso nos obliga a
considerar a la gastroenterología como una rama importantísima de la salud pública.
inauguración de la Primera Jornada Panamericana de Gastroenterología en la Academia Nacional de
Medicina, el día 18 de julio de 1948.
Las enfermedades del aparato digestivo y la medicina social ■ 215
Las enfermedades del tractus digestivo determinan la jubilación por invalidez
de 33 afiliados por cada 1.000, como causa principal, y como causa subsidiaria de 22
más. Total, 55 por mil. En este cómputo excluimos el cáncer del aparato gastroin¬
testinal. En nuestro país existen 3.600.000 afiliados a las cajas de jubilaciones, de
los cuales un 7 por mil dejan de trabajar por invalidez. Vale decir que anualmente
pasan a la pasiva 25.000 personas que tienen que abandonar sus tareas por razones
de enfermedad; de ellas 1.325 por afecciones gastrointestinales.
Tratándose de cálculos actuariales, los argumentos deben darse en cifras, y de las
que hemos apuntado resulta evidentemente que es un buen negocio para el Estado,
invertir cualquier suma para montar una buena organización médica y prevenir o
hacer profilaxis de los padecimientos del aparato digestivo, ello sin contar el valor
económico que representa para la sociedad una vida, lo mismo que los problemas
conexos que plantea un inválido o una muerte en una familia, con el consiguiente
trastorno o desorganización del hogar y el dolor humano que puede y debe evitarse
y que no tiene compensación crematística.
Acabamos así de considerar el problema desde el punto de vista del Estado,
financieramente; del social, económicamente; del de la familia, afectivamente.
Las cajas de jubilaciones
La experiencia de nuestras cajas de jubilaciones demuestra que cada 20 años pasan
a la pasiva por invalidez la décima parte de los afiliados; de donde resulta que sobre
3.600.000 afiliados, tendremos 360.000 jubilados por invalidez dentro de 20 años.
De ellos, según la estadística, 19.800 lo serán por afecciones gastrointestinales, sea
como enfermedad principal o como subsidiaria. Para ese entonces lo que habrá
costado al Estado mantener esos jubilados inválidos representa la suma de 200 mi¬
llones de pesos; 200 millones de pesos que habrá que cargar en la cuenta de la gas-
troenterología. Este balance resulta de la capitalización de los 1.375 inválidos pro¬
ducidos anualmente por las enfermedades del aparato gastrointestinal. Demás está
decir que dicha cuenta puede aumentar o disminuir según la capacidad y aplicación
de nuestros gastroenterólogos, y de los medios de acción con que cuenten para la
lucha las organizaciones de Salud Pública.
Pero ocurre que el país no solo está formado por los 3.600.000 afiliados a las
cajas de jubilaciones a que me he venido refiriendo hasta ahora, sino que queda
la enorme masa de no afiliados, unas 12.400.000 personas. Si aplicamos nuestros
índices a esa masa humana, descubrimos que en el país existen 64.000 enfermos del
hígado y vesícula, de los cuales 1.610 son inválidos; 33.000 enfermos del estómago
y duodeno, de los cuales 1.600 son inválidos; 200.000 enfermos proctológicos
incluidos los hemorroidarios, entre los cuales felizmente la invalidez es menor y no
llega al 1 por mil.
216 ■ Política sanitaria argentina
Las “minor diseases” inciden en la economía
En esta síntesis me he concretado principalmente a las enfermedades del tubo di¬
gestivo que determinan situaciones más o menos graves; pero existen las otras, las
transitorias, las de los síndromes mínimos, las “minor diseases” que no tienen tra¬
ducción actuarial, pero que por el ausentismo inciden pesadamente y con mayor
extensión que las graves en la economía. Sabemos que de cada 1.000 personas, 87,6
padecen de trastornos del aparato digestivo de mayor o menor importancia. De
acuerdo a este índice en la República Argentina existe un millón de personas con
afecciones del tubo digestivo. Es precisamente de ese millón de semienfermos, o
enfermos por temporadas, de donde procede luego la nómina de inválidos con ju¬
bilación o sin ella pero que de una u otra manera gravan las finanzas públicas o pri¬
vadas y desde luego la economía de la nación.
La experiencia hospitalaria en materia de enfermedades del aparato
digestivo
En nuestros hospitales el 10,4% de los internados están allí por afecciones del tubo
digestivo. Si nos atenemos a las cifras del Plan Quinquenal de Salud Pública, ten¬
dríamos que sobre el total de camas a construir, debemos destinar 16.000 para
atender las afecciones digestivas, lo cual implicaría, al precio actual de las construc¬
ciones, una inversión de 240 millones de pesos. Ubicándonos en el supuesto de la so¬
lución teórica de las 16.000 camas, su sostenimiento sería, al costo actual, de 160.000
pesos diarios o sea cerca de 60 millones de pesos al año; suma a la que habría que
agregar 24 millones de pesos de amortización, que es el 10% del costo original, índice
utilizado para calcular lo que se pierde por reposición y destrucción de materiales
en un hospital.
Frente a estas cifras tan elevadas debemos buscar un camino menos costoso y más
directo. Entiendo que la mejor solución es multiplicar, en todo el país, los centros
gastroenterológicos de tipo dispensario, concebidos de acuerdo a las orientaciones
de la medicina preventiva, a fin de diagnosticar y tratar precozmente a los enfermos
del aparato gastrointestinal; con ello reduciremos las necesidades de internación.
Instalando una red de dispensarios es posible aminorar el número de camas reque¬
ridas, ya que el otro camino, el del régimen asistencial vigente, sin sistema ambula¬
torio especializado, nos lleva fatalmente a las cifras fantásticas antes señaladas.
Red de dispensarios o “centros gastroenterológicos”
El doctor Bonorino Udaondo ha tomado a su cargo la instalación de la red de dispen¬
sarios gastroenterológicos en todo el país, que funcionará bajo el comando técnico
de la Dirección de Gastroenterología de la Secretaría de Salud Pública de la Nación.
Las enfermedades del aparato digestivo y la medicina social m 217
Ustedes dirán si el Estado puede o no aplicar un método eficiente de profilaxis
de las enfermedades del tubo digestivo, a fin de evitar que los pacientes lleguen a
una situación tal en que tengan que internarse forzosamente porque por descuido
del mismo interesado o del médico —mal diagnóstico y peor tratamiento—, como
ocurre ahora, se transformen de enfermos verticales en enfermos horizontales.
Del panorama estadístico argentino en materia de afecciones gastrointestinales,
surge evidentemente, comparando datos, que la tuberculosis del intestino y peri¬
toneo ha caído en 25 años en un 75,4%; el cáncer de estómago y del hígado en un
17%; el cáncer de la boca y anexos en un 35%; en cambio, el cáncer del intestino,
peritoneo y recto ha aumentado en un 46%. El número de fallecimientos por obs¬
trucción intestinal bajó en un 38% y los por cirrosis de hígado en un 60%. Todas
estas cifras demuestran la tendencia al descenso de ciertas afecciones gastrointesti¬
nales con el perfeccionamiento de la técnica y en cambio el aumento de otras. Estoy
seguro de que podremos obtener, en pocos años, una caída casi perpendicular de
estas enfermedades con la aplicación de los principios de la medicina preventiva en
gastroenterología.
El catastro radiográfico
Así, por ejemplo, en el problema de las mal llamadas dispepsias crónicas, ellas solas
determinan, como lo han demostrado las compañías de seguros, un 32% de sobre¬
carga de mortalidad, con relación a un grupo normal, lo cual significa la necesidad
de imponer el catastro radiográfico a todos los hombres de más de 40 años que
acusen el más leve trastorno digestivo.
Tenemos pendiente un gran problema: el de los cálculos al hígado. En 1910 se
señalaba una mortalidad por esta enfermedad de 1,3 por 100.000, y hoy, no solo no
ha bajado, sino que se llega al 1,5 por 100.000, es decir existe un aumento del 15%.
Entiendo que el problema es especialmente serio para nuestro país, porque
quizás por nuestro régimen de alimentación, las colecistitis calculosas y las no
calculosas señalan año a año un pronunciado aumento. Por ser este un tema de
interés nacional, felicito y agradezco a este Congreso el haber fijado como asunto
fundamental y único de la conferencia el de la colecistitis no calculosa, asunto que,
por otra parte, es la primera vez que se lo encara en un congreso internacional.
Podremos escuchar ahora vuestro autorizado consejo y recoger experiencia para
una interpretación justa del problema, tan controvertido por las distintas escuelas
gastroenterológicas.
Felicito, repito, al Comité Organizador y en especial a su presidente, profesor
Carlos Bonorino Udaondo, honrándome de contarlo entre mis más eficientes cola¬
boradores en la Secretaría de Salud Pública de la Nación.
Debo destacar, además, la presencia en este Congreso del doctor Bockus, relator
oficial del tema, a quien todos profesamos un profundo afecto y le estamos recono¬
cidos por su acción en la Universidad de Pensilvania, pues no nos ha pasado inad¬
vertido su gesto de reservar para los latinoamericanos 15 de las 30 plazas de su curso
218 ■ Política sanitaria argentina
de gastroenterología para graduados, no obstante las miles de solicitudes que le
llegan de todas partes del mundo.
Hago votos para que de esta primera jornada surja la organización definitiva de la
Sociedad Interamericana de Gastroenterología, y que sea este Congreso un acto más
de solidaridad entre nuestros pueblos unidos en los comunes afanes de la ciencia, el
trabajo, la paz y la justicia.
Las enfermedades del aparato digestivo y la medicina social u 219
Política sanitaria argentina 1
Las palabras que acaba de pronunciar el señor presidente de la Liga por los Derechos
del Trabajador las considero dictadas, en lo que se refiere a mi persona, por generosa
condescendencia, por amistad acendrada en comunes entusiasmos y anhelos que
se concretan en esta entidad, la Liga por los Derechos del Trabajador, surgida como
una consecuencia de las grandes concepciones políticas, económicas y sociales del
general Perón.
Voy a ocuparme en esta ocasión de la política sanitaria argentina, pero antes
de entrar en materia quiero pedirles disculpas por no haber traído escrita mi con¬
ferencia. He preferido dejar librada a la espontánea creación del momento, la
expresión de ideas que me han llevado muchas horas de reflexión, con la esperanza
de que lo que pierda en precisión lo ganaré en sinceridad.
¿Existe una política sanitaria argentina ?
El primer planteo es el de saber si existe una política sanitaria argentina. Podemos
contestar afirmativamente; pero es indudable que ella no existió hasta que nuestro
país no tuvo una política social y económica, y si actualmente la sanidad tiene per¬
sonería oficial y hay una política argentina de salud pública, es gracias a que previa¬
mente se ha estructurado una doctrina política y económica nacional, que nació y
sigue desarrollándose merced a nuestro presidente y líder, porque de él emanan, en
efecto, las ideas directivas y es él el inspirador de nuestra doctrina médico-social. No¬
sotros, lo que hemos hecho, ha sido desarrollar sus ideas generales en nuestro ámbito
profesional, tecnificarlas y aplicarlas a la solución de los problemas sanitarios del país.
Veamos qué ocurría hasta 1946. Nuestra sanidad era una cosa pasiva. Esperaba
que las enfermedades se produjeran, que las epidemias aparecieran, determinando
alguna catástrofe, para que recién el pequeño y modesto organismo nacional fuera a
salvar los escombros con escasos recursos y pobrísima inspiración.
Han pasado solamente dos años y ya contamos con una organización que no está
esperando que aparezcan las enfermedades ni los enfermos, sino que actúa activa y
orgánicamente en todo el país, atacando las enfermedades allí donde se presenten,
casi siempre antes que se presenten, y resolviendo los problemas en cualquier lugar
de nuestro territorio, desde Tierra del Fuego hasta La Quiaca.
'Disertación realizada en la Liga por los Derechos del Trabajador el 29 de julio de 1948, correspondien¬
te al ciclo de conferencias magistrales organizado con la participación de diversas personalidades del
país. Versión taquigráfica del periódico Octubre. Reproducido en los Archivos de la Secretaría de Salud
Pública.
Política sanitaria argentina m 221
¿Qué es política? Según la definición clásica, es el arte o la ciencia de gobernar.
Dicho arte o ciencia para que existan como tales requieren previamente una orga¬
nización de ideas y de principios que pueden constituir o no un sistema, pero que
tienen un fin práctico inmediato: el manejo racional de la cosa pública en servicio
del bienestar general —del bien común— de los habitantes de determinado país,
pueblo o nación.
Entendida así la política, existe, pues, —podemos asegurarlo— una política
argentina en materia de sanidad, porque ya contamos con una doctrina que ha
tomado cuerpo y que constituye, en cierta manera, una novedad para nuestro país.
Desde que el general Perón afirmó que su programa consistía en asegurar un mínimo
de bienestar a los argentinos, y en evitar que en nuestra patria existiesen demasiados
ricos y demasiados pobres, desde ese momento se puede decir, quedó colocada la
piedra angular de una política médico-social argentina, la que es consecuencia lógica
y natural de esos enunciados peronistas.
Las primeras ideas sobre salud pública
A través de historia se verifica que los hombres primitivos atribuían la enfermedad
a un sortilegio o a la magia; los hebreos la imputaban al enojo de Jehová; los griegos
y todos los paganos conceptuaron después a la enfermedad como un peligro pú¬
blico, y de allí nacieron las primeras soluciones sobre higiene pública. En el Me¬
dioevo, la Iglesia creó los hospitales de la caridad cristiana, no obstante lo cual, se
interpretaba la enfermedad como la posesión del hombre por el demonio. En los
viejos sistemas absolutistas y en los modernos totalitarismos, la sanidad tenía o
tuvo las características de una verdadera policía sanitaria. En épocas posteriores al
Renacimiento, la enfermedad es considerada dentro de las teorías democráticas,
como un mal o una carga que debe afrontar la colectividad, un mal que debe ser
enjugado a fin de mantener la eficiencia de esa colectividad sin olvidar por eso, en
ningún momento; el hondo sentido cristiano de la obra en favor de los enfermos.
Lo que ha pasado en las democracias es que no se llegó rápidamente a una siste¬
matización, a una doctrina estatal sobre la salud, porque realmente la salud, como
materia de Estado, comienza recién a estructurarse en 1853, con las primeras con¬
ferencias internacionales. Por eso, nuestra Constitución no habla ni una palabra
sobre salud pública; a lo sumo menciona el concepto de bienestar general, pero no
adquiere dicho concepto las precisiones que tiene el texto en materia de educación
o de aduanas o de defensa militar nacional. Las constituciones más modernas de
otros países han incorporado ya la materia de salud pública a los dictados básicos
de su organización nacional.
222 ■ Política sanitaria argentina
El problema de la salud es materia de Estado
Esta transformación de conceptos nos lleva paulatinamente y en forma inevitable
a aceptar que el problema de la enfermedad, mejor dicho, el de la salud, es una
materia de Estado, siempre que se conciba al Estado como organización política de
la sociedad para el bien común. Es evidente que actualmente no puede haber me¬
dicina sin medicina social y no puede haber medicina social sin una política social
del Estado. ¿De qué le sirve a la medicina resolver científicamente los problemas de
un individuo enfermo, si simultáneamente se producen centenares de casos simi¬
lares de enfermos por falta de alimentos, por viviendas antihigiénicas —que a veces
son cuevas— o porque ganan salarios insuficientes que no les permiten subvenir
debidamente a sus necesidades? ¿De qué nos sirve que se acumulen riquezas en los
Bancos, en pocas manos, si los niños de los pueblos del interior del país andan des¬
nudos por insuficiencia adquisitiva de los padres y tienen así que soportar índices
enormes de mortalidad infantil, del 300 por mil, como ocurre en algunas mal lla¬
madas provincias pobres, que yo llamaría más bien, provincias olvidadas?
¿Cómo puede enorgullecerse la medicina de aplicar sus técnicas cada vez más
perfectas para resolver situaciones individuales, si por cada caso que resuelve tiene
infinidad de problemas colectivos de salud que nunca podrán ser resueltos por ini¬
ciativa personal del médico?
Los problemas de la medicina, como rama del Estado, no podrán ser resueltos,
si la política sanitaria no está respaldada por una política social. Del mismo modo
que no puede existir una política social sin una economía organizada en beneficio
de la mayoría, tampoco puede existir una medicina destinada a la protección de la
colectividad sin una política social bien sistematizada para evitar el hambre, el pau¬
perismo y la desocupación.
Los objetivos de la ciencia médica
Para comprender bien nuestros objetivos de gobierno en materia sanitaria es previo
fijar con claridad los fines de la ciencia médica organizada y dirigida por el Estado en
beneficio de la mayoría, es decir, de los no pudientes.
¿Cuáles son, pues, los fines de la medicina? Ante todo, prolongar la vida. Sabemos
que la vida, por obra de la medicina, ha aumentado de duración, en los últimos cin¬
cuenta años, un promedio de 20 a 25 años. Prácticamente vivimos una generación
más que antes. Pero, para afirmar esa conquista, esa prórroga, hasta ahora no se ha
inventado nada mejor para cuidar al sano o al enfermo curado que mejorar las con¬
diciones de su existencia y de trabajo, a fin de que el rendimiento de ese hombre y de
la colectividad aumente en propio beneficio y en beneficio de toda la nación.
Si se estudian sectores sociales diversos, se comprueba que entre los más pobres
y dentro de una misma ciudad, allí donde hay subalimentación, mala vivienda y
escasos salarios, la longevidad es menor, la talla y el peso más bajos y el coeficiente
de inteligencia también más bajo. La condición social, constituida por el régimen de
Política sanitaria argentina m 223
trabajo y las formas diversas de existencia, determinan índices de morbilidad y de
mortalidad también diversos. En los estratos sociales populares hay más enfermos y
más fallecimientos. Las diferencias hacia abajo de orden económico-social son, pues,
causas de esos índices de morbimortalidad más elevados. Este es un hecho que nadie
discute aquí ni en ninguna parte. Se comprende, entonces, cuánto sentido encierra
la frase del general Perón, pronunciada recientemente al inaugurar la Exposición
de Salud Pública, cuando dijo, más o menos: “Proclamo igual derecho para todos
los argentinos frente a la enfermedad y frente a la vida. Todos los argentinos deben
tener el mismo derecho a vivir sanos, a ser bien atendidos en caso de enfermedad y a
las mismas posibilidades para prolongar su existencia en forma de ser felices y útiles
a los suyos y a la sociedad”. Al expresarse así, el general Perón no hizo sino glosar
su principio, enunciado en los “Derechos del Trabajador”, referente al derecho a la
salud; derecho a la salud que es concurrente con el de la seguridad social y el del
bienestar, como hemos sostenido nosotros en nuestro artículo sobre la “Doctrina
Peronista del Bienestar Social” 2 .
El “derecho a la preservación de la salud”
La frase del otro día del presidente es muy sintética, pero muy precisa: resume el
fondo de lo que él ha enunciado con el nombre de «derecho a la preservación de la
salud», que es sinónimo del derecho a la vida y al bienestar.
Pero el derecho a la salud comporta, como todo derecho, un deber social: el
deber de cada individuo de cuidar su propia salud en el estado de salud, superando
su instinto de conservación, que no acusa reacciones más que en la enfermedad. El
Estado debe cuidarlo, pero el individuo está también obligado a cuidarse, pues para
llegar a ser adulto, a ser hombre capaz de producir y rendir ha costado mucho a su
familia y al Estado, el cual, si sufre algún accidente o se enferma, trata de recuperarlo
para la sociedad.
Es necesario hacer comprender al pueblo que todos tenemos obligación de
cuidar nuestra salud, que nuestra salud no es totalmente nuestra, sino que pertenece
a la familia que formamos y al Estado, que nos cuidan hasta que llegamos a ser una
unidad productiva. Si pudiera calcularse en cifras lo que cuesta llevar a un niño hasta
los 18 años, resultarían cantidades fantásticas, ilustrativas sobre el esfuerzo que hace
la colectividad en bien de cada uno de nosotros y que, por lo mismo, de hecho nos
impone un deber: el deber de solidaridad social de no violar los principios sanitarios
por ignorancia, descuido o despreocupación.
Hasta sería aceptable la sanción de un Estatuto de la Salud, que todos los ciuda¬
danos contraeríamos el compromiso moral de respetar.
^Yapeyú Revista Continental N" 55, de junio de 1947, y Archivos de Salud Pública, N° 8, de julio del mismo
año, tomo II.
224 ■ Política sanitaria argentina
Historia social del hombre enfermo
Desgraciadamente, todavía nuestros médicos están encastillados en la idea de la
medicina del individuo, aun cuando algunos han percibido ya la necesidad de que
junto con la historia clínica del “enfermo”, se levante la historia social del hombre.
A la par de los factores propios de la biología perturbada, se acumulan una serie de
factores indirectos que concurren a determinar una enfermedad. Por eso, debemos
concebir un sistema que permita levantar la historia clínica de cada caso concreto
que abordemos en un hospital, y al lado de ella, la historia social de ese hombre
enfermo. Esa historia social debe contener otros elementos de juicio: profesión,
psicología, sistema de trabajo, alimentación, organización familiar, etc. 8
He dicho que existe una doctrina sanitaria, que deriva de la doctrina del general
Perón, reiteradamente enunciada en sus discursos, y he repetido que estas ideas no
aparecen solo en estos últimos dos años, sino que ya las encontramos germinando
en la época de la actuación del general Perón en la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Últimamente hemos tenido una comprobación muy curiosa que ratifica en gran
parte lo que hemos dicho en varias oportunidades: que la política de salarios y de
vivienda, que desarrolló el general Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión,
ha hecho más por la salud de la población necesitada que todo lo que pudimos
haber hecho los médicos en muchos años. Por ejemplo: observamos una caída de
la mortalidad infantil en el norte, que no sabíamos a qué atribuir. Como esta caída
coincidió con la “dedetización” de la zona, pensamos que habría sido consecuencia
de la desaparición de las moscas, consecuencia indirecta de la “dedetización”;
sabemos que las moscas son transmisoras de enfermedades de los niños.
Pero un análisis más detenido nos convenció de que se debía primordialmente
a que el obrero rural gana más, y a que los niños andan más abrigados y limpios, se
alimentan mejor y viven en mejores condiciones de higiene.
Con buenos jornales en el norte, desaparecerán poco a poco los niños flacos,
desnutridos y fisiológicamente miserables. La salud pública debe completar esa obra
natural de la política social.
El aspecto actual de los niños del norte no es ni sombra de las sombras que fueron
hasta hace tres años aproximadamente, pero nadie discute que falta mucho por
hacer y que estamos recién al comienzo de una obra efectiva, concreta y orgánica.
Características de la política sanitaria argentina
He hablado de política “sanitaria”, eso en realidad la palabra sanitaria está mal em¬
pleada, a menos que se la tome como sinónimo de salud pública. Deberíamos decir
“política médico-social” o “política argentina de salud pública”, términos que serían
3 En ese sentido, recordamos los numerosos e importantes trabajos conceptuales del doctor Mariano J.
Barilari, con el propósito de sistematizar y esquematizar la anamnesis con fines psicomáticos. Hace 18
años, el autor publicó con el doctor Barilari el primer trabajo sobre “Esquema de la historia clínica”, de
acuerdo a principios que hoy reiteramos y aplicamos.
Política sanitaria argentina m 225
mucho más precisos. Pero empleamos la palabra “sanitaria” un poco por hábito y
otro poco por extensión. Más adelante precisaremos el sentido restringido de lo que
entendemos —en nuestra organización— por sanidad.
¿Por qué decimos “argentina”? Porque toda política sanitaria o de salud pública
tiene que ser nacional por muchos motivos. Las condiciones geográficas, las condi¬
ciones de vida, las costumbres, los factores epidemiológicos y sociales y una serie
de circunstancias, son específicas de cada país, por lo cual su política sanitaria debe
ser distinta. No obstante ser nacional, la política sanitaria no puede dejar de ser
universal en cuanto a las ideas y principios en que se inspira, e internacional en
cuanto a los problemas comunes a todos los países, especialmente entre los vecinos
con problemas lógicamente similares. Esto tiene la ventaja de que nutriéndose la
acción en principios universales se evitan los sectarismos, la lucha de escuelas y las
orientaciones unilaterales, sin dejar por eso de acentuar lo nacional, autóctono o
vernáculo. El concepto de nacional —en sentido menos lato— podría ser sustituido
por regional o zonal.
Ha sido necesario que la política sanitaria argentina a que me vengo refiriendo se
afianzara sobre bases jurídicas nuevas y actuales.
Ley 13012y Ley 13019
El Congreso Nacional sancionó el año pasado la Ley 13012 y la Ley 13019, que res¬
paldan toda la estructura de esta política sanitaria argentina.
La Ley 13012 es la base del Código Sanitario Nacional. Consta de 6 artículos, de
los cuales el tercero tiene 59 incisos. El artículo segundo trata de las jurisdicciones
nacional y provincial, es decir, lo que compete a las provincias y a la nación. En él se
respeta el criterio federal de nuestra Constitución por analogía, ya que el problema de
salud pública no se contempla explícitamente en nuestra Carta Magna. En el artículo
tercero, se enumeran todas aquellas facultades del organismo nacional de salud pública
y las asienta como principios básicos para el desarrollo ulterior de la codificación. Es
una ley de bases y al mismo tiempo de facultades del organismo nacional. En los res¬
tantes artículos —4, 5 y 6— establece como principio la necesidad de la creación de un
fondo de salud pública, y se sugiere el seguro de enfermedad o de salud.
La Ley 13019 es la ley sintética que regula el plan actualmente en vigencia. En el
artículo primero se establece el número de camas a construir y a distribuir en todo
el país y se enumeran los institutos de investigación, que son 26. Estos institutos
están destinados a comandar toda la organización sanitaria y médico-social. En estos
momentos el país ha incrementado su dotación en 10.000 camas y con respecto a los
institutos de Salud Pública previstos en la Ley 13019, se han instalado todos en un solo
año. Era necesario comenzar por ahí, porque esos institutos están destinados a formar
los técnicos, los hombres que harán los planes de detalle para la ejecución de cada uno
de los trabajos. Es claro que no tienen todavía estos institutos su amplio desarrollo;
pero ya está el núcleo central: los desarrollos posteriores vendrán en los próximos
cuatro años. Por ahora, de algunos institutos solo tenemos las plantas pilotos.
226 ■ Política sanitaria argentina
¿Cómo se han aplicado o se están aplicando estas dos leyes básicas, la 13012 y la
13019? Estas dos leyes han sido estudiadas en nuestro plan analítico, que consta de
cuatro tomos y de más de cuatro mil páginas. El plan sintético implícito en una ley,
tiene que ser materia de un análisis detallado antes de entrar en ejecución. Ese es
el motivo de nuestro plan analítico, conocido por todos los interesados en los pro¬
blemas argentinos de salud pública. Ambas leyes son tan elásticas que permiten que
se haga no un plan analítico sino diez planes analíticos. La ley permite esas posibili¬
dades al organismo de ejecución, que en este caso es la Secretaría de Salud Pública
de la Nación.
La Ley 13019 crea, además, un organismo central colegiado encargado de las
construcciones hospitalarias, que es el Consejo Nacional de Construcciones Sani¬
tarias, y permite una financiación bastante ágil para actuar eficientemente en la
construcción, habilitación y funcionamiento; proporciona, de ese modo, una gran
autonomía en materia de construcciones sanitarias. Es cierto que la construcción
de hospitales en sí configura el aspecto concreto y material del conjunto, pero de
ninguna manera es lo fundamental. Hay otras cosas tan importantes o más impor¬
tantes que la construcción de hospitales, cosas que de ponerse en funcionamiento
reducirán en mucho la necesidad de dichos hospitales. El ideal sería que los hospi¬
tales no existieran y para ello hay que poner en acción ese otro 30% del plan, que es
puramente de estructuración, de organización y de fiscalización. Si estamos bien
organizados en los aspectos no constructivos, en los aspectos ajenos a la arquitectura,
llegaremos al ideal del general Perón, quien, con ese talento intuitivo que lo carac¬
teriza, me manifestó un día, al inaugurar un hospital en Tartagal: “Me agrada entrar a
este hospital porque no hay un solo enfermo; están todas las camas vacías”. Y agregó
esta reflexión: “Cuando todos los hospitales tengan tantas camas vacías, entonces lo
podré felicitar, porque la medicina habrá triunfado”.
Sistematización y ejecución del plan
¿Cómo hemos sistematizado la ejecución del Plan de Salud Pública? Hemos partido
de un principio muy simple: el hombre aislado, en su propio medio biológico, pa¬
deciendo una enfermedad producida por fallas de orden interno, es materia de la
medicina asistencial. Cuando ese hombre se enferma porque lo atacan bacterias
desde afuera, porque el medio físico (aire, agua, suelo, clima, etc.) lo envuelve y lo
perturba, entra a jugar lo que se llama la medicina sanitaria. Y cuando actúan sobre el
hombre factores que no provienen del medio biológico interno ni del medio físico
o bacteriológico, sino que provienen del alimento, de la mala vivienda, del vestido
deficiente, de perturbaciones de orden psicológico; en una palabra, de causas origi¬
nadas en el ámbito social, entonces actúa la medicina social.
Tenemos, pues, las tres grandes ramas de nuestro organismo de ejecución:
medicina asistencial, medicina sanitaria y medicina social.
La medicina asistencial es individual; la sanitaria siempre defiende grupos o
núcleos colectivos; y la social toma la colectividad entera, es decir, la sociedad. La
Política sanitaria argentina m 227
medicina asistencial se ocupa exclusivamente del medio interno; la sanitaria, del
medio físico y el bacteriólogo; la social, del medio económico familiar y profesional.
La medicina asistencial toma a su cargo ese microcosmos que es el individuo; la sani¬
taria, el mesocosmos, que es el medio ambiente fisicoquímico y biológico; la social,
el macrocosmos, que es toda la órbita humana o medio circundante o comundo, si
de alguna manera hemos de traducir a Driesch en su concepto de “Umwelt”.
Además hay características que diferencian en sus métodos a esas tres grandes
ramas: la medicina asistencial tiende a resolver el problema individual cuando se ha
planteado, es pasiva; la sanitaria es meramente defensiva, pues trata de proteger; la
social es activa, dinámica, y debe ser fatalmente preventiva.
La medicina asistencial es reparadora de las fallas patológicas individuales; la
sanitaria es profiláctica —concepto que involucra la defensa contra agentes pató¬
genos directos y transmisibles—; la social es preventiva —no confundir con profi¬
láctica— porque aborda los factores indirectos de la salud, es decir, los sociales como
concausa de las enfermedades degenerativas (p. ej.: cardiopatías, cáncer, diabetes,
reumatismo).
Estas son las tres grandes ramas de la Secretaría de Salud Pública de la Nación
y de cada una de ellas se desprenden todas las direcciones técnicas especializadas.
Naturalmente, esta división es convencional a los fines de la ejecución, pero la rea¬
lidad es indivisible, pues, por ejemplo, allí donde se hace medicina individual, se
debe hacer medicina sanitaria y medicina social y viceversa.
Los grandes problemas de la salud pública argentina
No voy a explicar en detalle los grandes problemas sanitarios porque no me alcan¬
zaría el tiempo.
Solamente quiero enunciar cómo planteamos los problemas fundamentales,
porque entiendo que plantear un problema con claridad es tenerlo prácticamente
resuelto. Por lo menos, en vías de solución.
En medicina nos hemos pasado muchos años conversando; ahora debemos
entrar en acción, y para ello solo se requieren las cuatro o cinco ideas fundamentales
que he expuesto y que señalan nuestros objetivos trascendentes.
Lo primero que hemos hecho, pues, es plantear nuestros grandes problemas
sanitarios nacionales, que son los siguientes:
1. Falta de camas.
2. Epidemias y endemias graves, comenzando por el flagelo más terrible que
aún no podemos exterminar, pero que creo que dentro de cuatro años lo
tendremos en vías de dominar: me refiero a la tuberculosis. El paludismo,
que lo tenemos prácticamente liquidado. La lepra, cuya solución consiste
en tener 4 o 5 grandes establecimientos además de los que ya tenemos para
internar a los leprosos que aun circulan y contagian. Es un problema que se
puede circunscribir rápidamente. La brucelosis, el tracoma, la uncinariasis,
228 ■ Política sanitaria argentina
son problemas conocidos y cuyas soluciones son posibles de alcanzar con
una buena organización. Las venéreas han tenido una reducción del 30%
sobre los datos de 1946.
3. Mortalidad infantil y disminución de la natalidad en los grandes centros
urbanos. Hay factores de orden social que inciden en la mortalidad infantil
que tendrán que desaparecer. Podemos reducir la mortalidad infantil
del interior aproximándola a las cifras aceptables de la Capital Federal. La
mortalidad infantil en la Capital Federal es del 42 por mil y, en cambio,
en Jujuy es del 200, 250 y 300 por mil. Buenos Aires en 1898 tenía una
mortalidad de casi 200 por mil y actualmente su cifra se acerca a la de los
países más civilizados. ¿Por qué no hemos de lograr en el norte la misma
reducción? Como plan inmediato hemos creado en un año 50 centros de
protección al niño y a la madre; en 20 años anteriores se habían creado 48;
nosotros, en un año hemos creado 50. Son centros simples, económicos,
que permiten una acción muy eficaz. Esperamos instalar en los cuatro años
restantes 400, distribuyéndolos profusamente por todo el territorio de la
República. En este sentido, hemos reducido nuestro programa inicial, un
poco ambicioso y lo hemos circunscrito a cosas más prácticas y concretas.
En algunos centros urbanizados estamos levantando maternidades
integrales; pero, por ahora, la solución más simple es el centro de higiene
maternal e infantil. No se trata de discutir qué es lo que hay que hacer.
Eso ya lo sabemos. Lo que tenemos que discutir es cuál es el camino más
directo, más barato y más rápido para llegar al objetivo que es: reducir la
mortalidad infantil.
4. La subalimentación en el interior. Según la estadística del profesor
Escudero, hay un tercio de nuestra población en estado de subalimentación,
que no come lo suficiente para vivir en estado de salud. Es un problema
médico-social y al mismo tiempo un problema económico de distribución
de los alimentos. Hay una mala distribución de nuestra riqueza alimenticia.
5. La invalidez y la muerte prematura, que nos produce en la Argentina una
sangría anual de 50 mil hombres que no debieron haberse muerto y que
mueren por falta de cuidados médicos o medidas preventivas.
6. El costo de los medicamentos es, evidentemente, una cuestión que tenemos
que resolver, y que todavía no tiene visos de solución, a pesar de “EMESTA”
y de nuestros esfuerzos en ese sentido. Las medidas compulsivas no pueden
ser definitivas. Hay que buscar la materia prima, facilitar el desarrollo de la
industria privada y hacer que el pueblo pueda disponer de medicamentos
tipificados y estandarizados. En estos momentos, solamente el 30 o 35% de
la población compra medicamentos, porque son sumamente caros y no
están al alcance de todos. El costo de producción industrial es muy alto, y
en el interior del país es difícil que el pueblo pueda adquirir medicamentos
tan costosos. Solo puede solucionarse eso con una industria adecuada,
encauzada por el Estado, a fin de producir medicamentos tipificados a bajo
costo para los sectores menos pudientes, sin perjuicio de aquellos que por
Política sanitaria argentina m 229
su presentación pueden calificarse de “lujosos”. En materia de industria
farmacéutica, hay muchos lujos, pero tampoco se puede volver —porque es
imposible— al régimen patriarcal de la botica.
7. Otro problema es el de la coordinación de la higiene pública, evitando
que las ciudades se construyan o desarrollen en forma antihigiénica, con
sus mercados, plazas, edificios públicos y cementerios mal ubicados. Son
problemas de higiene pública, que estamos estudiando por medio de
nuestro instituto especializado, que ya ha producido importantes trabajos de
investigación en la materia, con la colaboración de arquitectos urbanistas y
médicos higienistas.
8. Los hospitales de beneficencia privados constituyen un problema de
financiación muy serio. Lo que conviene, por ahora, es ayudarlos a subsistir
y no incorporarlos til régimen del Estado, porque sería un gran peso para
este y se perdería la colaboración de grandes núcleos de vecinos. Hay unos
800 hospitales de este tipo, y su sostenimiento a cargo exclusivo del Estado
determinaría la inmediata paralización de nuestros fondos disponibles
para las nuevas obras de salud pública. Para hacer las cosas nuevas que
requiere el país, necesitamos que lo que ya existe siga funcionando lo mejor
posible, sin gravar por ello las finanzas nacionales. Por eso soy contrario a
la expropiación o nacionalización —por ahora— de esas organizaciones
privadas, y soy partidario, en cambio, de ayudarlas y apoyarlas, a fin de que
la iniciativa siga siendo privada, porque de esa manera haremos que todo el
mundo contribuya a la salud pública y cumpla con el deber correlativo con
respecto a sus conciudadanos menos pudientes.
9. El problema de la estadística lo hemos resuelto en parte mediante una
organización de Demología Sanitaria. En esto, como en otras tantas cosas
que el presidente ha señalado, no sabíamos cuántos éramos ni cuánto
teníamos. Se han efectuado censos de establecimientos médicos y de
enfermos. Realmente, es este un trabajo previo a cualquier elaboración de
planes. Naturalmente que esta organización demológica nos está llevando
mucho tiempo. Se trata nada menos que de determinar directamente el
número de enfermos por cada tipo de enfermedad. Hasta ahora nos hemos
manejado con índices que nos permiten apreciar la situación de modo
indirecto, tomando grupos de personas que representan en pequeña escala
a toda la colectividad. Hemos recurrido así, por ejemplo, a estadísticas
de mutualidades, que tienen muy bien registrados a sus socios y a las
enfermedades de estos. Hemos recurrido también a las estadísticas de
poblaciones chicas. Y de ahí hemos obtenido algunos índices. Claro está
que esto no es una estadística verdadera, sino meramente aproximada,
y puede conducirnos a errores. Estos sistemas indirectos nos tenían
convencidos de que el número de habitantes del país era de 14 millones, y
resultó por el método directo del censo que somos 16 millones. Vale decir,
que el sistema indirecto tiene un apreciable porcentaje de error, pero
mientras no tengamos cifras más exactas debemos guiarnos por índices y
230
Política sanitaria argentina
por los datos que hasta la fecha hemos podido acopiar, pues no podemos
detener nuestra obra a la espera de la estadística exacta, en cuya tarea
estamos.
10. El contralor del trabajo obrero y el sistema industrial de trabajo es para
Salud Pública más bien un problema de educación sanitaria del obrero y del
patrón.
11. Tenemos el problema de la organización de la medicina preventiva que
por ahora es tarea de simple coordinación con el Instituto de Previsión,
cumplida por el Consejo de Medicina Preventiva.
12. El problema de la utilización del clima como medio terapéutico. Hemos
inaugurado ya dos hospitales termales para obreros.
13. La organización de la profesión médica, es una de las cuestiones más
difíciles que tiene la salud pública, porque nuestra profesión no está
organizada. Perón dijo, hace unos cinco años, que el problema fundamental,
antes de organizar la salud del país, era el de organizar a los médicos, y
les hizo a los colegas, una reflexión muy gráfica. Dijo el general Perón en
un discurso que pronunciara en la Secretaría de Trabajo y Previsión (no
recuerdo textualmente las palabras pero sí el concepto): “En la guerra
cuando el enemigo invade a un país se le opone un ejército; no se da a
cada habitante un fusil para que detenga al enemigo que avanza en forma
metodizada. Con las enfermedades pasa lo mismo. Son ejércitos bien
organizados y si dejamos que cada médico actúe aisladamente no vamos
a acabar nunca con las enfermedades. Hay que organizar colectivamente
la profesión médica para atacar los males colectivos”. Estas palabras
pronunciadas por el general Perón hace cinco años, siguen constituyendo el
programa más serio de trabajo para nosotros: organizar a los médicos. He
ahí un enorme problema y los que son del oficio —y me escuchan— saben a
qué me refiero. El ejercicio privado de la medicina se va restringiendo poco
a poco, a pequeños núcleos sociales de población pudiente, que alcanzan
apenas a un 10 o 15 por ciento de la población total. Los grupos no pudientes
se mutualizan o gremializan o indirectamente socializan a la profesión: ese
ya no es un problema que afecte al Estado, sino al ejercicio privado de los
médicos. Ellos deben defenderse y solo podrán defenderse, cuando hagan lo
que todo el mundo: unirse en una institución gremial seria y sin tendencias
políticas.
14. El plan de educación sanitaria que se cumpla por medio del Instituto de
Difusión y Propaganda Sanitaria.
15. La política sanitaria internacional. Últimamente hemos firmado varios
tratados y hemos sido fundadores de la Organización Mundial de la Salud,
actualmente reunida en Ginebra. Cada uno de los problemas enunciados
está en vías de solución.
Política sanitaria argentina m 231
Los cuatro objetivos de la Secretaría de Salud Pública
La acción de la Secretaría de Salud Pública actualmente tiende a concentrarse en
cuatro objetivos: Primero-, Llevar el país a tener una cama por cada 100 habitantes,
o sea, 10 camas por cada mil habitantes. Segundo: Organizar la profesión médica.
Tercero-, Llevar a todo el territorio la acción por medio de campañas integrales to¬
mando zonas geográficas y sociales para exterminar las enfermedades endémicas,
como la uncinariasis en Corrientes; el paludismo en las provincias del noroeste; el
tracoma en las provincias del centro. Cuarto-, Redacción definitiva del Código Sani¬
tario de la Nación, de acuerdo a lo dispuesto por el artículo 10 de la Ley 13012.
Voy a decir algunas palabras más sobre la falta de camas. Está establecido que un
país bien organizado debe tener 10 camas por cada mil habitantes, que se reparten
según las distintas especialidades. Se toma como ejemplo para establecer los índices
mínimos de necesidad de camas a países como Suecia, que han logrado, entre otras
cosas, hacer desaparecer la tuberculosis porque llegaron a disponer de una cama
por tuberculoso que se muere. Nosotros, en cambio, tenemos 16 mil tuberculosos y
4 mil camas, es decir, un déficit de 12 mil camas. Cargamos, pues, con 12 mil tuber¬
culosos dispersos que infectan a sus familiares o a sus vecinos y como se calcula
que cada tuberculoso antes de morir contagia a 10 personas pueden deducirse las
consecuencias que entraña para el país la falta de camas. La única solución consiste
en poder aislar a todo tuberculoso precozmente sustrayéndolo del medio familiar
y curarlo. El ideal es, pues, llegar al mínimo indispensable de camas que tienen los
países más adelantados.
Por la Ley 13019, a la que me he referido antes de un modo general, se calculan
en 80 mil camas las necesidades totales de la nación. Con la elevación del número
de camas también se solucionarían —entre otros— el problema de los alienados y
de los leprosos.
Nuestro país con 16 millones de habitantes debería tener 160.000 camas para
todo tipo de afecciones, comprendiendo afecciones clínicas, de cirugía, materni¬
dades, patología de la mujer y del niño, cirugía especializada, asistencia de alienados,
sanatorios para tuberculosos, colonias para leprosos, etc. Actualmente, en 1948,
tenemos 70.000, es decir, que hay un déficit de 90.000 camas.
Las proporciones del número de camas por cada tipo de enfermedad son perfec¬
tamente conocidas por la técnica hospitalaria. Así se sabe que para alienados deben
existir de 2 a 4 camas por cada mil habitantes. Nosotros no llegamos al 1 por mil.
Teníamos, en 1946, 60.000 camas, es decir, un déficit de 100.000 camas con res¬
pecto a la cifra real del número de habitantes del país. En aquel entonces, 1946, el
cálculo de la población era de 14.000.000 de habitantes en todo el país; por eso
el déficit calculado aparecía entonces solo de 80.000 camas. A dos años de aquel
cálculo, a pesar de las 10.000 camas nuevas, seguimos, en verdad, con un déficit de
90.000, pues lo habíamos calculado —aclaramos— sobre 14 millones de habitantes
en lugar de 16 millones. Sea cual fuere el déficit, lo cierto es que se ha reducido en
10.000 camas, computado en esta cifra no solo lo habilitado por la nación, sino por
todas las organizaciones médicas municipales, provinciales y privadas.
232 ■ Política sanitaria argentina
El déficit se reducirá enormemente cuando comience la habilitación de los hos¬
pitales proyectados para cubrir la diferencia en 5 años.
Valor económico del hombre argentino
Muchas veces nos hemos preguntado cuánto pierde el país por causas de enfer¬
medad. Los cálculos hechos en EE. UU. Para EE. UU., demuestran que allí se pierde
al año diez mil millones de dólares por enfermedad. Nosotros, con la décima parte
de población —y en el supuesto de que estuviéramos tan adelantados como ellos en
materia sanitaria— tendríamos alrededor de 4.000 millones de pérdidas anuales por
enfermedad, suponiendo, se entiende, una proporción de uno a cuatro entre el dólar
y el peso. Para el cálculo se toma en cuenta:
1. Lo que se pierde por muertes prematuras o “evitables”, asignándole a cada
hombre un valor actuarial determinado. Teniendo en cuenta que perdemos
50.000 hombres por muertes prematuras al año, llegaríamos también
nosotros a una cifra de millones.
2. Lo que se pierde por invalidez, por jubilaciones prematuras. Sabemos
que nuestras cajas conceden al año sobre 3.600.000 afiliados, 25.000
jubilaciones por ese rubro. Y si calculamos que cada uno de ellos cuesta al
año 32.000 pesos, término medio, llegamos también a millones.
3. Las cifras de pérdidas más altas se originan en las enfermedades banales:
resfríos, gripes, dolencias transitorias, minor diseases, que representan una
pérdida cuantiosa para la colectividad. Se calcula que, término medio, el
obrero está enfermo 8 días al año. Estimándose la población activa del
país en 5 millones, tenemos que son 40 millones de días de trabajo que se
pierden por razón de aquellas enfermedades. A un salario medio de $10
diarios, resultarían 400 millones de pesos perdidos anualmente en concepto
de “ausentismo” por enfermedad.
4. A esto hay que agregar lo que el Estado y los institutos privados gastan para
atender al que se enferma, y lo que el individuo invierte por su cuenta en
curarse, y el valor del trabajo que se pierde. Puede calcularse, en total, en
$400 millones al año, lo que se gasta en nuestro país para el sostenimiento
de establecimientos médicos.
Calculamos que el público consume en todo el país medicamentos por valor de más
de 200 millones de pesos, producidos por la industria farmacéutica y la farmacia.
Son, pues, muchos los millones que anualmente se pierden por enfermedad, y ello
constituye un lastre para la capacidad productiva del país. Cuando una nación es
fuerte, puede soportar ese lastre, pero de todas maneras es una carga pesada, y a los
médicos y hombres de Estado nos corresponde encontrar la forma de aligerarla.
Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, que además de novelista fue econo¬
mista, dijo que el hombre es un capital en efectivo. YJean Bodin, en 1576, fundador
Política sanitaria argentina m 233
de la economía, afirmó, ya en aquel entonces, que no hay mayor fuerza ni mayor riqueza
que el hombre. No puede haber una economía fuerte, una producción alta, sin un
pueblo sano y fuerte. Esto lo sostuvieron siempre los viejos economistas, aunque los
de ahora, especialmente en nuestro país, han olvidado totalmente los planteas ini¬
ciales de los fundadores; dominados por el tecnicismo bancario pareciera que solo
vale el balance de pagos o el valor de los cambios o de los depósitos. Porque nadie
se atrevería a discutir que a medida que nuestra riqueza nacional crece, también
va creciendo el precio que tiene cada argentino. Posiblemente, hace cinco años un
argentino no valía tanto; ahora, con el crecimiento de nuestra renta nacional, hay
que cuidar a cada argentino como si fuera de oro, porque es un elemento de pro¬
ducción que cada día vale más y que justifica que gastemos todo lo que sea necesario
en defensa de su salud y por ende, de su capacidad de trabajo.
Las etapas del servicio médico
La civilización es un concepto sobre el progreso humano que se refiere al adelanto
material: la cultura se refiere habitualmente al progreso espiritual. En la evolución
de la salud pública argentina —y en la de todos los países del mundo— se advierten
seis etapas:
1. Prehistoria, falta de toda organización médica.
2. Asistencia caritativa de urgencia.
3. Sanidad y profilaxis de las enfermedades infecciosas, organizada por el
poder público.
4. Asistencia médica completa con internaciones y contralor científico.
5. Asistencia médica científica a cargo del Estado con servicio social.
6. Asistencia médica, sanidad, y medicina social a cargo del Estado, con
servicio social y cultural (educación sanitaria).
En la primera etapa, la prehistoria, es aquella en la que no hay nada, como en ciertos
pueblos de Catamarca, La Rioja y Jujuy, donde la gente se muere sin asistencia
médica. A lo sumo el curandero cumple los ritos más o menos mágicos de todos los
pueblos primitivos.
En la segunda etapa de la evolución, los vecinos construyen una sala de Primeros
Auxilios para atender lo más grave. Aparece así la organización de la asistencia cari¬
tativa que nace de sentimientos cristianos, filantrópicos o de simple ayuda mutua.
La Sala de Primeros Auxilios es la primera expresión de la medicina asistencial orga¬
nizada por el propio pueblo en un gesto de solidaridad y de defensa propia.
Interviene luego la comuna y entonces empiezan a actuar las autoridades y
se pasa a otra etapa, que posee más fuerza que la anterior, la etapa de la sanidad.
Cuando un enfermo se muere y no se sabe qué enfermedad infecciosa lo ha llevado
a la tumba, se establece por el comisario del pueblo, por ejemplo, el cordón sanitario
que generalmente se lo confunde con un cordón policial. La actitud del comisario
234 ■ Política sanitaria argentina
del ejemplo, sugiere, pese a su modestia, la etapa primaria de la sanidad organizada
por el poder público.
Un día llega un médico que ha estudiado en Buenos Aires y que trae ideas cien¬
tíficas; reemplaza al curandero, al estudiante de medicina crónico que hacía de
médico o al médico viejo. Tenemos entonces el componente científico agregado a
la Sala de Primeros Auxilios, caritativamente creada por los buenos vecinos, quienes
con ayuda de ese médico no cejan hasta verla convertida en un hospital con algunas
camas sobre agregadas. Existe ya el germen de tres cosas: asistencia, sanidad y ciencia.
Luego piden un subsidio y entonces la comuna les da unos pesos, la provincia otros y
la Secretaría de Salud Pública termina la financiación y amplía las instalaciones. Un
buen día los vecinos no pueden seguir con su hospital porque la vida está muy cara;
entonces la Secretaría de Salud Pública de la Nación se hace cargo del mismo y se
cumple el proceso de estabilización del servicio público.
Esta ha sido la evolución de nuestra asistencia y seguramente, la de cualquier otra
del mundo. Hasta aquí hemos llegado nosotros, pero nos faltan las etapas sociales y
culturales. Estamos dominados por la etapa científica.
De ese modo los médicos, cada vez más cientificistas a fuerza de ver la lesión, nos
hemos olvidado de otras cosas. El árbol nos ha impedido ver el bosque. Nos hemos
quedado con la lesión visceral y nos hemos olvidado del macrocosmos, es decir, del
ámbito social. Es necesario volver a ver fuera del microscopio.
Superando la etapa del hospital de socorro caritativo individual, del micro¬
cosmos; superando la etapa de la policía sanitaria viene la etapa del macrocosmos,
la etapa social. Los servicios fueron caritativos al principio; se hicieron científicos
más tarde y se completaron con una sanidad. Solo en estos últimos años se agrega
el servicio social a la historia clínica del enfermo y hacen su aparición las visitadoras
sociales, que siguen al enfermo y a su familia fuera de los muros del hospital. Recién
estamos nosotros iniciando la etapa social de la medicina.
Etapa final de la cultura sanitaria
Prevemos para el futuro, el desarrollo de una nueva etapa —la 6 a etapa— que irá
más allá del servicio social: la etapa de la cultura sanitaria. El hospital con el tiempo
no solo será un lugar de asistencia, de tratamiento, de investigación científica, de
profilaxis, de sanidad, de servicio social, sino que será también un centro de cultura.
Anexaremos a los hospitales, salones de actos y proyectores cinematográficos para
educar a la población; para enseñarle a cuidar su salud, que no solo le pertenece a
ella sino que es de toda la nación. Ya lo estamos haciendo en los pequeños hospitales
de 14 o 30 camas, donde el salón de espera de consultorios externos se transforma
a la tarde en sala de conferencias y de enseñanza a las madres y a los hombres. Y es¬
tamos agregando salas de espectáculos a los hospitales de crónicos y colonias.
Para que todo esto sea una realidad es necesario que los médicos no olviden que
el hombre es un ente integral, que no hay “enfermos”, como decirnos en nuestra
jerga médica, sino “hombres enfermos” y al decir “hombres enfermos” nos referimos
Política sanitaria argentina m 235
a todo lo que es el hombre, por compleja que sea su estructura. El hombre no es sola¬
mente soma, sino también psicología, es todo un mundo, y el médico, al tener en sus
manos, como las brujas de Macbeth, seres purificados por el dolor, los tienen en su
máxima y más noble expresión. Es el médico el estudioso que más puede conocer el
hombre, porque es la medicina la ciencia que más integralmente trata del hombre.
Para ello es fundamental que el médico se aparte un poco del microscopio y deje de
ver la lesión del órgano, para ver más las lesiones del sentimiento, del espíritu, del
nexo familiar y social.
No nos preocupemos de que el ser humano sea algo inmenso aun en su con¬
creción individual más humilde. Si bien es cierto que cada ser es infinito y hasta
parece inabordable, no es menos cierto que para el médico que sabe acercarse a ese
abismo del corazón humano no puede haber secretos. Pero es necesario también
que él mismo se sublime frente al hombre-social, frente al hombre-familia, al hom¬
bre-sentimiento y descuide un poco su inmediato quehacer cotidiano con el hom¬
bre-somático; solo así será el médico un hombre culto y digno de su medicina, la
más noble de las ciencias del hombre.
Lo materialy espiritual en el proceso sanitario
He dicho que el proceso de la civilización es material y el de la cultura, espiritual.
El edificio del hospital, el laboratorio, el técnico, los instrumentos son civilización;
pero el espíritu que mueve esas cosas, será cartaginés o fenicio, si no adquiere un
auténtico sentido cultural, es decir, espiritual.
Lo que digo del médico lo puedo aplicar al pueblo. No basta la presencia física
del hospital, que solo resuelve un problema de socorro individual. Es condición “sine
qua non ” que ese hospital tenga un espíritu y un sentido cultural. Es necesario simul¬
táneamente educar al pueblo para que pueda comprender las más altas expresiones
de la cultura sanitaria, como es la medicina preventiva. Los pueblos del interior, sin
asistencia, viven en la prehistoria, he dicho. Hay que llevarles la civilización que es el
hospital. En los pueblos que ya tienen hospital, hay que llevarle al hospital un nuevo
espíritu y al pueblo la cultura sanitaria, que es la medicina preventiva, síntesis del
concepto de salud.
La medicina organizada y dirigida por el Estado es un caso particular de la racio¬
nalización, de la organización científica y ordenamiento racional de las actividades
humanas que nació en Descartes, siguió con Taylor y con Fayol. Ellos hicieron la filo¬
sofía de la organización, pero no podemos olvidar a Solvay, creador de la “energética
social”, y Goldscheid, el visionario de la Economía Humana, que a principios de este
siglo percibieron cosas que recién ahora las estamos redescubriendo. Recién ahora
estas ideas están entrando en su faz de aplicación práctica. Aquellos hombres eran
teóricos, visionarios; nadie pensó entonces que años después esas doctrinas iban a
tener vigencia y actualidad, y que evitarían, en cierto modo, el choque del individuo
con la sociedad.
236 ■ Política sanitaria argentina
Dogma: no hay enfermedades sino enfermos
Para que la política argentina de salud pública pueda ser una realidad concreta —
insisto— es necesario que a nuestros colegas, los médicos, los entusiasmemos con
esta manera de pensar y encarar los problemas. Es necesario que los médicos argen¬
tinos aprendan a sustituir la medicina de la enfermedad por la medicina de la salud,
un factor negativo por un factor positivo. Es preciso que los médicos destierren un
dogma que, a mi juicio, ha hecho mucho daño a la medicina social. Desde que en¬
tramos al hospital como practicantes, todos nos dicen: no hay enfermedades, hay en¬
fermos. Entonces, nosotros nos dedicábamos a ver enfermos de acuerdo a ese dictado
práctico de la medicina individual. Hay que destruir ese dogma, que es perjudicial
para la concepción de la medicina social.
En realidad hay enfermedades, no enfermos
Interesan las enfermedades y mucho más que los enfermos aisladamente consi¬
derados porque ellas afectan a las colectividades. No interesa tanto al médico so¬
ciólogo y al hombre de Estado, el enfermo concreto, sino su enfermedad; conocer
por qué existe; ir a las causas mesológicas de esa enfermedad. Cuando se produce el
fenómeno de un enfermo, ese hecho individual es un índice del problema colectivo.
No hay, pues, enfermos, sino enfermedades.
Los médicos debemos pensar socialmente, así iremos, poco a poco, atenuando
esta tremenda mecanización en que vivimos hoy en el campo de la medicina;
excesiva bioquímica, excesiva física, excesivo desmenuzamiento de la persona¬
lidad orgánica del enfermo. Debemos pensar que el enfermo es un hombre, que
es también un padre de familia, un individuo que trabaja y que sufre, y que todas
esas circunstancias influyen, a veces, mucho más que una determinada cantidad de
glucosa en la sangre. Así humanizaremos la medicina.
Me atrevería a decir que nuestro país está pagando en mortalidad y en mor¬
bilidad las lagunas de nuestra formación profesional. Esas lagunas que no fueron
llenadas en la Facultad de Medicina, se traducen ahora en elevados índices de mor¬
bilidad y mortalidad. Claro que hay honrosas excepciones. En el interior existen
médicos inteligentes y sensibles que comprenden el problema social, que lo ven y lo
atienden; pero encontramos uno cada quinientos. Los demás, acuden al caso con¬
creto, como quien dice, al detalle de la placa radiográfica.
La riqueza del país está en el hombre argentino
También es necesario que comprendamos todos, no solamente los médicos, que
la nación no reside exclusivamente en nuestros campos, en nuestros cereales, en
nuestros maizales; ni reside en la pureza de la sangre de nuestro ganado, ni en los
depósitos bancarios, ni en las industrias cada vez más pujantes, ni en tantas otras
Política sanitaria argentina m 237
cosas materiales de las que estamos tan orgullosos. Aceptaría que la nación está en
gran parte en nuestra geografía, en nuestra historia, en nuestros emblemas y tra¬
diciones. Pero ni siquiera podríamos hacer residir la nación en las ciudades, por
bellas que fueren, en los monumentos, en las plazas, porque todo nace y termina,
en última instancia, en una sola cosa: en el hombre, y más específicamente, en el
hombre argentino, que fue capaz de fertilizar esos campos, de criar ese ganado tan
puro, de levantar esas ciudades, hacer la historia y crear los emblemas y tradiciones.
En ese hombre argentino está la verdadera riqueza, la verdadera nación. Cuidar a ese
hombre, cuidarlo física y mentalmente, es la mayor responsabilidad de la Secretaría
de Salud Pública de la Nación.
Por eso, cuando me dicen que gastamos mucho, yo respondo que en realidad
no hay una inversión más justificada ni más provechosa que la destinada a proteger
la salud. A la larga, se beneficiará la colectividad. El Estado no puede ni debe orga¬
nizar esta protección solamente por filantropía o por humanidad o por motivos
sentimentales.
No quisiera abusar del lenguaje crematístico cuando digo que el Estado no hace
ni puede hacer filantropía ni obras de caridad, ni las subestimo al calificar de sen¬
timentales estas motivaciones; simplemente deseo probar que el rendimiento, la
eficiencia del esfuerzo colectivo, la productividad del trabajo nacional —es decir,
la riqueza— depende de la salud del pueblo, por eso el Estado al gastar en centros
sanitarios, hospitales e institutos de investigación, hace una inversión lucrativa por
muchos motivos.
Gastar en centros sanitarios, en hospitales, en institutos de investigación, es una
operación lucrativa, repito; pero no se tomen mis palabras en su sentido material,
porque el dolor, el sufrimiento humano, no puede ser objeto de especulación, ya
que es un don, el de la vida y el de la salud, que nos viene de Dios para cumplir con
nuestro destino, para hacer felices a nuestros hijos, para ser útiles a la sociedad y para
asegurar la grandeza y prosperidad de la patria.
238 ■ Política sanitaria argentina
Cómo se puede llegar a formar una
conciencia sanitaria popular 1
Los médicos hemos vivido durante un largo tiempo en el clima de la enfermedad.
Nuestro horizonte científico nacía y terminaba en el enfermo; lo morboso constituía
nuestro afán diario. Eran tantos y tan frecuentes los padecimientos de los hombres,
que el médico debía concentrar sus preocupaciones en los medios y procedimientos
para curar las enfermedades y sus causas. El progreso de la ciencia nos trajo un mejor
conocimiento de la naturaleza humana, de los factores que conspiran contra su ar¬
monioso desarrollo y el descubrimiento de los medios adecuados para combatir la
enfermedad y prolongar la vida útil del hombre.
De cruzado de la enfermedad a paladín de la salud
Cuando podía creerse que habíamos alcanzado la culminación de la obra médica en
el sentido de la protección del ser humano, comprobamos los médicos que el patri¬
monio físico y psíquico podía ser enriquecido aún más en sus posibilidades vitales.
Y así el problema de la enfermedad, agobiante horizonte del médico de otrora,
ha sido sustituido por el de la salud, horizonte lleno de luminosas perspectivas que
brinda al profesional una actividad optimista, conforme a una doctrina fundada en
el concepto de la perfectibilidad humana. El médico, de cruzado de la enfermedad,
se ha convertido en paladín de la salud.
Ciencia y arte de conducir la máquina humana
Si acudimos a la consabida comparación del cuerpo humano con el automóvil, el
estudio de la estructura mecánica de este puede ser referido a la anatomía, el del
funcionamiento del motor y de las distintas partes del vehículo a la fisiología, el
de los desperfectos de los distintos mecanismos a la patología y el de los medios
para corregir los defectos a la terapéutica. Pero es evidente que no todos los propie¬
tarios de automóviles obtienen el mismo rendimiento de máquinas prácticamente
iguales. Así, hay quien conserva su coche en condiciones eficientes al término de una
década o aun de más tiempo, y otros que al cabo de ese plazo apenas si recuerdan
la estrepitosa marcha del motor exigido en esfuerzos imposibles, que hubo de ser
'Primera Conferencia de divulgación pronunciada en el salón de actos de la la Exposición de Salud
Pública, y transmitida por radiotelefonía el 4 de agosto de 1948.
Cómo se puede Llegar a formar una conciencia sanitaria popular m 239
abandonado tras breve andar en el depósito de las cosas inútiles. Existen sin duda
una ciencia y un arte de conducir el automóvil. Será mejor chófer el que sepa sacar
mejor partido de su vehículo, el que conociéndolo más a fondo sepa cuidarlo mejor
y obtener de él un servicio más prolongado y eficiente.
Apliquemos estos conceptos al ser humano. Existen también, efectivamente, una
ciencia y un arte para conducir nuestro organismo del modo más conveniente, a fin
de extender su duración y permitir el desenvolvimiento de toda su potencialidad
con el máximo de provecho.
Enseñar tal ciencia y tal arte para procurarnos los niveles más altos de salud, o
sea de resistencia y vigor de la persona en la totalidad de su ser, para hacernos más
felices y más útiles, es el propósito de la medicina, tal como la concebimos y divul¬
gamos desde la Secretaría de Salud Pública de la Nación.
La salud es perfectible
En el concepto común, la salud es el conjunto de reacciones del cuerpo que se opone
al estado de enfermedad. Es mejor definirla en un sentido positivo, no como la au¬
sencia de enfermedad, sino como la presencia del bienestar físico o mental. La salud
como el individuo mismo, es perfectible, es decir, capaz siempre de ser mejorada.
Aun sin revelar un estado de enfermedad, nuestro organismo será capaz de un ren¬
dimiento mayor si lo sometemos a determinados métodos que tienen por objeto
perfeccionar las diferentes partes de nuestro cuerpo. Un atleta, gozando de buena
salud, puede rendir mucho más mediante ciertos cuidados relacionados con el ré¬
gimen de su vida. Algo análogo acontece en el caso de un obrero, respecto al trabajo
y a su vida.
Y así como una vacuna puede darnos nuevas fuerzas protectoras contra ciertas
infecciones, algunos cambios en la dieta son capaces de comportar una verdadera
transformación en nuestro estado general.
Sobre la base de una alimentación de buena calidad, adaptada a las necesidades
de cada cual, al ejercicio adecuado y conforme a las leyes de la naturaleza, estimu¬
lados los mecanismos mentales y bien desarrolladas las fuerzas morales que dan
apoyo al espíritu, nos será posible asistir a la formación de hombres más capacitados
y mejor dotados.
El deber de la salud
Entre los principios que informan la política social de nuestro presidente general
Perón, e integrando la declaración de los Derechos del Trabajador, figura en su ar¬
tículo V el que corresponde a la preservación de la salud. Queda asentado allí en
términos claros e incontrovertibles el derecho a la salud en su sentido más amplio.
Pero en tanto que la doctrina ha querido dejar sentado lo que corresponde al
individuo como derecho propio e irrenunciable, la fuerza de las circunstancias ha
240 ■ Política sanitaria argentina
demostrado que junto a ese derecho existen correlativamente una serie de obliga¬
ciones que configuran el deber de la salud.
Si cada ciudadano en mérito del derecho a que nos hemos referido debe ser
objeto del cuidado de su salud física y moral, de igual modo tiene la obligación de
hacer de su parte lo que corresponda para mantener su organismo en las condi¬
ciones de eficiencia sanitaria.
Tenemos, pues, que hacer comprender a cada uno la responsabilidad del deber
de la salud, como obligación que deriva, por una parte, de ese sentimiento de elevada
dignidad que es el propio respeto y, por otra, de las obligaciones que ligan al indi¬
viduo con el grupo social del que forma parte.
Y así como el pueblo tiene que ser consciente de sus derechos, es tanto o más
necesario tratándose de la salud, que comprenda sus deberes, pues lo uno no se
concibe sin lo otro, ya que no es posible ejercer el derecho de la salud si no se está
dispuesto al mismo tiempo a cumplir el deber de la salud.
Formación de una conciencia popular de la salud
La extraordinaria reforma que ha sufrido nuestra administración sanitaria en el
curso de la revolución que estamos viviendo, ha permitido transformar la anticuada
organización en modernas instituciones, las necesarias para proteger el patrimonio
humano del país y ponernos al día con la realidad social del mundo.
Desde luego la realización de estos propósitos reclama métodos adecuados que
deben cumplirse conforme a planes previstos. Hace falta crear una conciencia popular
que predisponga el ánimo de todos hacia las nuevas ideas. Tenemos que despertar en
el pueblo un interés por las cosas de la salud, por la propia salud. Y esto que puede
resultar sencillo para quienes han visto desmerecer su persona por la enfermedad es
paradójicamente más difícil en el caso de los que se consideran sanos.
La formación de una conciencia sanitaria nos lleva forzosamente a la necesidad
de provocar cambios en la manera como piensa el pueblo sobre las cosas relativas
a la salud, a fin de que se transforme en un colaborador activo en la obra de Salud
Pública que es la obra del general Perón.
Un programa de información
Al promediar el siglo XVIII, Simón Andrés Tissot, médico suizo, publicó en Lausana,
un libro titulado “Aviso al pueblo sobre la salud”. Se hicieron numerosas ediciones en
varios idiomas. Esa obra tuvo extraordinaria repercusión y fue todo un alarde de com¬
prensión de la necesidad de enseñar a conducir con éxito la propia máquina humana.
Pero en aquellos tiempos y en los que siguieron, la higiene, como ciencia de la
salud, estaba limitada a una doctrina negativa constituida por una larga lista de todo
lo cual no debía hacerse y a una desteñida prédica, intrascendente y sin resultados
prácticos.
Cómo se puede llegar a formar una conciencia sanitaria popular ■ 241
Posteriormente el progreso de las ciencias médicas y sociales han desarrollado
una doctrina positiva, en base al mejor conocimiento del ser humano, de su ana¬
tomía y de su fisiología, de su estructura física y de su composición química, de sus
acciones y reacciones espirituales, doctrina según la cual se pueden y deben esta¬
blecer normas y métodos para obtener de cada individuo una mayor eficiencia bio¬
lógica y social.
En la actualidad contamos con numerosos recursos para llegar al pueblo y actuar
sobre él para conducirlo por el camino de la salud. La Secretaría de Salud Pública de
la Nación, ha considerado un amplio programa de información para divulgar entre
el público los hechos científicos que conciernen a la protección y enriquecimiento
del capital humano, para hacerle comprender al pueblo, aceptar y poner en práctica
disposiciones legales relativas a la salud y despertar el interés por todo cuanto se
refiere al cuidado y protección de su propio ser.
La información popular puede ser realizada empleando muy diferentes medios:
diferentes por su naturaleza, por sus alcances y sus efectos, pero igualmente útiles
si se conciertan para conquistar un objetivo común. La radiotelefonía, el cinemató¬
grafo, las disertaciones públicas, el cartel, el periodismo, etc., constituyen vehículos
eficientes de las ideas, que hace falta inculcar al pueblo para desarrollar en él la con¬
ciencia sobre la salud. Esta misma exposición en la que se ofrecen a la curiosidad
general interesantes aspectos gráficos y documentales de los distintos problemas
que debemos afrontar es un elemento eficiente en la acción de formar dicha con¬
ciencia pública.
En esta sala diariamente se desarrollan actos públicos de indudable interés que
servirán para difundir conocimientos de notoria importancia. Distinguidos profe¬
sionales de la Secretaría de Salud Pública de la Nación, ocuparán esta tribuna para
vulgarizar en forma clara, concisa y amena, asuntos vinculados con las especiali¬
dades de su conocimiento.
Películas de cinematógrafo, de carácter educativo, pero no por ello menos atrac¬
tivas, realizadas por la Secretaría de Salud Pública, serán exhibidas aquí todos los días.
El esfuerzo señalado y otros de naturaleza similar que se han cumplido, se
cumplen y se cumplirán en todo el país, nos permitirán llevar a la práctica el pro¬
grama de información que nos hemos propuesto como preparación indispensable
y previa para la acción educativa que ha de realizarse sobre cada poblador del país.
Nuestro objeto no es otro que perfeccionar la salud de cada argentino y de cada
habitante de la Argentina, recordando que para la nación no hay ni puede haber
mayor fuerza ni mayor riqueza que la libre expansión de la personalidad integral
del hombre argentino.
242 ■ Política sanitaria argentina
Fernando de Castro, histólogo español
y discípulo de Cajal 1
Cuando el señor embajador de España tuvo un día la deferencia de preguntarme
cuáles eran los hombres de ciencia de España que, aquí, en nuestro país, más admi¬
ramos, el primer nombre que vino a mis labios fue el de Fernando de Castro.
Quizá si la misma pregunta hubiere sido formulada a un clínico o a un cirujano
general —y no a un neurólogo como yo—, muchos otros nombres hubieran venido a
colación porque, en verdad, España dispone fecundamente de muchos hombres de
talento y su genio milenario nos ha brindado en este siglo una verdadera floración
de hombres de ciencia, floración que comienza con la epopeya científica del glorioso
don Santiago Ramón y Cajal.
Considero que la presencia de Fernando de Castro entre nosotros es un verdadero
acontecimiento científico —y que el curso que hoy se inicia con un panorama filo¬
sófico de sus descubrimientos de treinta años— tendrá una trascendencia extraor¬
dinaria para el progreso en nuestro país, no solo de la neurología, sino de toda la
ciencia médica en general. El desarrollo de las doctrinas de Fernando de Castro
puede revolucionar las bases de la medicina, como hace cincuenta años las con¬
movió aquel oscuro y humilde médico español, que después de conquistar la gloria,
siguió trabajando más allá de la gloria: vuelvo a referirme al maestro, ejemplo y
orgullo de todos nosotros, a don Santiago Ramón y Cajal.
La carrera del profesor Castro
Fernando de Castro se inició en las investigaciones neurológicas al lado de él, allá
por el año 1917, y se inició como simple practicante del laboratorio del maestro, en
la Cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de Madrid. De modo, pues, que
precozmente desde estudiante, siendo apenas un cadete, y antes de haber egresado,
adquiere la técnica de la investigación y precisamente de esa época datan sus pri¬
meros trabajos sobre el tema que durante treinta años lo ha preocupado: el estudio
de los ganglios linfáticos.
En el año 1922 fue designado profesor y ayudante de clases prácticas de His¬
tología y al ser jubilado don Santiago Ramón y Cajal el 1° de mayo de ese mismo
año, lo acompañó en su retiro al Laboratorio de Investigaciones Biológicas —actual
'Palabras pronunciadas al presentar al profesor Fernando de Castro, en la Facultad de Ciencias
Médicas de Buenos Aires, con motivo de la iniciación de su curso sobre “La fina estructura del sistema
nervioso vegetativo periférico” el día 31 de agosto de 1948.
Femando de Castro, histólogo español y discípulo de Cajal m 243
Instituto Cajal— para seguir trabajando al lado del maestro como becario de la Junta
para Ampliación de Estudios.
Al egresar como médico preparó su tesis de doctorado sin abandonar por ello sus
tareas docentes, recibiendo el grado de doctor en octubre de 1922.
En 1925 fue designado por concurso profesor auxiliar de Histología en la Facultad
de Medicina de Madrid y ese mismo año, becado por la Junta de Ampliación de
Estudios, para trabajar con el profesor Boecke en Utrecht (Holanda).
En el año 1929, a propuesta del propio don Santiago Ramón y Cajal, nuestro
ilustre huésped fue nombrado ayudante del Instituto Cajal, donde hizo práctica¬
mente toda su carrera de investigador.
En 1933 fue nombrado por oposición y unanimidad de votos, Catedrático Nume¬
rario de Histología y Anatomía Patológica de la Universidad de Sevilla.
En 1934 trabajó en Turín con el profesor Lovi, en cultivos de tejidos como “Fellow”
de la Fundación Rockefeller.
Por decreto del 1° de mayo de 1935 se dispuso su traslado a Madrid, designado
catedrático de la Universidad —agregado al Instituto Cajal— para que pudiera con¬
tinuar sus investigaciones neurológicas, cargo que viene desempeñando en ese alto
centro de estudios de prestigio mundial, como jefe de la sección Neurohistología.
Sus principales trabajos
Los trabajos fundamentales de Castro pueden concretarse en los siguientes asuntos
básicos: I o ) Sobre glomus carotídeo y seno carotídeo. 2 o ) Sobre degeneración y rege¬
neración del sistema simpático. 3 o ) Sobre regeneración funcional y heterogénea con
nervios de actividad intermitente y función constante. 4 o ) Sobre la reconstitución de
arcos reflejos artificiales en el sistema simpático, utilizando para ello, anastomosis
cruzadas de nervios. 5 o ) Sobre la distribución segmental medular de las fibras pre-
gangliónicas y actividad funcional según la modalidad de la fibra.
He aquí en ajustada síntesis la vida y la obra de Fernando de Castro, y si me siento
honrado al presentarlo ante el cuerpo médico argentino, es porque siento por él la
más grande admiración que no ha hecho más que crecer desde el tiempo en que sin
tratarlo, ya lo conocía por los juicios elogiosísimos de dos grandes maestros de la his-
topatología y anatomía comparada, desaparecidos ambos: me refiero al doctor C. U.
Ariens Kappers de Amsterdam, director del “Instituto de Investigaciones Cerebrales”
y a don Pío del Río Hortega, cuyo recuerdo es tan caro a nuestros afectos y a nuestra
veneración de amigos y discípulos.
Laín Entralgo, otra brillante síntesis de España, médico y filósofo, ha dicho en
su libro sobre “Historia y Medicina” que hay tres maneras de ser médicos: profesio¬
nalmente, técnicamente y científicamente. Por el primer camino solo resolvemos el
problema “cómo vivir”; por el segundo, el de “cómo hacer”, y por el tercero, el de
“cómo saber”. Pues bien, Fernando de Castro está en el terreno del conocimiento
puro, en el “cómo saber”, precisamente en aquel punto donde la medicina deja de ser
técnica o profesión, para volver a ser ciencia y subsumirse en la Biología.
244 ■ Política sanitaria argentina
El pensamiento de Cajal, su revolución científica, giró alrededor de una sola idea
muy simple: la de descubrir “dónde” y “cómo” se hace el contacto de las neuronas y
así descubrió la ley de la sinapsis, de que había contigüidad y no continuidad. Fer¬
nando de Castro, retomando el pensamiento vivo de Cajal, ha tratado de investigar
“cómo” se regula esa contigüidad y ha llegado a descubrir que más que el factor
fisicoquímico gravita en la sinapsis un nuevo factor: la neuroglia, la oligodendroglia,
elementos que él ha estudiado durante años, en los ganglios como satélites neuro-
nales, para concebir una doctrina funcional admirable y revolucionaria; elementos
oligodendróglicos periféricos que también fueron muy bien estudiados morfológi¬
camente en la Argentina por don Pío del Río Hortega y por nuestro colaborador el
doctor Julián Prado.
No puede, pues, haber elegido Fernando de Castro tema más fundamental que
el de hoy, tema cuyo solo enunciado es por sí mismo un homenaje a la memoria del
gran maestro de todos los hombres de ciencia latinos: don Santiago Ramón y Cajal y
de quien él, de Castro, es aventajado y talentoso discípulo.
Doctor Fernando de Castro: Estáis en vuestra casa y como secretario de Salud
Pública en nombre del Gobierno de la nación y oficiosamente del mundo médico
argentino, como presidente de la Sociedad Argentina de Neurología y Psiquiatría y
profesor de Neurocirugía de esta Facultad de Medicina, os saludo, y saludo en vos a
España, madre inmortal vuestra y nuestra.
Femando de Castro, histólogo español y discípulo de Cajal ■ 245
El cinturón de bosques periurbanos
frente a la insalubridad del Bañado de
Flores del Riachuelo 1
El presidente Juan Domingo Perón y Ramón Carrillo en la partida de camiones a una campaña de salud pública.
Fuente: Archivo General de la Nación.
El 2 de agosto de 1946, por iniciativa del excelentísimo señor presidente de la nación,
general Juan Perón, se dictó el Decreto 5289, con el propósito de concretar un plan
de saneamiento que encare de una vez por todas viejos y aparentemente insolubles
problemas que afectan directamente a la salud de la población de los centros ur¬
banos y suburbanos y principalmente a la del Gran Buenos Aires.
discurso pronunciado al poner en funcionamiento la Comisión Permanente de Higiene Urbana y
Suburbana, en el Instituto de Higiene Pública, el día 13 de septiembre de 1948.
El cinturón de bosques periurbanos frente a la insalubridad del Bañado de Flores del Riachuelo ■ 247
Los problemas concretos de saneamiento urbano y periurbano no podrán ser
resueltos hasta tanto no se estudien las cosas con unidad de criterio y de propósitos,
pues mientras existan cinco jurisdicciones para afrontar el mismo asunto —como
es el caso de la insalubridad de las aguas del Riachuelo—, ninguna decisión funda¬
mental se podrá aconsejar al Poder Ejecutivo de la Nación.
La finalidad perseguida por el Decreto 5289 —que hoy llevamos a la práctica
poniendo en funcionamiento la Comisión Permanente de Higiene Urbana y
Suburbana— ha contado con el más amplio apoyo del Gobierno de la Provincia de
Buenos Aires, del Ministerio de Obras Públicas de la Nación, de la Municipalidad de
la Ciudad de Buenos Aires, de la Administración General de Obras Sanitarias de la
Nación y del Instituto de Higiene Pública de esta Secretaría de Estado.
Quiero dejar constancia de nuestro agradecimiento al señor gobernador de la
Provincia de Buenos Aires, coronel Domingo Mercante, al ministro de Obras Públicas
de la Nación, general Juan Pistarini, al intendente Municipal, doctor Emilio Siri y al
administrador general de Obras Sanitarias de la Nación, ingeniero Juan Hugo César,
quienes, al designar los técnicos necesarios para integrar la comisión coordinadora
de los estudios, han demostrado elevada comprensión y hondo sentido de la res¬
ponsabilidad, pues evidentemente todos anhelamos una solución concreta para tan
perentorias cuestiones de salubridad pública.
Coordinación de funciones
Si hasta ahora se demoró la constitución definitiva de la comisión, fue debido a que
simultáneamente con su creación se organizó el Instituto de Higiene Pública en la
Secretaría de Salud Pública de la Nación, el cual tomó a su cargo la recopilación de
antecedentes y materiales, realizando los estudios y censos preliminares sobre urba¬
nismo y sanidad rural, no solo en lo que dichos datos son o pueden ser útiles para
el problema de Buenos Aires, sino para todos los municipios del interior. Desde su
organización, el Instituto de Higiene Pública ha cumplido importantes funciones
de asesoramiento a los municipios de territorios y provincias que requirieron su
colaboración en materia de zonificación, instalación de mercados, urbanismo, ce¬
menterios, contralor sanitario del abastecimiento alimenticio, estudios sobre aguas
potables, evacuación de desechos, basuras y saneamiento de suelos, etc.
Las previsiones del doctor Tomás Perón
Con todos los elementos de juicio de orden médico, recopilados en dos años de trabajo
del Instituto y que se refieren a la sanidad urbana y suburbana, considero llegado el
momento de poner en marcha a la Comisión Permanente de Higiene Urbana y Su¬
burbana, pues desde los estudios del doctor Tomás Perón, el ilustre abuelo del señor
presidente de la República, que fue el primero en poner en evidencia la peligrosa
contaminación de las aguas del Riachuelo, pareciera que los médicos argentinos se
248 ■ Política sanitaria argentina
hubieran desentendido de los problemas de la higiene pública; al menos, los trabajos
en la materia son tan escasos, que llama la atención por su desproporción con la im¬
portancia de los trabajos realizados dentro de la técnica médica propiamente dicha.
Si en el orden de la investigación, de la clínica y de la cirugía puede la medicina
argentina estar orgullosa, no ocurre lo mismo en cuanto examinamos lo atinente a
la higiene pública o a la medicina social. Por eso, la Secretaría de Salud Pública de la
Nación, que tiene a su cargo la aplicación de la ciencia médica como rama del Estado,
ha insistido y puesto su acento sobre la medicina social durante estos dos años y
ahora tomará el problema de la higiene pública para llevarlo en todo su desarrollo a
la conciencia pública y a la conciencia de las autoridades de aplicación.
La higiene del Gran Buenos Aires
Comenzamos hoy con los problemas del Gran Buenos Aires y para ello el Decreto
5289 lija con toda precisión los objetivos del plan, que serían los siguientes, según lo
establece el artículo 1:
a) El saneamiento y nivelación para su adecuado desagüe del Bañado
de Flores, como asimismo de toda la zona que se encuentra some¬
tida a la influencia poco saludable del Riachuelo y del Río Matanza,
todo ello con vistas a una futura urbanización.
b) La eliminación de las inundaciones de los barrios de Boca y Barra¬
cas, determinadas por las crecientes del río, con criterio de sanea¬
miento, en concordancia con el plan integral adoptado por la Inten¬
dencia Municipal para la urbanización de ambos barrios.
c) El saneamiento previo de las márgenes del Riachuelo en el tramo
que aún no ha sido canalizado, o en su defecto el régimen conve¬
niente para conseguir la purificación de sus aguas.
d) Plan integral de saneamiento de baldíos, grandes y pequeños, no solo
de la Capital, sino también de los municipios limítrofes, mediante la
extirpación sistemática de roedores y focos sépticos urbanos.
e) La desratización sistemática y coordinada con todas las autoridades
del Gran Buenos Aires, suprimiendo definitivamente los factores
que determinan su subsistencia.
Partimos de un programa concreto
Estos solos enunciados indican claramente que la comisión que hoy constituimos
tiene ya un programa perfectamente trazado por el Poder Ejecutivo de la Nación, y si
ello no fuera suficiente, el artículo 3 establece las bases de un plan complementario
que resumimos a continuación:
a) Urbanización total de las riberas desde Punta Lara hasta San Fernan¬
do, mejorando o creando nuevos accesos al río.
b) Urbanizar nuevos espacios libres dentro de la Capital Federal y sus zo¬
nas limítrofes, de modo tal que puedan ser utilizados por la población.
El cinturón de bosques pertúrbanos frente a la insalubridad del Bañado de Flores del Riachuelo m 249
Si se llegara a realizar este plan, Buenos Aires podría poner de algo que es patrimonio
y orgullo de las grandes ciudades europeas: el cinturón periurbano de bosques.
El cinturón periurbano de árboles
Quiero aquí rendir homenaje al viejo maestro y eminente neurólogo doctor Christo-
fredo Jakob, recordando que fue él quien hace casi cuarenta años habló por primera
vez del cinturón de bosques periurbanos de Buenos Aires y propuso en un Congreso
del Niño, el siguiente voto: “Que el cinturón periurbano de bosques y praderas na¬
turales es una necesidad higiénica, pedagógica, estética y moral para Buenos Aires
y sus niños”.
La concentración urbana produce lenta pero inexorablemente una serie de con¬
secuencias antibiológicas, antihigiénicas y antisociales.
Masas de seres humanos y de animales, consumen y corrompen el aire de la
ciudad y como si esto no fuera bastante, las chimeneas, las fábricas, las industrias, los
automotores, etc., contribuyen aún más a viciar intensamente, no solo el aire, sino
el agua y el suelo.
Por eso todas las grandes ciudades del mundo han procurado rodearse de
grandes bosques naturales (los parques internos artificiales son insuficientes) para
desinfectar y limpiar la atmósfera, regularizar el clima, evitar los cambios bruscos
de temperatura y protegerse contra los vientos fríos o calientes, manteniendo las
condiciones climáticas óptimas para la vida en estado de salud.
Si se lee el trabajo recientemente publicado en los Archivos de Salud Pública de la
Nación por la comisión que, presidida por el doctor Roque Izzo, estudió el aire que
respiramos en Buenos Aires, no podemos menos que reconocer que la atmósfera de
nuestra ciudad es una de las más irrespirables del mundo.
Londres, París, Berlín, Munich, Viena, Hamburgo, Frankfurt, Dresden, etc.,
ofrecen el magnífico ejemplo de sus bosques periurbanos, siendo por añadidura
dichos bosques una fuente de recursos para los respectivos municipios; así, por
ejemplo, en Berlín la forestación costó —en su tiempo— doscientos millones de
marcos, pero el capital fue recuperado en 20 años con la venta de maderas.
La valorización parasitaria enemiga del bosque
Buenos Aires, que ha sido tan poco favorecida por la naturaleza, ofrece una mono¬
tonía que puede ser compensada por la forestación periurbana. Siempre estamos
a tiempo para luchar contra el espectro del loteo, la especulación y la valorización
parasitaria a expensas de la comunidad.
Nadie puede discutir que nuestros niños necesitan extensas zonas de bosques,
donde las escuelas, las familias, los obreros, el pueblo puedan con poco gasto rea¬
lizar cómodas excursiones. Para comprender el déficit de espacios libres no solo
en la ciudad, sino aun en sus alrededores, basta ver el paradójico hacinamiento
250 ■ Política sanitaria argentina
dominguero en pleno “bosque” de Palermo, —que para las necesidades de la
población es apenas como un “jardincito” de terraza— y basta comprobar idéntico
fenómeno en el Balneario Municipal, en la Avenida General Paz, en las canchas de
deportes, en fin, en unos pocos lugares más al aire libre, no siempre bien provistos
de vegetación.
La necesidad del bosque en la filogenia de la humanidad
Quizá no exista impresión más honda para el alma del niño que la sumersión en el
silencio y el misterio de los bosques, en virtud de algo imponderable del espíritu
humano, de alguna reminiscencia ancestral; el bosque transfiere al hombre un senti¬
miento íntimo y profundo, emergente tal vez de la filogenia lejana de la humanidad,
ya que la selva parece haber sido cuna y fuente de nuestra especie. No sería aven¬
turado afirmar que el genio europeo, el genio occidental, su capacidad productora
en la ciencia y en el arte, ha nacido del contacto emocional de sus hombres con la
naturaleza pura y sencilla de los hermosos y “civilizados” bosques del continente.
El general Perón en su discurso a los agricultores, habló del equilibrio económico
entre la agricultura y la industria, y otras veces ha reiterado su concepto del equi¬
librio dinámico entre salarios y precios, entre la producción y el consumo. Quienes
estamos familiarizados con su pensamiento, alcanzamos a percibir que este con¬
cepto del equilibrio entre los factores sociales es uno de los principios fundamen¬
tales de su doctrina; si lo desarrollamos en nuestro propio ámbito de observaciones
llegaremos a conclusiones interesantes. Esta macrópolis —válgame el neologismo—
que es Buenos Aires, responde a un fenómeno de “progreso” vertiginoso irregular
y desplanificado, si es que aceptamos el “progreso” como sinónimo de desarmonía,
puesto que dicho progreso nos ha llevado al desencuentro del hombre con la natu¬
raleza, de la ciudad con el campo, antítesis que conspira constantemente contra la
única finalidad de la industria humana que no puede ni debe ser otra que la conser¬
vación y mantenimiento de la vida en condiciones de salud física, moral y social,
ya que la felicidad del hombre es el comienzo y el fin de todo lo que hacemos. Si se
produce energía, se elaboran productos, se preparan obras y se organizan servicios,
es porque se desea armonizar el hombre consigo mismo y con su medio, y ello solo
se conseguirá por una evolución equilibrada pero dinámica, y no por un progreso
indefinido, tipo fin de siglo, que ya sabemos a dónde nos ha conducido: a las dos
guerras mundiales que sacudieron cataclísmicamente la civilización de occidente.
Pero ese equilibrio dinámico de la sociedad solo se conseguirá por una revalori¬
zación del hombre y por la limitación de esta hipercivilización mecanizada que ha
puesto en peligro a la especie humana.
Quizá mi condición de médico me permita apreciar el fondo humano y práctico
de la doctrina del señor presidente, pues estoy convencido de que únicamente por
la vía por él señalada podremos llegar al equilibrio orgánico, moral y social de las
masas, cultivar nuestra personalidad, realizando culturalmente los más altos des¬
tinos del espíritu humano, y todo esto solo será posible el día en que la industria no
El cinturón de bosques periurbanos frente a la insalubridad del Bañado de Flores del Riachuelo ■ 251
devore a los hombres y en que el capital esté al servicio de la sociedad, porque es
indudable que tiempo llegará en que los monstruos industriales y los supercapitales
sean recordados como ahora recordamos al plesiosaurio o al megaterio.
Diferentes maneras de violar las leyes naturales
El ser humano tiene su fuente de vida en los tres componentes de nuestro planeta:
en el aire, atmósfera; en el agua, hidrosfera y en la tierra, litosfera. La civilización,
al generar las grandes concentraciones humanas, y al ampliar los sentidos y posi¬
bilidades de acción del hombre mediante la técnica, ha violado las leyes naturales,
modificando por su obra, su propio medio ambiente que es el aire, el agua y el suelo.
El hombre es una estructura que toma la energía de esos elementos, la transforma y
la distribuye, y por lo mismo, su vida y su salud dependen de las fuerzas que capta
y emplea.
Estamos ante un cambio tan tremendo, tan profundo y radical de las condiciones
de vida del ser humano y de su ambiente natural, que solo puede ser comparada
esta evolución con la que se produjo en el período glacial, cuando la flora y la fauna
sufrieron las mutaciones más extraordinarias que quepa imaginar.
En el fondo de este cambio —que ahora presenciamos— determinado por la
ciencia y la técnica, reside quizá la causa de casi toda la patología actual, e incluso,
sin que la afirmación pueda considerarse aventurada, la etiología oculta de las crisis
económicas, sociales y políticas y aun de las guerras.
Higiene pública: protección del aire, del suelo y del agua
Pues bien, la higiene pública, en sentido restrictivo y tal como la entendemos no¬
sotros, tiende precisamente a proteger al hombre de esos cambios que inciden sobre
el aire que respira, sobre el agua que bebe y sobre la tierra, los ríos y los mares que
le proporcionan alimentos. Por eso, sanear el aire, el agua y la tierra, limitando así la
morbilidad y la mortalidad supone: el agua potable y la destrucción de los detritus
inherentes a la actividad humana; reglar el ordenamiento de las ciudades y la ubi¬
cación de sus edificios peligrosos, como mercados, cementerios, industrias y hospi¬
tales; determinar la orientación, ventilación y asoleamiento de la vivienda; como así
también asegurar el abastecimiento colectivo de alimentos con criterio sanitario. Si
la “Carta de Atenas”, que rige el urbanismo y la arquitectura moderna, hubiera sido
redactada por higienistas, no habría sido mejor de lo que es, pues los grandes arqui¬
tectos que fueron sus autores resumieron en ella todos los conocimientos actuales
en materia de higiene pública, que para nosotros es una síntesis de la higiene urbana,
suburbana y rural, terminando en última instancia en la protección del suelo, del
agua y del aire, considerados con relación al hombre, como fuentes de todo bien
cuando son puros y de todos los males cuando se encuentran contaminados.
252 ■ Política sanitaria argentina
No hay límites entre higiene pública y privada
La vieja higiene se dividía en higiene privada y pública, división actualmente artificial
e inexistente. Se entendía por higiene privada la que hacía el individuo y escapaba por
consiguiente a las disposiciones legales; incluyéndose en ese orden el alimento, la vi¬
vienda, el vestido, los deportes, el descanso, etc. Pero he aquí que todos esos problemas
han dejado de ser problemas exclusivos del individuo, pues interesan a toda la colec¬
tividad; se han borrado los antiguos límites entre la higiene pública y la privada, pues
también la salud individual le interesa al Estado, tanto como al mismo individuo, y así
lo consagran los principios de la medicina preventiva y las leyes de seguridad social.
La higiene pública, en cambio, ha extendido sus dominios, y desde sus orígenes,
desde el momento en que el hombre comienza a vivir en sociedad, hasta la fecha, su
evolución ha sido ascendente, gobernada al principio por el instinto, después por las
costumbres y, finalmente, por las leyes. Se inicia como normas religiosas en todos los
pueblos de Oriente, e incluso en Grecia, donde el Templo de Asclepio sirve de cuna
a Hipócrates. Con Roma comienza otra etapa, señalada ya por la acción del Estado,
por la construcción de acueductos y cloacas, intactas aun después de veinte siglos y
que sirvieron de ejemplo a las ciudades medievales.
La higiene del campo y de la ciudad
Pero no nos equivoquemos pensando que la higiene pública, es solo la higiene de
las ciudades, pues si analizamos un poco advertimos de inmediato que conviene
destruir un preconcepto frecuente: la gente suele creer que la vida en el campo es de
por sí sana. Nada más erróneo. En efecto, en el ambiente rural, siendo la natalidad
igual o mayor que en las ciudades, el número de niños que se mueren es abrumado¬
ramente superior. Con todos sus inconvenientes, el hombre de la ciudad está mejor
protegido sanitariamente que el hombre del campo a quien lo acechan peligros de
los que aquel está a cubierto.
Para el campesino el agua y el suelo contaminados son tan peligrosos como para
el hombre de la ciudad el aire viciado. Basta un ejemplo: la contaminación de las
aguas de bebida como consecuencia del mal sistema de eliminación de excretos y
aguas servidas, y así tenemos la tifoidea y la anquilostomiasis, que determinan la
miseria física y mental de grandes zonas rurales.
Si el problema de la higiene de la vivienda es dramático en las ciudades por
la falta de planificación, por el hacinamiento y la promiscuidad, por la mala ven¬
tilación, falta de aire y sol, piénsese que los peligros de enfermedad son mucho
mayores en el campo, donde por ignorancia de sus habitantes viven a veces no solo
hacinados —mal inaceptable en nuestro vasto territorio— sino avecindados con gra¬
neros, estercoleros, establos, corrales, etc., que es como decir con insectos y roedores
trasmisores de enfermedades comunes al hombre y a los animales.
El cinturón de bosques periurbanos frente a la insalubridad del Bañado de Flores del Riachuelo u 253
Cómo deben concebirse las futuras ciudades argentinas
Nuestro país, en el que dentro de cincuenta años, existirán centenares de nuevas
grandes ciudades, no tiene aún un plan sanitario de urbanización; las ciudades
siguen surgiendo al azar, en lugares determinados muchas veces por la conveniencia
de loteos impresionantemente pequeños, como si no tuviéramos toda la pampa por
delante, y tampoco se han tratado de regular las plantas urbanas de nuestros clientes
del interior, con el criterio de la “Carta de Atenas”, que es el criterio sanitario, salvo
en los casos estudiados por nuestro Instituto de Higiene Pública. Las soluciones
deben preverse ahora, antes de que el tiempo y el crecimiento del país las hagan
más difíciles o costosas, por no decir imposibles.
El simple problema del agua potable está muy lejos de ser resuelto definitiva¬
mente y prueba de ello son las epidemias de tifoidea que aún tenemos en gran escala
en provincias consideradas sanas, como Mendoza o la provincia de Buenos Aires,
por ejemplo, y la tenemos aún en las barbas de Buenos Aires.
El fenómeno Mills Reincke
Es un hecho conocido que las corrientes de los ríos, arroyos y napas de donde se
extrae el agua de bebida, se contaminan fácilmente si no existe un contralor sanitario
permanente y esa contaminación procede de los desechos humanos y animales, así
como de las aguas servidas industriales. Mills Reincke describió el fenómeno que
lleva su nombre, según el cual, cuando existe contralor sanitario del abastecimiento
de agua potable, desciende no solamente el índice de mortalidad por tifoidea y otras
afecciones de origen hídrico, sino también todas las enfermedades.
De este hecho de observación surgió el famoso teorema de Alien Hazen, cuyo
enunciado establece que por cada muerte por contaminación del agua que se evita
con el contralor sanitario, se salvan al mismo tiempo tres muertes de otro origen.
Para los municipios y pueblos sin obras sanitarias, sin redes colectoras, la Secre¬
taría de Salud Pública de la Nación, por medio del Instituto de Higiene Pública, ha
preparado un conjunto de normas y un reglamento que está a disposición de todas
las autoridades comunales, a las cuales interesamos en su aplicación si quieren pro¬
teger a sus habitantes.
Riachuelo y Bañado de Flores
No es necesario remitirse a las zonas rurales para afrontar un crudo problema de
aguas contaminadas. Tenemos el Riachuelo y tenemos el Bañado de Flores en plena
capital, lugar destinado actualmente a “olla de basura” o basural.
La zona adyacente al Riachuelo está constituida por terrenos bajos, por una
formación geológica de origen palustre, extendida a ambos márgenes e integrada,
en parte, por tierras profundas de composición areno-arcillosa con sedimentos de
254 ■ Política sanitaria argentina
conchillas, que atestiguan su origen marítimo. En efecto, en otras épocas, esta parte
del continente estaba, sin duda, cubierta por el mar. Al producirse el levantamiento
geológico y el alejamiento del mar, las napas que saturaban los sedimentos del loess
cuaternario, sufrieron un descenso gradual, favoreciendo con el llamado “retiro de
las aguas del Río de la Plata”, el saneamiento natural y espontáneo de muchos kiló¬
metros cuadrados de tierra que prácticamente fueron ganados al río.
Este hecho permitió incorporar a tierra firme una gran extensión de terrenos, que
antiguamente eran intransitables, pues permanecían constantemente inundados.
El alejamiento del río coincidió con el deslizamiento de las aguas superficiales
hacia los planos profundos del subsuelo lo que supone —como dijimos— un sanea¬
miento operado por la misma naturaleza. Sin embargo, este proceso natural no
se cumplió por igual en todas partes; en algunos puntos, los perfiles edafológicos
ofrecen capas impermeables a poca profundidad, lo que determina verdaderas
“ollas pantanosas”, donde el agua permanece estancada sin escurrimiento posible.
Tal es el caso de los terrenos adyacentes al Riachuelo y tal es el caso del Bañado de
Flores que pertenece a la misma formación geológica.
Islotes en un mar de insalubridades
Los terrenos bajos y pantanosos de la Capital Federal se imbrican con terrenos altos,
donde se ha edificado gracias al esfuerzo personal de los propietarios, quienes con
tenacidad y empeño se han puesto al abrigo de inundaciones resolviendo indivi¬
dualmente su problema, pero esa tenacidad y empeño son dignos de mejor causa,
ya que lo único que esos propietarios consiguen es vivir sobre islotes antihigiénicos
rodeados de un mar de insalubridades.
Existen dos causas principales de las crecientes del Riachuelo: los vientos del
sureste, que tanto temen los pobladores de la Boca, y las lluvias que enriquecen los
afluentes del Riachuelo, esto es, el Río Matanza y el arroyo Cildañez. Los desbordes
o inundaciones periódicas y las lluvias contribuyen a mantener las ollas pantanosas y
aumentan la humedad ambiental, intensificándose los olores pestilenciales originados
en la falta de desagües cloacales y en el desborde de los pozos negros colmados. Como
si esto no fuera suficiente, el Bañado de Flores se utiliza como vaciadero de basuras y
desperdicios, donde no es raro ver vacas lecheras alimentándose de ellos y centenares
de personas profesionalmente dedicadas a la recolección y clasificación de las basuras.
En los días de calor la basura entra en putrefacción y fermentación, la atmósfera
se torna irrespirable, las ratas y las moscas viven allí como en un paraíso, se repro¬
ducen activamente y transforman aquello en el foco de infección más importante
de Buenos Aires.
Bien resuelto el problema podría, sin embargo, transformarse todo eso en un
jardín, como se han resuelto problemas similares o más graves aún en Nueva York y
otras ciudades de EEUU, lo mismo que en Panamá.
El cinturón de bosques periurbanos frente a la insalubridad del Bañado de Flores del Riachuelo ■ 255
El rellenamiento sanitario como solución simple y barata
La solución más simple y económica es, creemos, la aplicada precisamente en
esas ciudades. No tenemos, pues, mucho que estudiar, sino simplemente aplicar el
sistema llamado de “rellenamiento sanitario", que conocemos perfectamente y esta¬
ríamos en condiciones de poner en práctica inmediatamente, siempre que así lo
considere conveniente la comisión que hoy dejamos constituida.
En lo que concierne al Riachuelo, si bien es cierto que se ha procedido a la recti¬
ficación del mismo, en una gran extensión, realizando un esfuerzo admirable desde
el punto de vista técnico y económico, no es menos cierto que se han dejado de
lado ciertos factores sanitarios dignos de ser seriamente considerados. Por ejemplo,
en pleno curso del Riachuelo y de su afluente el arroyo Cildañez, se efectúan polu¬
ciones de desechos orgánicos y químicos procedentes de las fábricas y viviendas
costeras, lo que produce una verdadera contaminación de las aguas de un tipo sui
generis; la fermentación de la materia orgánica agota prácticamente la reserva de
oxígeno del agua, de suerte que ni siquiera los peces pueden vivir en ella, lo cual
explica que desde el Puente de la Noria hasta la boca del Riachuelo no se encuentren
ni vestigios de fauna fluvial.
Los peces, con buen sentido de previsión, remontan el Riachuelo hacia zonas
donde no se vuelcan desperdicios o bien emigran hacia el estuario, a fin de no
perecer en las aguas contaminadas y desoxigenadas.
Con las crecidas del Río de la Plata se agrega un nuevo círculo vicioso a los ya
señalados en los bajos del Gran Buenos Aires: los pantanos mismos, los bañados que
podrían ser limpios si se alimentaran del agua de lluvia, se contaminan a su vez al
recibir las aguas desbordantes del Riachuelo.
La síntesis del problema
He presentado sin exageraciones un panorama de la higiene pública de Buenos
Aires, un panorama que muchos conocen quizás mejor que yo; lo he hecho como
médico y como secretario de Salud Pública de la Nación, y como tal no puedo ni
ignorar el problema ni cerrar los ojos a la verdad; tengo así la satisfacción de que
al mismo tiempo que planteo públicamente la cuestión, esbozo las soluciones y las
pongo en manos más competentes que las mías.
El excelentísimo señor presidente de la nación conoce perfectamente el asunto,
y su digna esposa, María Eva Duarte de Perón —sensible como siempre a las inquie¬
tudes del pueblo— ha recibido el clamor de los vecinos y me ha hablado reiterada¬
mente de la cuestión, preocupada y deseosa de resolverla.
Es a vosotros, los miembros de la Comisión Permanente, a quienes toca el honor
y la responsabilidad de concretar en los hechos la más grande de las empresas de
urbanismo y salubridad que hay que acometer actualmente en el país.
Cuando hayais cumplido vuestra tarea, cientos y cientos de familias argentinas
os deberán el bienestar y sobre el Bañado de Flores y los pantanos del Riachuelo se
256 ■ Política sanitaria argentina
levantarán barrios parques tan hermosos como el de Palermo Chico, el cual también
en tiempos no lejanos fue un vaciadero de basuras.
Como secretario de Salud Pública, yo os auguro, en nombre del Poder Ejecutivo
Nacional, el más completo y feliz de los éxitos.
El cinturón de bosques periurbanos frente a la insalubridad del Bañado de Flores del Riachuelo ■ 257
Cifras y hechos en materia de medicina
tecnológica 1
La Dirección de Medicina Tecnológica de la Secretaría de Salud Pública de la Nación,
ha realizado durante dos años una tarea empeñosa de organización, difusión y coor¬
dinación de la medicina e higiene del trabajo, de la protección de los obreros en la
fábrica y de lucha contra las enfermedades profesionales y del trabajo. Para dicho
fin, el personal de esta Secretaría ha realizado la siguiente tarea: 27.143 exámenes
clínicos; 3.532 exámenes para el catastro roentgenfotográfico; 750 estudios médi¬
co-tecnológicos en industrias; 392 investigaciones de biofísica; 291 de toxicología;
329 de química industrial; 1.140 de ingeniería sanitaria industrial; 901 casos estu¬
diados para fines relativos a la fisiología del trabajo.
En la tarea vinculada a la rehabilitación de inválidos, se han hecho 710 moldes de
yeso para fabricar prótesis diversas. Asimismo, han sido examinadas 8.641 fábricas,
con un total de 619.044 obreros; se han distribuido 546.064 unidades de material ilus¬
trativo y de propaganda; han sido empadronadas —a los efectos de confeccionar los
respectivos legajos sanitarios— 19.083 fábricas; se pronunciaron 356 conferencias,
de las cuales 310 fueron directamente en diversos locales de trabajo y 46 por radio.
Igualmente se han dictado 126 cursos de primeros auxilios en fábricas, 38 cursos
para enfermeras industriales y otros 45 para técnicos en seguridad. Estos cursos son
dirigidos desde la Escuela de Asistentes Industriales, que cuenta con 120 inscriptos.
El problema de la brucelosis viene siendo especialmente tratado en el ambiente
de los frigoríficos, habiéndose practicado 6.129 extracciones de sangre a obreros de
los mismos y realizados 5.930 reacciones de Huddleson.
Funciones de la medicina tecnológica
Son funciones de la Dirección de Medicina Tecnológica, derivadas de la Ley 12912 y
la Ley 13012, las siguientes:
a) Estudiar y propiciar la solución de los problemas vinculados con
la higiene y la medicina del trabajo, realizando las investigaciones
científicas necesarias.
b) Practicar el examen de los trabajadores para descubrir precozmente
la disminución de su capacidad laborativa debida a factores exclusi¬
vos o coadyuvantes del trabajo que realiza.
'Disertación efectuada por intermedio de L.R.A. Radio del Estado y transmitido por la Cadena de
Emisoras Privadas, el 14 de septiembre de 1948, inaugurando los actos de la Primera Semana de la
Salud del Trabajador.
Cifras y hechos en materia de medicina tecnológica m 259
c) Estudiar la influencia de los ambientes de trabajo de las distintas in¬
dustrias sobre el organismo del trabajador, tratando de colocarlos en
el máximo de salubridad.
d) Estudiar la acción del trabajo de cada industria, sobre el organismo
humano, para fijar las normas a que debe ajustarse a fin de no perju¬
dicar la salud del trabajador.
e) Proponer todas las medidas previsibles para evitar los accidentes de
trabajo, considerando las condiciones físico-psíquicas del trabaja¬
dor, las instalaciones y los materiales que se emplean.
f) Promover, organizar, coordinar y fiscalizar la asistencia médica de
los accidentados del trabajo o de los afectados por enfermedades
vinculadas al trabajo, buscando su reeducación y readaptación pro¬
fesional.
g) Promover, organizar, coordinar y fiscalizar las obras de asistencia
social para toda invalidez física o mental buscando la rehabilitación
de su capacidad laborativa.
h) Dar las normas a que deban someterse, los servicios médicos socia¬
les de los establecimientos industriales existentes o a crearse.
i) Aconsejar a los industriales las medidas necesarias para el cumpli¬
miento del Código Industrial.
j) Llevar las estadísticas necesarias para conocer las causas, frecuencia,
periodicidad y número de los accidentes en cada industria.
k) Colaborar con las autoridades respectivas en la creación, organiza¬
ción y funcionamiento de escuelas y cursos para la especialización
del personal técnico profesional y auxiliar, destinados a los servicios
de su jurisdicción.
l) Estudiar y colaborar en la solución de los problemas vinculados a las
indemnizaciones por accidentes del trabajo y la creación de seguros
obreros contra los mismos y contra las enfermedades profesionales.
m) Colaborar en la acción de la educación sanitaria y propaganda higié¬
nica en materia de medicina del trabajo.
n) Colaborar en la solución de los aspectos médicos de la previsión social.
La obra realizada en dos años
Durante dos años se ha realizado una silenciosa, diaria y tesonera campaña de edu¬
cación sanitaria de los obreros mediante conferencias, millones de afiches colocados
periódicamente en las fábricas, difusión de conceptos y consejos por la radio y el
cine, culminando con la instalación de un museo de higiene industrial. Este esfuerzo
realizado con verdadera abnegación y sacrificio por el personal de la Dirección de
Medicina Tecnológica, ha tenido que afrontar innumerables dificultades desde
su creación, organización y desarrollo. Actualmente, si bien no está terminada su
estructura definitiva, puede ofrecer ya al servicio público cuatro instituciones de¬
pendientes, que son: el Instituto de Clínica Tecnológica, el Laboratorio de Investi¬
gaciones sobre higiene industrial, el Museo de Medicina Industrial y el Taller de Re¬
habilitación de obreros inválidos. Dentro de poco tiempo se inaugurará el flamante
Hospital Tecnológico con 500 camas, que significará una verdadera y profunda in¬
novación en el país en lo que se refiere a la medicina del trabajo, por los nuevos
principios en que fundamentará su acción médico-social.
260 ■ Política sanitaria argentina
Para cerrar este esfuerzo y llevar al conocimiento del pueblo la tarea realizada,
la oficina de Difusión Sanitaria Industrial ha resuelto intensificar sus trabajos en el
curso de la corriente semana, organizando para ello la Primera Semana de la Salud
del Trabajador, que hoy —desde esta emisora— tengo el honor de inaugurar.
En toda esta tarea no hemos hecho sino cumplir con entusiasmo y patriotismo
las directivas que nos ha impartido el general Perón, cuya preocupación más tras¬
cendente es precisamente velar por la felicidad y el bienestar de los trabajadores, lo
que constituye el principio y el fin de sus desvelos y afanes.
Cifras y hechos en materia de medicina tecnológica u 261
La cirugía argentina vista desde el
gobierno de la salud pública 1
Ramón Camilo en la inauguración del 7- Congreso Interamericano de Cirugía.
Fuente: Archivo General de la Nación.
Ha sido para mí un gran honor aceptar la invitación de las autoridades de este Con¬
greso, para pronunciar, en nombre del Gobierno de la nación, las palabras inaugu¬
rales en mi doble carácter de secretario de Salud Pública y de cirujano. Agradezco y
aprecio la deferencia y gentileza de mis colegas.
Frente a cirujanos, frente a una asamblea de los mejores técnicos en materia de
cirugía, acostumbrados a las ideas concretas y a las normas precisas, haría un mal
papel si me conformara con cuatro conceptos convencionales.
Por eso quiero señalar algunos aspectos que me sugiere la cirugía, vista desde ese
gran observatorio de la medicina argentina que es la Secretaría de Salud Pública de
la Nación.
'Discurso de inauguración del XIX Congreso Nacional de Cirugía, el día 3 de octubre de 1948.
La cirugía argentina vista desde el gobierno de la salud pública u 263
La organización de los servicios quirúrgicos
La mayor dificultad con que tropezamos es estructurar en nuestro país una orga¬
nización estándar o tipificada de los servicios de cirugía, servicios que, como todos
vosotros sabéis, están condicionados a pequeños detalles. Mientras una institución
seria, integrada por cirujanos de experiencia, no colabore en la racionalización de
los procedimientos —y en las normas de organización quirúrgica—, seguiremos con
la anarquía actual en cuanto al rendimiento y costo de los servicios.
Como consecuencia de esa falta de normalización, ocurre que solo disponemos
en el país de estadísticas muy parciales, todas ellas confeccionadas con los criterios
más variados y contradictorios, de tal manera que en este momento no es posible
realizar un balance general sobre morbilidad, mortalidad y letalidad operatoria. En
ninguna rama de la medicina gravita más la ecuación personal que en la cirugía,
pero existen ciertos problemas que, por falta de una estadística integral, no pueden
ser aclarados, entendiendo por estadística integral el resumen actuarial de las activi¬
dades quirúrgicas del país, cualitativa y cuantitativamente consideradas. Pongo por
caso el problema de los operados de vesícula y de úlceras gastroduodenales: según
las estadísticas de las compañías de seguro, viven más los no operados que los ope¬
rados. ¿Qué podemos contestar los cirujanos a todo esto? Posiblemente no contesta¬
ríamos nada y, si contestáramos, es probable que las respuestas habrían de ser muy
diferentes.
La comprobación de la estadística
La estadística quirúrgica nos muestra hechos muy notables, sobre todo cuando las
cifras se analizan panorámicamente y en el tiempo. Por ejemplo, en un hospital
polivalente (Hospital Nacional de Clínicas) en 1881, en nuestro país, sobre un total
de 5.309 internaciones se operaron solo 172 pacientes, es decir, 3,2%. Las dos ter¬
ceras partes de las operaciones fueron de urgencia, 72 amputaciones, 23 aperturas
de abscesos y 18 extracciones de proyectiles. Solo se operó un caso por una afección
quirúrgica abdominal. En 1923, cuarenta y dos años más tarde en el mismo hospital,
sobre un total de 20.565 internaciones, se operaron 16. 405 personas, es decir, el
79,8% del total de casos.
Estas cifras evidencian, matemáticamente, la evolución vertiginosa de la cirugía
en estos últimos años, que del 3% del volumen total de enfermos, pasa al 70% en ese
hospital.
Las estadísticas demuestran también que en la actualidad se opera el doble de
casos que en 1910; que, por ejemplo, con respecto a esa fecha, el número de apen-
dicectomías es el triple y que el número de amigdalectomías es diez veces mayor.
264 ■ Política sanitaria argentina
Sistematización estadística en la cirugía
Es conveniente fijar las bases de la sistematización estadística, de esa sistematización
que propicio para que puedan contribuir los servicios de cirugía al bien de la salud
pública y a la fiscalización general de sus propios resultados:
a. Hay que establecer el número de intervenciones quirúrgicas por cada mil
personas.
b. Hay que determinar el porcentaje de las afecciones quirúrgicas que ocupan
los primeros planos de frecuencia; en otros términos, la tabla de morbilidad
quirúrgica de la población.
Algunos países más adelantados que nosotros en materia de estadísticas, han logrado
establecer que el índice normal es del 65 por mil, es decir que, de cada mil personas,
65 son sometidas a intervenciones quirúrgicas y que, de cada cien enfermos concu¬
rrentes a un hospital, ocho necesitan tratamientos quirúrgicos.
Necesidad del índice general
Todos estos índices en nuestro país no están elaborados de un modo especial,
aunque debido a la falta de hospitales (tenemos menos de la mitad de las camas de
cirugía necesarias) es muy probable que no coincidan con los índices americanos,
aparte de que existirían grandes variaciones regionales. Además, la cirugía argentina,
en el futuro, tendrá que afrontar dos caudalosas corrientes de enfermos que conver¬
gerán sobre nuestros colmados servicios de cirugía: una, procedente de los recono¬
cimientos médicos preventivos, en grandes series, que se está extendiendo por todo
el país, y otra, de los servicios médicos de las clases obreras impuestos por la ley de
medicina preventiva y curativa, ley que puede considerarse como el primer ensayo
de seguro de enfermedad en nuestro país.
Existirán entre nosotros 12 millones de personas que deben ser atendidas en ser¬
vicios públicos por diversos motivos, unas por no pudientes, y otras por el desarrollo
del seguro, el primero y fundamental el del Instituto de Previsión; incluimos en el
concepto de seguro la asistencia en las mutualidades.
Cirugía y medicina social
Entre esos 12 millones se producen 60.000 casos quirúrgicos por año, lo que crea
un serio problema social y de técnica asistencial, y es aquí precisamente donde la ci¬
rugía —arte y ciencia individual por excelencia— empieza, por primera vez, a tomar
contacto con las grandes cifras, es decir con la medicina social. La contribución mé¬
dico-social más importante de la cirugía se vincula, principalmente, con la orto¬
pedia y la traumatología. Las cajas de enfermedad de Alemania, que solían llevar
La cirugía argentina vista desde el gobierno de la salud pública u 265
estadísticas muy exactas, ya habían establecido que sobre 1.000 días de enfermedad,
la caja debía pagar 78 por traumatismos, 70 por afecciones tuberculosas, 65 por reu¬
matismos, 50 por gripe, etc.
Sin embargo, la ortopedia y traumatología tienen en nuestro país un desarrollo
sumamente pobre, materialmente pobre, ya que tenemos excelentes profesionales.
Como secretario de Salud Pública puedo y debo informar que en los hospitales de
nuestra jurisdicción existen inconvenientes para la buena organización de los ser¬
vicios de traumatología, por falta de médicos especializados. No tengo ningún favo¬
ritismo por la ortopedia y traumatología; hablo por lo que surge de un somero aná¬
lisis de la estadística de dichos hospitales, ya que todos, actualmente, están dotados
de servicios de traumatología y ortopedia, pero son manejados con más buena
voluntad que experiencia.
índices del déficit de organización
Desde mi cargo no he hecho otra cosa que repetir e insistir sobre la valorización
social de las enfermedades y sobre la necesidad de contemplar el panorama esta¬
dístico, pues allí debe buscarse inspiración y orientación para localizar los males
reales y más frecuentes.
Hace poco, al inaugurar el Congreso de Gastroenterología, señalé la importancia
que tenían las afecciones del tubo digestivo y el enorme costo que significa para el
Estado, como consecuencia del mal planteo de la asistencia de los enfermos gas¬
trointestinales. Hoy, frente al problema quirúrgico de la patología digestiva, debo
insistir de nuevo sobre su importancia, pues de cada 1.000 habitantes, 9 son ope¬
rados de apendicitis, 3 por enfermedades quirúrgicas gastrointestinales diversas, 3
de hemorroides y 2 de úlcera gastroduodenal.
Resulta que en nuestro país se producen 15.000 casos de apendicitis al año, de
los cuales se operan únicamente 8.000. No obstante la alta cifra de operados al año,
se consignan en los certificados de defunción 1.200 fallecimientos por apendicitis
—la mayor parte sin haber sido operados u operados en malas condiciones—, lo
que no es nada halagador. La cifra es posiblemente mucho mayor de 1.200; existen
grandes zonas del país donde la gente se muere sin asistencia; por eso los certi¬
ficados de defunción no documentan en realidad todos los casos de muerte por
apendicitis, pero esos 1.200 muertos anuales por esa causa en nuestro país es, en
cierto modo, una prueba de insuficiente organización quirúrgica y no culpa de los
cirujanos.
El ordenamiento de la estadística
Sugiero como tarea futura de este Congreso, que nos pongamos de acuerdo sobre
los procedimientos y nomenclatura de la estadística quirúrgica, para que todos
hablemos el mismo idioma y lleguemos a un ordenamiento central, uniforme,
266 ■ Política sanitaria argentina
estandarizado y tabulado de los datos de todo el país conforme a lo) más modernos
adelantos de la estadística.
De lo contrario nos seguiremos manejando con cifras parciales tomadas de
grupos hospitalarios que se orientan con criterios estadísticos heterogéneos, por
ejemplo, los de Salud Pública por un lado y los de la Municipalidad de la Ciudad de
Buenos Aires por otro. En nuestros hospitales, de cada 100 enfermos atendidos, 15,5%
fueron por cirugía menor y 1,5% por cirugía mayor; dejamos aclarado que, sobre el
total de casos quirúrgicos, 33% son por accidentes, fracturas y heridos.
Resulta claro que la insuficiente organización de los servicios quirúrgicos o su
pobre dotación, para el caso es lo mismo, determina un aumento de los costos y un
escaso rendimiento del trabajo. Ya lo demostró Bohler en 1923, al hacer el estudio
comparativo de costos y resultados de una mala organización, frente a una buena
organización quirúrgica. Naturalmente, cuando el Estado paga caro, muy pocos son
los que se conmueven por ello, estado de ánimo imputable a la falta de educación
política; mientras que cuando pagan las compañías de seguros, el costo de la asis¬
tencia quirúrgica es lo considerado en primer término. Bohler, pudo afirmar, con
documentos en la mano, que un traumatizado bien atendido —dentro de una orga¬
nización eficiente—, se paga a sí mismo y aun se gana dinero.
Digresiones útiles
Pido disculpas por estas digresiones, pero las considero útiles para todos los ciru¬
janos, que como son hombres absortos en la tarea cotidiana y la técnica, no suelen
ver el paisaje, empeñados como están en trabajar en su lote de tierra. Yo mismo,
lo declaro honradamente, de no haber mediado la circunstancia fortuita de tener
que enfrentar seriamente los problemas generales de la asistencia médica del país,
no hubiera apreciado toda la importancia que tiene para el Estado el contralor
estadístico en cirugía. Como especialista en una rama quirúrgica, me hubiera sido
imposible levantar la cabeza de mi propio sector de trabajo. Cushing —como neu-
rocirujano no puedo dejar de citarlo— ha dicho que el “cirujano es un clínico que
ha aprendido a manejar sus manos”, pero yo agregaría lo que Cushing —maestro en
estadística— se olvidó, y diría: “el cirujano es un clínico que ha aprendido a manejar
sus manos y a controlar los resultados”.
Podría haberme referido al progreso y a las limitaciones de la cirugía argentina
—aprovechando la inauguración del Congreso Nacional de Cirugía—, pero he pre¬
ferido consignar estas reflexiones sobre la cirugía en función de la colectividad, ya
que tal como va evolucionando la medicina, pronto deberemos reformar aquel
famoso refrán de la antigua medicina de la India: “El médico que no domine simul¬
táneamente la cirugía y la clínica, se parece a un pájaro con una sola ala”. Esto decían
los viejos médicos hindúes. Pues bien; con el tiempo nos convenceremos de que
un cirujano que no sepa clínica y que no tenga al mismo tiempo un concepto cabal
de la estadística sanitaria será un pájaro sin alas: no le quedará ni siquiera el ala del
proverbio.
La cirugía argentina vista desde el gobierno de la salud pública ■ 267
Para terminar, diré que mi mayor deseo es que el XIX Congreso Nacional de
Cirugía, se coloque bajo la advocación de un gran espíritu de la cirugía argentina, de
un hombre que la enalteció y la honró, enalteciéndonos y honrándonos a todos los
cirujanos, porque hizo de la cirugía no solo una obra de la mano —como quiere la
etimología—, sino un esfuerzo permanente de la inteligencia y un fruto del corazón:
me refiero al doctor Enrique Finochietto, de quien podemos repetir lo que Dieu-
lafoy dijo de Trousseau: “murió pensando en sus amigos y olvidándose de sí mismo”.
268 ■ Política sanitaria argentina
Entrega del premio “Juan D. Perón ” 1
Ramón Carriíío entrega credenciales de cronistas sanitarios en el Congreso de Higiene en Ciudades.
Fuente: Archivo General de la Nación.
En nombre del cuerpo médico y colegas aquí congregados, tengo el honor, señor
presidente de la nación, de presentaros nuestros saludos y agradecer vuestra pre¬
sencia en este recinto de la Escuela Superior Técnica de Salud Pública que, a nuestro
juicio, es una de las creaciones más trascendentales del Gobierno de la nación.
El excelentísimo señor presidente de la República, desde su cargo de secretario
de Trabajo y Previsión, tuvo siempre una profunda preocupación por los problemas
técnicos vinculados al trabajo, a la higiene industrial y a la seguridad del obrero. Rei¬
teradamente ha expuesto su pensamiento en discursos y en conversaciones perso¬
nales. Desde la Secretaría de Salud Pública tratamos de promover entre los médicos,
investigaciones, estudios y trabajos de carácter monográfico sobre estos problemas,
'Versión taquigráfica de las palabras pronunciadas el 11 de octubre de 1948, en el acto de entrega del
premio “Juan D. Perón”, con la presencia del excelentísimo señor presidente de la República.
Entrega del premio “Juan D. Perón” m 269
que tan directamente interesan a la política del actual Gobierno, desgraciadamente
descuidados por la Facultad de Medicina, en la cual nunca existió ni existe la cátedra
de medicina del trabajo e higiene industrial.
Para suplir esa ausencia se creó, dentro de la Escuela Superior Técnica de Salud
Pública, la cátedra de Higiene del Trabajo, y, además, para fomentar el interés de los
colegas, se creó este premio, que lleva el nombre del general Perón, porque fue él,
en realidad, el promotor de la iniciativa.
El interés que ha despertado la competencia se traduce en el número de tra¬
bajos que se han presentado: 46 trabajos de investigación, libros sobre medicina
del trabajo, investigaciones parciales sobre problemas de las fábricas, realizadas por
médicos.
Para tener una idea de la orientación de este premio, voy a dar lectura al artículo
5 de la resolución por la cual se crea el mismo. Dice así: “Créase el premio ‘Juan D.
Perón’ para el mejor estudio técnico o científico sobre medicina del trabajo e higiene
industrial, premio que consistirá en cinco mil pesos, medalla de oro y diploma. El
premio será bianual: podrá ser adjudicado, por esta vez, entre los mejores trabajos
que se presentaren hasta fin del corriente año, pudiendo participar libremente todas
las personas competentes en la materia, sean médicos o no”.
El premio fue adjudicado por un tribunal constituido por los profesores de
Higiene y Medicina Social y de Epidemiología de la Facultad de Medicina, por el
decano de la misma Facultad y por el presidente de la Comisión Permanente de
Investigaciones Científicas de la Secretaría de Salud Pública de la Nación y por el
director de la Escuela Superior Técnica. La selección fue muy difícil, dado el valor de
las contribuciones presentadas. Correspondió el premio, por la mayor precisión del
trabajo, a los doctores Urbandt, Novarini y Francone, tres técnicos que han realizado
el trabajo en colaboración, cada uno en su respectiva especialidad; es un verdadero
tratado sobre el problema actual en la República Argentina. El doctor Urbandt es,
además, profesor de Higiene y Medicina Industrial de la Escuela Superior Técnica.
Señor presidente: al poner en vuestras manos la medalla y el diploma que haréis
entrega a los premiados, conferís un honor, no solo a los directamente honrados con
el premio, sino a todos los médicos de la Secretaría de Salud Pública, quienes ven
con profunda simpatía vuestra presencia en esta casa, como lo habéis comprobado
por el cariñoso recibimiento que os han tributado. Esta casa, ahora modesta, con el
tiempo, será el eje y la base de la formación de los técnicos en materia sanitaria en la
República Argentina, porque vuestra presencia los estimula, ya que ella significa que
tenéis fe en nosotros los médicos.
Muchas gracias, señor presidente.
270 ■ Política sanitaria argentina
El problema de la prostitución 1
El concepto de prostitución
Constituye una tarea sumamente ardua definir el complejo fenómeno de la prosti¬
tución. Lo demuestra así, la extraordinaria discrepancia que se advierte en los en¬
sayos realizados por los numerosos y destacados publicistas que, desde los más hete¬
rogéneos puntos de vista, han abordado tan escabroso tema.
Así, si prostituio, etimológicamente significa “todo tráfico obsceno del cuerpo
humano", es evidente que el concepto expresado en esos términos es demasiado lato
y no se adapta exactamente al objeto al que se lo pretende aplicar. Buscando una
mayor precisión, ciertos autores la han definido como “el abandono ilegítimo que
hace una mujer de su cuerpo a otra persona, para que esta tenga con ella placeres
prohibidos” (Richelet); otros, como “la deshonestidad practicada como negocio
por el cuerpo humano” (Schrank); o como “la habitualidad del acceso promiscuo”
(Rocco): o bien, definen a la prostituta diciendo que es “aquella que públicamente y
sin amor se entrega al primero mediante una retribución” (Regnault), etc.
Todas esas definiciones adolecen de defectos sustanciales; algunas, como la de
Richelet, introducen un factor, el de la ilegitimidad, que provoca una seria con¬
fusión, pues resultaría imposible aplicarla a la prostitución tolerada por la ley; otras,
como en general las restantes citadas, son imprecisas.
Quizás escape a esas críticas, la propuesta por Flexner, con relación a la pros¬
tituta, que sería “toda mujer que por interés se entrega a cualquier individuo con
absoluta indiferencia emocional para el mismo”; pero, a nuestro juicio, solo de un
estudio, aun cuando más no sea que sintéticamente realizado, del fenómeno a través
de sus manifestaciones en la historia y en la realidad de los distintos países contem¬
poráneos, puede surgir el concepto claro y preciso, o, por lo menos, la intuición que
permita encontrar la ubicación exacta del problema.
De todos modos, no parece discutible que la prostitución constituye un fenómeno
social y que, por lo tanto, implica un entrecruzamiento de conductas que aparecen
interfiriendo entre sí (prostituta y lenón: ambos factores y la autoridad pública, etc.),
la historia de las normas que han pretendido y pretenden regularlo habrá de arrojar
alguna luz en ese sentido, si es cierto que la norma al apuntar hacia valores deter¬
minados, significa implícitamente la existencia, en la realidad, del desvalor que se
opone a aquel.
'Trabajo realizado con la colaboración de la Dirección de Código y Legislación Sanitaria, publicado en
octubre de 1948 en los Archivos de la Secretaría de Salud Pública de la Nación.
El problema de la prostitución m 271
Por lo expuesto, el próximo apartado estará destinado a señalar, a grandes rasgos,
la evolución de la legislación y la costumbre, preferentemente en la civilización occi¬
dental, y será dividido, a efectos de una mejor sistematización, en cuatro secciones en
las que serán considerados los aspectos que, a nuestro juicio, son los fundamentales.
Historia de la prostitución a través de la ley y la
costumbre
Los regímenes legales de la prostitución
Es un lugar común muy conocido el que dice que la prostitución es tan antigua
como la humanidad misma. No obstante ello, no es posible aceptar esta afirmación
sin algunas reservas, nacidas de la necesidad de caracterizar el fenómeno con la
debida precisión. Si por prostitución se entiende el simple hecho de la promiscuidad
sexual, puede convenirse en que, desde los primeros tiempos de la humanidad, ha
existido prostitución. Al menos, ello es lo que resulta de las teorías que afirman la
existencia de la sociedad matriarcal, como anterior a la patriarcal; de acuerdo con
sus principales expositores, Bachofen, Mac-Lennan y Morgan, la sociedad humana
parte del estado de promiscuidad más amplio; luego, se produce el tipo de familia
consanguínea, que se caracteriza por las uniones de hermanos y hermanas en un
grupo; después, se excluye el comercio sexual mutuo entre hermanos, persistiendo
el matrimonio entre varias hermanas de un grupo con maridos de otro grupo, hasta
que, paulatinamente, se van sustituyendo los matrimonios por grupo por los matri¬
monios por parejas y así se va arribando a la monogamia.
La prostitución en la Antigüedad
Como se advertirá fácilmente a través de lo expuesto, solo se puede denominar
prostitución a esos tipos de uniones promiscuas, reconociendo a dicho término un
sentido extremadamente lato. En un sentido ya más restringido, que es, empero, más
amplio que el que en la actualidad se le asigna, la prostitución solo pudo tener lugar
luego de establecida definitivamente la familia monógama; es entonces cuando apa¬
recen los tipos de prostitución que algunos historiadores llaman religiosa y hospita¬
laria; la primera, realizada en holocausto de ciertos dioses, es propia de los pueblos
paganos de la Antigüedad y la segunda, en homenaje a la hospitalidad debida a los
extranjeros, aparece también imbuida de principios religiosos o supersticiosos, toda
vez que se atribuye al extranjero el carácter de enviado de los dioses.
272 ■ Política sanitaria argentina
En Babilonia e Israel
Herodoto menciona la ley de los babilonios, según la cual toda mujer nacida en el
país estaba obligada a concurrir una vez en su vida, al templo de Venus, donde debía
entregarse a un extranjero que le arrojaba el dinero invocando a la diosa Milita. Tal
costumbre se fue extendiendo a otros pueblos de la Antigüedad y perduró hasta el
siglo IV de nuestra era, siendo preciso que Constantino la prohibiera por una ley,
destruyendo además los templos consagrados al culto de Astarté, que reemplazó, en
Heliópolis, por una iglesia cristiana.
También en Egipto la prostitución, en el sentido consignado, reinó desde los
tiempos más remotos. Bueno es señalar, sin embargo, que si bien sus leyes permi¬
tieron el infame tráfico, lo proscribieron de los lugares sagrados.
Entre los hebreos se encuentran ya normas legales más precisas; rige allí, apa¬
rentemente por primera vez en la historia, un principio prohibicionista, aunque
limitado a la mujer hebrea.
En efecto, la ley de Moisés (capítulo XXIII del Deuteronomio) prescribe que “no
habrá prostitutas entre las hijas de Israel”. Se supone que es por ello que los mer¬
cados del tráfico sexual aparecen ubicados en las encrucijadas de los caminos, donde
se apostaban las mujeres extranjeras que lo ejercían.
En Atenas y Esparta
En Atenas había alcanzado enorme difusión la prostitución sagrada, esto es, el co¬
mercio carnal en los templos y la consiguiente ofrenda del dinero a los dioses. Se dice
que Solón, al ver enriquecerse los altares y los sacerdotes con esas prebendas, habría
resuelto hacer que las mismas ingresaran a las arcas del Estado; para lograrlo, fundó,
según se cuenta, un establecimiento servido por esclavas compradas y mantenidas
por el Estado, las que venían así a contribuir a engrosar las rentas del erario público.
Existirían razones fundadas para creer que su propósito —y ello debe ser destacado en
homenaje a la memoria del ilustre legislador ateniense— habría sido el de reducir la
prostitución a un pequeño núcleo de mujeres, desterrándola de los hogares de Atenas.
En Esparta la situación era distinta y Licurgo, al decir de Aristóteles en su Repú¬
blica, solo preocupóse de imponer la abstinencia a los hombres al punto que Platón,
en el primer libro de Las Leyes, le atribuye la responsabilidad por la incontinencia
de las mujeres espartanas.
Ahora bien; si, en general, puede admitirse que en Grecia la prostitución era
tolerada por las leyes, cabe destacar que estas trataban con cierta severidad a las
prostitutas, a las que se negaban todos los derechos inherentes a la ciudadanía y se
consideraban solidarias por los hechos ilícitos cometidos por cualquiera de ellas; sus
hijos, también participaban de la ignominia, de la que solo se purificaban sirviendo
con gloria a la república. Según Plutarco (vida de Solón), los hijos de las prostitutas
no estaban unidos a la madre por ningún deber filial.
El problema de la prostitución u 273
En las leyes romanas
La implantación de un régimen legal de la prostitución en Roma solo tuvo lugar
mucho tiempo después de su fundación; la legislación de las primeras épocas tendía
principalmente a salvaguardar el vínculo matrimonial, reprimiendo severamente
las violaciones a los deberes de fidelidad conyugal. Es muy posible entonces que
la prostitución fuera libremente ejercida. Salvo alguna referencia contenida en la
lex Julia, solo se encuentra estructurado un régimen legal en las obras de Ulpiano,
bajo el título De ritus nuptiarum (libro XIII), donde se define la prostitución, como el
comercio público de la mujer, ya sea que se prostituya en un lugar de libertinaje, ya
sea que frecuente las tabernas u otros sitios en que no guarde su honor. Por comercio
público se en tiende el acto sexual realizado por la mujer con cualquier hombre,
sin elección, excluyendo de ese concepto las conductas de la mujer adúltera, de la
doncella que se deja seducir y de la mujer que por dinero tiene relación con uno o
más hombres. Para Octaveno debe incluirse, en cambio, a la mujer que se prostituye
públicamente, aun sin tomar dinero.
La jurisprudencia, empero, se orientaba exclusivamente en el sentido de man¬
tener la protección al matrimonio castigando el adulterio; únicamente desde este
punto de vista se ocupa de la prostitución, cuya fiscalización quedaba encomendada
a los ediles y los censores. Las cortesanas debían presentarse personalmente solici¬
tando autorización para el comercio sexual (Licentia stuprí) ante el edil, el que procedía
a inscribirlas en un registro. Esa inscripción jamás podía borrarse y la mujer quedaba
por siempre estigmatizada con la nota de infamia. La que no cumplía con el requisito
legal de la inscripción, era condenada al pago de multa y expulsada de la ciudad.
Tácito (/.Innales , libro II) expresa que la ley imponía a las cortesanas el deber, ya
señalado, con el objeto de castigar a las impúdicas “obligándolas así a tomar acta de
su propia deshonra”.
Temperancia entre los bárbaros
Entre los bárbaros, podría decirse, en general, que el régimen jurídico imperante era
el del prohibicionismo más o menos absoluto. Los galos y les germanos no admitían
la prostitución; si alguna mujer era sorprendida en ese ejercicio, se la expulsaba in¬
mediatamente de la localidad, y, a menudo, moría en manos del pueblo. Tales cos¬
tumbres debieron evidentemente variar cuando Julio César fundó, en la Galia, la
dominación romana, pero es preciso señalar que la ley sálica no admitía la existencia
de cortesanas en el pueblo franco. Lejos de ello, sancionaba con multa al que trataba
de stria o meretriz a una mujer de raza noble, sin probar su aserto.
La ley de los ripuarios no imponía el destierro a la mujer “ingenua” que se aban¬
donaba a muchos hombres, pero el que era sorprendido con ella pagaba una fuerte
multa, que representaba el conjunto de la sanción que hubiere correspondido a
todos los que le precedieron.
274 ■ Política sanitaria argentina
Con respecto a los visigodos, se recuerda un decreto del rey Recaredo que pro¬
hibía la prostitución bajo penas muy severas, consistentes en castigos de azotes y la
expulsión del pueblo de la culpable, la que si volvía al lugar y reincidía era nueva¬
mente azotada y luego entregada en esclavitud.
El régimen legal establecido por los romanos en las ciudades galas, continuó su
vigencia aun después de las conquistas de los francos, pero estos siguieron some¬
tidos a la ley sálica, a la que añadieron únicamente las leyes de los alemanes, los
bávaros y los ripuarios.
La fusión de las razas y las costumbres solo se viene a producir cuando la con¬
versión de Clodoveo y de los sicambros al cristianismo. Más adelante nos referi¬
remos a la influencia de este hecho sobre las normas que rigieron la conducta en lo
que atañe al tema que se está considerando.
Pureza y continencia cristianas
Previamente, será necesario hacer alusión, aunque no sea más que brevemente, a la
doctrina que imperó en el curso de los siglos en la Iglesia cristiana. Dicha doctrina
fue desde un principio la de la pureza y la continencia. Los padres de la Iglesia exi¬
gieron de los fieles una vida casta y decente.
Los concilios y los sínodos, antes del siglo XV, no se refieren, es cierto, de un
modo particular a la prostitución, pero condenan, en general, todas las formas del
libertinaje. Son de citar, no obstante, algunas disposiciones aisladas, tales como la
del libro VII de las Constituciones, que califica a la prostitución de conjunción contra
legem; la del canon cincuenta y cuatro del concilio de Elvira o de Elna, en el Rosellón,
que, fundada en el perdón otorgado por Jesucristo a Magdalena arrepentida, permite
recibir en la comunión de los fieles a una mujer que habiendo sido cortesana, casara
con un cristiano. Es preciso llegar al siglo XVI para encontrar sistematizada, en las
actas de los concilios, la regulación normativa de la Iglesia; el concilio de Milán, bajo
el episcopado de San Carlos Borromeo, introduce en el texto de las Constituciones
un título especial, De meretricibus et lenonibus (N° 65), cuyas normas no tienen,
evidentemente, la pretensión de arrancar el mal de raíz, pero demuestran un claro
y terminante propósito de evitar los estragos que el mismo puede causar sobre la
moralidad pública, tendencia esta que es, por otra parte, la que parece haber predo¬
minado desde los orígenes de la Iglesia. Recordemos que San Agustín (“Tratado del
orden”, libro II, capítulo 12) se expresaba en los siguientes términos: “suprimid las
cortesanas y lo trastornaréis todo por el capricho de las pasiones”.
Diseñada así a grandes rasgos la opinión de la Iglesia y conocida la costumbre de
los pueblos bárbaros y la ley romana, fácil es comprender que la influencia de dicha
opinión sobre estas, debió traducirse en instituciones que no pudieron ser idénticas.
El problema de la prostitución m 275
El código de Justiniano
Con relación a los bárbaros, debe destacarse que, desde Clodoveo hasta Carlo-
magno, la legislación eclesiástica domina al código de Justiniano y a las leyes teu¬
tónicas; como consecuencia de ello, la prostitución tiende a desaparecer de las ciu¬
dades, y aunque el feudalismo ha traído aparejados otros fenómenos de corrupción
(recuérdese la entrega de las mujeres siervas al amo), no encuadran estos estricta¬
mente en aquella denominación. El régimen legal prohibicionista está puesto de
manifiesto a través de las capitulares de Carlomagno: por una de estas, se dispone
que las prostitutas sean llevadas, por el que les dio asilo, hasta la plaza del mercado,
donde debían ser azotadas y si el obligado se resistía a llevarlas, era también azotado;
por otra, dictada en 805, se prohíben distintos excesos sexuales, entre los que se
cuenta la prostitución, estableciéndose que la culpable perdería su calidad y sus
derechos e iría a la prisión hasta el día de la penitencia pública. Los sucesores de
Carlomagno dictaron nuevas capitulares en el mismo sentido, que incluían diversas
pruebas de las conocidas con la denominación genérica de “juicios de Dios” (prueba
de la cruz, del agua, del fuego, etc.).
En el Imperio romano, según ya se ha insinuado más arriba, la influencia de la
Iglesia se concreta en un régimen jurídico que hubo, necesariamente, de ser distinto
del que se acaba de considerar. Los emperadores cristianos, procuraron más bien
atacar la prostitución en sus causas y sus excesos, antes que intentar hacerla desa¬
parecer totalmente; de ahí que los códigos de Teodosio y Justiniano no contengan
normas orgánicas y sí solamente disposiciones aisladas, tales como el reconoci¬
miento del derecho de la meretriz de obtener una retribución y las que reprimen
las diversas formas de proxenetismo (sobre estas últimas volveremos más adelante).
Antecedentes franceses
No sería posible recoger la historia de los regímenes legales que, en materia de pros¬
titución, imperaron en cada uno de los países de Europa durante las edades media
y moderna. Basta a nuestro entender, referirse a los vaivenes experimentados en la
legislación de uno de los países más representativos de la evolución de la cultura eu¬
ropea, a través del tiempo, como lo es Francia. Allí la prostitución no tuvo, durante
un prolongado lapso, un régimen legal reglamentario; los principios morales y el
derecho la repudiaron, pero la perseverancia con que las cortesanas les arrostraron,
abierta o encubiertamente, debe haber sido la causa determinante de la implan¬
tación paulatina de un sistema legal, que podría atribuirse a Luis VII, o quizás más
precisamente a Felipe Augusto, en razón de haber sido este último el creador del
rex ribaldorum, que era algo así como el gobernador supremo de los agentes de la
prostitución.
La realidad es que durante el reinado de Luis VII existieron ya verdaderas
cofradías de cortesanas, llamadas estas ribaldas; pero cuando ascendió al trono Luis
IX, su primer pensamiento fue el de poner coto a esos excesos, aunque el mismo
276 ■ Política sanitaria argentina
no fue inmediatamente concretado en normas prohibicionistas. Buscó, de todos
modos, combatir la prostitución por medio de la religión y la caridad, y es así que
durante su reinado se fundaron establecimientos de refugio para “pecadoras arre¬
pentidas”, verdaderas instituciones de lo que actualmente se denomina asistencia
social. Más adelante, lleva a la práctica su propósito de extirpar radicalmente la pros¬
titución, prohibiéndola sin reserva en todo el reino; en una ordenanza del mes de
diciembre de 1254, dispone que las ribaldas sean expulsadas y despojadas de sus
bienes e impone, además, penas pecuniarias para “quien alquile casa a ribalda o
reciba ribalda en su casa”.
Poco tiempo le fue suficiente, a pesar de todo, para reconocer que la prostitución
era un mal necesario y así, en 1256, dicta una nueva ordenanza cuyo contenido
implica reintegrar la prostitución a su primitiva situación de licitud. Se comienza
a diseñar, a partir de este instante, una nueva etapa en la historia del sistema regla-
mentarista; de los comentarios entresacados de obras de autores especializados,
se desprende que se permitía a cualquier mujer traficar libremente con su cuerpo,
siempre que lo hiciera en los locales y calles que habían sido utilizados para tales
fines desde tiempos remotos.
La tendencia reglamentarista
Como ejemplos de esa tendencia reglamentarista, que, naturalmente, no hubo de
cristalizar de inmediato, son dignos de citarse el reglamento que habría sido dictado
en el año 1347 por Juana I; esta ordenanza, escrita en lengua provenzal, establecía una
casa pública en Avignon para la que prescribía diversas normas, tales como la pro¬
hibición de dejar entrar hombres el viernes y el sábado santo y el día de Pascua, etc.,
y una orden impartida en el año 1374 por el preboste de París, estableciendo la hora
en que debían retirarse de ciertas calles las mujeres que allí se reunían; han existido
varias ordenanzas análogas, tales como la del 30 de junio de 1935, pero era común
en todas ellas la tendencia de localizar el ejercicio de la prostitución en ciertas calles.
Hubo un intento de restablecer el sistema prohibicionista, cuando Carlos IX, en
el año 1560, promulga y pone en vigencia nuevamente la ordenanza de Luis IX del
año 1254. Prohibe, por ese medio, “a toda persona alojar y recibir en su casa, por
más de una noche, gente baldía y desconocida”; proscribe también los “burdeles,
berlanes, juegos de bolos y dados”, imponiendo a los jueces que no apliquen la ley, la
pena de privación del empleo.
En las principales ciudades, el poder municipal, apoyándose en el edicto de
Carlos IX, persiguió activamente a la prostitución sin que tal persecución alcanzara,
empero, los lugares públicos en que, desde el reinado de San Luis, se permitiera
su ejercicio, hasta que una cédula real de 1565 o 1566, sirvió de base para que una
nueva ordenanza del preboste de París, suprimir todo vestigio de prostitución lícita.
Según la opinión de ciertos autores, la principal causa de esta medida estribaría en
que la enfermedad venérea “había hecho de cada lupanar un foco permanente de
infección”.
El problema de la prostitución m 277
Ahora bien; si es cierto que la abolición de los prostíbulos logró alejar de las
ciudades los lugares de libertinaje, no fue suficiente para expulsar las prostitutas
de la corte y del ejército, que siempre arrastraban en sus séquitos una multitud de
ribaldas. Ello motivó un edicto del 6 de agosto de 1570, por el que se dispuso el
desalojo de las mujeres públicas de la corte, bajo penas de azotes y marcas y otro
análogo para las que seguían a los ejércitos. Este último hubo de ser reproducido en
los mismos términos, por Enrique III, el 15 de octubre de 1588.
Inoperancia del prohibicionismo
Todas estas medidas prohibicionistas no parecen haber logrado jamás su objetivo de
un modo total; a fines del siglo XVI y principios del XVII, a pesar de que hubieron
muchas prostitutas y rufianes o proxenetas castigados, la prostitución seguía desa¬
rrollándose; ello, no ha constituido, por otra parte, un fenómeno único en la historia
del mundo, pues en Alemania las mismas medidas adoptadas después de la Reforma
trajeron la misma consecuencia, razón por la cual hubo de implantarse un régimen
de tolerancia más amplio aún que el anterior, hasta el punto que, según se ha dicho,
se ha llegado al extremo de haber “reconocido que el número de prostitutas no era
suficiente para la población y que era preciso aumentarlo”.
En Francia, empero, las disposiciones prohibicionistas alcanzaron una vida más
duradera y para combatir la expansión del grave problema, se esboza en el año 1648
un proyecto instituyendo un establecimiento donde habrían de ser encerradas las
prostitutas y sometidas a un régimen disciplinario estricto, proyecto que fue rea¬
lizado luego por la ordenanza real del 20 de abril de 1684, que implicó el implanta-
miento de la pena de internación correccional de las rameras.
Es interesante observar que el procedimiento sumarísimo establecido en esta
disposición, provocó numerosos abusos que originaron duras críticas de los juristas
de la época, todo lo cual dio lugar a que en el año 1713, se dictara una ordenanza
real que reglamenta minuciosamente las etapas procesales para la aplicación de la
sanción referida, si bien distintos autores han estado contestes en admitir que, en los
hechos, no se introdujo mejora alguna en la situación de las prostitutas.
Nuevamente nos vemos en la necesidad de señalar el fracaso de este régimen
prohibicionista. En París, la prostitución continuó ejerciéndose abiertamente; la
administración pública aplicó arbitrariamente el poder de policía de que estaba
investida, tolerando a veces todos los excesos que solo motivaban su intervención
cuando el escándalo había rebasado los límites de lo posible, si bien en este último
caso, llegáronse a adoptar medidas tan drásticas, que han sido calificadas, por algunos
autores, como monstruosas.
Donde se aplicaba un régimen verdaderamente draconiano, era en los regla¬
mentos de guerra. Así, una ordenanza real del 25 de junio de 1750, disponía, en su
artículo 602, el arresto de toda mujer sorprendida con soldados, caballeros o dra¬
gones y su remisión al juez del lugar y en el artículo 604, que en caso de que tal
mujer fuera extranjera o sin “declaración”, el comandante de la plaza la haría azotar
278 ■ Política sanitaria argentina
y expulsar de la villa, bajo apercibimiento de que en caso de regreso a la misma
incurriría en pena de prisión.
Nuevas disposiciones y vanos resultados
En tanto, en París, los abusos de la prostitución continuaban, hasta el extremo de
motivar una ordenanza del 16 de noviembre de 1778, invocada aún como el origen
y la base de los poderes ejercidos por el prefecto de Policía de París, en materia de
prostitución, ya que es su antecesor, el lugarteniente de policía, de quien emana.
Desde el punto de vista de su contenido normativo, tal ordenanza no hace sino re¬
mitirse a las antiguas disposiciones dictadas por la autoridad real. En cuanto a sus
resultados, ellos fueron tan vanos como los de las precedentes normas.
Aun cabe mencionar como nuevas tentativas de prohibicionismo en la historia de
Francia, el decreto de la Comuna de París, producido en el año 1795, que dispone que
serán hechas visitas domiciliarias nocturnas para arrestar las mujeres de mala vida o
que no puedan dar razón de sus medios de vida y el decreto de los cónsules del 3 de
marzo de 1802, reponiendo en vigencia la mayor parte de las ordenanzas anteriores.
A partir del decreto imperial del 21 de mayo de 1805, se abre una nueva fase
en lo concerniente al régimen de la prostitución, caracterizada por el abandono
del sistema prohibicionista y el retorno al espíritu de tolerancia y de libertad, pero
ahora atenuado por la necesidad de ejercer los poderes de policía inherentes a la
protección de la moralidad y de la salubridad públicas. Vale decir, pues, que estamos
ya en presencia del sistema reglamentarista moderno, de cuyos alcances y críticas
nos ocuparemos oportunamente. Procedería, por lo tanto, en este aspecto, dar por
finalizada esta breve reseña histórica, pero no hemos querido hacerlo sin antes refe¬
rirnos, aunque más no sea que brevemente, a la evolución de las leyes españolas, en
lo que atañe a la cuestión que estamos considerando.
Fuero Juzgo
Es en el Fuero Juzgo donde se hace la primera alusión a la prostitución; sus normas
configuran un sistema prohibitivo, pues reprime esa actividad con penas de azotes y
la entrega de la culpable en servidumbre; tales sanciones se hacen extensivas al señor
que la permita y al juez que no la persiga.
Las partidas, por el contrario, se vuelcan hacia el sistema reglamentarista; esta¬
blecen un diezmo que deberán pagar las mujeres de mala vida a la Iglesia, fun¬
dándose en que estas mujeres lo que “ganan con sus cuerpos, malamente lo ganan”.
Un aspecto sumamente curioso es el revelado por la ordenanza de Ocaña, de
1949, en cuanto dispone “que las mujeres públicas que se dan por dinero, no tengan
rufianes, so pena que cualquiera de ellas que lo tuviere que le sean dados pública¬
mente cien azotes por cada vez que fuere hallado que lo tienen pública o secreta¬
mente, y además, que pierda toda la ropa que tuviere vestida”.
El problema de la prostitución m 279
Aun cuando no corresponde aquí hacer referencias directas al problema del
proxenetismo, del que nos ocupamos en la parte correspondiente, hemos aludido a
esta norma entendiendo que ella, implícitamente, significa la tolerancia de la prosti¬
tución con la restricción que surge de lo transcripto.
Como ejemplo de las disposiciones de tipo reglamentarista, puede citarse la
ordenanza dictada, para las mancebías de Sevilla, en el año 1519, en la que se esta¬
blecen los requisitos que debía cumplir el “concesionario” de su explotación.
Felipe II dictó en Madrid, en el año 1575, una ordenanza que contenía también
prohibiciones para las mujeres públicas; por su naturaleza hace necesario tra¬
tarlas en una de las secciones siguientes bajo el título “Policía de costumbres en la
prostitución”.
Las ordenanzas de Felipe IV
El sistema prohibicionista vuelve a estar representado en dos ordenanzas de Felipe
IV, dictadas en febrero de 1623 y en junio de 1661, respectivamente. Por la primera,
se manda suprimir las mancebías y las casas públicas “donde mujeres ganen con sus
cuerpos”, bajo pena de confiscación y por la segunda, se dispone dar órdenes a los
alcaldes para que se recojan las “mujeres perdidas” y se las conduzca “a la casa de la
galera, donde estén el tiempo que pareciere conveniente”.
Al resumir la historia de Francia en esta materia, señalamos el instante en que
se implanta allí el nuevo sistema reglamentarista, origen, según la opinión de des¬
tacados publicistas, del que rige aún en numerosos países. Su expansión por el
mundo contemporáneo, no reviste ya interés desde el punto de vista con que hemos
encarado este primer capítulo.
Lo expuesto permite, a nuestro juicio, dar una idea cabal de las vacilaciones
experimentadas por el legislador en todos los rincones del mundo y en todas las
etapas de la vida, frente al agudo problema que ha debido enfrentar y ante los fra¬
casos sucesivos, cada vez que ha querido, mediante el empleo irracional de métodos
inadecuados, hallarle definitiva solución.
El proxenetismo frente a la ley
Desde que existe prostitución en la historia, en la acepción a que hemos hecho refe¬
rencia con anterioridad, el proxenetismo se manifiesta como un fenómeno conexo
y da lugar a la intervención del legislador.
Moisés, en el capítulo XIX del Levítico, decía: “No prostituirás a tu hija para que
la tierra no sea manchada de impureza” y en el capítulo XXIII del Deuteronomio,
prescribe que “no habrá rufianes entre los hijos de Israel”.
280 ■ Política sanitaria argentina
La drástica ley de Solón
Eschines cita una ley de Solón, según la cual todo el que se hiciere rufián de un
joven o unajoven de la clase libre, será castigado con el último suplicio.
En Roma, la nota de infamia cubre tanto a la prostituta como al proxeneta y a
los hosteleros, taberneros y bañeros que tenían personal, a su servicio, a sueldo del
libertinaje. Todos ellos comprendidos en la denominación genérica de meretricibus,
perdían la libre posesión de sus bienes, no podían testar ni heredar, no tenían la
tutela de sus hijos; no podían desempeñar cargos públicos, ni ocurrir ante lajusticia,
ni dar testimonio, ni prestar juramento. Así, el censor Quinto Cecilio Metelo Celer,
negó los derechos sucesorios a Vetibio, acusado de proxenetismo, por cuanto los
infames estigmatizados por el lenocinio eran indignos de la protección de las leyes.
Sanciones eclesiásticas
La doctrina de la Iglesia, que se mostraba clemente con la cortesana redimida, fustigó
en todos los tiempos el indecoroso oficio de rufián. De tal manera, el concilio de
Elvira o de Elna, antes citados, establece en el canon XII, la privación de la comunión
a los padres que hubieren prostituido a sus hijos y excomulga al que, en general,
haya ejercido el lenocinio y, el concilio de Milán, también aludido anteriormente,
encomienda especialmente a los príncipes y magistrados “que expulsen a todos los
infames que ejercen el oficio de lenones”.
Los emperadores cristianos concretaban esa doctrina en numerosas normas.
En los códigos de Teodosio y Justiniano, el lenocinio estaba prohibido; los hijos de
Constantino, Constante y Constancio, prohibieron la venta de esclavas cristianas
para el uso de libertinaje; Teodosio (Código de Teodosio, libro XV, título VIII),
declara desposeídos de su poder legal a los patronos y padres que ejerzan coacción
sobre sus esclavas e hijas para prostituirlas y Justiniano (Novela 14, authent., col. 2,
tít. 1) prohíbe sostener un comercio de prostitución, tener “mujeres en casa”, entre¬
garlas públicamente al libertinaje o comprarlas para cualquier otro tráfico, penando
asimismo, al que hospede a un lenón. Los continuadores de Justiniano no agregaron
sustanciales reformas a esa legislación, limitándose a agravar la penalidad aplicable
a los lenones.
Pena de muerte para los lenones
En Francia, según surge de los comentarios de los juristas de los siglos XVI y XVII,
existía la pena de muerte para los lenones convictos y se sancionaba con multas y
con la confiscación a los que alquilaban casas para ejercer el lenocinio. Consta, no
obstante, que las penas más severas no se aplicaban, en los hechos, a los lenones de
los lupanares, sino a aquellos que seducían y conquistaban, para la prostitución, a
mujeres inocentes.
El problema de la prostitución m 281
Ya en una ordenanza del preboste de París, dictada en el año 1367, se prohibía,
a las personas de uno u otro sexo, administrar mujeres “para hacer pecado de su
cuerpo” bajo pena de ser puestos en la picota, marcados con hierros candentes y
expulsados de la ciudad; en el mismo sentido se expiden las dictadas el 8 de febrero
de 1415 y el 6 de marzo de 1419. Más tarde, en la ordenanza real del 20 de abril
de 1684, que como hemos visto ut supra, es de tipo prohibicionista, se aplican las
mismas sanciones que a las prostitutas, a las mujeres proxenetas, comúnmente lla¬
madas maquerelas.
En la evolución legislativa española, encuéntrense, asimismo, reiterados ejemplos
de la represión penal del proxenetismo, en sus diversas formas y variedades.
Castigo de azotes
El Fuero Juzgo castiga con cien azotes a cada uno de los padres que consientan la
prostitución de la hija y vivieren de aquello que ella ganara. En la partida VII, Alfonso
el Sabio realiza un minucioso análisis de “las maneras de alcahuetes” y declara que
a estos “los puede acusar cada uno del pueblo ante los juzgadores de los lugares
donde hacen estos yerros y después que les fue probada la alcahuetería, si fuesen
bellacos”, deben ser expulsados de la villa. Asimismo, dice, los que “alquilen sus casas
a sabiendas, a mujeres malas”, para el ejercicio infamante, pierden las casas y deben
pagar una multa, y así va estableciendo sanciones especiales para cada uno de los
tipos de rufianería que examina.
Ya hemos mencionado la norma de la ordenanza de Ocaña, de 1469, por la cual,
se prohíbe a las mujeres públicas tener rufianes; en el mismo cuerpo normativo se
impone pena de cien azotes dados públicamente, al rufián que fuere encontrado en
la corte, ciudades o villas del reino y en caso de reincidencia, el destierro de por vida.
La ordenanza de Felipe II, dictada en 1566, sanciona severamente (por primera
vez, vergüenza pública y diez años de galera y por la segunda, cien azotes y galera
perpetua), a “los maridos que por precio consintieren que sus mujeres sean malas de
su cuerpo o de cualquier otra manera las indujeran o trajeran a ello”; análoga sanción
establece para los rufianes en general, los que también pierden las ropas.
Finalmente, vinculada al mismo problema, aunque desde otro punto de vista,
debe citarse la disposición de la Novísima Recopilación que prescribe que “toda
mujer que por alcahueta fuere por mandato de algún hombre o de alguna mujer
casada o desposada, si pudiera ser sabido por prueba, por señales manifiestas, la alca¬
hueta y el que la envió, sean presos y metidos en poder del marido o del esposo, para
hacer de ellos lo que quisiere, sin muerte ni lesión de su cuerpo”.
Se estima que esta es la última muestra de la legislación española, antes de arri¬
barse a los Códigos propiamente dichos.
282 ■ Política sanitaria argentina
Evolución de la policía de costumbres en la
prostitución
Uno de los aspectos que parecen haber atraído, desde épocas remotas, la atención
del legislador, es el relativo a la incidencia de la prostitución en la moralidad pública.
Los medios para combatir o atenuar los efectos de esa incidencia han sido muy di¬
versos en las distintas etapas de la civilización, pero en términos generales puede
afirmarse como el más común, el que consistía en establecer normas que prohibían
el despliegue suntuario de las cortesanas, evitando de esta manera que pudieran
confundirse y alternar con las mujeres honestas.
Sanción en las vestimentas
En casi todas las ciudades griegas de la Antigüedad, se imponía a las prostitutas el
uso de una vestimenta especial que revelara el deshonroso oficio que profesaban;
se atribuye a Solón el haber implantado en las leyes esas exigencias, que habría re¬
cogido en las costumbres del Oriente; Zalenco, legislador de los locrenses, imitó las
normas de Solón obligando a las cortesanas a usar trajes floridos y Filipo de Mace-
donia, imponía una multa de mil dracmas a la que pretendiera “tener el empaque de
una princesa, luciendo una corona de oro”.
Las leyes imperiales de Roma procuraban establecer claramente las diferencias
entre las prostitutas y las mujeres patricias, en salvaguarda de la moralidad de estas
últimas. Así, por ejemplo, reprimíse al que molestara de hecho o de palabra a una
mujer vestida con traje de matrona o de virgen, pero no se protegía a las cortesanas
de estos atropellos. Los reglamentos de los ediles obligaban a las prostitutas a uti¬
lizar trajes especiales cuando circulaban por las vías públicas, pero es en las orde¬
nanzas suntuarias del senado donde se encuentran en mayor proporción normas de
este tipo, tales como la prohibición a las mujeres públicas inscriptas, de usar estolas,
cintas en el cabello, túnicas de púrpura y, en ciertas épocas, los bordados y joyas de
oro; tan poco se les permitía poseer literas ni ninguna clase de carruajes.
Tales normas fueron reproducidas en los países de Europa en distintas épocas.
Pueden citarse, como ejemplos, el reglamento de 1347 que, según dijimos, es atri¬
buido a Juana I, reina de las dos Sicilias y condesa de Provenza, que obligaba a las
prostitutas a usar una insignia roja sobre el hombro izquierdo y la ordenanza del
preboste de París del año 1360, que prohibió, bajo pena de confiscación y multa
que las mujeres comunes llevaran en su vestimenta bordados o botones de plata
blanca o sobredorada, así como perlas y manteletas forradas en pieles. Esta, que es
la ordenanza de este tipo más antigua entre las que se recuerda, no se refería, expre¬
samente, a las cortesanas, pero es evidente que las involucraba. De todos modos, la
ordenanza del 8 de enero de 1415, enteramente relativa a la prostitución, prohíbe a
las mujeres del oficio el uso de adornos plateados o dorados, complementada luego
por las ordenanzas del 6 de marzo de 1419 y del 26 de junio de 1420 y el decreto
El problema de la prostitución u 283
del Parlamento del 17 de abril de 1426, que prohíbe a las “mujeres impuras” llevar
vestidos y cuellos vueltos, cola arrastrando y toda clase de pieles y adornos dorados,
bajo pena de prisión, confiscación y multa.
Es importante notar que, semejantes procedimientos de distinción, eran
impuestos a las mujeres públicas en casi todas las ciudades europeas; así, en Milán,
en el año 1502, se estableció que debían usar una amplia capa de fustán negro, reem¬
plazada en 1541 por otra de seda blanca, lo suficientemente ancha como para cubrir
el pecho y las espaldas y que, en caso de infracción, cualquiera podría despojarlas de
sus vestimentas, sin perjuicio de ser condenadas al pago de multa, a la pena de azotes
y expuestas a la vergüenza pública durante un día.
Durante el siglo XVI los reyes de Francia han continuado prescribiendo restric¬
ciones análogas, hasta el advenimiento, claro está, de la etapa prohibicionista.
En España, ya lo dejamos traslucir en una de las secciones del presente capítulo,
se dicta un reglamento bastante completo para las mancebías de Sevilla, en el año
1519. En sus artículos 8 y 9 se disponía que las pupilas “no podrían llevar trajes largos,
sombrillas, guantes ni otras galas, y vestirían un manto corto, colorado, sobre los
hombros”, además: “no llevarían hábitos religiosos, ni tapices, ni cojines a las iglesias,
ni saldrían con pajes, ni tendrían criados de menos de cuarenta años”.
Parecidas disposiciones encontramos en la ordenanza de 1575, imponiendo a las
infractoras distintas sanciones, tales como la pérdida de sus ropas y multas.
Evolución de la policía sanitaria de la prostitución
Ya en la antigüedad parece haber surgido el problema sanitario que plantea la pros¬
titución, como medio de contagio de la enfermedad venérea y otras transmisibles.
Aparte de ciertas referencias suministradas por el historiador Josef y por San
Pablo (epístola a los Corintios, capítulo X, versículo 8), de las que se desprendería
que hubo epidemias de enfermedades venéreas entre los hebreos, lo que habría
motivado que Moisés dispusiera la matanza de 23.000 prisioneros, presúmese, con
fundamento, que los excesos de toda índole a que se entregaron vastos sectores
del pueblo romano, hubieron de multiplicar los gérmenes y los estragos de dichas
enfermedades, contraídas conjeturablemente en focos situados en ciertas regiones
de Asia, asoladas por la peste, la lepra y el llamado mal de Venus, enfermedades estas
que en Roma, en las primeras épocas de su aparición, eran denominadas morbus
indecens. Como detalle sugestivo se afirma que, casi simultáneamente con esta cir¬
cunstancia, se comenzaron a establecer allí los médicos griegos.
Los archiatri populares
Cuando, con la corrupción de las costumbres, recrudece el mal de Venus, se crean
los archiatri o médicos públicos, el primero de los cuales fue Andrómaco el Antiguo,
284 ■ Política sanitaria argentina
en tiempos de Nerón. En un principio, estos médicos cuidaban solamente de la salud
del emperador y de los oficiales del palacio; la complejidad de las tareas motivó que
el número de los archiatri palatini (médicos palaciegos), fuera considerablemente
aumentado. Más tarde, se instituyen los archiatri populares, que ejercen su pro¬
fesión gratuitamente en interés del pueblo. Se atribuye a Antonio el Piadoso haber
estructurado orgánicamente esta institución; en efecto, decretó que se nombraran
10 archiatri populares en las ciudades de primer orden, 7 en las de segundo orden
y 5 en las más pequeñas, formando así como colegios médicos con sus discípulos,
estando facultados para votar, en caso de vacante, en la elección de los candidatos
que les presentaba el Municipio.
La referencia que aquí se hace a esta importante institución está justificada por
la vigilancia que los archiatri populares ejercían sobre la salud de las meretrices
inscriptas.
El reglamento de Juana I
El origen más directo e inmediato de la moderna estructuración jurídica de la po¬
licía sanitaria de la prostitución, se encuentra en las medidas adoptadas en Europa
en el siglo XVII, aun cuando el reglamento de Juana I, citado ya, establecía, en su
artículo IV, la visita médica a los lugares de prostitución y prescribía que toda mujer
que hubiere contraído un mal proveniente de lujuria, fuera separada de las otras,
“para que no pueda abandonarse y trasmitir el mal a la juventud”.
El desarrollo alcanzado en Francia por las enfermedades venéreas, al igual que en
otros países de Europa, incidió en la evolución del régimen legal de la prostitución.
La primera solución que apareció, naturalmente, en las circunstancias a que ahora
estamos aludiendo, fue la suspensión de los reglamentos de tolerancia; pronto surgió,
sin embargo, la convicción de que la causa del mal no se encontraba únicamente en
los establecimientos reglamentados; se adoptan entonces medidas importantes de
policía sanitaria y se somete, a la inspección de la medicina, a las mujeres públicas.
En las épocas de recrudecimiento de la enfermedad, la autoridad municipal
dictaba órdenes tan severas, imponiendo penas arbitrarias a las meretrices de los
burdeles y a las callejeras que, prácticamente, se expulsaban de las ciudades o se
prendían todas las sospechosas, las que debían permanecer recluidas hasta que la
epidemia se extinguía. Conviene destacar que, inicialmente, las medidas se limi¬
taban al encierro del enfermo o a su expulsión de las ciudades; cuando la experiencia
demostró que el mal de Venus solo se contagiaba mediante el contacto sexual, se
permitió a los enfermos quedar en las ciudades y aun convivir con personas sanas.
Raíces del tratamiento venéreo
En la ordenanza de 1684, se encuentra el origen probable del tratamiento obligatorio
para los enfermos venéreos, pues dispone que las mujeres públicas que hubieren
El problema de la prostitución ■ 285
sido encerradas conforme lo establecen sus normas, “serán tratadas de las enferme¬
dades que les pudieran sobrevenir”.
Luego de la reimplantación del reglamentarismo en Francia, la fiscalización sani¬
taria de los lugares de prostitución y de las mujeres públicas, adquiere una notoria
importancia, pues se ha ido acrecentando, hasta constituir, en nuestros días, uno de
los aspectos fundamentales del problema.
Con referencia a España, debemos nuevamente detener nuestra atención en el
reglamento sevillano de 1519, cuyos artículos 4 y 5 implantan la visita sanitaria del
médico y del cirujano, cada 8 días y la internación obligatoria de las mujeres “que
contrajeren enfermedades secretas”.
Reagrupamiento en los enfoques históricos
Es evidente que sería prematuro sintetizar aquí las conclusiones que surgen del es¬
tudio de los antecedentes históricos que acaban de ser glosados; ello debe ser di¬
ferido para la oportunidad en que sean considerados los distintos aspectos que el
problema plantea en la actualidad y las diversas modalidades con que es enfrentado.
Régimen de tutela de la salud pública
Se impone, en cambio, de un modo inmediato, la siguiente aclaración: si bien hemos
dividido el estudio evolutivo de la prostitución a través de su regulación normativa
en cuatro partes, que responden no a un criterio cronológico, sino al de una mejor
exposición sistemática del contenido dogmático, para poder introducirse a la rea¬
lidad jurídica actual es necesario reagrupar los tres primeros enfoques en uno solo.
Se obtendría, de tal manera, una visión total del derecho histórico (que es también
positivo, aun cuando no vigente), considerado desde el ángulo de la protección legal
de la moralidad pública y desde el que hace a la tutela de la salud pública.
El fundamento de este reagrupamiento está dado por el problema de las llamadas
“causas” de la prostitución, de las que nos ocuparemos en el siguiente capítulo; en
efecto, señalase a) la vinculación inmediata que une al régimen legal adoptado con
el problema social, en cuanto el prohibicionismo pretende la supresión de la pros¬
titución, a la que considera como un mal que debe ser evitado y en cuanto el regla¬
mentarismo, admitiéndolo como un mal necesario, procura restringirla dentro de
determinados límites y reduciendo sus efectos sociales siempre considerados per¬
niciosos; b) que existe parecida vinculación en lo que al proxenetismo se refiere,
aun cuando este fenómeno ha sido siempre estimado como repugnante para ciertos
valores jurídicos y, por ende, aprehendido por la norma penal, y c) la obvia vincu¬
lación que con el mismo enfoque tiene lo concerniente al despliegue suntuario de
las cortesanas, reprimido desde tiempos muy antiguos.
286 ■ Política sanitaria argentina
La sociología y la prostitución
Sentido del planteo social
Como ya se dijo, la prostitución constituye un fenómeno social. Se quiso significar,
mediante esa expresión, que trátase de un fenómeno que se da en la vida social, es
decir, en la coexistencia de los individuos agrupados, lo que implica que la conducta
de cada uno aparece interfiriendo con las de los demás.
Es frecuente, sin embargo, hablar del problema social de la prostitución en otro
sentido, cuando se hace referencia a la trascendencia del fenómeno en la sociedad,
desde el punto de vista de su desarrollo y su incidencia en las buenas costumbres,
lo que conduce necesariamente, dado el método de investigación generalmente
utilizado y su concepción, al estudio de las causas. Presupónese, pues, que cono¬
cidas estas no queda sino hallar la forma eficaz de combatirlas para lograr la total
supresión de la prostitución, así como el médico ataca la enfermedad no en sus
efectos, mediante simples paliativos, sino en sus factores causales, que requieren
siempre una acción enérgica.
Dedicamos el presente capítulo a la consideración de este aspecto que es, sin
ninguna duda, el que más ha preocupado la atención de todos los hombres de ciencia
y el que ha motivado una más frondosa literatura sobre el particular.
La causalidad en la sociología de la prostitución
Punto departida de un enfoque científico
La exposición de las causas de la prostitución, tal como es realizada por los más
eminentes publicistas especializados, aparece inspirada, en general, en los estudios
practicados dentro del terreno de la sociología, en virtud del carácter social que se
atribuye al hecho de la prostitución; especialmente, en el de la sociología jurídica,
abundantemente nutrido desde que los juristas han considerado que ciertos pro¬
blemas no integraban la temática de una ciencia del derecho.
Métodos inadecuados a la ciencia social
Sobre todo, es digno de hacer notar que al no distinguirse con la claridad suficiente
la existencia de un reino en el que tienen lugar los fenómenos culturales como in¬
dependiente de aquel otro donde se desarrollan los de la naturaleza, trajo, durante
largo tiempo, como consecuencia, la aplicación de métodos inadecuados al objeto
de la ciencia social.
Recordemos, entre las tentativas de la sociología para explicar los factores
determinantes del derecho, la del materialismo histórico, que tiene su iniciador
El problema de la prostitución u 287
reconocido en Karl Marx, según el cual la organización de la producción es la causa
de la trasmutación de la sociedad; el mundo del espíritu sería una superestructura,
condicionada por lo económico. El fenómeno económico actuaría, pues, sobre la
estructura social, en una relación de causalidad mecánica que sería, por lo tanto,
irreversible, es decir, que la causa actuaría sobre el efecto, pero este no reactuaría, a
su vez, sobre aquella.
El jusfilósofo Stammler llevó a cabo una eficaz crítica del marxismo, demos¬
trando que, a la inversa de lo que aquel pretende, el derecho determina, en cierto
modo, los fenómenos económicos; las leyes económicas como la de la oferta y la
demanda, dijo, no podrían existir sin la determinación formal jurídica significada
por la libre contratación y la propiedad privada.
Se señala que el mérito indiscutido de Stammler es el de haberle dado impor¬
tancia a la voluntad humana, en la explicación de los fenómenos sociales; su con¬
cepción ha sido luego enriquecida por el aporte de otros autores, especialmente por
los que integran las corrientes de la moderna filosofía de la cultura, que tiende a
destacar el papel del hombre como protagonista de la historia, con su libertad, que
presupone posibilidad de optar entre lo valioso y lo desvalioso.
Así, uno de sus más conspicuos representantes (Max Scheler) advierte que debe
distinguirse una sociología de lo material, que parte del principio de que la voluntad
humana está en función del mundo en que actúa, reduciéndose a facilitar el proceso
mecánico de la naturaleza, librándolo de los obstáculos que lo traban, y una socio¬
logía de lo espiritual, en que la voluntad es el factor positivo y la naturaleza solo
obra subsidiariamente; pero tanto en uno como en otro caso, se admite el papel
importante de la voluntad humana, pues es libre, siempre, de optar entre lo bueno y
lo malo, lo justo y lo injusto, etc.
Evitar soluciones desacertadas
Trajimos a colación esta reducida y aun incompleta síntesis de la evolución expe¬
rimentada por la sociología jurídica, al solo efecto de tratar de colocar en su ver¬
dadero lugar el problema de la causalidad con relación al fenómeno que nos ocupa.
Basta recordar, en este sentido, que la prostitución es siempre conducta del ser
humano, de ese protagonista de la historia, con libertad de opción, a que nos hemos
referido. Luego, se impone una actitud cautelosa en el manejo de los métodos de
investigación, para no incurrir en errores susceptibles de conducirnos a soluciones
desacertadas.
Las presuntas causas, que analizaremos más adelante, no lo significan todo en
la consideración de este trascendental problema; sin desconocer que, en mayor o
menor grado, ejercen alguna influencia en lo que concierne a los alcances sociales de
la prostitución, siempre será necesario tener presente que ellas actúan sobre un ser
con voluntad propia, capaz en principio de discernir los valores morales y jurídicos.
Esto último, y más adelante habremos de volver sobre ello, indica que junto a
las soluciones que se propician, y aun cuando se admitiera que todas ellas revisten
288 ■ Política sanitaria argentina
suficiente eficacia como para eliminar las causas sobre las que se pretende hacerlas
actuar, hay una que tendrá siempre un interés permanente, que se concreta en la
eficiente educación del individuo para orientarle hacia una acertada discriminación
de lo que es bueno, de lo que es justo, en una palabra, de lo que es valioso.
Los factores determinantes según la doctrina
Tomando en conjunto las diversas teorías elaboradas por autores pertenecientes a
las más heterogéneas escuelas científicas y sin prejuzgar sobre el valor de las mismas
y su aporte a la cuestión de la causalidad, se podrían clasificar los factores enunciados
en dos grandes grupos: uno, comprensivo de los de orden psicobiológico, relativo
a los factores que obran internamente, es decir, desde adentro del sujeto, y otro, en
que se reúnen los llamados factores sociales, caracterizados como externos, es decir,
que obran sobre el sujeto desde afuera.
Integra el primer grupo, ante todo, el factor hereditario, expuesto por la escuela
psicoantropológica encabezada por Lombroso, Ferri y Sergi, que ha tratado de des¬
cribir el tipo de prostituta nata, con sus caracteres somáticos y psicológicos bien
definidos. Las descripciones de este presunto tipo no son, empero, concordantes
y así mientras unos señalan a las mujeres que encuadrarían en él como de estatura
baja, otros las caracterizan por su abundante adiposidad o su precocidad mens¬
trual, etc. A lo sumo, se ha logrado establecer ciertas características comunes de los
individuos más inferiores, que serían las siguientes: precocidad sexual, relaciones
sexuales tempranas, sensibilidad obtusa, frialdad, tendencia a la glotonería, al juego
y a la variedad, ausencia de afectos familiares, ausencia de pudor y debilidad mental.
Una afirmación de Lombroso
Se atribuye a Lombroso la afirmación de que la prostitución es el refugio de la de¬
lincuencia femenina; ello sería la consecuencia de haber fijado su observación sobre
las mujeres recluidas en las prisiones de Italia. No puede, por ende, aceptarse sin re¬
servas su aseveración, nacida de una experiencia parcial y unilateralmente realizada.
La teoría de la escuela psicoantropológica no es compartida por los autores
modernos que la estiman por lo menos insuficiente, toda vez que no alcanza a
explicar la circunstancia de que la prostitución, según afirman, está preponderante-
mente arraigada en la clase más pobre.
Integra, también, este primer grupo, el factor endocrino, que ha sido especial¬
mente estudiado y destacado por la escuela italiana, de la que forman parte, entre
otros, Viola y Pende, y según cuya concepción científica, la fórmula endocrina da la
personalidad psíquica del individuo.
La escuela a que acabamos de referirnos ha sido, asimismo, objeto de críticas,
pues se le imputa haber utilizado métodos de investigación inadecuados al objeto
del estudio, o de haber limitado el concepto de prostituta para adaptarlo a sus
El problema de la prostitución m 289
conclusiones e incluso, haber invertido en parte los términos de la relación causal,
pues, se afirma, es probable que las condiciones de ambiente y el género de vida
hayan determinado las alteraciones observadas en las secreciones internas de las
rameras.
Podría ampliarse la nómina de los factores comprendidos en este primer grupo,
incluyendo en él, el estado mental débil o deficiente; según César Juarros, existirían
las siguientes formas de enfermas mentales prostituidas: a) la de las locas morales; b)
la de las histéricas; c) la de las frígidas, y d) la de las oligofrénicas.
Se deben aquilatar los factores sociales
Es evidente, de todas maneras, que no es posible tratar un fenómeno social con
métodos que reposan únicamente en una etiología y una terapéutica que toman al
individuo aisladamente considerado; bueno es notar, por otra parte, que los mismos
autores pertenecientes a las escuelas que hemos mencionado, reconocen la exis¬
tencia de factores sociales.
No se puede negar que la endocrinología podrá ser eficaz en algunos casos
determinados o que en otros la psiquiatría puede obtener resultados igualmente
halagadores y en este sentido quizás encuentre amplios horizontes el psicoanálisis
y la psicología individual, debidos a Freud el primero y a Adler, el segundo, pero lo
que sí parece discutible, es que se pretenda utilizarlos para explicar y combatir un
fenómeno social.
Pasaremos, pues, a considerar el segundo grupo, o sea el de los factores sociales
o externos.
El factor económico
Aquí debemos mencionar un factor que ningún tratadista moderno omite consi¬
derar y que casi siempre es elevado al primer plano de la causalidad social; aludimos
a la “causa económica”. La miseria, se ha dicho, trae el éxodo de la gente campesina
hacia los centros urbanos, sin contar con una preparación eficiente y albergándose, a
menudo, promiscuamente en las casas de vecindad. Se señala que de las estadísticas
publicadas en países europeos y americanos surgiría que la gran masa de prostitutas
emerge de las clases más pobres, especialmente del proletariado.
Se formulan, asimismo, “leyes” como la enunciada de la siguiente forma: “a mayor
desocupación, mayor prostitución” y se señala como remedio específico el de colocar
a la mujer que trabaja en condiciones de igualdad social y económica con el hombre.
Sin desconocer que, efectivamente, la miseria concurre a un acrecentamiento
de la prostitución y admitiendo que, si se reducen las fuentes de desocupación y de
indigencia, mediante la correcta aplicación de los postulados de la justicia social,
es probable que disminuya el número de mujeres prostituidas, estimamos que no
deben llevarse las conclusiones a sus últimos extremos.
290 ■ Política sanitaria argentina
Lo que dicen las estadísticas
Los resultados consignados en las estadísticas practicadas en los diversos países, es¬
pecialmente europeos, distan de ser, en ese sentido, uniformes; así, mientras según
Federessky, en 1934, la miseria daría un 88,7%, la tentación de los amigos un 5,65%
y el instinto sexual pronunciado el 5,65% restante, para Roubaix, en 1937, las causas
económicas solo producirían un 180 por mil. A eso debe añadirse que no existe cer¬
tidumbre alguna en cuanto a los elementos sobre la base de los cuales fueron con¬
feccionadas las estadísticas aludidas; piénsese, en efecto, cuán fácil es llegar a con¬
clusiones erróneas si se toman únicamente en cuenta las prostitutas registradas en
los países reglamentaristas y la dificultad que existe para determinar su verdadero
oficio u ocupación.
Por lo demás, la tendencia a atribuir una gran preponderancia al factor eco¬
nómico, reconoce claras influencias de la concepción marxista. Ello en virtud de
que, en determinado momento, dicha concepción alcanzó gran predicamento por
la apariencia científica con que aparece revestida y así se dijo que se puede muy bien
ser marxista sin comulgar con el socialismo.
Lo general es considerar en la doctrina, al factor económico, como un deter¬
minante permanente, lo que quiere decir que se le haría actuar como constante,
en función de otros factores variables u ocasionales, tales como la holgazanería, el
deseo de gozar de una vida cómoda y fácil, el choque moral producido por una
decepción amorosa o una enfermedad sexual adquirida, etc.
A todo ello se añade la ignorancia. Es, a este respecto, frecuentemente citada una
estadística fundada en datos recogidos en el Dispensario de Salubridad entre 1899 y
1915, según la cual, de 10.617 prostitutas, casi la mitad, o sea 5.229, no sabían leer ni
escribir o solo sabían firmar.
Replanteo del problema social
La rápida incursión que realizamos en el terreno de las doctrinas sociológicas que
han pretendido encontrar la explicación de la prostitución tratándola como un
hecho de la naturaleza, que obedece, por tanto, a la ley de la causalidad, nos ha mos¬
trado que todas ellas se preocupan esencialmente de discriminar los factores que
inciden sobre la mujer, determinándola a prostituirse.
Ello, a nuestro juicio, es susceptible de conducir a una equivocada apreciación,
en cuanto induce a prescindir, en la consideración del problema, de la voluntad
optativa del sujeto, circunstancia esta que oportunamente hemos señalado, pero
además representa, en sí mismo, un error, que estriba en olvidar que para que
exista una conducta calificable como de prostituida, no basta que haya una mujer,
es preciso, además, que haya varios hombres. Destacado ello, parece obvio decir
que no es suficiente, pues, referirse a los factores que condicionan la conducta de la
mujer, sino que es forzoso, para conservar cuando menos la apariencia de logicidad
El problema de la prostitución m 291
en el razonamiento, hacer paralelamente el estudio de las causas que determinarían
la conducta del hombre.
El problema de los valores jurídicos
Claro está que si alguna utilidad nos puede prestar la historia en la consideración
de este problema de la sociología de la prostitución, ella consiste precisamente en
mostrarnos que, salvo raras excepciones, la conducta del hombre que recurre a los
oficios de la prostituta no fue estimada jurídicamente desvaliosa, a la inversa de lo
que ocurriría con la de la mujer, aun en la época de la prostitución tolerada (la tole¬
rancia no parece, en efecto, sino el resultado de la resignación ante la imposibilidad
de extirpar el fenómeno) lo cual podría haber justificado la omisión a que hemos
hecho referencia.
Pero ocurre que en la actualidad la prostitución no es, en sí misma un hecho jurí¬
dicamente desvalioso, no solo porque el derecho vigente no lo considera así desde
que se ha abandonado, casi totalmente, el régimen prohibicionista, sino porque aun
desde el punto de vista de la axiología pura no es considerada como opuesta a los
valores jurídicos verdaderos.
No obstante, se le sigue considerando un mal social, en cuanto la conducta de la
prostituta contraría los valores morales, como los contraría también, y no creemos
que ello pueda ser puesto en tela de juicio, la del hombre que recurre a sus oficios y
los paga.
Volvemos, pues, al punto de partida; o la sociología, que pretende arrancar un
mal social, comprende ambas conductas o incurre en un grave defecto que la coloca
al margen de la especulación científica.
El replanteo que aquí queremos hacer, tiene pues, en cuenta, ambos elementos:
mujer y hombre, pero no los considera ubicados en un proceso mecanicista, que
puede ser explicado por la ley causal, sino que los estima como protagonistas de la
historia, con su posibilidad de opción. No concibe, por ende, que la sola exploración
de presuntas causas baste para agotar el estudio del problema social aun cuando no
la desecha de un modo absoluto, admitiéndola como un coadyuvante para dicho
estudio, dada la función que es preciso reconocer a los hechos de la naturaleza en
relación a la conducta humana, ya que a esta no la podemos suponer como desarro¬
llándose fuera del mundo donde imperan las leyes naturales.
Pero, finalmente, si la conducta es libre opción entre lo valioso y lo desvalioso,
resulta claramente evidenciado que solo cabe una actitud racional frente al problema,
que es aquella que reconociendo sus propias limitaciones frente a esa libertad de
opción, procura, mediante una intensa acción de educación, consistente no solo en
reprimir el analfabetismo sino en orientar al individuo en la apreciación de lo que es
jurídica y moralmente valioso y desvalioso, disminuir la intensidad del fenómeno,
secundando esa acción con la que tiende a la eliminación o a la atenuación de los
restantes factores sociales que oportunamente mencionamos.
292 ■ Política sanitaria argentina
La salud pública y la prostitución
La verdadera naturaleza de la relación entre ambos términos
Se vincula tradicionalmente la prostitución con la salud pública, atribuyendo a
aquella la amplia difusión alcanzada por las enfermedades venéreas, involucrando,
entre estas, a la sífilis, que se coloca, por su importancia, en primer lugar; la bleno¬
rragia, indicada como el tipo de infección venérea crónica; el chancro blando, en
cuya profilaxis se admite la eficacia de las simples medidas de higiene y la porade¬
nitis o linfogranulomatosis venérea.
La prostituta, según el criterio dominante, representaría un peligro permanente,
y sobre todo el más grave, de transmisión de dichas enfermedades. Se afirmó que el
reglamentarismo aumenta la difusión de estas y que el abolicionismo las disminuye.
Surgió así, la convicción de que las enfermedades venéreas se transmiten en los
prostíbulos, o que, por lo menos, la mayoría de los contagios tienen lugar en ellos o
en el trato sexual con las rameras.
Fue forzoso admitir, sin embargo, que los hombres que cohabitan con las prosti¬
tutas, se cuentan entre los más eficientes diseminadores de males venéreos; se debe
llegar, por esa vía, a la conclusión de que el número de hombres afectados por enfer¬
medades venéreas “sobrepasa al de las prostitutas que las sufren”, y luego, corno una
lógica consecuencia, teniendo en cuenta que el hombre llega al matrimonio con un
mayor número de experiencias sexuales, se acepta, inclusive, que aun en la relación
conyugal existe el peligro de contagio venéreo.
La afirmación del doctor Parran
Cobra consistencia de esa manera, la afirmación del director General de Sanidad de
EEUU, doctor Thomas Parran, según la cual “se equivocan de medio a medio los que
no ven en la sífilis más que una vergonzosa secuela del vicio mercenario. La prosti¬
tución viene a representar cuando más una parte del problema total”.
Si nos apartamos de la posición tradicional y consideramos (ello fue ya intentado
por ciertos autores) por separado los dos problemas, el de la prostitución y el de la
enfermedad venérea, será factible arribar a conclusiones más acertadas. Se advierte,
por lo pronto, que la más importante de las enfermedades venéreas, la sífilis, no
requiere necesariamente para su contagio la preexistencia de un contacto sexual.
Diversas fuentes de contagio
El funcionario estadounidense, que hemos citado párrafos más arriba, calcula, en
base a investigaciones por él practicadas, “que la mitad de los sifilíticos han con¬
traído el mal sin ninguna culpa de su parte”. Enumera, pues, las distintas fuentes de
contagio, afirmando que la mayoría se infectan en el matrimonio o en el claustro
El problema de la prostitución m 293
materno; otros deben su enfermedad a contactos indirectos puramente casuales,
tales como el uso de un vaso, una pipa o un cigarrillo; otras veces, dice, la enfer¬
medad proviene de una niñera, un barbero, una peinadora o una manicura; otras,
de un médico o un dentista que han adquirido el contagio, a su vez, de otro cliente
enfermo; finalmente, expresa que el otro 50% de los casos, es decir, de aquellos en
que la enfermedad fue contraída en relaciones sexuales extraconyugales, “son tantos
los infectados en devaneos clandestinos como por meretrices”.
Se ha llegado a afirmar, como una consecuencia de la revisión practicada en
antiguos conceptos, que la contagiosidad exclusiva o preponderante de la prosti¬
tución en una colectividad entera, es uno de los tantos mitos legados por antiguos
puntos de vista erróneos, en los cuales la gente cree dogmáticamente.
En un informe publicado por los funcionarios, también norteamericanos, doc¬
tores Richard A. Koch y Ray Lyman Wilbur, se destaca que “hoy el problema del
control de las enfermedades venéreas está en la muchacha promiscua y no en la
prostituta”.
Fenómenos surgidos de la postguerra
El fenómeno que denominan así, tan gráficamente, tuvo su gran desarrollo a partir
de la primera guerra mundial, cuando las mujeres ganaron más libertad fuera de
su hogar y luego, cuando conquistaron los mismos derechos políticos y libertades
civiles que los hombres, pues dicen, “así como la mujer ha llegado a ser más sobresa¬
liente en el mundo de los negocios y ha aceptado mayor libertad fuera de su casa, ha
aceptado también la misma libertad masculina en sus relaciones sexuales”.
Señalan luego que si bien no se trata aquí de un problema de tiempo de guerra,
con el descenso de la conducta moral y con la pérdida de los antiguos frenos y salva¬
guardias, la muchacha promiscua será con su expansión de enfermedades venéreas
un definitivo problema de postguerra.
Aun cuando estas conclusiones han sido formuladas teniendo en cuenta espe¬
cialmente la situación de uno de los países que sufrieron y sufren aún las conse¬
cuencias de la contienda mundial y no debe, por lo tanto, incurrirse a su respecto en
un exceso de generalización, ellas concurren en abono del moderno punto de vista,
de que la enfermedad venérea y la prostitución son dos problemas que deben ser
separadamente encarados, punto de vista que nosotros hemos también compartido.
La historia, por su parte, trae convincentes elementos de juicio en apoyo de esa
tesis, toda vez que demuestra: a) que la enfermedad venérea no aparece acompa¬
ñando constantemente a la prostitución; sus presentaciones en la historia, por lo
menos según surge de las fuentes de información conocidas, son esporádicas
mientras que la prostitución a partir de la sociedad monogámica es constante, y
b) que el recrudecimiento del mal venéreo sobreviene cuando las perversiones
sexuales exceden de los límites del prostíbulo, como surge de la simple lectura del
apartado que hemos dedicado precisamente a la historia de la prostitución a través
de la ley y la costumbre.
294 ■ Política sanitaria argentina
La sociología de lo material y de lo espiritual
Cabe aquí recordar el notable esfuerzo de Scheler, mencionado anteriormente. Si
aplicamos su distinción entre la sociología de lo material y sociología de lo espiritual,
al problema en estudio —aplicación correcta teniendo en cuenta que se reconoce al
mismo un carácter social—, observamos cómo concurre en auxilio de los que sus¬
tentan el punto de vista que estamos desarrollando.
En efecto, tuvimos oportunidad de destacar que la prostitución es, ante todo, un
hecho de la conducta humana, en la que ciertos factores de la naturaleza inciden en
forma más bien subsidiaria y negativa, lo que significa que si hubiéramos de ubicarla
en el cuadro general de la sociología conforme al planteo de Scheler, la situación
resulta necesariamente más aproximada al extremo de la sociología del espíritu que
al de lo material. A la inversa, el problema de la enfermedad venérea habría de ser
colocado en relación de proximidad con el extremo correspondiente a la sociología
de lo material; la voluntad del sujeto juega en ella un papel secundario con respecto
al que cabe a la naturaleza.
Nadie ignora que la enfermedad venérea, como mal social, es susceptible de ser
eficazmente combatida; que es posible, atacando sus causas, hacer desaparecer en
gran medida sus efectos, y así, como lo comprobaremos con los datos que sumi¬
nistraremos más adelante, se nota ya una disminución efectiva con respecto a su
grado de difusión, y no es aventurado anticipar que merced a los trascendentales
progresos de la medicina moderna, uno de cuyos jalones más importantes lo cons¬
tituye el descubrimiento de los antibióticos, habrá de ser reducida, en un futuro
no muy lejano, a su mínima expresión. Claro está que no negamos la influencia
ejercida por la liberación de los hombres de los antiguos prejuicios, lo que se
traduce en la posibilidad de orientar al individuo mediante una adecuada propa¬
ganda, en el sentido de una mayor educación sexual, con todo el beneficio que ello
implica por el buen éxito de esa lucha; solamente remarcamos una característica
del fenómeno.
Problema social y problema sanitario
Lo expuesto justifica, pues, que se discrimine entre un problema típicamente social,
la prostitución, y otro típicamente sanitario, el de la enfermedad venérea, aun sin
desconocer que en el segundo hay un aspecto social. Si ha de establecerse una re¬
lación entre ambos, ella debe ser de tal naturaleza que, como ya algún tratadista lo
ha observado, no es de dependencia del segundo con respecto al primero, sino a la
inversa, es decir que los aspectos venéreos de la prostitución están supeditados al
problema sanitario.
El problema de la prostitución m 295
El problema venéreo en nuestro país
La morbilidad venérea con respecto a la población en general 1
No es posible reflejar con cifras el estado de morbilidad venérea en nuestro país
antes de la sanción de la Ley 12331, en razón de que no existían medios para cen¬
tralizar las informaciones procedentes de los distintos servicios diseminados por
el vasto territorio de la República, dependientes administrativamente de distintas
autoridades: nacionales, provinciales y municipales.
En la ciudad de Buenos Aires ha sido posible obtener datos concretos con relación
a la sífilis a partir del año 1921 por intermedio del Dispensario de Salubridad, a raíz
de haberse dispuesto la obligación de realizar el análisis de Wassermann, cuyos
resultados arrojaron las cifras expresadas en la Tabla 7.
Tabla 7. Resultados de análisis de Wassermann reali¬
zados en la Ciudad de Buenos Aires. 1921-1933.
Años
Negativos
Positivos
1921
545
91
1922
1.124
192
1923
1.814
189
1924
1.364
186
1925
2.064
438
1926
1.658
447
1927
1.001
251
1928
688
182
1929
785
154
1930
807
135
1931
1.234
225
1932
1.424
341
1933
1.045
271
La Ley 12331 y su Decreto 102466
Al promulgarse, con fecha 30 de diciembre de 1936, la Ley 12331, cuyo artículo 2,
inciso d, reconoció la sección “Profilaxis de las Enfermedades Venéreas” la atribución
de “hacer la investigación y publicación científica y estadística y el estudio epide¬
miológico de las enfermedades venéreas”, y dictarse con fecha 2 de abril de 1937, el
'Datos suministrados por la Dirección de Higiene Social.
296 ■ Política sanitaria argentina
Decreto 102466, reglamentario de dicha ley, cuyo artículo 2, inciso c, estableció la
obligación de confeccionar las estadísticas con los datos que debían remitir todas las
instituciones, centros de tratamiento, hospitales, dispensarios y servicios destinados
a la atención y tratamiento de las enfermedades venéreas en todo el país, se vio
facilitada la labor del organismo sanitario nacional y ha sido posible, así, obtener los
siguientes resultados, en los que se especifica el número de enfermos con relación
a la población total del país, sobre la base o tasa de cada 10.000 habitantes (Tabla 8).
Tabla 8. Tasas de enfermedades
venéreas (cada 10.000 habitantes).
Argentina, 1938-1947.
Años
Tasas
1938
62,36
1939
52,67
1940
49,21
1941
57,21
1942
62,42
1943
54,05
1944
52,11
1945
49,23
1946
56,24
1947
45,08
La morbilidad venérea con relación a la prostitución
En este caso, ocurre algo similar a lo especificado con respecto a la cuestión exa¬
minada en el punto a. No obstante, ha sido posible recoger, a través del funciona¬
miento del Dispensario de Salubridad de la Capital Federal, entre los años 1920 y
1933, los datos que se muestran en el Tabla 9 y Tabla 10.
A consecuencia de haber dispuesto la Intendencia de Buenos Aires, en 1934, la
supresión de la prostitución reglamentada y clandestina en todas sus fases, se carece,
como es lógico, de datos concretos a partir de ese año.
Sin embargo, en el año 1943, habiéndose observado un mayor incremento en
la concurrencia de enfermos venéreos a los dispensarios de la capital, se dispuso la
realización de exámenes sistemáticos de las mujeres que trabajaban en dancings,
cabarets, salones de baile, etc., y de las detenidas por la autoridad policial en el Hogar
San Miguel, por incitar en la vía pública. Se controlaron, entonces, desde el punto
de vista clínico general, ginecológico y bacteriológico, 1.700 mujeres, obteniéndose
los siguientes porcentajes: sífilis serológicamente positivas, 19,34%; gonococias bac¬
teriológicamente positivas, 6,69%; y gonococias clínicamente comprobadas, 30,89%.
El problema de la prostitución m 297
Tabla 9. Número de prostíbulos, de mujeres nuevas inscriptas y declaradas enfer¬
mas, y de visitas realizadas. Capital Federal, 1920-1933.
Años
Número de
prostíbulos
Nuevas
inscriptas
Declaradas
enfermas
Total de visitas
1920
292
20
139
12.543
1921
252
143
171
17.878
1922
497
348
246
23.126
1923
585
335
278
26.426
1924
644
427
435
29.217
1925
957
669
695
34.944
1926
855
137
456
29.170
1927
805
-
223
21.722
1928
356
-
169
16.896
1929
296
-
41
14.875
1930
270
34
36
13.083
1931
268
217
107
13.131
1932
250
193
212
13.200
1933
250
227
159
13.436
Tabla 10. Número de mujeres inscriptas con enfermedades venéreas decla¬
radas según patología, Capital Federal, 1930-1933.
Años
Sífilis
Blenorragia
Otras venéreas
1930
1
15
20
1931
3
39
65
1932
5
193
14
1933
17
125
17
La acción de la Secretaría Pública de la Nación
De acuerdo a las especificaciones contenidas en el plan de gobierno correspondiente
al quinquenio 1947-1951, la Secretaría de Salud Pública de la Nación se encuentra em¬
peñada en una intensa campaña para “evitar y combatir las enfermedades venéreas”.
Lucha efectiva contra las enfermedades venéreas
No se ignora, desde luego, que la lucha habrá de ser ardua, pero existe la certeza
de llegarse a resultados positivos, pues se conocen ya perfectamente los medios de
298 ■ Política sanitaria argentina
prevención y tratamiento de esas enfermedades; se cuenta con más precisas estadís¬
ticas y se dispone de los medios adecuados, pues como lo ha dicho el excelentísimo
señor presidente de la nación, en su discurso pronunciado el 25 de noviembre de
1946, “Salud Pública no debe tener límite en sus gastos. El límite lo ha de dar la ne¬
cesidad de curar a todos los enfermos que el país tiene”.
Los esfuerzos realizados ya, han comenzado a producir sus frutos, que permiten
alentar un lógico optimismo. Nos referimos especialmente a la Tabla 8 por ser el que
reviste más interés; señala la marcha epidemiológica de las enfermedades venéreas
entre los años 1938 y 1947, denotando el número de casos por cada 10.000 habi¬
tantes. Se observa que en el año 1942 la tasa llega a su máxima expresión, señalando
un tope de 62,42, cifra que ya se había manifestado recientemente, en 1938, con
62,36 casos. Las cifras siguen luego una marcha descendente, para acusar en el año
1945, 49,23 casos por 10.000 habitantes, que luego, en el año 1946, alcanza a 56,24.
A partir de ese instante se inicia un descenso vertiginoso, reduciéndose en 1947
a 45,08 casos por 10.000 habitantes, descenso este que sigue manifestándose en
el corriente año, lo que permite suponer que la tasa de 1948 tendrá una expresión
gráfica jamás reproducida en los cuadros estadísticos publicados hasta la fecha.
Discriminando los resultados según las distintas regiones del país conviene
advertir que, en general, se aprecia un aumento de las enfermedades venéreas en las
siguientes provincias y territorios: Corrientes, Córdoba, Salta, Entre Ríos, Jujuy, San
Luis, Tucumán, Chubut, Río Negro, Santa Cruz, La Pampa y Neuquén. En cambio,
la declinación de la morbilidad venérea se acentúa en la Capital Federal, Buenos
Aires, Catamarca, Santiago del Estero, Santa Fe, La Rioja, Mendoza, San Juan, Chaco,
Formosa, Misiones y Tierra del Fuego.
Bueno es consignar que diversos factores externos han incidido en el aumento
señalado con relación a ciertas regiones, abultando el número de casos registrados,
tales como para las provincias del litoral, los hechos que son del dominio público
que desangraron una república hermana, para las provincias andinas el movimiento
de las masas de trabajadores de la zafra y otras explotaciones rurales al igual que lo
que ocurre en nuestra Patagonia. Dichos factores serán, no obstante, neutralizados,
merced a la activa campaña que realiza la autoridad sanitaria nacional.
La lucha antivenérea es en la actualidad racionalmente encarada, teniendo en
cuenta los caracteres del fenómeno, conforme lo hemos esbozado ya con ante¬
rioridad. Al igual que con relación a las demás enfermedades transmisibles, debe
tenerse en cuenta el aspecto curativo, el preventivo y el educativo.
La creación de centros de tratamiento
El primero, motiva la creación de centros de tratamiento, lo que se complementa
mediante la provisión gratuita a los mismos, sea cual fuere la jurisdicción de la cual
dependan, de toda clase de medicamentos, inclusive de penicilina y la distribución
de esquemas de tratamiento rápido, que próximamente tendrá lugar entre los se¬
ñores médicos y establecimientos especializados.
El problema de la prostitución m 299
Un punto importante que no puede ser y no es descuidado, es el relativo a la
investigación de las fuentes de contagio. Así, pues, se hallan en vía de habilitación
diez centros con sus respectivos laboratorios, en la región patagónica, a los que debe
agregarse el Instituto de Higiene Social con carácter de venéreocomio, que fun¬
cionará en la Capital Federal y se constituirá en el centro principal de los estudios
experimentales de las enfermedades venéreas.
La fiscalización fronteriza
Claro está que no todo debe quedar supeditado a la lucha contra el peligro interno;
compenetrada de esa verdad, la Secretaría de Salud Pública de la Nación está arbi¬
trando los medios para establecer una eficaz fiscalización fronteriza, construyendo
estaciones sanitarias en Pocitos, La Quiaca, Socompa, Clorinda, Paso de los Libres,
y centros de higiene social en los puertos de la Capital Federal y Rosario. Se ha con¬
certado, además, una acción común mediante los convenios suscriptos con otros
países americanos, el 13 y el 30 de marzo del corriente año.
El aspecto educativo ha sido y es también debidamente contemplado, mediante
la realización de conferencias y exhibiciones cinematográficas, a cargo de médicos
especializados, en fábricas, talleres, colegios e instituciones del Ejército y de la
Armada, además de una profusa distribución de folletos, cartillas y afiches. El futuro
dirá, a no dudarlo, que el esfuerzo inteligentemente orientado es susceptible de ori¬
ginar un feliz resultado en esta cruenta lucha contra las enfermedades venéreas.
El derecho y la prostitución: Consideraciones
generales
Siendo la prostitución un hecho que se da en la vida social, apareja la existencia de
conductas diversas que interfieren entre sí tal como lo hemos expresado anterior¬
mente. Establecido por las modernas corrientes jusfilosóficas, que el ángulo de la
interferencia intersubjetiva de conductas es el que constituye el punto de vista del
derecho, deben examinarse los criterios con los cuales se aprehende jurídicamente
la conducta de las prostitutas y del proxeneta, que son los dos términos que integran
el fenómeno de la prostitución.
Como ocurre en cualquier caso de conducta humana vista desde el ángulo citado,
el orden jurídico podrá considerar a aquella como lícita o ilícita, según se le juzgue
jurídicamente valiosa o desvaliosa.
En el caso del proxeneta el principio general, umversalmente admitido, es el
de la ilicitud; la tendencia de la legislación interna e internacional se manifiesta en
ese sentido, toda vez que la reprime con determinadas penalidades, reconociéndose
circunstancias calificativas de agravación en razón de situaciones de hecho o de la
edad del sujeto pasivo.
300 ■ Política sanitaria argentina
Abolicionismo y prohibicionismo
A la inversa, según lo hemos señalado con anterioridad, la conducta de la prostituta es
generalmente estimada como lícita. En el orden de ideas que estamos desarrollando,
los sistemas legislativos se clasificarían así en dos grandes grupos: el primero, que
representa la tendencia más generalizada, está constituida por los regímenes abo¬
licionista, reglamentarista y neoreglamentarista, cuya característica común es la ya
manifestada, de aceptar dicha conducta como lícita, aun cuando en los dos últimos
casos se la sujete a determinadas restricciones, que implican, desde luego, el cumpli¬
miento de ciertas obligaciones cuya no observancia sí traería aparejada la aplicación
de sanciones; el segundo, de menor difusión en el derecho positivo vigente, de los
distintos países, es el sistema prohibicionista y se define, en sus últimos extremos, en
la represión penal de la prostitución mediante la creación de un tipo delictivo.
Diversos aspectos del problema
Fuera de la normación positiva, cabe apuntar que la doctrina, según la exposición de
destacados penalistas, es reacia a esta concepción. Los fundamentos que se exponen
para ello son de variada índole; así, unos de naturaleza teleológica, consistirían en
que estando demostrada la ineficacia de los procedimientos ensayados para suprimir
la prostitución por medio de un régimen político social nuevo y por la reeducación
en establecimientos ad hoc, parecería impracticable ese otro criterio de castigarla
con una pena; otros, basándose en un concepto negativo de crítica a las ideas lom-
brosianas, pretenden que aun cuando la prostituta lo fuere por degeneración física,
resultaría, desde el punto de vista antropológico, una predispuesta al delito y del
punto de vista social un ser improductivo, un parásito, como lo es el hombre de vida
corrompida o disipada, pero no un ser criminal; otros, que aparecen vinculados con
el problema de la causalidad social, consistirían en la falta de responsabilidad de la
prostituta por su conducta, o al menos en la dilución de su responsabilidad por la
intervención de diversos factores; otros, finalmente, se apoyan en el hecho de que
para que tenga lugar la prostitución, es preciso que haya una demanda, de modo que
la prostitución se convierte, así, en un oficio o profesión, y el acto de la prostituta
implica un mutuo acuerdo de conformidades y no da usualmente lugar al conflicto
entre los intereses individuales, como es siempre el caso de la conducta punible.
No es esta la ocasión para formular una crítica a estas opiniones; en lo funda¬
mental puede considerárselas como acertadas en lo que se refiere a la no incrimi¬
nación del hecho de la prostitución. Lo cierto es, de todos modos, que las tendencias
legislativas y doctrinarias modernas se explicitan en el sentido de no estimar la con¬
ducta de la prostituta como jurídicamente desvaliosa.
Examinaremos luego el problema desde el punto de vista del ordenamiento
jurídico de nuestro país.
Conviene destacar desde ya que si bien hemos agrupado las restantes posiciones
de la norma frente a la conducta de la prostituta, ellas pueden ser discriminadas en
El problema de la prostitución m 301
diversos tipos de regímenes, que son el reglamentarista, el abolicionista y el neo-
reglamentarista, los que tienen de común, según surge de lo más arriba expuesto,
que reconocen la licitud de la prostitución y se diferencian, en cambio, en la mayor
o menor amplitud de las restricciones que imponen a la actividad de la ramera,
fundadas en distintos motivos que, según los enumera la doctrina generalmente
aceptada, serían los inherentes a la libertad y dignidad de la mujer, la salud pública y
el pudor público o buenas costumbres.
Esencia de los regímenes no prohibicionistas
Los regímenes enunciados no aparecen uniformemente estructurados en la legis¬
lación comparada; podría quizás afirmarse que en ninguna ley vigente ha sido re¬
cogido íntegramente un régimen determinado. Ello justifica la necesidad de que se
muestre previamente cuál es la esencia de cada uno de los sistemas aludidos, para
luego ver cómo se encuentran configurados en las leyes de los distintos países, limi¬
tándonos, por razones obvias, a aquellos en los cuales su estudio ofrece un interés
particular.
La cuestión del reglamentarismo
El régimen reglamentarista consiste en permitir el funcionamiento de las llamadas
casas de tolerancia, estableciendo, en consecuencia, las prescripciones estimadas ne¬
cesarias para la protección de la moral y de la salud pública, tales como la inscripción
y revisión médica periódica de las mujeres y la identificación de los empresarios,
gerentes o encargados de las casas de prostitución.
Históricamente, el reglamentarismo aparece típicamente configurado en las
obras de Ulpiano, tal como citamos anteriormente, y en la realidad significada por
la fiscalización ejercida por los censores y los ediles. Debemos señalar, no obstante,
que el sentido de este aspecto del derecho romano era el de la protección a la moral
pública.
El moderno régimen reglamentarista, conforme a lo que expusimos en el mismo
capítulo, data en Francia del decreto imperial de 1805, el que apunta ya hacia ese
segundo sentido, representado por la protección de la salubridad pública y difiere
asimismo del reglamentarismo que podríamos denominar clásico, el que se traduce
en un mayor respeto por la libertad y la dignidad de la mujer prostituida.
Los argumentos favorables
Se han formulado distintas argumentaciones para fundar este sistema y para criti¬
carlo. Los argumentos favorables serían los siguientes:
302 ■ Política sanitaria argentina
a. La tolerancia de las casas públicas evita la propagación de la prostitución,
encauzándola para evitar que provoque males mayores a la comunidad
desde el punto de vista de la moralidad. La historia, particularmente en
Francia, nos ha mostrado que el reglamentarismo surgía como una reacción
contra la depravación pública que seguía a cada período prohibicionista.
b. La reglamentación mantiene la fiscalización sanitaria de las mujeres que
ejercen el comercio sexual, con los beneficios consiguientes para la salud
pública.
c. La prostitución constituye un mal necesario; no queda, por lo tanto otro
camino a seguir que el del reglamentarismo.
Puntos objetables del sistema
Las críticas al sistema se concretarían, según las diversas opiniones, del siguiente
modo:
a. Desde el punto de vista de la moral, el sistema “conduce indefectiblemente
a la trata de blancas, y a pervertir el sentido ético de los jóvenes, haciéndoles
pensar que lo que el Estado organiza y reconoce debe ser una necesidad
pública”.
b. Con respecto a la salud pública, se señala la ineficacia de los procedimientos
adoptados en las reglamentaciones, pues los exámenes médicos de las
prostitutas suelen ser superficiales y crean a los que frecuentan su trato una
falsa confianza que los induce a descuidar las prácticas profilácticas que
adoptarían si la prostitución no estuviera fiscalizada.
c. La reglamentación coloca a la prostituta bajo un régimen arbitrario de
policía debido a las violaciones que se cometen contra la libertad individual.
Los argumentos que acaban de ser sintéticamente expuestos tienen, tanto los favo¬
rables como los opuestos al reglamentarismo, ciertas apariencias de veracidad. En
ambos casos, se nota el predominio de la teología, en cuanto se defiende o se ataca
el sistema desde el punto de vista de su idoneidad para preservar la moralidad y la
salud pública. Las consideraciones que más arriba hemos vertido acerca de la apli¬
cación de la causalidad a este fenómeno social, pueden ser reproducidas aquí.
Admitiendo que el derecho es una específica técnica social, en cuanto tiende a
provocar una conducta determinada ligando a la conducta opuesta una sanción, y
admitido como está que la prostitución no es en sí misma un hecho jurídicamente
desvalioso, solo quedaría, en un orden congruente del pensamiento, reglar deter¬
minados aspectos de esa conducta mediante la prescripción de deberes cuya inob¬
servancia trajera aparejadas sanciones. Las críticas al reglamentarismo que alude a
su ineficacia desde el punto de vista moral y sanitario, no revisten el carácter de
verdades apodícticas; son críticas a la forma en que ha sido aplicado el sistema y se
apoyan más que nada en la unilateralidad de sus procedimientos en cuanto recaen
El problema de la prostitución m 303
exclusivamente sobre la mujer pública. Con relación a las violaciones que traería
aparejado para la libertad individual, más adelante veremos que en todo caso ello no
es una característica de este sistema; el abolicionismo también las provoca y, a veces,
bajo formas mucho más graves y arbitrarias.
El problema sanitario y el social
Por lo demás, es evidente que no se ha apreciado debidamente la necesidad de dis¬
tinguir el problema sanitario del problema estrictamente social y ello es, sin duda, lo
que constituye la clave de los fracasos que se imputan al reglamentarismo.
El régimen abolicionista (cuyo sentido, como es sabido, no es el de abolir la prosti¬
tución, sino los reglamentos que la admiten y la fiscalizan) se caracteriza por la supresión
de todas las reglamentaciones acerca de casas de tolerancia y registro profesional de
prostitutas, incluso la de todos los locales que pudieran ser asimilados a aquellos. Como
se ha señalado ya por ciertos autores, si bien el sistema abolicionista no es incompatible
con la represión contravencional de los atentados a las buenas costumbres, y con un
contralor sanitario de la prostitución se define, en la realidad, por un criterio eminente¬
mente liberal que lo conduce al descuido de esas cuestiones; se basa fundamentalmente
en la represión severa de todas las formas de explotación de la mujer.
La Federación Abolicionista Internacional
La difusión de este régimen en Europa es atribuida a los esfuerzos desplegados por
Josefina Butler, que fundó en 1874 la Federación Abolicionista Internacional, cuyos
principios han sido enunciados de la siguiente manera:
I. La Federación reivindica, en el dominio especial de la legislación en ma¬
teria de costumbres, la autonomía de la persona humana, que tiene su coro¬
lario en la responsabilidad individual.
II. Por una parte, condena toda medida de excepción aplicada bajo pretexto
para proteger las costumbres.
III. Por otra parte, afirma que instituyendo una reglamentación que quiere
procurar al hombre seguridad e irresponsabilidad en el vicio, el Estado tras¬
torna la noción misma de responsabilidad, base de toda moral.
IV. Haciendo gravitar sobre la mujer, exclusivamente, las consecuencias le¬
gales de un acto común, el Estado propaga la idea funesta de que habría una
moral diferente para cada sexo.
V. Considerando que el simple hecho de la prostitución personal y privada no
pertenece sino a la conciencia y no constituye un delito, la Federación declara
que la intervención del Estado en materia de costumbres, debe limitarse a los
siguientes puntos:
304 ■ Política sanitaria argentina
VI. Punición de todo atentado al pudor cometido o tentado contra menores
o personas de uno u otro sexo asimiladas a los menores. Cada legislación, en
particular, debe determinar, exactamente, el límite y las condiciones de esta
minoría especial.
VII. Punición de todo atentado al pudor, cometido o tentado por medios vio¬
lentos o fraudulentos, contra personas de toda edad y de todo sexo.
VIII. Punición del ultraje público al pudor.
IX. Punición de la provocación pública al libertinaje y del proxenetismo, en
aquellas de sus manifestaciones delictuosas que puedan ser comprobadas sin
caer en arbitrariedad y sin requerir, bajo otra forma, el régimen especial de la
policía de costumbres.
X. Las medidas tomadas a este respecto deben aplicarse tanto a los hombres
como a las mujeres.
XI. En todos los casos en que el proxenetismo cae bajo las sanciones de la ley,
los que pagan a los proxenetas y aprovechan de su industria deben ser consi¬
derados como cómplices.
XII. La Federación declara que el Estado no debe imponer a una mujer cual¬
quiera la visita obligatoria bajo pretexto de policías de costumbres, ni someter
la persona de las prostitutas a un régimen de excepción.
Objeciones contra el abolicionismo
Los principios transcriptos constituyen algo así como la carta orgánica del abolicio¬
nismo y son refirmados en la doctrina por todos los partidarios del régimen.
Brevemente considerados dichos principios, cabe formular a los mismos las
siguientes objeciones:
j La reglamentación de ciertas actividades no es contraria a los derechos
individuales; si bien la prostitución no es, en sí misma, una conducta
jurídicamente desvaliosa (aun cuando lo sea desde el punto de vista
de la moral), ciertas actitudes de la prostituta pueden serlo. De ahí
que la reglamentación, al imponerle determinadas obligaciones, cuyo
incumplimiento pueda dar lugar a la aplicación de sanciones, no significa en
modo alguno que el hecho de la prostitución constituya una actividad ilícita;
en ese sentido, la reglamentación no difiere sustancialmente de las normas
que reglan las actividades de los individuos. Así, por ejemplo, el hecho
de que se imponga por ley a un comerciante el cumplimiento de ciertas
prestaciones, no implica declarar ilícito el comercio.
j En el caso que se está estudiando, no parece discutible la facultad del Estado
de reglar la actividad a que nos referimos en especial modo cuando se trata
de una fiscalización desde el punto de vista sanitario. Nadie pone en tela
de juicio la procedencia de esa fiscalización cuando se ejerce, por ejemplo,
con relación a las personas que manipulen alimentos u otros productos
El problema de la prostitución m 305
destinados al uso público; no se advierte, pues, cuál es la razón en virtud de
que la prostitución debe ser considerada como una excepción, como algo
intocable.
Lo primordial es la salud pública
Dijimos ya que el peligro venéreo no está circunscripto a las prostitutas; la lucha
antivenérea comprende distintas fases, una de las cuales está representada por dicho
fenómeno; luego, no procede mantener la afirmación contenida en el principio III,
puesto que el objetivo de la reglamentación no es el que allí se enuncia, sino el de la
protección de la salud pública.
No es cierto que la reglamentación haga gravitar sobre la mujer, exclusiva¬
mente, las consecuencias legales de un acto común. Esa aseveración que podría,
sí, encontrar cabida en el régimen prohibicionista, no halla asidero alguno cuando
se refiere al reglamentarismo, pues, como lo hemos repetido ya varias veces, tal
régimen no considera la conducta de las prostitutas como opuesta a los valores
jurídicos; las medidas de vigilancia sanitaria no constituyen, pues, las conse¬
cuencias legales de un acto común, sino que restringen determinados aspectos de
la actividad que han escogido libremente, sin que ninguna norma legal las deter¬
minara a ello.
Para no extendernos demasiado, no agotaremos aquí el análisis de cada uno de
los “principios”; lo expuesto es suficiente, a nuestro juicio, para demostrar que si
bien el abolicionismo se manifiesta como una legítima inquietud ante la situación de
las desafortunadas mujeres mercenarias, no encara el problema con un criterio cien¬
tífico adecuado y racional; sin perjuicio del respeto que merecen los objetivos que
enuncia, debe reconocerse que sus resultados no son alentadores, aun en los casos
en que sus principios han sido fielmente aplicados (en Bruselas un ensayo realizado
en 1924 ha motivado las siguientes palabras de un miembro del Concejo Comunal:
“el solo hecho de haber suspendido nuestra vieja reglamentación, ha tenido como
consecuencia desastrosa la invasión de nuestras arterias más frecuentadas por un
ejército de prostitutas profesionales”).
La defensa de las buenas costumbres
El sistema no reglamentarista, entre cuyos propugnadores se encuentran Neisser y
Blaschka, admite la necesidad de la regulación jurídica de la prostitución, desde el
punto de vista de la salud pública y las buenas costumbres. En su esencia, se carac¬
teriza por la represión contravencional de los actos lesivos para el pudor público y
las buenas costumbres, realizados por las prostitutas, y por la fiscalización sanitaria
de todas las personas que por su modo de vida puedan constituir un peligro social,
en caso de padecer una enfermedad infectocontagiosa.
306 ■ Política sanitaria argentina
Se pretende, mediante este régimen, lograr un perfecto equilibrio social, recha¬
zando, de los sistemas reglamentaristas y abolicionistas, aquellos aspectos que susci¬
taron las más enconadas críticas de los opositores a uno y otro.
Su mérito principal radica en una concreta ubicación del problema venéreo dentro
del sanitario; en cuanto al restante, o sea el típicamente social, adopta una posición
de aparente prescindencia que, en el fondo, coincide con la del abolicionismo.
Los regímenes de la prostitución a través del derecho
positivo de algunos países
No aportaría ninguna utilidad para los efectos del presente estudio, hacer una enu¬
meración de las leyes que aparecen más o menos estructuradas conforme a los prin¬
cipios orientadores de cada uno de los sistemas.
En cambio, nos parece más útil referirnos a algunos tipos legislativos que ejem¬
plificarán los desarrollos precedentes.
Tipos de legislaciones prohibicionistas
La ley que rige en Yugoslavia
Mencionaremos, en primer lugar, por representar un claro exponente del sistema, la
ley yugoslava del 28 de marzo de 1934.
En el parágrafo 8 prohíbe “toda prostitución y todas las casas públicas”, bajo las
penas previstas en el capítulo XXIV del Código Penal, consistentes en trabajos for¬
zados hasta 8 o 10 años. Cabe anotar que el excesivo rigorismo de esta norma es, en
cierto modo, atemperado por el juego de las restantes disposiciones de la ley, las que
al mismo tiempo la complementan. Así, el parágrafo 12 prescribe: que el Ministerio
de Previsión Social y de Salud Pública estudiará las causas sociales que crean y man¬
tienen la prostitución, en vista de las medidas necesarias que serán determinadas
en un decreto especial; la creación de hogares para albergar provisoriamente a las
señoras y señoritas que acuden a las ciudades en busca de trabajo; la creación y el
sostenimiento de instituciones especiales para la colocación de la juventud femenina
moralmente amenazada y caída y de las mujeres condenadas por prostitución, en
vista a su reeducación y su readaptación para el trabajo.
El Código Sanitario de Guatemala
El Código Sanitario de Guatemala, en su capítulo VI, “De la lucha antivenérea”, ar¬
tículo 219, se limita a declarar prohibido el ejercicio de la prostitución y a derogar
El problema de la prostitución m 307
expresamente todas las disposiciones reglamentarias vigentes. La sanción, por apli¬
cación de lo dispuesto en el artículo 462, consiste en multa de 2 a 360 colones o
arresto de 1 a 180 días o ambas penas.
Tipos de legislaciones reglamentaristas
El reglamentarismo, llevado a sus límites extremos, aparece categóricamente en el
derecho positivo de Nicaragua y Bolivia.
Nicaragua y Bolivia
El decreto del 10 de octubre de 1927, por el que el presidente del primero de los
países citados aprueba el reglamento sobre “prostitución y profilaxis venérea”, define
(artículo 1) la prostitución como “el comercio que una mujer hace con su cuerpo
entregándose al que la solicita, mediante remuneración”. En el artículo 2 se esta¬
blece la obligación de inscribirse ante las autoridades policiales; el artículo 3 tolera
el establecimiento de burdeles o mancebías “con las condiciones y restricciones” que
prevé a continuación. El capítulo II contiene minuciosas normas sobre “inscripción
de mujeres públicas”, prescribiendo incluso la inscripción de oficio de las meretrices
clandestinas, luego de las comprobaciones que deberá realizar el “médico de pro¬
filaxis venérea”. El artículo 9 del mismo título establece que el funcionario tendrá
la obligación de expresar a la prostituta, antes de su inscripción, “las obligaciones
que contrae, procurando siempre disuadirla para que no lo efectúe, especialmente
cuando las mujeres han tomado esa resolución desconociendo el hecho trascen¬
dental que pretenden verificar”. El artículo 10 clasifica las mujeres públicas en “las
que ejercen la prostitución por cuenta propia y que se llaman aisladas y las que la
ejercen en los burdeles o mancebías”.
Otras disposiciones prescriben el reconocimiento venéreo gratuito de las mere¬
trices, la internación forzosa de las enfermas o sospechosas en el Hospital de Venéreas,
del que no podrán salir hasta estar totalmente curadas, medidas especiales de policía,
entre las que se incluyen las relativas a las buenas costumbres y a la prevención del
contagio venéreo, las formalidades a cumplir para las que soliciten su eliminación de
los registros, además de las disposiciones especiales paralas mancebías, expresión con
que se distingue “a aquellas casas que, sin servir de habitación a las mujeres públicas,
son frecuentadas por ellas para entregarse al ejercicio de la prostitución”, etc.
En Bolivia se dictó, el 28 de diciembre de 1927, un reglamento que, en general,
presenta analogías con el que acaba de examinarse.
308 ■ Política sanitaria argentina
Tipos de legislaciones abolicionistas
A pesar del arraigo conquistado en la doctrina por los principios abolicionistas, no es
fácil encontrar, en la actualidad, normas positivas que típicamente encuadren en los
mismos. Aun en aquellos casos en que la ley se declara enfáticamente abolicionista,
se encuentran algunos vestigios del neoreglamentarismo.
El abolicionismo español
Citaremos, no obstante, en este tipo de legislación, el decreto dictado en España el
28 de junio de 1935, cuyo artículo 1 dice que “la reglamentación de la prostitución,
cuyo ejercicio no es en adelante reconocido en España como medio lícito de ganarse
la vida, es abolida”.
Debe destacarse que a pesar de que aparentemente surgiría de lo transcripto que
la prostitución es considerada conducta ilícita, no existe prohibición expresa al res¬
pecto. Se roza, aún cuando encubiertamente, los principios que informan el sistema
neoreglamentarista, en el artículo 11, que versa sobre las posibles fuentes de contagio
venéreo, entre las que se incluyen las personas que puedan presumirse de tales, en
razón de su conducta.
La Ley 12331 de Argentina, antes de la reforma introducida por el Decreto
10638/44, ratificado por la Ley 12912, constituía un tipo neto del sistema abolicio¬
nista. Más adelante habremos de referirnos extensamente a este y los demás antece¬
dentes nacionales.
Tipos de legislaciones neoreglamentaristas
La legislación vigente en Chile
Debe ser citado aquí, en forma especial, el Código Sanitario chileno, dictado el 15 de
mayo de 1931, cuyo artículo 73, que transcribimos a continuación, no requiere por
su claridad mayores comentarios:
Art. 73. Un reglamento fijará las condiciones en que se podrá examinar, obli¬
gar a tratarse o internar para su curación, a las personas que se dedican al
comercio sexual o a aquellas afectadas de males venéreos que constituyan
una amenaza para la salud pública.
Para las personas que se dedican al comercio sexual, se llevará una estadísti¬
ca sanitaria, no permitiéndose su agrupación en prostíbulos cerrados o casas
de tolerancia.
La vigilancia del cumplimiento del inciso precedente corresponde a las Pre¬
fecturas de Carabineros, las cuales podrán ordenar la clausura de los locales
en que funcionen dichos prostíbulos.
El problema de la prostitución m 309
Abandono del abolicionismo en ciertas legislaciones
Tuvimos ya ocasión de mencionar, más arriba, el ensayo abolicionista realizado en
Bruselas, cuyas deplorables consecuencias dieron lugar a que se volviera al regla-
mentarismo anterior. Algo análogo ha sucedido también, en un país sudamericano.
La evolución del Uruguay
Es notable la evolución experimentada, en ese sentido, por la legislación uruguaya.
El decreto del 17 de abril de 1932, había establecido la completa desvinculación de la
policía, del problema de la prostitución.
Ante los resultados contraproducentes obtenidos en la práctica, por el recrude¬
cimiento de los contagios sifilíticos, se estimó necesario reglamentar nuevamente la
prostitución en un régimen mixto, que establece la intervención policial a requeri¬
miento de la autoridad sanitaria, la que reglamenta los radios de los prostíbulos, sus
condiciones higiénico-sanitarias y la fiscalización en el orden médico-social.
La inscripción de las prostitutas se lleva a cabo previa advertencia a la Liga
contra la Trata de Blancas, institución privada que presta su ayuda al Estado para la
represión del proxenetismo. Se señala que apenas restablecidas las medidas de fisca¬
lización sanitaria, en septiembre de 1933, se notó una disminución en el promedio
de contaminados, volviéndose a las cifras anteriores a la implantación del sistema
abolicionista.
El derecho positivo argentino frente al problema
Etapas de su evolución
Los antecedentes que tengan un valor cierto para orientarnos en el estudio de la evo¬
lución del derecho nacional en lo referente a la prostitución, reconocen su origen
más remoto, en las primeras medidas dictadas después de lograda la organización
nacional ya que con anterioridad a ese hecho de nuestra historia, solo se recuerdan
las deportaciones de las meretrices que ambulaban por la ciudad de Buenos Aires,
dispuestas durante los gobiernos de Rosas y Alsina.
El proceso evolutivo, comprende fundamentalmente dos etapas: la primera
nacida, como decimos, con la organización nacional, se caracteriza por una legis¬
lación del tipo reglamentarista y localista; la segunda, que parte de la promulgación
de la Ley 12331, se orienta hacia el abolicionismo, extendiéndose el ámbito de validez
especial de la ley a todo el territorio del país.
310 ■ Política sanitaria argentina
Época reglamentarista
En Buenos Aires, el primer atisbo de reglamentarismo asoma con la ordenanza del
año 1875, por la que se clasifican los prostíbulos, se determinan las calles en que po¬
drían funcionar, se reconocía que una persona podía actuar en calidad de regente
y se establecía el examen médico de las mujeres, medida esta que solo mucho más
tarde fue llevada metódicamente a la práctica.
Primera era de la profilaxis argentina
Los dispensarios antivenéreos de la Capital fueron creados por ordenanza municipal
del 14 de septiembre de 1888, pero la llamada era de la profilaxis venérea comienza
en el año 1889, en que se inicia realmente la inspección médica de los prostíbulos.
En el año 1897, se produce una importante reforma al régimen hasta entonces
vigente, pues se establece la casa de tolerancia con dos mujeres, se extienden los
prostíbulos por diversas zonas de la ciudad y el sifilicomio, hospital cárcel donde
eran recluidas las prostitutas enfermas, se convierte en el Hospital Fernández, con
la consecuencia, desde el punto de vista humanitario, que las mujeres internadas en
lo sucesivo no recibieran por ello la calificación que la sociedad considera como un
vergonzoso estigma.
Una nueva ordenanza del 30 de julio de 1907 complementa las reglamenta¬
ciones entonces existentes y restablece el prostíbulo de varias mujeres. En el mismo
año fue presentado a la Honorable Cámara de Diputados un proyecto de ley sobre
corrupción de mujeres, que reproducido en 1913, es sancionado bajo la Ley 9143,
derogada y reemplazada luego por el Código Penal de 1921.
Distintas ordenanzas del Honorable Concejo Deliberante de la Capital
En sesión secreta que tuvo lugar en el año 1917, el Concejo Deliberante dictó una
ordenanza que tuvo vigencia efímera, pues fue reemplazada por otras dictadas en
el año 1919. En dicho año, a raíz de los proyectos presentados por el Departamento
Ejecutivo y por los concejales Ángel M. Giménez y Antonio Zaccagnini, la comisión
de Previsión y Asistencia Social del Concejo, produjo un despacho suscripto por la
mayoría y otro por la minoría; por el primero se volvía al prostíbulo de dos mujeres
y se proveía a la fiscalización sanitaria de las mismas; por el segundo, se proponía la
abolición de todos los reglamentos y ordenanzas vigentes. Ambos dictámenes dieron
origen a un extenso debate en el que estuvieron representadas las tendencias aboli¬
cionistas y reglamentaristas, arribándose finalmente a una fórmula que fue estimada
como transaccional, que consistía en el establecimiento de prostíbulos monóginos.
El texto aprobado, en consecuencia, que rigió como ordenanza del 16 de junio de
1919, prescribía la vigilancia médica de todas aquellas mujeres que ejerzan la pros¬
titución, la inscripción en el registro, la prohibición del funcionamiento de más de
El problema de la prostitución m 311
un prostíbulo por cuadra, no debiendo ejercer su oficio en el mismo más de una
mujer ni ocupar en el servicio doméstico mujeres de menos de 45 años. Para la eli¬
minación del registro era suficiente la simple solicitud de la interesada. Finalmente,
se reprimía toda incitación al libertinaje, entendiendo por tal lo que se traduzca por
palabras, gestos o acciones notoriamente a ellos dirigidas.
Ayuda a la mujer regenerada
Otra ordenanza del 28 de noviembre del mismo año disponía las medidas de pro¬
tección a las mujeres que dejan de ejercer la prostitución, mediante la habilitación
del número suficiente de camas en los establecimientos dependientes de la Asis¬
tencia Pública y si estas no fueran suficientes, la creación de refugios hogares en
los edificios de propiedad de la comuna; que se recabaría la cooperación de los mi¬
nistros extranjeros acreditados ante nuestro Gobierno para que se ampare y facilite
el regreso a sus respectivos países de las mujeres que así lo deseen; la búsqueda,
por las autoridades pertinentes, de colocación honesta, de preferencia en trabajos
de campaña, en familias que ofrezcan garantías de moralidad y se comprometan a
tomarlas a su cuidado. Se creaba, asimismo, una comisión encargada de asesorar y
cooperar con la gestión del Departamento Ejecutivo, para el mejor cumplimiento de
las disposiciones de la ordenanza.
Al ponerse en vigencia las normas a que acabamos de aludir, existían en Buenos
Aires 292 prostíbulos monóginos, número que fue creciendo año tras año, hasta el
extremo que en 1925 existían 957 casas de tolerancia.
Trabas legales para los excesos
El 16 de agosto de dicho año fue presentado al Concejo Deliberante un proyecto
que tendía a poner coto a esos excesos, impidiendo la habilitación de nuevos prostí¬
bulos, obteniéndose su sanción. A raíz de ello el número de prostíbulos comenzó a
decrecer, reduciéndose en los años 1932 y 1933, a 250.
En el año 1934 termina en Buenos Aires la etapa reglamentarista, pues se san¬
cionan las Ordenanzas 5953 y 6412, en cuya virtud fueron clausuradas todas las casas
de tolerancia entonces existentes.
Como ejemplo del panorama que presentaba, en el curso de este período, la
legislación municipal, podría también citarse la ordenanza dictada para la ciudad
de Rosario en el año 1900, que reglamentó la prostitución habilitándose casas de
hasta 25 mujeres, la que fue dejada sin efecto por la del 1 de enero de 1933, de tipo
abolicionista.
La realidad fue que los prostíbulos, proscriptos de la ciudad, se instalaron
entonces en las zonas circunvencinas, hasta que se dictó la Ley provincial 2439, del
3 de enero de 1935, sobre comisiones de fomento, que prescribió el régimen aboli¬
cionista para toda la provincia.
312 ■ Política sanitaria argentina
Etapa abolicionista
La Ley Serrey 12331
La finalización del período reglamentarista para todo el país, está dado, según ya lo
apuntamos, por la sanción de la Ley 12331, cuyos antecedentes más inmediatos están
representados por los proyectos del año 1935, suscriptos por Ángel M. Giménez y
otros y Tiburcio Padilla; el despacho de la comisión de Higiene y Asistencia Social,
producido el 18 de julio del mismo año, fue aprobado sin mayores variantes por la
Honorable Cámara de Diputados, el 26 de septiembre.
En virtud de las modificaciones introducidas en su artículo 11 por la Honorable
Cámara de Senadores, el proyecto volvió a la Cámara de origen, la que en diciembre
de 1936 lo aprobó con nuevas modificaciones, siendo finalmente sancionado por el
Senado el 17 de diciembre de dicho año.
Los artículos 15 y 17, que reemplazan al anterior artículo 11 del primitivo pro¬
yecto, son los que daban la tónica abolicionista de la ley. En efecto, el artículo 15
declaró prohibido en toda la República el establecimiento de casas o locales donde
se ejerza la prostitución o se incite a ella y el artículo 17 reprimía a los que “sostengan,
administren o regenteen, ostensible o encubiertamente, casas de tolerancia”.
La aplicación de la Ley 12331 demostró que, en la práctica, en la realidad vivida,
única realidad del derecho, no resultó un sistema adecuado ni uniforme para todo el
país, como parece haberlo pretendido el legislador.
Fallos y doctrinas judiciales
Los tribunales, en algunas jurisdicciones, han llegado, por interpretación del artículo
17, a un rigorismo que se podía estimar como equivalente al prohibicionismo. Así, en
un fallo plenario de las Cámaras en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal,
habían establecido que el delito allí reprimido, no era cometido solamente por el
explotador de mujeres, sino también por la mujer que ejerce la prostitución en un
local; solo quedaría encuadrada en la esfera de licitud la conducta de la prostituta
callejera. En otros casos, tales como los de los tribunales de Rosario de Santa Fe, se
resolvió que la mujer que ejerce la prostitución en su casa, sola e independiente¬
mente, no incurre en el delito previsto por el artículo 17.
Se atribuyen, al fallo plenario precitado, consecuencias realmente deplorables,
que revelan cuán difícil es que en la realidad se concreten integralmente los carac¬
teres que constituyen la esencia del abolicionismo. En la Capital Federal se han rei¬
terado los procesos a las prostitutas por el delito referido; la policía las persiguió
activamente, en todos los lugares en que se ejerciere el tráfico sexual o simplemente
se practicara lo que en Francia se denomina racolage, fuera un cabaret, un dancing ,
una confitería, o simplemente la calle.
Se había llegado, pues, en la Capital Federal, a una situación tal en que la prosti¬
tución era considerada como una conducta jurídicamente desvaliosa, en contra del
El problema de la prostitución m 313
sentido de la norma vigente y aun de la concepción que en el terreno de la axiología
pura debe considerarse dominante.
Mientras en otras localidades del interior se tangenciaba el extremo opuesto,
tolerándose encubierta o abiertamente la existencia de verdaderos prostíbulos, ya
bajo la forma de tales, ya desfigurados bajo la apariencia de boites, cabarets, etc.
Reparos de fondo y de forma
Aparte de lo que puede sugerir el aspecto que hemos glosado, el régimen de la Ley
12331 ha sido objeto de diversas críticas. Se le ha imputado, en cuanto a su reper¬
cusión social, haber creado un sistema de persecución de la mujer prostituida, de¬
jándola sin medios de vida, pues no se ha proveído lo necesario para su reeducación
y readaptación. Desde el punto de vista sanitario, se le atribuye el grave error de no
haber tenido en cuenta que la prostitución es una de las tantas fuentes de contagio y
requiere, por ende, una adecuada fiscalización.
En lo que se refiere a su estructuración, se le han formulado también serios reparos
de fondo y de forma. Distinguidos tratadistas han realizado un examen exhaustivo de
sus disposiciones que comprenden distintas esferas del derecho, señalando así, la falta
de concordancia del contenido de su artículo 13 con el Código Civil, la imprecisión
de la figura delictiva creada por el artículo 17, el error que implica sancionar el char¬
latanismo, el ejercicio ilegal de la medicina y los matrimonios ilegales (artículos 12 y
16) con penas más leves que las establecidas en el Código Penal y la técnica defectuosa
seguida en la configuración del delito de contagio venéreo; al par que se destaca la
imprecisión o la excesiva latitud de otras disposiciones atinentes a lo administrativo.
Todos ellos son, por otra parte, aspectos que no conciernen directa y fundamen¬
talmente al objeto del presente estudio, razón por la cual nos remitimos a las publi¬
caciones que mencionamos por separado.
El comienzo de un nuevo periodo
Digamos que el Decreto-ley 10633/44, actualmente ratificado por la Ley 12912, vino
a introducir una reforma de trascendentales proyecciones.
El artículo 15, efectivamente, ha quedado modificado en forma tal, que aun man¬
teniendo el principio general prohibitivo del establecimiento de casas de tolerancia,
permite, como excepción, el de “aquellas cuyo funcionamiento fuera autorizado
por la Dirección Nacional de Salud Pública y Asistencia Social (hoy Secretaría de
Salud Pública de la Nación), con aprobación del Ministerio del Interior”. Añade que
“estas autorizaciones solo deberán otorgarse atendiendo a necesidades y situaciones
locales, limitando su vigencia, al tiempo en que las mismas subsistan, con carácter
precario, debiendo los establecimientos autorizados sujetarse a las normas sanitarias
que se impongan por la reglamentación”.
314 ■ Política sanitaria argentina
Aclaraciones de las normas represivas
Se ha introducido al artículo 17, un agregado según el cual queda aclarado el sentido
de la norma represiva, pues “el simple ejercicio de la prostitución por la mujer en
su casa, en forma individual e independiente, sin afectar el pudor público, no cons¬
tituye el delito penado por este artículo” y tampoco lo constituye “el ejercicio de
la prostitución, por la mujer, el desarrollo de las tareas necesarias de gestión o de
administración, realizadas por mujeres cuando se trate de actividades respectiva¬
mente cumplidas dentro y para los establecimientos autorizados en los términos del
artículo 15”.
Si cabe destacar, con relación al artículo 17, la forma en que viene a poner punto
final a las controversias doctrinarias y jurisprudenciales y en que interpreta la valo¬
ración correcta de la conducta de la prostituta, tema este último sobre el que nos
hemos ocupado ut supra, conviene señalar que las modificaciones introducidas al
artículo 15, revisten cierta imprecisión, en cuanto no se determinan las “necesidades
y condiciones” que habrán de regular el otorgamiento de los permisos excepcio¬
nales, ni se prescriben las directivas a las cuales deberá ajustarse la reglamentación o
la decisión administrativa.
Tendencias al reglamentarismo
Pero hay aún una circunstancia mucho más importante que debemos señalar. Es
evidente que la Ley 12331, tal cual rige desde la reforma que nos ocupa, ha aban¬
donado el régimen abolicionista puro y representa uno mixto, que denota una clara
tendencia hacia el reglamentarismo.
Las razones de lo que terminamos de afirmar son obvias: si se reconocen y auto¬
rizan casas de tolerancia, previéndose inclusive su reglamentación, aun cuando ello
sea revestido de un carácter excepcional, conceptualmente la ley encuadra en un
reglamentarismo, atenuado, pero reglamentarismo al fin.
Nos encontramos, pues, en presencia de una tercera etapa en la evolución del
derecho argentino en la materia, etapa caracterizada por un retorno, en cierta
medida, al viejo sistema reglamentarista.
Sería casi innecesario decir ahora que ello no puede ni debe ser considerado como
un síntoma de regresión. Los análisis a que hemos sometido los distintos aspectos
que presenta el problema de la prostitución permiten afirmar aquí que ni social ni
sanitariamente podrán resultar perjuicios para el país. A la inversa, son muchos los
beneficios que cabe esperar de la nueva orientación legislativa, sobre todo si se tiene
en cuenta: a) en lo social, las mejoras acordadas a las clases trabajadoras, comple¬
mentadas por una amplia política justicialista que tiende a desterrar el pauperismo
de nuestro medio y las medidas que permiten el más fácil acceso de todas las clases a
las instituciones en que se imparte cultura al pueblo, eliminarán o atenuarán eficien¬
temente el influjo de los principales factores que concurrían a agravar el problema;
b) en lo jurídico, habrán de completarse las prescripciones penales represivas del
El problema de la prostitución m 315
proxenetismo y de todas las formas de aprovechamiento de la prostitución ajena, así
como de los contagios sexuales, y c) en lo sanitario, la eficaz campaña que llevan a
cabo la Secretaría de Salud Pública de la Nación, y las autoridades sanitarias de todo
el país, de cuyas perspectivas dimos cuenta más arriba.
316 ■ Política sanitaria argentina
La brucelosis como problema del
continente americano 1
En nombre del excelentísimo señor presidente de la nación, general Juan Perón,
os saludo y agradezco vuestra presencia en esta magnífica tierra mendocina, y dejó
constancia al mismo tiempo, de que la concurrencia de tantos colegas y técnicos
americanos a esta reunión continental, tiene el auténtico significado de lo que es y
debe ser la colaboración entre nuestros países para la solución de problemas mé¬
dicos, epidemiológicos y médico-sociales que nos son comunes. En este sentido,
nuestra Oficina Sanitaria Panamericana ha cumplido una tarea práctica y singular¬
mente eficaz, a la que no es ajeno mi asesor en materia de sanidad internacional,
profesor Alberto Zwanck, y el secretario general de sanidad, profesor Carlos A. Cri-
vellari, a quienes reitero mi gratitud personal por su colaboración y entusiasmo.
Cuando asumí el cargo de secretario de Salud Pública de la Nación, uno de los
primeros problemas que traté de resolver fue el de la brucelosis, pero a poco de
estudiar el asunto advertí que no existían soluciones prácticas, simples y eficaces y
que ni los gobiernos, ni los particulares, tenían un plan de lucha preparado con un
criterio orgánico y con objetivos definidos.
Se proponían procedimientos de profilaxis, técnicas, variantes y criterios tan
numerosos y aleatorios que su misma diversidad y número estaba proclamando que
ninguno de ellos era bueno, ni siquiera medianamente eficaz.
La brucelosis, enfermedad del porvenir
Decidimos, en consecuencia, convocar a una reunión nacional de técnicos, ya que
la extensión del mal nos confirmaba día a día que la afirmación de Charles Nicolle
de que la brucelosis era una enfermedad del porvenir, no resultaba nada exagerada,
sino que, al contrario, se estaba cumpliendo en la Argentina como una profecía.
En las reuniones realizadas en Buenos Aires entre el 21 y el 26 de julio de 1947,
se agotó el estudio de lo que hasta ese momento sabíamos en la Argentina sobre
brucelosis y se plantearon con gran claridad los problemas. El estudio metódico de
la brucelosis, con la colaboración de los hombres de más experiencia de nuestro
país, nos permitió trazar un programa nacional de defensa. Todos los trabajos y las
conclusiones de los temarios se han publicado por la Secretaría de Salud Pública en
un volumen que se encuentra a disposición de ustedes.
'Discurso inaugural del Congreso Panamericano de la Brucelosis, reunido en Mendoza, el día 17 de
noviembre de 1948.
La brucelosis como problema del continente americano ■ 317
La brucelosis, problema de América
Pero desgraciadamente, las soluciones de dicho programa no son del todo eficaces
ni del todo simples. Sigue, pues, en pie la cuestión, por lo cual no hemos titubeado
en propiciar una reunión panamericana de brucelosis, ya que la XII Conferencia Sa¬
nitaria Interamericana proclamó que la brucelosis es un problema de América, pues
afecta a todos nuestros países por igual y con igual intensidad.
Del mismo modo que el año pasado solicitamos la concurrencia y la concen¬
tración del esfuerzo de todos los argentinos en condiciones de aportar alguna idea
o solución a la brucelosis, este año no tuvimos ningún inconveniente en recabar el
mismo apoyo y colaboración de todos los hombres de América que por sus trabajos
se encuentren en condiciones de brindarnos algo de su experiencia y saber en bene¬
ficio de América y para la erradicación del mal, pues es evidente, que sin la unión
de todos muy poco podemos hacer en defensa de nuestra población humana y de
nuestros ganados.
Comisión Permanente de la Brucelosis
La circunstancia feliz de que se hubiere constituido una Comisión Permanente de
Lucha contra la Brucelosis ha facilitado la organización de este Congreso Paname¬
ricano. La comisión estaba formada por Miss Evans, por el doctor Ruiz Castañeda y
por el argentino, ya fallecido, doctor Salvador Mazza. En la Primera Conferencia Na¬
cional de la Brucelosis, rendí mi homenaje al profesor Mazza, por su abnegación y
patriotismo y por sus importantes contribuciones a la sanidad argentina y a la lucha
contra la brucelosis en particular. En esta reunión quiero testimoniarles nuestro
agradecimiento a la eminente investigadora Miss Evans y al doctor Ruiz Castañeda,
que nos honran con su presencia y su colaboración.
Erradicación de la brucelosis
Desde que Bruce, en 1887, individualizó el germen específico y separó el cuadro
clínico de otras fiebres con las cuales se confundía, como ser el paludismo, la ti¬
foidea, el reumatismo, etc., desde ese entonces no se ha dado un paso definitivo en
el sentido de conseguir la prevención y erradicación de la brucelosis, y ello ocurrirá
solo cuando los médicos dejemos de preocuparnos tanto por las descripciones clí¬
nicas y abordemos los orígenes y las causas reales del mal. Mientras se trate la bru¬
celosis como una enfermedad del hombre no resolveremos nada; debemos pensar
que la brucelosis es una enfermedad principalmente de los animales y solo circuns¬
tancialmente del hombre. Por eso nuestros esfuerzos deben orientarse a curar el
ganado para evitar la enfermedad en el hombre y al mismo tiempo las pérdidas de
orden económico que implica desde el punto de vista pecuario.
318 ■ Política sanitaria argentina
El problema terapéutico
Quisiera referirme a los principales interrogantes y problemas que aún esperan so¬
lución dentro del vasto tema de la brucelosis, no obstante que al inaugurar el primer
Congreso Nacional he fijado mis puntos de vista sobre la materia.
El problema terapéutico estriba en que no disponemos de un medicamento capaz
de curar o mejorar rápidamente un brucelósico, y carecemos también de una vacuna
específica capaz de evitar que el hombre contraiga la enfermedad. Es indudable que
los antibióticos abren actualmente una nueva perspectiva y acaso pronto se esté en
condiciones de concretar esa medicación. El problema ganadero se traduce en la
extensión de la enfermedad —que como en el hombre, produce muchos casos pero
pocas muertes— disminuyendo los procreos por expulsión prematura de las crías,
produciendo la esterilidad o la reducción de la capacidad reproductora, mermando
la producción lechera y el valor comercial de la hacienda, atentando contra el pres¬
tigio de las explotaciones ganaderas y encareciendo la alimentación de la hacienda,
con el mayor consumo de forrajes en los animales improductivos y enfermos de
ese mal. Las pérdidas determinadas por la brucelosis en la ganadería argentina se
pueden calcular en la suma de 200 millones de pesos anuales y no sería aventurado
apreciar en una cantidad igual las pérdidas de trabajo humano por el alto porcentaje
de obreros afectados y que deben faltar a su trabajo por la enfermedad.
Unión de esfuerzos
Desde hace más de un año el Ministerio de Agricultura y la Secretaría de Salud Pú¬
blica de la Nación han unido sus esfuerzos en una tarea coordenada, por primera
vez en el país, y de la cual esperamos grandes resultados. Aun para quien tenga solo
someras nociones de lo que es la brucelosis, resultará inexplicable que antes no se
hubiere buscado en los hechos esta colaboración básica, pues lo primordial es com¬
batir el flagelo en su fuente, la hacienda.
Nuestro problema sanitario consiste en evitar la difusión de la brucelosis, que,
como es sabido, fácil y rápidamente pasa de los animales al hombre, y por eso no
la evitaremos sino por los siguientes medios que desgraciadamente son, por ahora
meramente teóricos: a) vacunando al hombre que trabaja en contacto con animales,
peones de campo, matarifes, peones de frigoríficos, veterinarios e investigadores de
laboratorios. No existe tal vacuna todavía; b) curando y vacunando a los animales
enfermos y erradicando la enfermedad como zoonosis. No existe método tera¬
péutico específico ni vacuna alguna que evite la enfermedad en los animales, pues
las existentes actualmente son de eficacia muy discutible; c) controlando sanitaria¬
mente los medios posibles de transmisión —los medios indirectos— como son la
leche y sus derivados, el agua y las verduras crudas. Desgraciadamente, el contralor
sanitario de estos elementos de transmisiones todavía, por lo menos en lo que res¬
pecta a nuestro país, muy insuficiente, sobre todo fuera de la Capital Federal.
La brucelosis como problema del continente americano m 319
La cronicidad en la brucelosis
Un aspecto clínico de la brucelosis que interesa especialmente al hombre de estado,
es su tendencia cada vez mayor hacia la cronicidad, sobre todo de las formas reu-
matismales, lo que determina un nuevo factor a agregar a los ya numerosos factores
invalidizantes, que día a día sustraen miles de brazos al trabajo.
Es claro que, si quisiéramos actuar drásticamente sobre el problema, habría que
identificar los animales enfermos y sacrificarlos sin contemplaciones de ninguna
clase; pero esta medida nos obligaría a exterminar aproximadamente el 12% del
ganado bovino, el 15% del porcino y el 20% del caprino. Esa sería una medida por
ahora antieconómica, que les quitaría a nuestros modestos pobladores del interior
—pastores que explotan pequeñas majadas— toda o casi toda su fuente de riqueza y
de posibilidades de vida. Pero si el mal sigue avanzando y la medicina no nos brinda
la solución que todos esperamos de un momento a otro, habrá que echar mano
de la medida heroica de matar a todo animal enfermo, en defensa de la salud del
hombre y de la propia riqueza pecuaria del país. Sería mucho más económico por
eso invertir ahora unos 20 o 30 millones de pesos al año para intensificar las inves¬
tigaciones y la profilaxis y no tener que destruir dentro de unos años, gran parte de
esa riqueza.
Conciencia del peligro
El clamor que en el país se está levantando con motivo de la brucelosis es un
índice de que el pueblo adquiere conciencia de la magnitud del problema. He aquí
—como índice— las palabras de un mensaje que hemos recibido de los habitantes
del norte de Córdoba y sur de Santiago del Estero, firmado por más de 3.000 per¬
sonas. Dicen así a título de denuncia:
Desde hace muchos años venimos soportando los efectos de una terrible
enfermedad que no solo nos ha arrebatado muchos seres queridos, sino que
también deja a los sobrevivientes, por un largo período de tiempo, en un
estado tal de postración que no les permite realizar ni los quehaceres más
livianos; este cansancio físico y espiritual los convierte en una pesada carga
para la sociedad. No solo los seres humanos pagan tributo a este mal, sino
también el ganado vacuno, porcino y caprino, llegando al extremo de que
majadas de cabras, que constituyen nuestra principal fuente de recursos,
han sido exterminadas totalmente en pocos años por la frecuencia de los
abortos y mortandad de animales adultos.
Hasta aquí las palabras de los pobladores santiagueños y cordobeses, que no
pueden ser más elocuentes y que expresan asimismo el drama de La Rioja y de Cata-
marca, provincias donde la infección de las cabras llega al 40% y aun a un 100% en
lugares como El Sunchal.
320 ■ Política sanitaria argentina
Problema continental
Bien sabemos que no se trata, sin embargo, de un problema solamente argentino,
sino que afecta a todo el continente, desde el estrecho de Behring hasta el estrecho
de Magallanes, y es así, pues, necesario encararlo colectivamente, entre todos, antes
de que el mal adopte formas monstruosas. Según el Yearbook of Agriculture, EEUU
pierde más de 100 dólares por animal y por año por brucelosis, pero invierte al año
30 millones de dólares para la lucha contra esta zoonosis.
Los organizadores argentinos hemos querido que una reunión panamericana de
tanta trascendencia se realice en esta hospitalaria y bella ciudad de Mendoza; con el
mismo espíritu hemos celebrado otra reunión en Salta con motivo de la firma de
un convenio panamericano. Hemos querido que esta vez también sea una ciudad
del interior del país, culta y progresista como es Mendoza, la que acoja un Congreso
internacional de tanta importancia como este, ya que se trata de abordar el estudio
de un problema que la afecta en forma mucho más directa que a Buenos Aires.
Mendoza vuelve así a ser, como en los tiempos gloriosos de San Martín, el punto
de partida de una gran campaña continental, solo que ahora no por la libertad sino
por la salud.
Vosotros, señores, sois en esta cruzada, los nuevos paladines de América; Dios
quiera que triunféis tan ampliamente como cabe esperar de vuestros méritos y de
vuestra abnegada adscripción a tan alta causa.
La brucelosis como problema del continente americano m 321
Esencia del problema de la salud
pública ante la reforma constitucional 1
Ramón Camilo en el Teatro Colón, con el ministro de agricultura Carlos Emery, el subsecretario de Información Raúl Apold y el
presidente de la Cámara de Diputados, Héctor Cámpora, en el 133 aniversario de la declaración de la independencia. 9 de julio de 1949.
Fuente: Archivo General de la Nación.
El hombre ha menester para el pleno desenvolvimiento físico y espiritual de su per¬
sonalidad, del mantenimiento de su salud. Por lógica implicancia, las agrupaciones
humanas requieren, para su perfección, la salud de los miembros que la componen.
He aquí un concepto que ha dejado de ser un postulado de la técnica médica y
una aspiración de los filántropos y sociólogos, para constituir una de las finalidades
que el derecho político incluye entre las inherentes al Estado y por ello un sector de
su propia justificación jurídica.
'Artículo publicado en la revista Horizontes Económicos, el día 6 de enero de 1949.
Esencia del problema de la salud pública ante la reforma constitucional ■ 323
La protección de la salud pública es, pues, un elemento para el logro de la feli¬
cidad social. Pero tal protección apareja ineludiblemente la necesidad de un obrar y
de un omitir por parte del hombre, lo que supone una regulación jurídica. Esta regu¬
lación jurídica es la técnica social que tiene en vista y permite aquella protección.
En pocas palabras: la finalidad sanitaria del Estado se cumple, tal como ocurre
con las otras, obedeciendo a una estructuración normativa.
Fundamento indispensable de la validez de una norma, aun de la de carácter
general, es una ley superior, representada en los estados de derecho por la Consti¬
tución. De ello se infiere la trascendencia, a los efectos del ordenamiento jurídico en
materia de salud pública, del texto constitucional.
Claro está que la acción del Estado se hace efectiva por dos medios que teóri¬
camente están perfectamente definidos y tienen una distinta repercusión jurídica:
por un lado, la directa, positiva, integrada en buena parte por el aspecto asistencial y
de cultura sanitaria; y por el otro, la indirecta que apareja la imposición de deberes
y restricciones a los particulares e implica el eventual empleo de la coacción sobre
estos. Se definen así dos tipos de instituciones perfectamente delineadas.
En cuanto a estas últimas, las que integran el campo de la denominada “policía
sanitaria”, tienen un largo proceso histórico. No puede ponerse en tela de juicio que
leyes adecuadas, aplicadas en forma razonable y justa, son necesarias para la conse¬
cución de los fines sanitarios y, que en cierta medida, la propia naturaleza humana
impone la existencia de obligaciones y restricciones y tras ellas “el largo brazo de
la ley”. Pero esa restricción a la libertad formal plantea hoy, quizás más que el pro¬
blema de su justificación y extensión, el de su aplicación racional. Con razón ha
dicho Charles V. Chapín: “Hasta ahora, promover la salud pública ha sido en gran
parte cuestión de compulsión. El Estado arrebataba la propiedad y la libertad de
la gente... El trabajo de policía no es tarea agradable; es tarea lenta y aquel que la
cumple, htilla difícil tener la buena voluntad de aquellos a quienes coerciona”. Es
evidente, pues, que la acción sanitaria debe ser encarada principalmente desde un
triple miraje: el de la asistencia médico-social, el de la educación y el del complejo
armónico de las funciones del Estado.
Las instituciones de carácter positivo o directo y las de policía sanitaria, cons¬
tituyen el derecho sanitario que, según la definición de James A. Tobey, es la rama
de la jurisprudencia que trata de la relación y aplicación de las leyes comunes y
estatutarias a los principios y procedimientos de la higiene, la ciencia sanitaria y la
administración de la salud pública.
Ambos aspectos de la función sanitaria estatal tienen un antiguo pero desigual
proceso histórico. Hace más de medio siglo, Parker y Worthington, en su tratado
sobre legislación de salud pública y seguridad, decían:
Se reconoce que una de las legítimas y más importantes funciones del go¬
bierno civil es la de proveer al bienestar general del pueblo mediante la ela¬
boración y el cumplimiento de leyes destinadas a resguardar y promover la
salud pública [...] La sociedad civil no puede existir sin tales leyes; en conse¬
cuencia, están justificadas por la necesidad y sancionadas por el derecho a la
propia conservación. La facultad de aprobarlas y de hacerlas cumplir es dada
324 ■ Política sanitaria argentina
al Gobierno del Estado por el pueblo, calificada solo en su ejercicio por las
condiciones necesarias para asegurar a cada ciudadano contra intromisiones
injustas y arbitrarias.
En 1922, el juez Thompson, de la Suprema Corte de Illinois, decía en una sentencia:
La salud del pueblo es indiscutiblemente un caudal económico y una ben¬
dición social, y la ciencia de la salud pública es, en consecuencia, de gran
importancia... Entre todos los objetivos que las leyes gubernativas tratan de
lograr, ninguno es más importante que la conservación de la salud pública.
La evolución que ha experimentado el constitucionalismo, desde la iniciación del
proceso con la “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, guarda,
en cierto sentido, con la estructuración jurídica de la acción del Estado en materia
de salud pública un evidente paralelismo. En su primera fase, coincidente con el
predominio de la doctrina liberal clásica, observamos una ausencia, por lo general,
de normas constitucionales expresas que regularan la acción directa.
Solo por vía interpretativa podría considerarse involucrado implícitamente el
problema en algunas constituciones promulgadas con anterioridad a la primera
guerra mundial, a través de cláusulas que ponían a cargo de los poderes públicos
la “asistencia”. Así, en forma genérica, lo establecían las constituciones de los Países
Bajos del año 1887 y de la República de Portugal de 1911. Puede afirmarse que dichas
normas constituían excepciones aisladas dentro de la tendencia general del consti¬
tucionalismo anterior a 1914-1918.
La acción directa del Estado no estaba totalmente ausente, pero se revelaba sola¬
mente como ayuda y suplencia de la actividad privada, en virtud de las doctrinas
imperantes.
Esta falta de determinación concreta en los textos constitucionales comprendía
también a la acción indirecta. Pero el fundamento de la legislación de ese carácter
se hallaba en las facultades reconocidas genérica o implícitamente al Estado por
las constituciones. Solamente al determinarse las atribuciones del poder legis¬
lativo, en particular en algunas constituciones federales, aparecía explícitamente
caracterizado el “poder de policía sanitaria” (como en la Constitución del Imperio
Alemán de 1871, de México de 1908, etc.). La de Suiza de 1874 constituía una ver¬
dadera excepción.
En cambio, sobre la base del poder de policía, reconocido como inherente al
Estado, para dictar y hacer cumplir leyes destinadas a proteger y a promover la salud,
la seguridad, la moral, el orden y el bienestar general del pueblo, mediante la res¬
tricción y reglamentación del uso de la libertad y de la propiedad, se había exterio¬
rizado ya en el siglo pasado, en una abundante legislación que al iniciarse el presente
estructurábase en una verdadera doctrina del poder de policía sanitaria.
La incorporación de normas jurídicas explícitamente vinculadas al problema
sanitario en las constituciones y correlativamente la estructuración de un sistema
que concreta la protección de la salud como una finalidad del Estado, expresándola
Esencia del problema de la salud pública ante la reforma constitucional m 325
en derechos y deberes sociales, tiene lugar como un aspecto integrante de un
definido proceso subsiguiente a la primera guerra mundial.
Tal como lo señalan los expositores del derecho público y los sociólogos, la
“intensificación de la vida social”, junto con el “advenimiento a la vida del derecho,
con sus exigencias económicas, de las grandes masas”, provocaron una serie de
movimientos dirigidos en el sentido de convertir el régimen constitucional, hasta
entonces, según se ha dicho, simple custodio de las libertades formales, en un orden
que recogiera las aspiraciones de esas masas, sobre todo del proletariado y diera
satisfacción a sus necesidades.
Se planteaba así, en forma apremiante, el problema del fin del Estado, que
adquiere en nuestros días extraordinaria relevancia, problema que lleva implícito el
de la consideración de las libertades formales, sin que ello implique una desvalori¬
zación de estas últimas. Se intenta lograr el equilibrio del hombre individualmente
considerado y del hombre como ser social y llegar así, teóricamente, a la concreción
normativa de los principios inherentes a la justicia verdadera, puesto que se recogen
integralmente sus dos aspectos: el permanente, que gira en torno a la personalidad
del hombre, y el mutable, corporizado en las necesidades materiales del individuo
planteadas esencialmente con la revolución producida, en el campo económico y
social, por el maquinismo.
Concluida la guerra de 1914, se inicia la etapa a que aludimos, apareciendo como
característica común de la mayoría de las nuevas constituciones, lo que cierto publi¬
cista (Mirkine Guetzevitch) ha denominado “racionalización del poder”, que con¬
siste en la orientación de someter al derecho el complejo social de la vida con todos
sus factores, entre los que se cuentan, además de los que plantea la personalidad
humana, individualmente considerada, los inherentes a la vida social y los intereses
que de la misma surgen, en especial modo los de ciertos grandes núcleos, como el
que constituye el proletariado.
Ala influencia de ciertos jusfilósofos se debe en gran parte la nueva tendencia de
someter al derecho todo el conjunto de la vida social, lo que supone la supremacía
del derecho, el concepto de su unidad y que la vida entera del Estado está concep¬
tualmente aprehendida por la norma jurídica que, al apuntar hacia valores determi¬
nados, la rige en su totalidad.
La constitución dictada en Weimar en el año 1919, ha impulsado durante un
tiempo la dinámica del proceso evolutivo, hasta el punto de que se la considera como
su efectivo origen. Sin que ello signifique en modo alguno discutir la exactitud de
esa apreciación, consideramos oportuno destacar que uno de los países que integran
la América Latina, México, en su constitución del año 1917 había ya introducido el
elemento social en el estructuramiento orgánico del Estado, mediante la limitación
al derecho de propiedad, fundada en su función social y el implantamiento de las
normas protectoras del trabajador.
Cierto es que el ritmo de esta evolución sufrió serios trastornos cuando, preci¬
samente como consecuencia de algunos de los grandes problemas que se suscitaron
en Europa con posterioridad a la primera guerra, surge cierta depreciación en la
estimación de los valores jurídicos, para elevarse un mayor aprecio por los recursos
326 ■ Política sanitaria argentina
que corresponden a la acción directa y al criterio de mayor poder, pero en cuanto
se insinúa, luego de la finalización de la segunda gran guerra mundial, una recupe¬
ración de los valores jurídicos, no tarda en plantearse nuevamente el problema del
equilibrio por el juego armónico de los derechos individuales y sociales, y se llega a
la comprensión de que no es necesario optar entre un régimen absoluto de derechos
individuales y otro de derechos sociales que incidan de tal manera sobre la libertad
individual, que aparejen su supresión.
Ha sido preciso aludir brevemente al proceso que informa la evolución consti¬
tucional en los últimos años, ya que, según lo hemos apuntado, la tutela de la salud
pública por el Estado representa un sector de trascendental importancia de esa evo¬
lución. En efecto, sin bien la acción del Estado en la materia no se inicia en esta
etapa, habiendo con anterioridad llegado a una extensión considerable, especial¬
mente en las instituciones vinculadas al poder de policía, es aquí cuando se traduce
en normas constitucionales expresas y orgánicas y se caracteriza como deber funda¬
mental del Estado de proteger integralmente a la población, deber correlativo con
lógica simultaneidad al derecho del individuo a esa protección. Por otra parte, esas
facultades del Estado son fuente de restricciones a las libertades formales del indi¬
viduo, que comprendidas y fundadas desde hace tiempo en el poder de policía, en
la actual etapa de racionalización del poder, están infundidas por una valoración de
los factores de la vida social.
En síntesis: el proceso de constitucionalización contemporáneo puede ser consi¬
derado desde el doble punto de vista del fondo y de la forma.
En cuanto al fondo: a) se precisa la acción directa, positiva, del Estado como un
deber general de protección de la salud pública particularmente, en cuanto a la asis¬
tencia médico-social; b) se admite, como lógica correlación, el derecho del individuo
a esa protección, particularmente el de los sectores desamparados; c) se definen las
restricciones que, para la consecución de esos fines, o sea la efectivización de esos
derechos individuales y sociales se imponen a las libertades formales, sin llegar a
desconocerlas o alterarlas, o dicho en otras palabras, se sistematizan y racionalizan
las instituciones de policía sanitaria.
En cuanto al aspecto formal, cabe señalar que se incorporan a la constitución
las normas fundamentales de esa concepción, y, en algunos casos, se explicitan esos
derechos y restricciones. Es así cómo se incluye expresamente el deber del Estado de
proteger la salud de los habitantes (Chile, artículo 10; Ecuador, artículo 174; Uruguay,
artículo 43; Venezuela, artículo 51; Panamá, artículo 92; Lituania, artículo 100; Por¬
tugal, artículo 40; Países Bajos, artículo 201; Italia, artículo 32; etc.); especialmente de
la familia (Bolivia, artículo 131; Ecuador, artículos 162 y 163; Perú, artículos 51 y 52;
Venezuela, artículos 47, 49 Y 50; Costa Rica, artículo 51; Cuba, artículo 43; Guatemala,
artículos 72 y 77; Nicaragua, artículos 67 y 68; Panamá, artículo 54; Portugal, artículos
12 y 14; Italia, artículo 31; China, artículo 156); y del trabajador (Bolivia, artículo 125;
Brasil, artículo 157; Ecuador, artículo 125; Perú, artículo 46; Uruguay, artículo 44; Costa
Rica, artículo 60; Cuba, artículo 79; Guatemala, artículo 58; México, artículo 123).
La restricción de las libertades formales aparece objetivada genéricamente en
numerosas constituciones (Perú, artículo 50; Brasil, artículo 59, cláusulaXV; Portugal,
Esencia del problema de la salud pública ante la reforma constitucional ■ 327
artículo 40; Colombia, artículo 16), concretándose con frecuencia las limitaciones a
determinadas libertades formales (a la libertad de contratar en materia de trabajo,
de comerciar y trabajar; al derecho de propiedad, a la de tránsito, a la inviolabilidad
del domicilio), apareciendo en algunos casos como una típica restricción a la libertad
en general.
En el proceso constitucional de los países organizados federativamente obser¬
vamos una tendencia a conferir al poder central funciones de legislación y de eje¬
cución. Por ser el representado por la restricción de las libertades formales, el aspecto
que, desde el punto de vista jurídico, ofrece relevancia, ya que requiere un complejo
normativo en virtud de los problemas inherentes a la jurisdicción, hemos particular¬
mente de encarar la cuestión desde el expresado ángulo. La acción positiva, particu¬
larmente la asistencial, como es sabido, no plantea este problema.
Precedente de singular importancia por las características específicas de su
sistema confederativo, es el que ofrece la Confederación Suiza. La constitución
de 1848, reformada en 1874, originalmente establecía que las leyes concernientes
a las medidas de policía sanitaria contra las epidemias y epizootias que ofrezcan
un peligro general, serán del dominio de la Confederación. La modificación intro¬
ducida en 1913, amplía evidentemente la competencia federal, que comprende: “las
medidas destinadas a luchar contra las enfermedades transmisibles, las enferme¬
dades muy extendidas y las enfermedades particularmente peligrosas del hombre y
de los animales”. Además, con anterioridad, en la modificación por votación popular
del 11 de julio de 1897, se confirió a la Confederación la facultad de reglar el comercio
de los productos alimenticios y objetos de uso doméstico, en tanto puedan poner en
peligro la salud o la vida.
La constitución de México, según la reforma de 1917, no solamente otorga al
Congreso facultades para expedir leyes que fijen las atribuciones de la Unión en
materia de salubridad general en la República (artículo 73, fracción XVI), sino que
adopta un régimen de verdadera excepción dentro del derecho constitucional com¬
parado, en cuanto:
a. Establece que las disposiciones generales del Consejo de Salubridad General
serán obligatorias en todo el país (inciso 1), lo mismo que su autoridad
ejecutiva (inciso 3).
b. El expresado organismo puede y debe dictar las medidas preventivas
indispensables, a reserva de ser después sancionadas por el presidente de la
República, en caso de epidemias de carácter grave o peligro de invasión de
enfermedades exóticas, medidas extensivas a todo el país (inciso 2).
c. Se confieren facultades legislativas, si bien sometidas a ulterior revisión por
el Congreso en algunos casos, en la lucha contra el alcoholismo y la venta de
substancias que envenenan al individuo y degeneran la raza.
La singularidad de este sistema consiste en que, tratándose de un régimen fede¬
rativo, la constitución defiere poderes legislativos en un funcionario del Poder Eje¬
cutivo sobre todo el país.
328 ■ Política sanitaria argentina
Similar orientación en cuanto a la atribución al Congreso Federal para dictar
normas fundamentales de defensa y protección de la salud, se encuentra en las cons¬
tituciones de Venezuela y Brasil, tal como ocurría en las del Imperio Alemán de 1871,
en la de Weimar y en la de Austria de 1920.
Solo EEUU y la República Argentina no han reconocido expresamente, en el
texto constitucional, las facultades del Estado federal, de legislar y de ejercer ciertos
aspectos de la acción, en materia de salud pública.
Cierto es que no obstante esa circunstancia, el Congreso Nacional dictó nume¬
rosas leyes de policía sanitaria, algunas de las cuales extienden su ámbito especial de
validez a todo el territorio de la nación.
La doctrina, en cambio, no siempre ha considerado procedente ese criterio, y
así se han demarcado distintas tendencias: una, denominada “constitucional”, entre
cuyos sostenedores se encuentran Joaquín V. González y González Calderón, niega
que la interpretación del texto constitucional permita reconocer dicha facultad al
poder central; otra, se apoya en el artículo 67, incisos 16 y 28 y el Preámbulo de la
Carta Magna, este último en la parte en que alude a promover el bienestar general,
para fundar las atribuciones federales de policía sanitaria; finalmente, determinados
publicistas han recurrido a principios políticos para afirmar la necesidad de que tales
poderes fueran reconocidos.
Las discrepancias doctrinarias anotadas demuestran la necesidad de determinar
claramente en el texto de la ley fundamental, que la legislación sanitaria debe ser
emitida por el poder legislativo nacional, con alcances para todo el país.
En cuanto al fundamento constitucional de las restricciones impuestas a las liber¬
tades individuales, siendo inherentes al denominado poder de policía, aun cuando
sobre el mismo no existen referencias expresas en la constitución vigente, está uná¬
nimemente reconocido que ese poder puede ser legítimamente ejercido en virtud
de lo que disponen los artículos 14, 67, inciso 28 y 33 de aquella.
Tampoco contiene la Constitución, en su texto actual, normas específicas sobre
la tutela positiva de la salud o que reconozcan expresamente el derecho del indi¬
viduo a su preservación. Pero el fundamento de las prestaciones de este tipo se halla
implícito en la primera parte del inciso 16 del artículo 67. Están justificadas por las
propias finalidades del Estado, informadas a su vez en el Preámbulo. La acción res¬
pectiva puede ser desarrollada sin obstáculos, toda vez que no apareja limitación a
las libertades individuales. Pero, como se ha dicho, la constitución de 1853 no imputa
al Estado esta función como deber, ni otorga al individuo el correlativo derecho de
exigir las prestaciones mediante las cuales puede salvaguardar su salud. Las nuevas
concepciones sociales se incorporan al derecho constitucional positivo después de la
primera guerra mundial, según se ha recordado.
En síntesis, al considerar la reforma de la Constitución de 1853, estimamos nece¬
sario tener en cuenta lo siguiente:
a. La inclusión como facultad exclusiva del Congreso de la Nación, de dictar el
Código Sanitario y promover lo conducente a la higiene y salud públicas del
país.
Esencia del problema de la salud pública ante la reforma constitucional m 329
b. Mantener en cuanto se refiere a la protección de la salud pública el sistema
vigente que sirve de fundamento a las restricciones formales (poder de
policía).
c. Incorporar expresamente el deber de velar por la maternidad y la infancia.
d. Considerar que todo habitante de la nación tiene derecho a la protección,
la conservación y la restitución de la salud y que el Estado garantiza y
asegura la efectividad de ese derecho, mediante las medidas de sanidad y la
asistencia médicosocial integral.
330
Política sanitaria argentina
Antecedentes y bases sobre la reforma
constitucional en materia de salud
pública 1
Ramón Carrillo y Blanca Duarte de Álvarez Rodríguez, subinspectora del Departamento de Aplicación y Jardín de
Infantes, en una exposición de dibujos en el Ministerio de Educación. 18 de diciembre de 1950.
Fuente: Archivo General de la Nación.
La evolución del constitucionalismo y la salud
pública: Presupuestos necesarios para su estudio
La regulación jurídica en materia de salud pública
Partiendo de la premisa de que el hombre, para el pleno desenvolvimiento físico
y espiritual de su personalidad, requiere como elemento sustancial la salud, y el
trabajo realizado por el doctor Ramón Carrillo en colaboración con los doctores Julio G. Nogués,
Juan G. de Souza Lobo, Julio A. F. Prandi y Antonio D. Kraly.
Antecedentes y bases sobre la reforma constitucional en materia de salud pública ■ 331
problema de su protección integra las finalidades del Estado. Tal protección, en
cuanto implica necesidad de un obrar humano (comprendiendo en esta expresión
tanto el hacer como el omitir), aparece formalmente regulada por la norma jurídica;
el derecho representa según se ha dicho, una específica técnica social, que procura
provocar un estado social determinado, imputando a la conducta humana opuesta a
este estado una sanción.
La norma general, concretada en la mayoría de los estados en la ley, reconoce
como fundamento jurídico de validez, un principio superior, consagrado en la ley
fundamental o constitución. De ahí que interese en grado sumo el estudio de la evo¬
lución del derecho constitucional comparado.
Partiremos, para ese estudio, del período llamado del constitucionalismo, que
define el hecho de la existencia de las constituciones como expresión que da carácter a
la estructura y funcionamiento del régimen político y jurídico de los estados contem¬
poráneos y que históricamente arranca de la Declaración de los Derechos del Hombre
y del Ciudadano de 1789 y de su precedente, la declaración de Virginia de 1776.
Aspectos de la acción
La acción del Estado para el cumplimiento de sus fines se realiza por dos medios:
uno, directo, consistente en el ejercicio por sus órganos de actividades que tienden
a satisfacer necesidades generales, y otro, indirecto, que apareja la imposición de
deberes a los particulares, e implica el empleo de la coacción sobre estos.
En materia sanitaria la acción, como es lógico, se ejerce por los mismos medios
y se traduce, desde el punto de vista jurídico, en dos grandes tipos de instituciones:
el primero, comprensivo de la acción positiva en la que predomina el aspecto
asistencial, y el segundo, caracterizado doctrinariamente con la denominación
de “policía sanitaria”, y que se materializa en una serie de deberes y restricciones
impuestos a los particulares.
Aparición de la regulación sanitaria en el
constitucionalismo
La salud pública en las constituciones anteriores a la Primera Guerra
Mundial
Podemos afirmar que esta primera fase del constitucionalismo se caracteriza por la
ausencia, en general, de normas fundamentales que regularan la acción directa.
Si bien se destaca ya un progresivo avance de la legislación sanitaria, los deberes
del Estado en la materia no aparecen concretamente especificados en los textos
constitucionales.
332 ■ Política sanitaria argentina
Ello no significa, desde luego, que en los hechos la acción del Estado estuviera
totalmente ausente, ni que la misma fuera obstruida por la norma. Lejos de ello,
esa acción se manifestaba ya como ayuda y suplencia de la actividad privada. Lo
que ocurría en la realidad era que, en virtud del predominio de la doctrina liberal
clásica, se consideraba que el Estado debía limitarse a garantizar al individuo el libre
ejercicio de sus derechos individuales, no debiendo, por lo tanto, la prestación a los
mismos de los medios necesarios para subsistir; la asistencia quedaba extrañada de
los fines sociales y correspondía a la libertad privada, no a los servicios públicos. Ello
se hace tanto más notable en lo que respecta a la acción en materia sanitaria. Solo
por vía interpretativa podría considerarse implícitamente involucrado el problema
en algunas constituciones, a través de cláusulas que ponían la asistencia a cargo de
los poderes públicos. Así, en esa forma amplia, lo establecían las constituciones de
los Países Bajos del año 1887, y de la República de Portugal de 1911. De todos modos,
estas configuran verdaderas excepciones dentro del panorama que ofrecen los textos
de esa época.
La acción indirecta, por medio del ejercicio de los poderes de policía, aparece,
en cambio, representada por una legislación que, en el transcurso de esta etapa, se
sistematiza en instituciones de gran trascendencia, desde el punto de vista de las
restricciones impuestas a los administrados y al iniciarse el presente siglo, se había
estructurado ya una verdadera doctrina del “poder de policía sanitario”.
Cierto es que la tónica general de las constituciones estaba dada por la no deter¬
minación concreta del problema sanitario, en forma tal que el fundamento constitu¬
cional de la legislación de este tipo radicaba en las facultades, reconocidas al Estado
por las constituciones, en forma genérica o implícita. Excepcionalmente aparecía
explícitamente caracterizado el “poder de policía sanitario”, en las partes orgá¬
nicas de algunas constitucionales federales, al deferirse al Congreso la atribución
de legislar a este respecto, con variable extensión. Tal la Constitución del Imperio
Alemán de 1871 (artículo 4, inciso 15) y la Constitución de México de 1908 (artículo
72, fracción XXI).
Debe mencionarse por separado la Constitución de la Confederación Suiza de
1874 (artículo 31, apartado c), particularmente según la reforma de 1913, que esta¬
blecía interesantes limitaciones a la libertad de comercio e industria, fundadas en la
defensa contra las enfermedades transmisibles.
La salud pública en las constituciones posteriores a la Primera Guerra
Mundial
La intervención del Estado en la tutela de la salud pública, se concreta en la doctrina
jurídica y en el derecho vigente (o sea, efectivamente obedecido) como uno de los
problemas inherentes a la vida social, que adquieren máxima significación a raíz de
las consecuencias de la primera guerra mundial. Reconocida esa tutela como fina¬
lidad del Estado, se acentúa también la incorporación de normas jurídicas expresas,
Antecedentes y bases sobre la reforma constitucional en materia de salud pública ■ 333
en las constituciones del mundo de occidente, como un aspecto incluido en el
proceso de evolución constitucional subsiguiente a la citada conflagración.
Como lo señalan reputados expositores del derecho público, la “intensificación
de la vida social”, junto con el “advenimiento a la vida del derecho con sus exigencias
económicas de las grandes masas”, provocaron una serie de movimientos dirigidos en
el sentido de convertir el régimen constitucional, hasta entonces, según se ha dicho,
simple custodio de las libertades formales, en un orden que recogiera las aspiraciones
de esas masas, sobre todo el proletariado, y diera satisfacción a sus necesidades.
Se planteaba así, en forma apremiante, el problema del fin del Estado, problema
que lleva implícito el de la consideración de las libertades formales, sin que ello
implique una desvalorización absoluta de estas últimas. La llamada depreciación de
su valorización no representa, en efecto, otra cosa que el intento de lograr el equi¬
librio del hombre individualmente considerado y del hombre como ser social y de
llegar así, teóricamente, a la concreción normativa de los principios inherentes a la
justicia verdadera, puesto que se recogen integralmente sus dos aspectos: el perma¬
nente, que gira en torno a la personalidad del hombre, y el mutable, corporizado
en las necesidades materiales del individuo, planteadas esencialmente con la revo¬
lución producida, en el campo económico y social, por el maquinismo.
El derecho político liberalista se convierte, por ende, en un derecho político
teleológico; se comienza a concebir la constitución, no ya tan solo como un instru¬
mento del pueblo para protegerse del despotismo de sus gobernantes, sino corno un
sistema de instituciones que recogen “las fórmulas indicadoras y comprensivas de
las necesidades sociales dominantes”.
Concluida la guerra de 1914, queda diseñada la iniciación de la etapa a que alu¬
dimos. Aparece así, como característica común de la mayoría de las constituciones,
especialmente de las europeas, lo que el destacado publicista Mirkine Guetzevitch ha
denominado “racionalización del poder”, que consiste en la orientación de someter al
derecho el complejo social de la vida con todos sus factores, entre los que se cuentan,
además de los que plantea la personalidad humana individualmente considerada, los
inherentes a la vida social y los intereses que de la misma surgen, en especial modo,
los de ciertos grandes núcleos, como el que constituye el proletariado.
Preciso es destacar que la técnica jurídica ha desempeñado un papel de extraor¬
dinaria gravitación en este proceso.
La influencia de los teóricos del derecho hubo de ser decisiva en ese sentido;
basta recordar, en efecto, que la Constitución alemana, que como luego veremos
constituye un jalón trascendental en la evolución constitucional, ha sido en gran
parte inspirada en la obra de Hugo Preuss, y que la austríaca se debe primordial¬
mente al eminente jurista yjusfilósofo Hans Kelsen, fundador de la Escuela Vienesa.
Ellos influyen, en gran parte, en la nueva tendencia de someter al derecho todo
el conjunto de la vida social, lo que supone la supremacía del derecho, el concepto
de su unidad y que la vida entera del Estado está conceptualmente aprehendida por
la norma jurídica que, al apuntar hacia valores determinados, la rige en su totalidad.
La constitución dictada en Weimar en el año 1919, no obstante ser posterior a la
de Finlandia, en la que se esboza el concepto social, ha impulsado, pues, según lo que
334 ■ Política sanitaria argentina
acabamos de expresar, la dinámica del proceso evolutivo, hasta el punto de que se la
considera como su efectivo origen. Sin que ello signifique en modo alguno discutir
la exactitud de esa apreciación, consideramos oportuno recordar, como ya ha sido
destacado por diversos autores, que uno de los países que integran América Latina,
México, en su Constitución del año 1917, había ya introducido el elemento social en
el estructuramiento orgánico del Estado, mediante la limitación al derecho de pro¬
piedad, fundada en su función social según la doctrina preconizada por Duguit y el
implantamiento de normas protectoras del trabajador.
Estas expresiones han ejercido una preponderante influencia en el movimiento
constitucional de occidente, en el sentido de que sus principios han sido, en variable
medida, incorporados a las constituciones que se dictaron o en las reformas intro¬
ducidas, tanto en Europa como en América Latina.
Cierto es que el ritmo de la transformación evolutiva del régimen constitucional
sufrió serios trastornos cuando, precisamente como consecuencia de algunos de
los grandes problemas que se suscitaron en Europa con posterioridad a la primera
guerra, surge cierta depreciación en la estimación de los valores jurídicos, para ele¬
varse un mayor aprecio por los recursos que corresponden a la acción directa y al
criterio de mayor poder, pero en cuanto se insinúa, luego de la finalización de la
Segunda Gran Guerra Mundial, una recuperación de los valores jurídicos, no tarda
en plantearse nuevamente el problema del equilibrio por el juego armónico de los
derechos individuales y sociales, y se llega a la comprensión de que no es nece¬
sario optar entre un régimen absoluto de derechos individuales y otro de derechos
sociales que incidan de tal manera sobre la libertad individual, que tiendan a
suprimirla.
Ha sido preciso que enfocáramos en términos generales el proceso que informa
la evolución constitucional en los últimos años, ya que, según lo hemos insinuado
más arriba, la tutela de la salud pública por el Estado, representa un sector de tras¬
cendental importancia de esa evolución. En efecto, si bien la acción del Estado en la
materia no se inicia en esta etapa, habiendo con anterioridad llegado a una extensión
considerable, es aquí cuando se traduce en normas constitucionales expresas y
orgánicas y se caracteriza como deber fundamental de proteger integralmente a la
población, mediante una adecuada actividad, deber correlativo con lógica simulta¬
neidad al derecho del individuo a esa protección. Por otra parte, esas facultades del
Estado son fuente de restricciones a las libertades formales del individuo, que com¬
prendidas y fundadas desde hace tiempo en la institución que se denomina gené¬
ricamente “poder de policía”, en la actual etapa de racionalización del poder, están
infundidas por una valoración de los factores de la vida social.
En síntesis, el proceso contemporáneo de constitucionalización se caracteriza
por: a) la especificación de la acción directa positiva del Estado como un deber
general de protección de la salud pública, particularmente en cuanto a la asistencia
médicosocial; b) la admisión, como lógica consecuencia, del derecho del individuo a
esa protección, especialmente la de los sectores desamparados.
Antecedentes y bases sobre la reforma constitucional en materia de salud pública u 335
La salud pública como derecho y como función del
Estado, en el derecho constitucional comparado
El proceso de racionalización del poder del que nos hemos ocupado ut supra, trae
como resultado la incorporación a las constituciones modernas, del problema sani¬
tario, como uno de los diversos factores sociales de más importancia. Naturalmente
que tal incorporación al texto constitucional escrito, no se realiza uniformemente en
todo el mundo, pero es general en los países occidentales y alcanza también a algunos
orientales, especialmente a aquellos que han sufrido una verdadera revolución de su
civilización, como consecuencia de la influencia ejercida por los estados europeos.
Es del caso anotar que aquellos países que no han explicitado, en sus textos
constitucionales, los principios atinentes a la materia, no por ello han permanecido
ajenos al proceso, fundando su acción en las normas genéricas o implícitas relativas
al bienestar común.
Los métodos de tal incorporación no pueden ser, lógicamente, uniformes. Los
países cuya organización propende al tipo de los llamados federales, han respondido
sobre todo a la necesidad de proceder a la discriminación de las atribuciones del
Estado federal y las de los estados particulares, fijando la competencia de uno y otros
en la materia que nos ocupa; en cambio, los que han sido estructurados sobre la
base de un tipo unitario, resuelven el problema en las declaraciones de derechos y
garantías, o bien determinando los deberes y funciones de los órganos del Estado.
Es oportuno aquí, para la mejor comprensión del aspecto en estudio, recordar
algunos principios fundamentales que han sido enunciados por eminentes trata¬
distas del derecho público. Se ha dicho que las constituciones escritas tienen de
común las siguientes características: a) la de suponer y perseguir un mismo objeto,
consistente en establecer, consagrar y hacer efectivo un régimen de garantías de la
vida individual y social en sus relaciones con el poder; y b) la de responder a una
misma necesidad, que estriba en ordenar las funciones del Estado, determinando
sus órganos y definiendo su respectiva esfera de acción y sus relaciones.
Estas dos características han sido reflejadas en la sistemática de las constituciones
modernas, cuyas contexturas presentan así dos partes: una, llamada dogmática,
donde se consagran los derechos y garantías a que hemos aludido, y otra, la orgánica,
cuyo contenido está integrado por las normas referentes a la organización de los
poderes, sus funciones y las relaciones entre las instituciones que los ejercen.
Conforme a lo expuesto más arriba, resultaría que en las constituciones de tipo
unitario, la protección de la salud es generalmente considerada en la parte dog¬
mática, ya como una garantía expresamente consagrada para los individuos, ya
como deber del Estado; mientras que en los estados federales aparece incluida en la
parte orgánica, por la razón ya antes señalada. Es por ello que en el presente capítulo
dedicaremos preferente atención a las primeras, ya que, en capítulo aparte, reali¬
zamos un estudio amplio de la cuestión vinculada a la organización federal.
Ciñéndonos, pues, por ahora, a la vinculación que se establece entre la parte dog¬
mática de la constitución y la protección de la salud pública como función del Estado
336 ■ Política sanitaria argentina
y como derecho del individuo, debemos destacar, como punto previo, que se admite,
doctrinariamente, la necesidad de que los derechos individuales estén expresamente
consagrados en el texto constitucional y asegurados mediante el establecimiento de
garantías que se llaman “especiales”, por estar específicamente señaladas para el fin
aludido, sin perjuicio de las demás garantías generales, expresadas en instituciones
fundamentales de los Estados democráticos modernos, tales como el sufragio, la
separación de los poderes, el llamado “contralor jurisdiccional de legalidad”, etc.
Claro está que nos hemos referido a los derechos individuales, cuya consagración
constitucional está históricamente determinada por hechos que sería obvio aludir
aquí; pero en los últimos años, en el proceso de la organización constitucional, se
va notando una corriente que tiende a la incorporación, además, de otros derechos,
denominados sociales, y que prácticamente tiene su origen, corno hemos visto, en
la Constitución de Weimar.
Aclarado, pues, que el tópico del presente capítulo se circunscribe al estudio de
las cláusulas constitucionales vinculadas a la salud pública, establecidas en la parte
dogmática, señalamos ahora que habremos de desarrollarlo agrupando a aquellas
sobre la base de dos criterios: el primero, formal, nos permite distinguir las que
sientan los principios protectores del bien tutelado en forma de declaración de
derechos y garantías y las que lo hacen bajo el aspecto de deberes y funciones de
los órganos del Estado; el segundo, el material, tiene en cuenta el contenido de las
cláusulas y sus alcances, según se refiera a la protección de todos los individuos en
general, de aquellos considerados agrupados en la unidad social que se denomina
familia y de los que, en razón de ciertas circunstancias, se ven sometidos a riesgos
especiales derivados del trabajo.
Bueno es aclarar, no obstante, que no pretendemos realizar una clasificación de las
constituciones, sino de las cláusulas que, como dijimos, guardan relación con el tema;
aquello no sería posible llevarlo a cabo estrictamente, puesto que, en la realidad, es
frecuente encontrar dentro de un mismo texto constitucional, normas dispersas que
contemplan cada uno de los aspectos señalados: pero hemos seguido tal sistema con
el propósito de que el estudio que practicamos sea lo más completo posible, aun a
riesgo de incurrir en algunas repeticiones que resultan totalmente ineludibles.
Primer criterio: Formal
Declaraciones de derechos y garantías
En el panorama constitucional americano se encuentran numerosos ejemplos de
cláusulas constitucionales que encuadran en este tipo de institución. A ellas nos re¬
feriremos en primer término.
En Colombia rige la Constitución sancionada el 5 de agosto de 1886, con nume¬
rosas modificaciones que han resultado de diversos actos legislativos, el último de
los cuales data del 16 de febrero de 1945, pero ya en la reforma de 1936 se introdujo la
Antecedentes y bases sobre la reforma constitucional en materia de salud pública ■ 337
categoría de los derechos sociales. El título III se denomina “De los derechos civiles
y garantías sociales”, y comprende entre las segundas, de un modo genérico (artículo
16), los “deberes sociales” del Estado y los particulares.
La Constitución de Chile, promulgada el 18 de septiembre de 1925 y reformada
por la Ley 7727 del 23 de noviembre de 1943, contiene un título III, “Garantías consti¬
tucionales”, del que cabe citar el artículo 10, inciso 14, especialmente en su parte infine.
Ecuador se rige por la Constitución promulgada el 31 de diciembre de 1946.
Encuadran, en el aspecto sub examine, las normas contenidas en el artículo 185,
incisos e, j y m), comprendidas en la parte segunda, “Normas de acción”; título II, “De
las garantías”; sección I, “Garantías generales”.
En Perú tiene vigencia la Constitución promulgada el 9 de abril de 1933, con
las modificaciones contenidas en las leyes 8237, 9166 y 9178. El título II, “Garantías
constitucionales”, contiene un capítulo I, “Garantías nacionales y sociales”, donde se
encuentran diversas normas relativas a nuestro asunto, a saber: las de los artículos
46, 50, 51 y 52.
La Carta Fundamental del Uruguay fue sancionada el 27 de marzo de 1938 y
promulgada el 29 de noviembre de 1942. De su sección II, “Derechos, deberes y
garantías”, capítulo II, serán luego estudiados los artículos 43 y 44.
La Constitución de Venezuela, promulgada el 5 de julio de 1947, involucra en el
título III, “De los deberes y derechos individuales y sociales”, un capítulo III deno¬
minado “De la familia”, del que interesan considerar los artículos 47, 49 y 50 y un
capítulo IV, “De la salud y de la seguridad social”, del que nos ocuparemos con refe¬
rencia a su artículo 51.
La Ley Fundamental de Costa Rica, que data del 7 de diciembre de 1871, ha
sido objeto de numerosas modificaciones introducidas por ley. De acuerdo con su
estructura actual, el título III, sección III, se ocupa de las “Garantías sociales”, siendo
de citar aquí los artículos 51 y 60.
La Constitución de Guatemala, decretada el 11 de marzo de 1945, contiene un
título III, “Garantías individuales y sociales”, de cuya sección I, “Trabajo”, destacamos
el artículo 58, incisos 10,14 y 15 y de la sección III, “Familia”, los artículos 72 y 77.
En la Constitución de Nicaragua, que fue sancionada el 21 de enero de 1948, el
título IV explícita los “Derechos y garantías”; con relación a la cuestión planteada,
deben citarse los artículos 67, 68 y 83, incisos 7 y 8.
La República de Panamá se rige por la Constitución promulgada el 1 de marzo
de 1946. El título III trata de los “Derechos y deberes individuales y sociales”, conte¬
niendo, en el capítulo II, normas sobre “La familia” (artículo 54); en el capítulo III,
con relación a “El trabajo” (artículos 69 y 71), y en el capítulo V sobre “Salud pública y
asistencia social”, del que nos interesa tomar en consideración el artículo 92.
La Constitución de los EEUU, según es sabido, no incluye normas expresas sobre
la materia. No es el momento de hacer el estudio de la evolución jurisprudencial
que ha permitido suplir esa ausencia; de todos modos es interesante destacar que
las constituciones de varios de los estados han proveído lo concerniente a la salud
pública, pero lo hacen por lo general, como luego veremos, en forma de atribu¬
ciones y deberes de los poderes públicos.
338 ■ Política sanitaria argentina
En Europa la corriente que, según lo hemos reiteradamente manifestado, tuvo su
origen inmediato en la Constitución de Weimar, promulgada el 11 de agosto de 1919,
se materializa en las cartas orgánicas de numerosos estados y encuentra finalmente
eco en la de la República de China. La primera, que rigió en Alemania hasta el adve¬
nimiento al poder del nacionalsocialismo, incluye en su segunda parte, “Derechos y
deberes fundamentales de los alemanes”, una sección II intitulada “La vida social”, de
la que corresponde señalar los artículos 119 y 122.
La Constitución del Estado Libre de Dantzig, del 11 de mayo de 1922, establecía,
en su segunda parte, los “Derechos y deberes fundamentales”; en el capítulo I, que
trataba “De las personas”, contenía un principio concerniente a la materia en el
artículo 80.
En España regía, en tiempos de la República, la Constitución del 9 de diciembre
de 1931. El título III estaba consagrado a los “Derechos y deberes de los españoles”; su
capítulo II, “Familia, economía y cultura”, traía una prescripción que debemos citar,
en su artículo 43.
Polonia, antes de la última guerra mundial, se encontraba estructurada conforme
a la Constitución del 17 de marzo de 1921. Del capítulo V, “Derechos y deberes gene¬
rales de los ciudadanos”, destacamos los artículos 102 y 103.
La constitución de la República de Portugal, del 21 de agosto de 1911, traía también,
no obstante la fecha en que fue sancionada, una norma que en cierto modo com¬
prende, bajo un término más genérico, el problema sanitario; ella es la contenida en
el artículo 3, inciso 29 del título II, “De los derechos individuales y su garantía”. La
dictada el 14 de marzo de 1933, según las modificaciones introducidas hasta el 23 de
marzo de 1935, en la parte primera, “De las garantías fundamentales”, contiene un
título III, “De la familia”, del que destacamos los artículos 12 y 14, inciso 2.
Italia se rige en la actualidad por la Constitución aprobada por la Asamblea Cons¬
tituyente del 22 de diciembre de 1947 y promulgada el 27 del mismo mes y año.
La parte primera, intitulada “Derechos y deberes de los ciudadanos”, aparece
dividida en cuatro títulos, en que se tratan sucesivamente, las relaciones civiles, éti¬
co-sociales, económicas y políticas. Las normas de que habremos de ocuparnos más
adelante son las concretadas en el título II, “Relaciones ético-sociales”, artículos 31 y 32.
Hemos dejado exprofeso para último término la mención de las cláusulas vin¬
culadas a este primer aspecto, en el régimen constitucional vigente en Francia, no
solo como una consideración especial al país del cual emana la famosa “Declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano”, que tan honda repercusión tuvo en
el mundo entero, sino porque las peculiaridades de su sistema nos obligan a exten¬
dernos en mayor amplitud.
La constitución a que aludimos fue adoptada por la Asamblea Nacional Consti¬
tuyente el 29 de septiembre de 1946, aprobada por referéndum popular del 13 de
octubre, publicada en el Diario Oficial del 27 de octubre y puesta en vigor el 24 de
diciembre del mismo año; se la designa, no obstante, por la fecha de su publicación.
Lo notable de su sistemática consiste en que se aparta de los cánones consa¬
grados por las demás constituciones europeas y americanas al eliminar de su texto
dispositivo los derechos y garantías. De tal manera, pues, consta solamente de un
Antecedentes y bases sobre la reforma constitucional en materia de salud pública m 339
preámbulo y del texto, consagrado este último, exclusivamente, a las instituciones
de la República.
Aparentemente, prescindiría de la parte dogmática a que nos hemos referido,
oportunamente como característica de las constituciones modernas, pero su
preámbulo, tal como ha sido redactado, viene en principio a suplantarla toda vez
que su contenido se integra con la reafirmación de los antiguos principios y con la
definición de principios nuevos, que conciernen esencialmente a los derechos eco¬
nómicos y sociales.
Como es natural, tal sistema dio lugar a que se cuestionara el valor jurídico de
los principios establecidos por el preámbulo. Se ha pretendido, en efecto, que sus
disposiciones no están incluidas en la numeración de la constitución, siendo meras
exposiciones de motivos que definen algunos principios generales mientras que
ciertos autores, sostienen que formando parte el preámbulo, de la constitución, su
contenido tiene “valor constitucional”, si bien admiten que este no está protegido
por la intervención del Comité Constitucional, que ejerce como un control indirecto
de las leyes